Estudio bíblico de 1 Juan 2:1-3

1 Juan 2:1-3

Continuamos, estimado oyente, nuestro recorrido por la Primera Epístola del Apóstol Juan y hoy llegamos al

1 Juan 2

Tema: el ministerio de Cristo como abogado; como Sus hijos amados pueden tener una relación entre sí. Y los hijos amados de Dios no deben amar al mundo.

Este segundo capítulo continúa la idea comenzada en el capítulo anterior sobre la forma en la que los hijos amados de Dios pueden tener una relación de comunión y compañerismo con Dios. Hemos visto que podemos disfrutar de esa comunión con Dios viviendo en la luz, es decir, en la presencia de Dios. Lo segundo que debemos hacer para mantener dicha comunión es confesarle a El nuestros pecados. Cuando andamos o vivimos en la luz, sabemos que la sangre de Jesucristo continúa limpiándonos de todo pecado; pero también sabemos que en nuestras vidas hay imperfección, y que tenemos que acudir a Él para confesarla.

En el capítulo dos llegamos al tema del ministerio de Cristo como abogado. Ahora veremos la conclusión del tema que comenzó en 1 Juan 1:5, cuando el apóstol Juan dijo: Este es el mensaje. ¿Y cuál es el mensaje? Es el mensaje del Evangelio de la gracia de Dios que toma al pecador condenado al infierno y que simplemente por su fe en Cristo y lo introduce a la familia de Dios, en la que se convierte en un heredero y en un coheredero con Jesucristo. Lo sumamente importante es la relación con el Padre.

Leamos ahora el versículo 1 de este segundo capítulo de 2 Juan, que nos introduce al párrafo titulado

La comunión con Dios por medio del ministerio de Cristo como Abogado

"Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis. Pero si alguno ha pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo, el justo."

Hijitos míos, - dice aquí - estas cosas os escribo para que no pequéis. Detengámonos en esta frase por un momento. El apóstol nos estaba escribiendo estas cosas porque Dios no quiere que Sus hijos pequen. Aunque Dios ha hecho una provisión amplia y adecuada para que nosotros no pequemos, nuestra entrada o aprovechamiento de esta provisión es imperfecta, a causa de nuestra imperfección. Observemos que este versículo no dice que no podamos pecar, pero Juan estaba escribiéndonos para que evitar que pecáramos. Dios quiere que vivamos de una manera que le agrade a Él, es decir, que El desea que caminemos en esta vida en obediencia a Su Palabra.

Tenemos que recordar que ésta carta es una epístola familiar, porque enfatiza la relación entre los miembros de la familia de Dios. Lo mencionamos nuevamente porque en algunos círculos ha habido énfasis en la verdad corporativa, centrada en la idea de que todos los creyentes son parte de un cuerpo. La verdad corporativa es el mensaje de la carta de San Pablo a los Efesios - mensaje extraordinario, por cierto--- pero una vez establecida esta verdad, necesitamos avanzar un poco más, hasta llegar a lo que podríamos llamar "una verdad familiar". Tenemos que reconocer que estamos en la familia de Dios, y que nuestra relación es sumamente importante. Necesitamos tener una relación de compañerismo con nuestro Padre celestial.

La frase Hijitos míos es una expresión interesante. Proviene de la palabra Griega "teknia" y probablemente debería traducirse como "mis niños pequeños" o "mis pequeños renacidos".

Después hemos leído la frase estas cosas os escribo para que no pequéis. Ninguno de nosotros ha alcanzado ese nivel espiritual elevado, aunque algunos en ocasiones hayan pretendido tener una perfección exenta de pecado, lo cual es absolutamente irreal, pues nadie ha logrado llegar a una posición de perfección tan elevada.

Si somos honestos ante nosotros mismos, también podremos afirmar que El aun no nos ha convertido en personas perfectas. Aún no hemos alcanzado semejante nivel espiritual. Por ello el apóstol Juan fue enfático al decir Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis. Como ya dijimos, Dios no quiere que vivamos en el pecado. Vamos a ver más adelante, que Juan nos iba a decir: Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado (1 Juan 5:18). Esto quiere decir que todo aquel que ha experimentado un nuevo nacimiento espiritual no practica el pecado, es decir, que no vive en el pecado. Recordemos que en la parábola del hijo pródigo, en Lucas 15, vimos que el hijo no se quedó en la pocilga a donde había ido a parar. ¿Por qué? Porque él era un hijo, y no un cerdo. Y también tenemos que ser conscientes de que, como dice Eclesiastés 7:3, Ciertamente no hay hombre justo en la tierra que haga el bien y nunca peque.

Ahora, también es cierto que usted y yo podríamos hoy decir: "Bueno, yo no creo haber hecho algo realmente malo". Pero, ¿qué podemos decir en cuanto a hacer el bien?" Recordemos amigo oyente, que hace poco tiempo estuvimos estudiando la epístola de Santiago, y allí leímos en el capítulo 4, versículo 17: al que sabe hacer lo bueno y no lo hace, comete pecado. Es que hay pecados de comisión, y pecados de omisión. Usted y yo tenemos que vivir en la luz. Cuando andamos, es decir, cuando vivimos en la luz, vemos precisamente cuán lejos quedamos de alcanzar lo que Dios quiere de nosotros. Todo hijo genuino de Dios quiere tener una relación de compañerismo con Él, y sin embargo sabe, en su interior, que se encuentra lejos de esa clase de vida que debería vivir. Hay pecado en su vida y el pecado, por más pequeño que sea, quiebra la relación de comunión con el Padre celestial.

Se cuenta que cierta vez el gran predicador Spurgeon, mientras cruzaba la calle se detuvo y parecía que estaba orando; bueno, eso era realmente lo que estaba haciendo. Uno de los miembros de su iglesia estaba esperándolo del otro lado de la calle, porque le vio venir, y cuando finalmente terminó de cruzar, le dijo: "Usted podía haber sido arrollado por un vehículo, ¿qué es lo que estaba haciendo? - parecía como si estuviera orando". Y entonces Spurgeon dijo: "Sí, estaba orando". Y este hombre dijo: "Y, ¿qué era tan importante que debía detenerse a orar allí mismo?" Spurgeon contestó: "Es que una nube se interpuso entre mí y mi Salvador, y quería removerla aún antes de llegar al otro lado de la calle".

Hay muchos cristianos que en la actualidad están viviendo vidas en las cuales están constantemente desobedeciendo a Dios y, sin embargo se preguntan por qué no están teniendo comunión con Dios. Ellos necesitan reconocer que el pecado produce una fractura de esa comunión.

Ellos necesitan saber que no han perdido su salvación, porque en la siguiente frase el apóstol Juan añadió: Pero si alguno ha pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Tomemos nota de que cuando Juan dijo abogado tenemos para con el Padre no se refirió a Él con el nombre impersonal "Dios" porque El es aún nuestro Padre, aún cuando hayamos pecado. En consecuencia tenemos que reconocer que nuestra salvación se apoya sobre lo que Cristo hizo por nosotros, y en Su obra finalizada. Alguien, con sencillas palabras intentó expresar el valor supremo y eterno de la muerte de Cristo en la cruz, diciendo: "por una vida que no he vivido, por una muerte por la que no tuve que pasar, por causa de la vida de otro, por causa de la muerte de otro, he podido asegurar toda una eternidad",

No podemos añadir nada a su obra terminada. Lo que Cristo ha hecho en la cruz es todo lo que necesitamos para la salvación.

Sin embargo, si usted y yo hemos de tener una relación de compañerismo y comunión con El, necesitamos reconocer algo más.

Dice aquí este versículo 1 que hemos leído, si alguno ha pecado, abogado tenemos para con el Padre, ¿Y quién es El? El es Jesucristo, el justo, como también lo expresa este mismo versículo. Aquí la palabra abogado proviene del Griego "Parakletos", la misma palabra que se traduce como "consolador" en el Evangelio de Juan. El Espíritu Santo es nuestro Consolador aquí en la tierra, y Cristo es nuestro Consolador desde el cielo.

Ahora, la palabra "Abogado" es un término legal. En general describe a alguien que se pondrá de parte nuestra para ayudarnos en tiempos de necesidad o problemas. Tenemos un Padre celestial extraordinario, y no perdemos nuestra salvación cuando pecamos, pero hay alguien allí arriba que quiere que la perdamos, y ese es Satanás. Satanás es el acusador de los creyentes. En Apocalipsis 12:10 se nos dice que él nos acusa ante nuestro Dios de día y de noche. Satanás se encuentra allí, próximo al trono de Dios acusándonos a usted y a mí. Recordemos la forma en que acusó al patriarca Job. En efecto, él le dijo a Dios: ¿Acaso teme Job a Dios de balde? 10¿No le has rodeado de tu protección, a él y a su casa y a todo lo que tiene? El trabajo de sus manos has bendecido, y por eso sus bienes han aumentado sobre la tierra. 11Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que posee, y verás si no blasfema contra ti en tu propia presencia. En nuestro caso, cuando el enemigo nos acusa, el Señor Jesús puede intervenir como nuestro Abogado. El murió por nosotros. Sin embargo, el acusador está allí, y algunas personas se inquietan por este hecho, por esa presencia maligna que quiere destruirnos y malograr nuestra vida. Pero el Abogado es mucho mayor, es más importante que el acusador y esta realidad sustentada por la Palabra de Dios tiene que dejarnos una sensación de paz y seguridad.

Alguien expresó esta realidad de la siguiente manera: "Escucho al acusador rugiendo, expresando los males que yo he cometido; los conozco muy bien, y aún miles más, pero el Señor no encuentra ninguno. Aunque el enemigo incansable acusa, y a medida que relata los pecados se acumulan como una inundación, nuestro Dios rechaza cada acusación, porque Cristo las ha cubierto con Su sangre". Leamos ahora el versículo 2 de este capítulo 2 de la Primera Epístola del Apóstol Juan:

"Él mismo es la propiciación por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo."

Aquí tenemos la palabra "propiciación". Esta palabra, tal como está usada aquí, es diferente a la utilizada en la epístola a los Romanos, donde significa, "propiciatorio" (que era la tapa del arca del Pacto). Allí se presentó a Cristo como la propiciación, el propiciatorio, lugar de encuentro entre Dios y el hombre. En cambio aquí en 1 Juan, "propiciación" significa "expiación". El significado indica que nuestros pecados han sido pagados por el sufrimiento de otro. Y entonces Cristo es mi abogado, está intercediendo por mí, y El mismo es la propiciación, El mismo es el sacrificio.

Observemos que Juan no dijo que si alguien se arrepiente tiene un Abogado, ni que alguien que confiese sus pecados tiene un Abogado. Tampoco dijo que alguien que pasara por una ceremonia para librarse de sus pecados tendría un Abogado. Lo que sí dijo fue que si alguien peca, tenemos un Abogado ante Dios el Padre. Antes de que siquiera nos arrepintamos de esa palabra cruel que hayamos pronunciado, en el mismo instante en que hayamos tenido ese mal pensamiento, y en el momento en que hayamos cometido una mala acción, Jesús mismo está allí ante el mismo trono de Dios para representarnos, cuando Satanás nos acusa.

Entonces, a causa de la fiel obra de intercesión de Cristo como Abogado, el Espíritu Santo produce convicción en nosotros, y entonces podemos confesar nuestro pecado al Padre. Como dijimos anteriormente, confesar significa que nos colocamos del lado de Dios y al hacerlo, vemos claramente nuestro pecado desde Su punto de vista divino; de esa manera podemos confesarlo como lo que realmente es, como pecado.

El Hijo de Dios sincero quiere complacer al Padre, y vive con esa idea en su mente. El salmista lo expresó de la siguiente manera en el Salmo 139, versículos 23 y 24: Examíname, Dios, y conoce mi corazón: pruébame y conoce mis pensamientos. Ve si hay en mi camino de perversidad y guíame en el camino eterno.

En cierta ocasión, el Dr. Ironside, para ilustrar la clase de confesión que Dios requiere, contó un incidente sobre uno de sus hijos. Una tarde, tuvo un problema con él así que lo envió al piso de arriba de la casa y le dijo que no bajara para cenar hasta que confesara la mala acción que había cometido. El joven no quería admitir nada en absoluto. Pero al cabo de unos momentos, llamó a su padre y le pidió permiso para bajar a cenar, a lo cual su padre respondió que todo dependía de él. Entonces el niño dijo: "Si crees que he hecho algo malo, lo siento". El padre respondió que eso no era suficiente. Unos momentos más tarde, el niño llamó nuevamente a su padre y en esta ocasión, cambió un poco su historia diciendo: "bueno, si tu y mamá pensáis que he cometido una mala acción, supongo que habrá sido así. Y me gustaría poder bajar a cenar". En esta ocasión, el padre también le respondió que su respuesta no era suficiente. El padre regresó entonces a la planta baja y un poco más tarde oyó al niño, que desde arriba le dijo, casi llorando: "Papá, por favor, perdóname. Sé que he hecho algo malo, perdóname, por favor". Entonces el niño fue autorizado a bajar a reunirse a cenar con el resto de la familia, con la cual disfrutó de una hermosa cena junto con sus seres queridos, porque la relación de compañerismo y comunión había sido restaurada.

Estimado oyente, si usted es un hijo de Dios, pertenece a la familia de Dios, y entonces El quiere tener esa relación de compañerismo con usted. No interesan en este momento las pequeñas reglas que usted está siguiendo, si usted piensa que de alguna forma usted va a ser capaz de vivir la vida cristiana siguiendo ciertas reglas. Pero Dios no desea que usted sea como un ordenador programado. El no está tratando de hacer eso por usted. Usted es un ser humano, con su propia voluntad libre, pero al mismo tiempo, forma parte de su familia y El quiere tener esa relación amistosa con usted. Tenga en cuenta que con El podemos hablar como no lo haríamos con nadie más.

Hasta este punto, el tema de Juan ha sido destacar que Dios es luz, y como los hijos amados de Dios pueden tener comunión y compañerismo con El. Ahora en esta segunda sección, el tema es que Dios es amor, y trata sobre cómo los hijos amados de Dios pueden tener comunión entre sí. Antes, el apóstol estaba hablando acerca de vivir en la luz; ahora veremos que va a hablas sobre andad o vivir en amor. El amor constituye la misma esencia de esta epístola. La palabra aparecer 33 veces y se coloca un gran énfasis sobre ella. Leamos entonces el versículo 3 de este segundo capítulo de 1 Juan, que inicia la sección titulada

Cómo tener comunión los unos con los otros

"En esto sabemos que nosotros lo conocemos, si guardamos sus mandamientos."

En primer lugar, tenemos que decir que este versículo no tiene nada que ver con la seguridad del creyente. Juan estaba hablando sobre la certeza. Como hijos de Dios, formamos una familia. Pero ¿cómo podemos tener la seguridad de que pertenecemos a la familia de Dios? El escritor nos estaba diciendo que la seguridad, la certeza, proviene de obedecer Sus mandamientos.

Al hablar aquí de los mandamientos, el apóstol no se refiere a los Diez Mandamientos. Juan no estaba tratando con ningún aspecto legal, sino sobre asuntos familiares. Los Diez Mandamientos fueron dados a una nación y en esos mandamientos todas las naciones civilizadas han basado sus leyes. Los Diez Mandamientos son para los que aun no han sido salvados. Ahora, Dios tiene algo para Su propia familia, es decir, mandamientos para Sus hijos. Por ejemplo, en la epístola a los Gálatas, capítulo 6, versículo 2, leemos: Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. En la Primera epístola a los Tesalonicenses, capítulo 4, versículo 2, el apóstol Pablo le dijo a la familia de Cristo: Porque ya sabéis qué instrucciones os dimos por el Señor Jesús. Algunos de esos mandamientos fueron mencionados en el último capítulo de 1 Tesalonicenses. En ese último capítulo hemos contado unos 22 mandamientos y aquí hay algunos de ellos: Estad siempre gozosos. Él quiere que usted sea un creyente alegre. Y después el versículo 17 dice: Orad sin cesar, y éste último indica una actitud de oración. Usted puede levantarse de sus rodillas y continuar aun en una actitud de oración. En el versículo 19, se nos dijo: No apaguéis el Espíritu, es decir, que no nos neguemos a Su acción en nuestra vida. Y así, éstos son algunos de los mandamientos que el Señor Jesús ha dado a los creyentes, y si hemos de tener una relación de compañerismo con Dios el Padre, y de disfrutar de esa relación teniendo la certeza en nuestros propios corazones, debemos obedecer Sus mandamientos. No sentimos que podemos hacer todo lo que nos agrade. El cristiano no hace lo que le place, sino lo que a Cristo le agrada.

Aquí nos detenemos por hoy. En nuestro próximo programa continuaremos con este estudio sobre la Primera Epístola del Apóstol Juan. Le sugerimos que lea por sí mismo y anticipadamente hasta la mitad de este capítulo 2 que estamos estudiando, para que pueda estar mejor informado de lo que consideraremos en nuestro próximo encuentro.

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