Estudio bíblico de Hageo 2:3-4

Hageo 2:3 - 4

Continuamos hoy, amigo oyente, recorriendo el libro del profeta Hageo, que se encuentra en el Antiguo Testamento. En anteriores programas vimos que este breve libro, de sólo dos capítulos, es eminentemente práctico y, aunque fue escrito hace 5 siglos antes de JC, contiene enseñanzas profundas que podemos aplicar en nuestra vida diaria.

El profeta Hageo, inspirado por el Espíritu de Dios, fue el mensajero elegido para hacerle llegar al pueblo de Israel un mensaje de amonestación y reproche de parte de Dios. Mientras estuvieron en la cautividad como esclavos de los Babilonios, el pueblo habían prometido a Dios que si les devolviera a su tierra, ellos iban a reconstruir el templo que había sido destruido por los enemigos. Pero, después de su regreso únicamente se ocuparon de edificar, cuidar y adornar sus propias casas, y se olvidaron de sus promesas. Fue entonces que el profeta Hageo intervino, por mandato de Dios, y les habló severamente sobre su indolencia, olvido y egoísmo. Después de recriminarles su apatía por los asuntos relacionados con Dios y con la construcción de Su casa, se produjo un cambio drástico en el pueblo. Recapacitaron, se arrepintieron y pusieron manos a la obra. Se comenzó la construcción del templo, y el mismo pueblo que sólo unos días antes se había excusado diciendo "que no había llegado el tiempo apropiado o propicio", ahora reaccionó, porque Dios le dijo: Ha llegado el tiempo. Inmediatamente obedecieron a Dios y comenzaron a trabajar juntos en la edificación de la casa del Señor.

Las obras de la construcción iban avanzando; todo el pueblo colaboraba, pero comenzaron a surgir situaciones inesperadas que llegaron a desanimar a la gente. Algunos de las personas más ancianas tenían grabadas en su memoria el esplendor del primer templo, y recordaban la época cuando allí se erigía el templo de Salomón. Esa construcción era como una joya, hermosa en su construcción y valiosa por sus preciosos adornos. Mencionábamos en el programa anterior que hoy ese edificio podría costar, un equivalente entre 5 y 20 millones de dólares. Entre los materiales utilizados había una enorme cantidad de piedras preciosas, de oro, plata, y maderas y metales valiosos.

Según leemos en el texto bíblico, el edificio que se comenzó a levantar estaba hecho en gran parte de las maderas que tuvieron que bajar de las cercanas montañas. Este templo era completamente diferente, no iba a ser un gran edificio, desde el punto de vista arquitectónico. Por su sencillez, la casa de Dios no resultaba nada impresionante. Eso fue la causa del descontento; los ancianos comenzaban a llorar y a gemir, inmersos en sus amargos recuerdos al rememorar el esplendor y la hermosura deslumbrante del templo anterior. Sin embargo, los jóvenes estaban felices, regocijándose, y llenos de júbilo. Había un gran abismo de separación entre estas generaciones. Los ancianos, curtidos por el tiempo y las terribles experiencias en la cautividad, recordaban con melancolía los pasados tiempos, que según ellos, habían sido mejores que los presentes. Pero la juventud sólo veía su presente, anhelaba disfrutar la libertad y la oportunidad de volver a construir un porvenir.

Esa situación de descontento y crítica interna llegó a dañar el ánimo y la perseverancia de aquellos que estaban involucrados en la construcción; era como un cubo de agua fría, que empañaba el espíritu festivo con el que emprendían las obras del nuevo templo. Las quejas, los lamentos y las críticas de los ancianos causó impacto entre la gente, y el entusiasmo inicial, por el empuje del profeta Hageo, estaba desapareciendo. Pero Dios no era indiferente ante esa situación contradictoria, y le dio una palabra específica a Hageo para que la transmitiese a Su pueblo. Vamos a leer el versículo 3 del capítulo 2 del libro de Hageo:

"¿Quién ha quedado entre vosotros que haya visto esta casa en su gloria primera, y cómo la veis ahora? ¿No es ella como nada delante de vuestros ojos?"

Dios vio que ellos estaban comparando los dos templos, el que había construido Salomón con gran esplendor y derroche de adornos, una obra de arte que causó la admiración y la envidia de los pueblos vecinos, y ahora éste nuevo templo, más sencillo, sin grandes pretensiones; no podría compararse el uno con el otro.

Dios, que conocía bien los corazones, intervino por medio de su mensajero Hageo. Les dio la razón, en que no se podía comparar una casa con la otra, una circunstancia pasada, con las condiciones actuales a las que ellos enfrenaban. Sigamos leyendo el siguiente versículo 4:

"Pues ahora, Zorobabel, esfuérzate, dice Jehová; esfuérzate también, Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote; y cobrad ánimo, pueblo todo de la tierra, dice Jehová, y trabajad; porque yo estoy con vosotros, dice Jehová de los ejércitos."

Qué versículo maravilloso, y qué mensaje tan tierno y preocupado. Fue una palabra de ánimo y aliento de parte de Dios, el que les transmitió Hageo. El desafío de Dios fue un reto doble. Tres veces dijo Dios: Esfuérzate. Él envió esa palabra al gobernante Zorobabel: Esfuérzate. Igualmente al líder religioso le envió el mensaje: Esfuérzate. Y al pueblo, también lo nombró, para que Hageo le transmitiera el mensaje "cobrad ánimo". Dios quería que nadie se sintiera excluido por diferente que fuese su condición, o situación: todos tenía que esforzarse, desde el gobernante, pasando por la más alta jerarquía religiosa, hasta el pueblo más llano, ¡esforzaos! Dios tenía tal preocupación por Su pueblo que le envió un mensaje tan sencillo, expresado de una manera tan cercana y cariñosa.

Ahora, el Apóstol Pablo también escribió unas palabras de mucho aliento en su epístola a los Efesios. En un mundo tan grande, tan complicado y conflictivo que nos ha tocado vivir, ¿qué puede servirnos de aliento, estímulo y ánimo? Los hijos de Dios, los que hemos creído en el Señor Jesucristo, muchas veces desfallecemos al sentir que "nadamos contra corriente", nos agotamos en el esfuerzo de mantener nuestra ética cristiana; creemos que somos pocos en número, en medio de una sociedad post-cristiana y post-moderna. ¿Cuál es la respuesta para esa circunstancia? Aquí tenemos la respuesta de Dios, por medio del apóstol Pablo que escribió en el capítulo 6, versículo 10: Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. (Ef. 6:10). Esa advertencia, o consejo de Pablo es vital para cada hijo de Dios: nosotros no podemos hacer nada por nuestras propias fuerzas, deseos o voluntad. Pero es el poder de Dios, quien quiere y puede hacer mucho. Fortaleceos en el Señor. ¡Que maravilloso descanso! Encontramos ese mismo pensamiento en la epístola a los Hebreos, capítulo 11, versículo 34: Apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros.

Dios, a través de toda la historia de la humanidad ha usado a personas débiles y situaciones que humanamente estaban perdidas para mostrar Su poder y gloria. Dios no busca, o necesita espaciosos edificios, bien adornados, esas grandes y hermosas catedrales con magníficas obras de arte. La grandiosidad de un templo no garantiza de que todos los que asisten a algún servicio religioso genuinamente asisten para acercarse a Dios, o sientan un profundo deseo de conocerle más y mejor.

De modo que, estimado amigo oyente, en el estudio que hoy nos ocupa encontramos una palabra de aliento: podemos, y debemos, ser fortalecidos en el Señor. El Apóstol Pablo también hizo la misma recomendación cuando escribió al joven predicador Timoteo, en el capítulo 2, versículo 1 de su segunda epístola a Timoteo: Tu, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. Timoteo era un hijo espiritual de Pablo, pero Pablo le recordó, que como un hijo de Dios, debía esforzarse, pero que la fuerza y la gracia estaban en Jesucristo. Hay muchas personas que repiten una y otra vez: "Sí, soy un hijo, una hija de Dios, pero en realidad soy tan insignificante, no soy nadie, tengo poco y soy poca cosa; mi trabajo y mi vida son insignificantes, lo que hago no tiene mayor trascendencia". Estimado amigo oyente, si usted piensa en estos términos de sí mismo, y de su vida, entonces tenemos buenas noticias. El enemigo de su alma, el diablo, está sembrando semillas de incredulidad y desconfianza en su mente y corazón. El único que es capaz para determinar nuestro valor, es Dios, quien utiliza una vara de medir distinta a la que usamos nosotros cuando evaluamos o juzgamos a un persona.

Dios tiene una escala de valores muy distinta a la nuestra y Su regla de medir es completamente diferente. Él no juzga el tamaño, o la importancia de lo que hacemos para Él; a Dios no le podemos impresionar con nada de lo que hagamos. Dios ve en lo profundo de nuestro corazón y conoce la verdad sobre nosotros, Sus hijos amado. A Dios lo que verdaderamente Le importa es lo que el apóstol Pablo explicó tan claramente en la Primera carta a los Corintios, capítulo 16, versículo 13: Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos. (1 Corintios 16:13). Pablo estaba hablando a los creyentes en Corinto, a personas muy nuevas en la fe de Jesucristo, a las que comparó con niños recién nacidos, lactantes, que sólo pueden recibir "leche espiritual"; es decir, que sólo comprendían los temas más básicos de la Fe. Pablo les estaba animando a salir de sus cunas y que crecieran, para llegar a ser fuertes en el Señor. ¡Cómo necesitamos en nuestros días a creyentes en Jesucristo, maduros, equilibrados, con los pies en la tierra, pero con el corazón y la mente en los asuntos de Nuestro Padre Celestial! El apóstol volvió a escribir en su segunda epístola a los Corintios, capítulo 10, versículo 4: Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas. (2 Corintios 10:4).

Estimado amigo oyente, ¿sabía que cuando nos sentimos débiles, insuficientes o poca cosa para enfrentar los retos de la vida, Dios ha prometido que Él tomará el control, el timón de nuestra barca, y nos puede hacer fuertes y valientes? El Dr. McGee, autor de los manuscritos originales de este programa comentó muchas veces: "yo le he dicho al Señor muchas veces: "Dios, si las personas que acuden al estudio bíblico renueven su fe y compromiso contigo, es porque Tú los convenciste, porque Tu obraste. Sólo Tú puedes lograrlo, porque Tú y yo sabemos, que yo no puedo hacer nada, me siento incapaz para convencer a nadie". El Apóstol Pablo, continuó diciendo en su Segunda epístola a los Corintios, capítulo 10, versículos 5 y 6:"Derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta."

Los hijos de Dios debemos mostrar nuestro amor a Dios ejercitando continuamente nuestra obediencia total a Sus mandatos, a Sus leyes, a Su Pacto con nosotros, Sus hijos. Por ello, una y otra vez, la Palabra de Dios nos recuerda que debemos "esforzarnos". Y Dios envió este mismo mensaje a Su pueblo, por el profeta Hageo, reconociendo que el templo que estaban construyendo no era tan impresionante como el anterior, tan magnífico y deslumbrante. Dios les dijo: "Yo sé todo eso, sólo te mando que te esfuerces. Ese es mi reto". Dios reiteró ese mandato tres veces, para darle toda la importancia que para Él tenía, pero añadió algo más.

Continuó diciendo: Y trabajad. Dios encarga a cada hijo suyo una tarea, algo para hacer, algo que Le glorifique, algo que ayude a extender el Reino de Dios en esta Tierra. Quizá nos pueda parecer que la obra o tarea de otro cristiano es más importante, más glamorosa, más interesante. Pero sólo será Dios quien determine quién está haciendo la mejor obra. La Palabra de Dios enseña que cuando lleguemos al Cielo, veremos que muchas personas a las quizá en la Tierra considerábamos como pequeñas e insignificantes, allí nos sorprenderá por la importancia que Dios les dará. El Dios Todopoderoso es el único que puede juzgar y determinar la importancia real de cada persona y de su obra. En el Cielo, en la presencia de Dios, nos llevaremos más de una sorpresa, porque Dios ve y evalúa con otra métrica que no tiene nada que ver con la nuestra.

¿Sabe, amigo oyente? Algún día, cuando Dios lo estime oportuno, llegaremos a la misma presencia de Dios. Allí se nos revelarán muchos misterios, y recibiremos el premio a nuestra fidelidad y obediencia, la "corona de la vida". Pero allí también se revelará si fuimos fieles a la comisión, o la obra que Dios nos había encomendado. Dios espera que todos Sus hijos sean fieles testigos en medio de sus familias, o en medio del entorno profesional; a algunos el Señor los llama a tareas más visibles, y a otros les encomienda trabajos más discretos. Pero un día recibiremos el premio de nuestra fidelidad, y Dios evaluará nuestra obediencia en lo grande, y en lo pequeño. Y, amigo oyente, creemos que nuestros ojos van a ser abiertos, para ver con los ojos de Dios, el día cuando estemos ante la presencia del Señor. Él mandó claramente: Esfuérzate y trabajad. ¡Seamos fieles en la obra que Dios nos ha dado para hacer!

Y este versículo 4 del segundo capítulo de este libro de Hageo que estamos estudiando termina con esta hermosa palabra de ánimo y de estímulo: Porque yo estoy con vosotros, dice el Señor de los ejércitos.

Hay muchos pensamientos en este interesante capítulo dos, especialmente en esta frase que ahora estamos leyendo; y vamos a dedicarle algún tiempo. Porque yo estoy con vosotros, dice el Señor de los ejércitos.

Debemos recordar que la Gloria de Dios se había apartado del primer templo, de ese hermoso e impresionante templo construido por el rey Salomón; eso ocurrió algún tiempo antes de la destrucción de la casa de Dios. Creemos que el alejamiento de Dios de Su templo ocurrió durante el reino de Manasés. Este gobernante era un hombre depravado y vicioso, y durante su reino la nación de Israel tocó fondo, descendió al abismo más profundo. La gloria de Dios, la Shekiná, la visible presencia de Dios, se apartó unos 125 años antes de su destrucción por los babilónicos. Los ancianos que recordaban la gloria del primer templo sólo pensaban en el esplendor exterior del templo, pero la Gloria de Dios ya había abandonado el templo mucho tiempo antes.

En la actualidad, en Jerusalén, en el mismo lugar donde hace muchos siglos se encontraba enclavado el templo, se ha edificado la mezquita de Omar, que tiene una espectacular cúpula dorada. A los visitantes que llegan a Jerusalén les deslumbra el destello de esa cúpula. Se puede apreciar toda la belleza de esa mezquita desde el Monte de los Olivos, desde Sion. Al observar esa impresionante mezquita musulmana, la imaginación nos lleva a pensar en la magnificencia e importancia del templo que ocupó en siglos pasados ese mismo lugar, incomparable con ninguna otra construcción hecha por los manos del hombre.

Así es que, comparando los ancianos el recordado templo de Salomón, con la construcción que se estaba levantando ante sus ojos, su desconsuelo era profundo. Pero, amigo oyente, lo más importante fue que la gloria Shekiná, la presencia de Dios, ya no estaba allí; se había apartado. Esta nueva construcción que se estaba edificando se llamó el templo de Zorobabel, que más tarde fue derribado por el rey Herodes. Herodes construyó un hermoso templo en su lugar, el mismo que Jesucristo visitó en muchas ocasiones. Ese templo nunca fue finalizado, y en año 70 D.C., Tito, con su ejército romano lo destruyó. Sólo quedaron las impresionantes piedras del famoso "Muro de las Lamentaciones", como un recuerdo de aquella grandiosidad. El Señor Jesucristo siempre contempló el Templo como la Casa de Dios, como una sola, y no como tres templos sucesivos.

La casa que el pueblo construyó en los tiempos de Hageo estuvo en la misma línea con la construcción que siglos más tarde encontraría el Señor Jesús y al que visitó muchas veces durante Su ministerio.

Ahora, meditemos por un momento sobre la persona de Jesucristo. Él era la gloria Shekiná de Dios. Él era Dios manifestado en la carne, en su humanidad. De Él Juan dijo: Contemplamos su gloria. Jesucristo entró muchas veces en el templo de Herodes, pero tuvo que limpiarlo porque allí no estaba la Shekiná, la Gloria de Dios.

Dios les dijo a los desanimados constructores del pequeño y humilde templo en los días de Hageo: sí es cierto que este templo es diferente, es sencillo, pero "Yo estoy con vosotros". Más importante que tener un hermoso edificio, es contar con la presencia del Dios. Necesitamos tener una percepción y una visión correcta de lo que es real y verdadero desde la perspectiva de Dios, para saber qué obtendrá Su bendición, y qué carecerá de ella.

Vamos a detenernos aquí por hoy, pero continuaremos con el final de capítulo 2 en nuestro próximo programa. Mientras tanto, nos permitimos sugerirle que complete la lectura de este capítulo 2, del libro de Hageo para estar mejor informado para nuestro próximo estudio.

Como siempre mencionamos, continuamos orando por nuestros amigos oyentes y pedimos a Dios Su luz y presencia en su vida. Hasta nuestro próximo programa.

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