Estudio bíblico de Zacarías 7:8-11

Zacarías 7:8 - 11

Continuamos, amigo oyente, nuestro viaje a través del libro del profeta Zacarías. Nos encontramos en la ciudad de Jerusalén en el siglo VI A.C. Zacarías, un joven sacerdote y profeta israelita estaba siendo utilizado por Dios para anunciar a Su pueblo una serie de mensajes que serían de gran ánimo y consuelo para los habitantes de esa ciudad.

Estos mensajes, enviados por Dios a Zacarías por medio de unas visiones, constituyeron una poderosa llamada de atención a la conciencia nacional del pueblo de Israel.

Zacarías transmitió fielmente a sus hermanos de sangre que, a pesar de sus constantes ritos y prácticas religiosas, Dios estaba profundamente disgustado con su pueblo. La nación de Israel, tras 70 años de pobreza, esclavitud y cautiverio en Babilonia estaba intentando intensamente lograr poder y prosperidad, y había apartado sus ojos de Dios y se había dejado engañar por falsos dioses, riquezas y bienes materiales.

Pero a pesar de todo, Dios deseaba dar una nueva oportunidad a Su pueblo. Dios amó -y continúa amando- intensamente a Sus hijos; Él anhelaba restaurar Su relación con Su pueblo y deseaba ardientemente derramar bendición, prosperidad y paz sobre ellos, pero a cambio Él les exigía una profunda renovación espiritual.

Por medio del profeta Zacarías, Dios reclamó no sólo la reconstrucción de su templo, sino también exigió limpieza en la vida de sus hijos.

En este contexto, la ciudad de Jerusalén recibió la inesperada visita de una delegación de judíos procedente de la vecina localidad de Betel. El propósito de su viaje era, aparentemente, sencillo: Deseaban formular una importante pregunta al Señor, su Dios y a sus sacerdotes: ¿Era necesario o no continuar la práctica del ayuno nacional instaurado desde hacía años en el exilio Babilónico rememorando la caída de Jerusalén y la destrucción de su Templo? Aunque Jerusalén no tenía por aquel entonces muros y quedaban aún numerosas ruinas, dado que el templo estaba prácticamente listo, estos judíos deseaban preguntar al Señor y a los sacerdotes si necesitaban continuar el ayuno.

Este ayuno era un periodo de abstinencia voluntaria de alimentos y tenía por objetivo demostrar su profunda aflicción por el saqueo, incendio y destrucción de su sagrado templo, unos 70 años antes. El propósito de esta abstinencia alimentaria era afligir el alma y dar más fuerza a la oración, expresando así una actitud de humillación ante Dios.

¿Por qué surgió esta pregunta en las mentes de los israelitas? Posiblemente, el gran número de años transcurrido desde entonces, unido a la inminente finalización del nuevo templo y a la creciente prosperidad del pueblo, les llevó a cuestionar la necesidad de continuidad con el incómodo y exigente rito del ayuno.

Como recordarán, en nuestro anterior programa estuvimos analizando el tema de los ritos en cuanto a su obligatoriedad y su valor ante los ojos de Dios.

Aún hoy ésta es una pregunta importante que se hacen muchas personas. "¿Deberíamos realizar esta ceremonia o aquella otra?" "¿Deberíamos practicar este ritual o debería abstenerme de hacerlo?" La cuestión, entonces y ahora, sigue siendo relevante: "¿Son necesarios los ritos para agradar a Dios?"

Ésa era, en realidad, la pregunta de la delegación de judíos procedente de Betel y sigue siendo nuestra pregunta hoy en día: "¿Siguen importando nuestros actos o pesan más, ante Dios, la actitud de nuestro corazón?

Indudablemente, los ritos y ceremonias han sido importantes para el desarrollo del hombre desde el comienzo de la humanidad. Todas las sociedades y culturas se han caracterizado por desarrollar determinados ritos de transición, tales como el del matrimonio o el de la muerte, ritos de celebración, como el del cumpleaños, o bien ritos de adoración, hacia los dioses y divinidades.

La Biblia nos narra cómo Jesucristo instauró dos ordenanzas o sacramentos que debían ser observadas por la Iglesia: El bautismo y la cena del Señor. El primer término proviene del griego baptizo, que significa: "hundir o sumergir". Cuando el candidato al bautismo es sumergido en el agua, este hecho representa o simboliza su descenso a la tumba y su sepultura, tal y como sucedió con el mismo Jesús. Salir del agua representa, en cambio, ser resucitado con Cristo, para vivir una vida nueva. El bautismo es un símbolo evidente de lavamiento y de limpieza de los pecados, así como profesión pública de fe y de entrada en la vida en comunidad.

Si bien el bautismo debe ser observado una única vez por cada persona, como señal de comienzo de su vida cristiana, la Santa Cena del Señor es una enseñanza que debe ser celebrada repetidamente a lo largo de la vida cristiana como señal de permanente compañerismo y comunión con Cristo. Por medio de la Santa Cena o Cena del Señor simbolizamos participar en su muerte; cuando se parte el pan, esto simboliza el quebrantamiento del cuerpo de Cristo, y al verter el vino en la copa, esto simboliza la sangre de Cristo derramada por nuestros pecados en la cruz. Con este acto también simbolizamos apropiarnos de los derechos ganados por Cristo en la cruz para nosotros. Además, también expresamos que Cristo es, para nosotros, el alimento y refrigerio espiritual que necesitamos.

Retomando nuestra historia bíblica, antes de que el pueblo fuera cautivo por el conquistador babilónico, Dios juzgó a los habitantes de Jerusalén debido a que sus corazones estaban lejos de Él. Sus numerosos y complejos ritos no eran precisamente lo que Dios deseaba.

En los versículos 5 y 6 de Zacarías, Dios les confrontó con la idea de que su ayuno no había tenido lugar por motivos de arrepentimiento genuino, ni debido a la tristeza por su pecado. Más bien, determino Dios, su único motivo había sido el sentimiento de lástima por sí mismos y el "peso de la tradición o costumbre."

Fue esa la razón por la cual Dios les dice en el versículo 7 del capítulo 7 de Zacarías:

"¿No son estas las palabras que proclamó el Señor por medio de los profetas primeros, cuando Jerusalén estaba habitada y tranquila, y sus ciudades en sus alrededores y el Neguev y la Sefela estaban también habitados?"

En otras palabras, lo que Dios les estaba diciendo era: "Vosotros estabais llevando a cabo estos ritos antes de la cautividad, y aun así, yo os envié a la cautividad". ¿Por qué? "Porque vuestro corazón tenía una actitud incorrecta. Y vuestros múltiples ritos no pudieron salvaros".

Con estas sencillas palabras Dios enseña una profunda verdad espiritual: Los rituales no importan tanto como la obediencia. Lo que había traído gozo, paz y prosperidad abundante a Israel en el pasado había sido su obediencia a la Palabra de Dios, y esas bendiciones cubrieron la tierra entera durante el tiempo de los reyes David y Salomón. Si la generación del tiempo de Zacarías reemplazaba la obediencia con rituales, ellos, el pueblo de Dios también perderían el gozo, la paz y la prosperidad que ya habían comenzado a disfrutar.

Parece fácil criticar la actitud de estos israelitas, más preocupados por ellos mismos que por su relación con Dios. Pero si volvemos nuestra atención hacia nosotros mismos, hoy, nos daremos cuenta que todos cometemos errores y faltas, con nuestros semejantes y también contra las personas que más queremos. Y, por supuesto, contra el mismo Dios y sus ordenanzas y mandamientos; en definitiva, todos fallamos y todos pecamos. ¡Todos somos pecadores! Y aunque como cristianos continuamos pecando, somos pecadores salvados por la sangre de Jesús; por eso la Biblia dice que somos "santos, que pecamos."

Somos conscientes que algunos no estarán satisfechos o conformes con semejante afirmación, pero debemos insistir en que somos pecadores salvados, pecadores perdonados. Pero, todavía somos pecadores y seremos pecadores hasta aquel día. El apóstol Juan en su primera epístola, capítulo 3, versículo 2, dijo: "Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es".

En aquel día, cuando usted me vea, amigo oyente, yo ya no seré un pecador, pero hasta ese día, seré un pecador, y ¿sabe una cosa? Aunque suene políticamente incorrecto, usted también lo es. La Biblia afirma que todos somos pecadores ante Dios.

Algunos profesionales de la salud mental afirman que la maldad humana es fruto de una infancia desgarrada, de traumas no superados y de deseos insatisfechos. Sin embargo, numerosos psicólogos y psiquiatras, como el Dr. Carl Meninger, terapeuta psicoanalista, que acostumbraban a aceptar la psicología freudiana, advierten ahora: "Las realidades de la culpa personal y del pecado han sido etiquetadas como síntomas de enfermedad emocional o una condición ambiental por la cual el individuo no es considerado responsable". Aunque, a continuación, agrega: "Hay pecado que no puede ser incluido bajo una etiqueta verbal como una enfermedad, la delincuencia, las desviaciones de diversos tipos. Hay inmoralidad, hay comportamiento poco o nada ético. En dos palabras: Existe maldad en las personas que no es atribuible a aspectos puramente psicológicos". Estimados amigos, sólo Dios conoce nuestros corazones. La Biblia afirma: "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso, ¿quién lo conocerá?". Sólo Dios lo conoce.

Ahora, escuche lo que Él dice aquí en este versículo 8 del capítulo 7 de Zacarías:

"Y vino palabra del señor a Zacarías, diciendo:"

Y nuevamente debemos enfatizar que el profeta Zacarías no estaba exponiendo su propia opinión, o ideas. Él estaba presentando fielmente el mensaje que Dios quería que escucharan. Y en el versículo 9 de este capítulo 7 de Zacarías, leemos:

"Así habló el Señor de los ejércitos, diciendo: Juzgad conforme a la verdad, y haced misericordia y piedad cada cual con su hermano"

De esta manera comenzó el segundo de los cuatro mensajes que Zacarías transmitió para responder a la pregunta de los mensajeros de la ciudad de Betel: "¿debemos o no continuar practicando nuestro ayuno por la antigua destrucción de nuestro templo, cuando ya está casi terminada la construcción del nuevo templo?."

El profeta trajo a la mente, y a la memoria, el mensaje con el que comenzó su ministerio y también las advertencias de los anteriores profetas, con el propósito de alertar a la delegación acerca de la necesidad de ser obedientes a Dios. No debían repetir los errores de sus antepasados, que rechazaron la Palabra de Dios y Sus mandamientos de manera deliberada, porque fue esa razón la que provocó la ira de Dios sobre ellos.

Quizá sería bueno, en estos momentos volver a destacar los últimos mandamientos, y considerarlos hoy. Los primeros tres mandamientos tenían que ver con "la relación del hombre con Dios". Ahora, si vamos directamente a los últimos cinco mandamientos dicen: "No matarás, no cometerás adulterio, no hurtarás, no hablarás contra tu prójimo falso testimonio, no codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo". (Éxodo 20:13-17). Ni su coche, ni la hermosa casa en la que el prójimo, el vecino, vive. Usted, ni yo, debemos codiciar, - lo que significa "desear de una manera indebida"- ninguna de estas cosas. Así es que, también nosotros, en este siglo 21, si decimos que somos hijos de Dios, que somos cristianos, apliquemos estos mandamientos también para nosotros mismos. Y tomemos nota lo que se nos dice aquí; leamos el versículo 9 de este capítulo 7 de Zacarías, otra vez:

"Así habló el Señor de los ejércitos, diciendo: Juzgad conforme a la verdad, y haced misericordia y piedad cada cual con su hermano"

No debemos mentir, no debemos robar, no debemos codiciar. Debemos demostrar misericordia y piedad, cada cual con su hermano, con su prójimo. Y el versículo 10, agrega:

"No oprimáis a la viuda, al huérfano, al extranjero ni al pobre; ni ninguno piense mal en su corazón contra su hermano."

Estas indicaciones provenían de Dios, y Sus advertencias no sólo estaban dirigidas a Su pueblo, y para los tiempos del profeta Zacarías, sino para todos los que buscan a Dios y quieren conocerle. El Señor Jesucristo presentó todos los mandamientos de Dios, no restó importancia a ninguno de ellos; nosotros vamos a considerar solamente dos.

Jesucristo dijo que si alguien estaba enfadado, irritado, y se expresaba con palabras ásperas contra su hermano, ya era culpable de muerte. El pueblo de Israel cumplía, a rajatabla, todos los ritos; lloraban, se lamentaban, ayunaban y traían sacrificios. Pero próximamente, cuando nuestro programa viaje hasta el libro del Profeta Malaquías, el último del Antiguo Testamento, veremos que Dios dijo a su pueblo que todos sus sacrificios, literalmente, "le hacían enfermar". Fijémonos en lo que dice el versículo 11 de este capítulo 7 de Zacarías:

"Pero no quisieron escuchar, antes volvieron la espalda, y taparon sus oídos para no oír"

Ellos no querían oír lo que Dios deseaba que oyeran. Y hay personas hoy que , si no han cambiado ya de emisora, estarán a punto de hacerlo. ¿Por qué? Porque no desean escuchar esta clase de afirmaciones hoy, tan categóricas y determinantes. Muchos prefieren vivir de espaldas a Dios; prefieren ir por la vida según sus propios criterios y hacer todo según su propia voluntad.

El autor de estos estudios bíblicos, el Dr. J. Vernon McGee contaba que cuando él era niño, en cierta ocasión, en el quinto curso, su colegio estaba presentando un programa. Su clase estaba sentada al frente y él no se estaba portando muy bien. Su padre se encontraba en la parte de atrás del auditorio y cuando vio el mal comportamiento de su hijo, caminó hacia él, le tocó en el hombro y el niño se volvió, le miró y le dio la espalda. Entonces, su padre, decía el Dr. McGee, le tomó de la mano, le sacó fuera y le dijo: "Hijo, te voy a castigar y no porque estés portándote mal sino porque cuando te toqué en el hombro, me diste la espalda". Luego añadió: "Tú fuiste desobediente". Y entonces, le castigó.

Sirva esta anécdota para ejemplificar el comportamiento de Israel: Le estaba volviendo la espalda a Dios. Era como si Dios les estuviera tocando el hombro", pero ellos, Su pueblo escogido, el pueblo que había visto multitudes de milagros y prodigios de la misericordia del Altísimo "le habían dado la espalda". Y la pregunta que nos hacemos es: ¿A cuántas personas Dios les está tocando el hombro y les está advirtiendo de que no hagan esto o aquello; que no vivan esa clase de vida, pero, en cambio, ellos le dan la espalda, y cubren sus oídos porque no desean escuchar lo que Dios les está diciendo?

Nuevamente la Palabra de Dios nos habla de manera muy clara y directa al corazón: ¿Existe algo en mi vida, en su vida, que no le complace a Dios? ¿Qué es lo que, al día de hoy, se está interponiendo entre Dios y yo, entre Dios y usted, estimado oyente? ¿Existe algo que entorpezca nuestra relación con Dios?

Recuerde, amigo oyente, que uno de los mayores misterios del universo es que Dios, su creador, desea y anhela mantener una relación personal con usted. ¿Cómo? Por medio de Su Hijo Jesucristo. Por medio de su fe en Él, como su salvador personal y como dueño y Señor sobre su vida. Si usted, estimado amigo, decide poner su vida en Sus manos, la Biblia afirma que podrá disfrutar de una vida plena, una vida completa y una vida segura. Una vida feliz, a pesar de las circunstancias. Hoy, necesitamos más que nunca un mensaje con menos palabras y más verdades; menos esperanza y más certezas. La Biblia, estimado oyente, contiene palabras de esperanza y certezas. Por ello le animamos a que usted la lea con frecuencia, la tenga siempre a mano y sea su referencia en la toma de decisiones. La Biblia afirma en el Salmo 1 que si usted obedece la Palabra de Dios, será "bienaventurado", es decir, feliz y afortunado, porque disfrutará del favor de Dios sobre su vida, su familia, su trabajo y sus relaciones.

Bien, estimado oyente, nos detenemos aquí por hoy. Le invitamos a sintonizarnos de nuevo en nuestro próximo Programa. Hasta entonces, le sugerimos que usted concluya la lectura del capítulo 7 de Zacarías para un mejor aprovechamiento de este estudio bíblico.

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