Estudio bíblico de Éxodo 30:1-38

Exodo 30

Tema: La adoración

En nuestro programa anterior consideramos la ceremonia de consagración de los sacerdotes, los sacrificios de dicha consagración y el significado del sacrificio continuo. Así que resulta lógico que el relato nos lleve ahora al Tema de la adoración. Y el primer apartado que vamos a considerar trata sobre

El altar del incienso

Este es, pues, el gran capítulo de la adoración. Al mirar al primer compartimiento del tabernáculo propiamente dicho, llamado el Lugar Santo, encontramos 3 muebles. Todos ellos nos expresan adoración. Ya hemos hablado del candelero y de la mesa del pan de la presencia. Pero allí también había un altar; el altar del incienso. La mesa del pan de la presencia y el candelero de oro simbolizaban al pueblo de Dios reuniéndose y teniendo juntos convivencia y comunión. Para los creyentes en la actualidad, como veremos en el Nuevo Testamento, habría una reunión festiva en la que, por medio de la comunión con Cristo y los unos con los otros, se recibiría alimento espiritual. Volviendo a nuestro pasaje, iniciemos la lectura con los versículos 1 al 4:

"Harás también un altar para quemar en él incienso; de madera de acacia lo harás. De cuarenta y cinco centímetros será su longitud y de cuarenta y cinco centímetros su anchura, será cuadrado; y de noventa centímetros su altura. Sus cuernos serán de una pieza con él. Lo revestirás de oro puro: su parte superior, sus lados en derredor y sus cuernos; y le harás una moldura de oro alrededor. Le harás dos argollas de oro debajo de su moldura; los harás en dos de sus lados, en lados opuestos, y servirán de sostén para las varas con las cuales transportarlo."

Según las instrucciones, era un altar pequeño pero, aun así, tenía argollas para poder introducir las varas que permitirían transportarlo sobre los hombros de los sacerdotes. En el libro de Números se nos dice que los Levitas transportaban los muebles en su marcha por el desierto. Dice el versículo 6:

"Pondrás el altar delante del velo que está junto al arca del testimonio, delante del propiciatorio que está sobre el arca del testimonio, donde yo me encontraré contigo."

El altar estaba instalado exactamente junto al velo o cortina. El arca del pacto y su tapa, llamada propiciatorio, se encontraban del otro lado del velo. Así que el altar se hallaba en el Lugar Santo, el lugar de la adoración. Leamos los versículos 7 al 9:

"Y Aarón quemará incienso aromático sobre él; lo quemará cada mañana al preparar las lámparas. Y cuando Aarón prepare las lámparas al atardecer, quemará incienso. Habrá incienso perpetuo delante del Señor por todas vuestras generaciones. No ofreceréis incienso extraño en este altar, ni holocausto ni ofrenda de cereal; tampoco derramaréis libación sobre él."

Este no era un altar de sacrificio. Y solamente un cierto tipo de incienso podría colocarse sobre este altar. Los sacerdotes entrarían allí para quemar incienso cada vez que encendiesen las lámparas del candelero. Este altar nos lleva a pensar en la adoración. Y conocemos este significado porque la Biblia utiliza en muchos pasajes el incienso como un símbolo de la oración y la alabanza. El rey David, por ejemplo, en el Salmo 141:2, dijo: Sea puesta mi oración delante de ti como incienso. Y en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis, en una visión, está presente la figura del incienso. Dice Apocalipsis 8:3, Otro ángel vino y se paró ante el altar con un incensario de oro, y se le dio mucho incienso para que lo añadiera a las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro que estaba delante del trono. El Evangelio según Lucas 1:9 nos dice que Zacarías, conforme a la costumbre del sacerdocio, fue escogido por sorteo para entrar al templo del Señor y quemar incienso. Zacarías era un miembro de la tribu de Leví y ejercía su sacerdocio en el Templo. En este versículo se nos dice que estaba sirviendo junto al altar del incienso. Y era la hora de la oración. El Dr. Lucas, cronológicamente, inició el Nuevo Testamento con Zacarías ante el altar del incienso. En otras palabras, Dios interrumpió Su silencio de 400 años, el período entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, en el altar del incienso, entregándole allí un mensaje a Zacarías.

Por lo tanto, el incienso es una figura del Señor Jesucristo, nuestro intercesor. En la época relatada en nuestro pasaje de hoy, el sacerdote Aarón ejercía su ministerio en el lugar de la adoración. Y Aarón era una figura de Cristo en este sentido específico, aunque Cristo es realmente un sacerdote según el orden sacerdotal de Melquisedec, como veremos al estudiar la carta a los Hebreos 7. En el capítulo 9 de esa carta a los Hebreos, encontramos un detalle extraño: el altar del incienso aparecía colocado en Lugar Santísimo. ¡Fue como si el escritor de esa carta ignorase donde debía estar! ¿Por qué le habrá colocado en el Lugar Santísimo, antes que en el Lugar Santo, como aparece en este libro del Éxodo? Pues porque cuando esa carta a los Hebreos fue escrita, la cortina o velo que separaba ambos lugares había sido desgarrada y dividida en dos partes, en el momento de la muerte de Cristo. Cristo había sido ofrecido aquí en la tierra, Su cuerpo había sido desgarrado cuando había muerto en la cruz. Pero, después de su resurrección ascendió, regresando al cielo, y en la actualidad, el altar del incienso se encuentra en los cielos. Nosotros nos acercamos a Dios por medio de Jesucristo. El es nuestro gran Intercesor. Cristo está en los cielos y este altar nos habla del lugar donde El se encuentra. Cuando nos comunicamos con Dios a través de la oración, tenemos que presentarnos por medio del Señor Jesucristo.

Algunas personas dicen: "bueno, ahora que he sido salvado, puedo acceder directamente a Dios". Realmente, no puedes. Solo puedes acercarte a Dios por medio de Jesucristo. El es el que nos conduce a la presencia de Dios. Cristo está en el cielo orando por nosotros. Para los israelitas era admirable pensar que su sumo sacerdote se encontraba en el tabernáculo, ante el altar del incienso, orando por ellos. Para nosotros es, también, maravilloso saber que Jesucristo. Nuestro gran Sumo Sacerdote, está orando por nosotros.

Cristo no está orando por el mundo. ¿Lo sabías? Cuando estaba en esta tierra y antes de morir, en su llamada oración sacerdotal, registrada en el Evangelio de Juan 17:9, dijo: Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me has dado; porque son tuyos. Podríamos preguntarnos, ¿y por qué no ora por el mundo? Jesucristo murió por el mundo y el Espíritu Santo se encuentra aquí para hacer el ofrecimiento de Cristo real a todos aquellos que le reciben. Cristo no pudo hacer más que morir por los pecados del mundo. Y el está en el cielo orando por todos aquellos que le han recibido como Salvador. Me alegra que El lo esté haciendo porque si no fuese así, no podríamos lograr mucho aquí en la tierra. Así que el tener un gran Sumo Sacerdote que ora por nosotros, es una maravillosa realidad. Dios oye nuestras oraciones por ser Cristo quien es, y por lo que hizo por nosotros en la cruz.

La carta a los Efesios 1:6, dice que El pensó en nosotros para alabanza de la gloria de su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado. Es decir que, por causa de Jesucristo, Dios el Padre nos acepta en su amado Hijo. En los Evangelios Mateo 17:5, Marcos 9:7, y Lucas 9:35, Dios el Padre dijo: Este es mi Hijo amado en quien me he complacido; a El oíd. En cuanto a nosotros, no solo debemos escucharle sino que también debemos orar por medio de El. Jesucristo nos dijo en Juan 14.14: Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré. En esto precisamente consiste el orar bajo el control del Espíritu Santo.

Pero volvamos al tabernáculo. Observemos que este altar estaba separado de los otros muebles. Solamente los sacerdotes podían adorar allí. Incluso un rey, el rey Uzías, según el relato del segundo libro de las Crónicas 26:16 al 21, fue herido por la lepra cuando se entrometió en aquel lugar para quemar incienso en el altar. Y solamente los sacerdotes pueden hoy orar; cada verdadero creyente en Cristo, es un sacerdote. Algunos creen que una persona puede vivir cualquier tipo de vida licenciosa de acuerdo con sus gustos, rechazar a Cristo, y luego al enfrentarse con dificultades y la aflicción, como por ejemplo, la grave enfermedad de un ser querido, tal persona puede arrodillarse ante Dios y esperar una respuesta suya. Pero Dios dice que El no responderá a esa clase de oraciones. No olvidemos que el altar del incienso es el lugar donde acuden los sacerdotes. La única oración que un pecador puede dirigir a Dios es la de aquel recaudador de impuestos en el templo: Dios, ten piedad de mí, pecador. (Lucas 18:13). Dios oirá esta oración cuando sea dirigida a El y la responderá.

El versículo 8 de este capítulo 30 de Éxodo dice: Habrá incienso perpetuo delante del Señor por todas vuestras generaciones. Tiene que haber una alabanza constante a Dios. En la primera carta de Pablo a los Tesalonicenses 5:17, se nos dice: orad sin cesar. El incienso debía estar sobre el altar por la mañana y por la tarde.

Cuando el sumo sacerdote entraba y ofrecía incienso sobre el altar, quedaba por un tiempo en la tienda de reunión. El perfume del incienso permanecía sobre sus vestiduras y cuando salía de allí y caminaba entre la gente, todos podían percibir el aroma. Trasladando esta escena a nuestro tiempo podríamos decir, figurativamente hablando, que la mayoría de los cristianos no están utilizando la clase de perfume o colonia apropiada. La fragancia adecuada es la oración. ¡Que nuestras oraciones asciendan hacia Dios como un dulce incienso, que penetrará en nuestra ropa, al haber pasado un tiempo en oración!

Leamos ahora, los versículos 12 y 13, que nos indican que

Los redimidos podían adorar

"Cuando hagas un censo de los hijos de Israel para contarlos, cada uno dará al Señor una contribución al Señor como rescate por su vida cuando sean contados, para que no haya plaga entre ellos cuando los hayas contado. Esto dará todo el que sea contado: cinco gramos de plata, que es la mitad del peso oficial del santuario y la ofrenda al Señor."

Este era el segundo requisito para la adoración. No habría ninguna plaga entre ellos, porque iban a ser redimidos. Serían rescatados con plata. La plata es el metal que representa a la redención y una figura que anticipaba la redención. Cada persona que adoraba tenía que ser redimida. En nuestro tiempo, en el que se habla de adoración general o pública, tengamos en cuanta que solo los redimidos pueden adorar a Dios. Eso sí. El camino permanece abierto hoy, para que todo aquel que quiera, sea redimido, salvado.

A continuación llegamos a un párrafo que nos aclara otro requisito para adorar. O sea, que

Los que habían sido purificados podían adorar

No solo los adoradores tenían que ser redimidos, sino también debían ser purificados. Esto nos conduce a la pila de agua que había en el tabernáculo y que estaba situada en el patio exterior. Había sido fabricada de bronce, como el altar de bronce. Allí era el lugar donde Dios solucionaba el problema del pecado y donde El se ocupaba de nuestro pecado. Los creyentes, a quienes Dios ve anticipadamente como santos, a veces cometen pecados. Continuemos leyendo los versículos 17 al 20:

"Y el Señor habló a Moisés, diciendo: Harás también una pila de bronce, con su base de bronce, para lavatorio; y la colocarás entre la tienda de reunión y el altar, y pondrás agua en ella. Y con ella se lavarán las manos y los pies Aarón y sus hijos. Al entrar en la tienda de reunión, se lavarán con agua para que no mueran; también cuando se acerquen al altar a ministrar para quemar una ofrenda encendida al Señor."

El sacerdote no podía entrar al tabernáculo a ejercer su servicio a menos que primero no se hubiese lavado. Podía contaminarse mientras se encontrase fuera de la tienda de reunión.

En nuestro transitar por este mundo podemos ensuciarnos, contaminarnos y no podremos adorar hasta que estemos limpios. Es por eso que el Señor lavó los pies de sus discípulos. Y el continúa haciéndolo hoy. Figurativamente hablando, tenemos que acudir a aquella pila de agua, que es lo que primero hacían los antiguos sacerdotes. Si ellos iban al altar de bronce, se lavaban antes y después. Si iban al Lugar Santo, se purificaban antes de entrar y al salir. En mi opinión este Tema del lavado y la purificación era muy importante. El Señor deseaba que conociesen realmente la necesidad de ser santos, con toda la pureza que implica la santidad.

La idea de que un creyente puede, en un estado de impureza espiritual, servir a Dios aceptablemente es errónea. Dios pondrá en evidencia a los que así lo hagan. En la primera carta de Pablo a los Corintios 3:12 al 15, leemos lo siguiente:

"Ahora bien, si sobre el fundamento alguno edifica con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada uno se hará evidente; porque el día la dará a conocer, pues con fuego será revelada; el fuego mismo probará la calidad de la obra de cada uno. Si permanece la obra de alguno que ha edificado sobre el fundamento, recibirá recompensa. Si la obra de alguno es consumida por el fuego, sufrirá pérdida; sin embargo, él será salvo, aunque así como por fuego"

Algún día Dios aclarará la situación de aquellos creyentes que le sirvieron en un estado de impureza espiritual y con motivaciones equivocadas. Lo que parece una "gran obra" ante los seres humanos, no tendrá ningún valor para Dios. Porque El quiere nuestra pureza espiritual.

Los sacerdotes debían lavarse en aquella pila de agua. De la misma manera, nosotros debemos venir a El para confesarnos. La primera carta de San Juan 1:9 nos dice que Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad. La antigua pila de agua, hecha de bronce, simboliza nuestra progresiva santificación. Debemos limpiarnos espiritualmente si queremos adorar, servir a Dios y ser utilizados por El. No solo nuestras ropas debieran desprender ese aroma del incienso, sino que nosotros mismos necesitamos ser lavados en agua pura. Y esa agua pura es la Palabra de Dios.

Las mujeres habían traído sus espejos de bronce bruñido para fabricar la pila. En ese tiempo, no tenían espejos de cristal. Pero los espejos reflejaban y revelaban la suciedad y ése era el propósito de la pila, en la que se lavaba el sacerdote y que simbolizaba a la Palabra de Dios. La Biblia es un espejo y cuando nos miramos en ella, se refleja nuestro pecado. Entonces necesitamos confesar ese pecado y ser limpiados.

Ahora bien, no necesitarás confesar tu pecado públicamente; sino ir a Jesucristo en privado. Es como si la pila de agua estuviese en el cielo. Es evidente que nuestros ojos, nuestra mente, nuestras manos, nuestros pies, en fin, todo nuestro ser espiritual se contamina y admite impurezas. Y no solo al asistir a la iglesia sino que cada vez que tengamos conciencia de ese estado, necesitamos confesar directamente a Dios nuestros pecados antes de adorar a Dios. (Dios no aceptará la adoración hasta que provenga de un corazón limpio y puro, ni aceptará nuestro servicio a menos que surja de un corazón con motivaciones puras.)

Pasemos ahora a considerar otro requisito. Porque

Los que habían sido ungidos podían adorar

Leamos los versículos 25 hasta la primera parte del versículo 27:

"Y harás de ello el aceite de la santa unción, mezcla de perfume, obra de perfumador; será aceite de santa unción. Y con él ungirás la tienda de reunión y el arca del testimonio, la mesa y todos sus utensilios"

En la actualidad, ¿cuál es, para nosotros, el ungimiento o la unción? Es la unción del Espíritu Santo. Tenemos un ungimiento de ese aceite celestial que nos capacita para comprender la Palabra de Dios. Esta es la razón por la cual la Biblia se convierte en un mensaje real y actual para tantas personas de nuestro tiempo. No se trata de la acción de ningún maestro ni predicador, sino del Espíritu de Dios que utiliza la Palabra de Dios. Solo el Espíritu puede ungirte. No tienes que dirigirte a ninguna persona para que derrame aceite sobre ti. Tu mismo, tu misma, puedes dirigirte a Dios ahora y decirle: "Dios mío, abre mi corazón, mi mente y mi vida para entender tu Palabra". La primera carta de Juan 2:20, dice: vosotros tenéis unción del Santo, y todos vosotros lo sabéis. El Espíritu Santo, derramado sobre nosotros, es nuestra unción.

Pero la citada primera carta de Juan 2:27 continúa diciendo: Y en cuanto a vosotros, la unción que recibisteis de El permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; pero así como su unción os enseña acerca de todas las cosas, y es verdadera y no mentira, y así como os ha enseñado, permanecéis en El. El Espíritu Santo es el que puede abrir tu mente y corazón cuando te acercas a Dios para comprender Su Palabra. Entonces El traerá bendiciones a tu corazón. Y pensar que hay tanta gente en la actualidad que se está formulando preguntas como: "¿Qué es la vida? ¿Para qué vivo? ¿Cómo y a quién le comunicaré mis necesidades?" Estimado oyente, pídele a Dios, con tus propias palabras, que el Espíritu Santo de Dios convierta Su Palabra en una palabra viva y real para tu corazón y experimentarás una verdadera satisfacción.

Leamos los versículos 34 al 36, donde se nos habla del

El incienso

"Entonces el Señor dijo a Moisés: Toma especias, resina, uña aromática y gálbano, especias con incienso puro; que haya de cada una igual peso. Con ello harás incienso, un perfume, obra de perfumador, sazonado, puro y santo. Y molerás parte de él muy fino, y pondrás una parte delante del testimonio en el tabernáculo de reunión donde yo me encontraré contigo; santísimo será para vosotros."

Se nos dan los ingredientes del incienso. La mezcla producía una especia aromática que no podía reproducirse ni reemplazarse. Leamos, finalmente por hoy, los versículos 37 y 38:

"Y el incienso que harás, no lo haréis en las mismas proporciones para vuestro propio uso; te será santo para el Señor. Cualquiera que haga incienso como éste, para usarlo como perfume será cortado de entre su pueblo."

Nadie debía utilizar esa fórmula para sí mismo. Tampoco Dios aceptaba imitaciones.

En cuanto al altar, nos habla de oración y la adoración. Es el lugar donde tenemos que ofrecer a Dios alabanza, gratitud y nuestras peticiones. La citada fórmula no podía reproducirse; no debía utilizarse para intentar que la adoración resultase agradable, humanamente hablando. Debemos adorar a Dios con una verdadera actitud espiritual. Debemos asegurarnos que en una reunión de adoración la Palabra de Dios sea el elemento principal y central.

Para terminar, quiero recordar que había 2 altares. En el del holocausto, Dios se ocupaba del pecador. Nos hablaba de la tierra y del pecado del ser humano. El altar del incienso señalaba al cielo y la santidad. El altar del holocausto nos ilustraba la obra que Cristo hizo por nosotros aquí en esta tierra. El altar del incienso simboliza lo que Cristo está haciendo por nosotros hoy en el cielo. También nos habla de nuestras oraciones y de la participación en la adoración. Nos comunica que Cristo ora por nosotros. El es el que verdaderamente alaba a Dios y ora intercediendo por nosotros. Es nuestro intercesor.

¿Cómo podemos aprender a adorar? Figurativamente hablando, no será en aquel altar donde se derramaba la sangre y adonde acudimos como pecadores para aceptar a Cristo como Salvador. Sino que tenemos que entrar en el Lugar Santo y presentarnos ante el altar de oro. En éste, no se realiza ningún sacrificio porque el problema del pecado ya ha sido solucionado fuera de aquel lugar. La verdadera razón es que, como creyentes, somos aceptados ante la presencia de Dios para adorar, y El escucha nuestras oraciones, por lo que Cristo ha hecho por nosotros en la cruz, por su sacrificio puro y perfecto, realizado una vez para siempre.

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