Estudio bíblico de Apocalipsis 21:22-22:2

Apocalipsis 21 - 22

Versículos 21:22 - 22:2

Continuamos hoy, muy estimado amigo, amiga oyente, nuestro recorrido por el fascinante y extraordinario libro de las profecías, el Apocalipsis, el último libro de las Sagradas Escrituras, la Biblia. Sólo nos restan dos programas para concluir nuestro estudio de Apocalipsis, con lo cual "La Fuente de la Vida" concluye un ciclo de cinco años que nos ha permitido aproximarnos a todos los libros de La Palabra de Dios. Nuestra única razón ha sido, y es, la de divulgar de una manera sencilla la Palabra de Dios, hacer conocer el mensaje de Dios, y ayudar a nuestros amigos oyentes, a profundizar en las verdades bíblicas que en tiempos tan complicados como los actuales nos ofrecen guía, fuerza y valor para transitar en nuestro camino personal de la mano del Señor Jesucristo. En tiempos complicados, tan inseguros e inciertos, necesitamos una roca, La Roca, para afirmar nuestros pies y no resbalar cuando las tormentas y los huracanes nos hacen tambalear.

Vamos a regresar al capítulo 21. A modo de resumen recordemos brevemente los hechos narrados por Juan, el apóstol y autor de este extraño pero fascinante libro. Juan nos describe un nuevo cielo, una nueva tierra y una Nueva Jerusalén; todo ello lo vimos en los primeros dos versículos del capítulo 21. También mencionamos una nueva era que dará comienzo, tal y como tuvimos ocasión de leer, en los versículos 3 al 8. Posteriormente, nos adentramos en los versículos 9 al 21 donde pudimos reflexionar sobre la Nueva Jerusalén, morada eterna de la iglesia.

Comenzaremos leyendo los versículos 22 y 23 de este capítulo 21 de Apocalipsis, que dicen así:

22 Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. 23 La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera.

El apóstol Juan describe aquí una característica única de la Ciudad de Dios: No habrá en ella ningún templo. Como ya hemos comentado en nuestro programa anterior, esta ciudad que Jesucristo está preparando en los Cielos será imponente, y asombrosa, difícil de describir. Esta ciudad tiene unas dimensiones muy extensas en forma tridimensional, un cubo perfecto, la misma figura que tenía el "lugar Santísimo" en el Tabernáculo y en siguientes Templos, indicando con ello que toda la ciudad será el "Lugar Santísimo", porque en ella habitará, en plenitud y todo esplendor la presencia de Dios, y de Su Hijo, el Señor Jesucristo.

Aquí hay un simbolismo fácil de comprender: No es el edificio el que hace "la iglesia", ni la liturgia, ni la forma de gobierno, ni el modo de alabanza, ni la estructura de un culto. Lo único que hace realidad a La Iglesia, es la presencia del Señor Jesucristo. Sin Su presencia, no hay iglesia; con Su presencia, cualquier reunión de personas, congregadas en el nombre de Jesucristo, al que han reconocido como su único y suficiente Salvador y Señor, es una "verdadera iglesia".

El apóstol Juan añade que la Ciudad de Dios no necesita una luz creada, porque Dios, la Luz en sí misma, estará en medio de ella. El profeta Isaías dijo: "El Señor te será por luz eterna" (Isaías 60:19); Uno de los autores del libro de los Salmos afirmó: "En tu luz veremos la luz" (Salmo 36:9). Y es que sólo cuando vemos las cosas a la luz de Dios, las vemos como realmente son. Algunas cosas que nos parecen permisibles, se tornan en peligrosas cuando se ven a la luz de Dios; otros asuntos que parecen importantes, bajo la luz de Dios pierden su relevancia. Otras, que nos parecen insoportables, se tornan como posibles y llevaderas, cuando se las contempla bajo la luz de Dios. Dios, estimados amigos, es el mejor consejero, el mejor guía, porque nunca falla, nunca se equivoca, y sólo busca nuestro bien.

El Señor Jesucristo es la luz del mundo en un sentido espiritual. Él dijo allá en el evangelio según San Juan, capítulo 8, versículo 12: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida." Pero en la nueva creación, Él será tanto la luz física, como la luz espiritual. En el Antiguo Tabernáculo había un candelero de oro, el cual tenía un profundo significado simbólico que representaba a Jesucristo. Recordemos que en los dos primeros capítulos de Apocalipsis vimos que se simboliza el testimonio de Dios, las primeras iglesias en la Tierra, mediante los 7 candeleros (1:12, 20; 2:1,5; 11:4). En la Nueva Jerusalén, Jesucristo será el candelero de oro, Su luz dará una luz única.

La Nueva Jerusalén, toda ella un Lugar Santísimo, llena de luz, será probablemente el primer lugar donde Dios hará Su aparición personal. El autor de estos estudios, el Dr. Vernon McGee, basándose en el versículo 10 del capítulo 21, que menciona que Juan vio la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, descender de los cielos, pero no se menciona que llegó a tocar la Tierra, opina que la Nueva Jerusalén no estará asentada sobre la Tierra. El Dr. McGee piensa, como algunos estudiosos de la Biblia, que la Nueva Jerusalén estará ubicada a una cierta distancia, como si fuera un satélite, aunque lo más probable será que la Tierra se convertirá en un el satélite de esta ciudad celestial. Ésta será el centro de todas las cosas. Toda la actividad y la Gloria de Dios se centran en ella. Dios establecerá su sede, y Su Universo es Teo-céntrico. La Nueva Jerusalén tiene su origen en el Cielo, su constructor y arquitecto es el mismo Señor Jesucristo. Leamos los siguientes versículos 24 al 27 del capítulo 21, que dicen así:

24 Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella.

El apóstol Juan nos menciona a "las naciones"; ¿A qué "naciones" se está refiriendo? El griego original dice literalmente "pueblos": las personas salvas de todas las naciones y grupos étnicos habitarán en la luz del cielo. No especifica Juan de que estos pueblos, estas naciones, creyentes y salvos vivan en la misma ciudad, pero que ellos andarán "a la luz de ella". Es decir que la Nueva Jerusalén dará luz que alumbrará a la Tierra, ya nos será el sol ni la luna. No sólo vendrá Israel a adorar a Dios en ese lugar, sino las naciones del mundo que han entrado en la eternidad; no viven en ella, pero irán a ella para adorar al Señor. La Iglesia de Jesucristo, en la cual cada creyente es llamado a ser un "sacerdote" ante el dios Altísimo, allí todos los creyentes ejerceremos nuestro sacerdocio.

Juan nos describe aquí un cuadro de todas las naciones viniendo a Dios, y de sus reyes, trayéndole sus dones. En otras palabras: aquí tenemos un cuadro de la salvación universal, sin distinción ni diferencias de raza. Esta idea choca frontalmente con el pensamiento judío de la época de Juan, que esperaban la destrucción de los Gentiles, es decir los no judíos. Uno de los dichos de la época que mejor ejemplifican esta idea era el siguiente: "Dios creó a los gentiles para usarlos como leña para el fuego del infierno". En cambio, podemos ver que todas las naciones traerán su honor y gloria a la Ciudad Santa.

En la Nueva Jerusalén no habrá ningún Templo. El Templo, que reemplazó al antiguo Tabernáculo utilizado por el pueblo judío en su largo peregrinaje por el desierto hacía la Tierra Prometida, no era más que una especie de receptáculo o recipiente terrenal de la gloria de Dios, o "Shekiná". Era el testimonio de la presencia de Dios, y también de la exclusión del pecado. A causa del pecado el ser humano sólo se podía acercar a Dios por medio de laboriosos y complejos ritos. Sin embargo, en la Nueva Jerusalén el pecado ya no será un problema, ha sido erradicado totalmente. En la Ciudad de Dios el pecado no nos impedirá, nunca más, el poder disfrutar de la presencia y las bendiciones de Dios.

El versículo siguiente, el 25 del capítulo 21 de Apocalipsis, leemos:

25 Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche.

Evidentemente la Ciudad de Dios no necesita protección, dado que todos aquellos que podrían desear su destrucción, están ya condenados por toda la Eternidad en el Lago de Fuego. La idea que el apóstol Juan nos desea transmitir aquí es que el acceso a la ciudad será permanente y libre, no se pondrá coto ni limitaciones a la posibilidad de ir a rendir alabanza y adoración a Dios. Juan, además insiste, una vez más, en que no habrá noche en la ciudad de Dios. Los pueblos antiguos, como los niños, tenían miedo a la oscuridad, al terror de la noche. Pero en el nuevo mundo ya no habrá ninguna temible oscuridad, porque la presencia de Dios será la luz eterna. En los versículos 26 y 27, se nos dice:

26 Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella. 27 No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.

El apóstol Juan finaliza el capítulo con una advertencia: Sólo los que estén inscritos en el Libro de la Vida entrarán a la Ciudad Eterna. Los que no abandonen su mal camino, estarán excluidos de la Ciudad de Dios. Pero aquí reside una idea que deseamos recalcar. A veces, cuando la Biblia habla de las personas "malas" o "impías", a nuestra mente acuden las imágenes del ladrón, el violador, el asesino, etc. Pero no es así; o mejor dicho, no es sólo así. El abanico es, de hecho, mucho más amplio: La Biblia denomina impío o malo a todo aquel que camina de espaldas a Dios, que sigue sus propios dictados, que no tiene a Dios en cuenta para nada. La Biblia dice que no basta con ser bueno para entrar al Cielo; hay que ser salvo. Y también dice que uno sólo puede ser salvo si ha aceptado a Jesús como el Señor y Salvador de su vida.

Alguien dijo: "Entré al corazón de Cristo a través de la herida provocada en su costado por la lanza". Él fue herido, amigo, amiga oyente, por nuestras, mis, transgresiones. Él fue ridiculizado, humillado, despreciado, molido, azotado, como si fuese el peor y más cruel reo, y siendo inocente, fue crucificado por nuestros pecados. Su muerte y Su Resurrección fueron el evento cósmico más importante. Jesucristo, el Amor de Dios, hecho carne, murió por Amor. Y de ello, la Iglesia será el testimonio vivo de Su gracia por la eternidad. Recordemos que la palabra "gracia" significa, aquí, un regalo inmerecido. El apóstol Pablo dice en su epístola a los Efesios, capítulo 2, versículo 7: "Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús."

El apóstol Pablo dice: Para mostrar en los siglos venideros. Esto significa eternidad. Y usted y yo merecíamos el Infierno, no por ser necesariamente malos. Sino porque nacimos espiritualmente muertos y llevábamos en nuestro interior la tendencia innata de rebelarnos contra Dios para hacer sólo nuestra propia y soberana voluntad. Pero, el Señor Jesucristo murió por nosotros, pagando así un precio inmenso. Por Él hemos sido aceptados. Y por Él hemos sido amados. Por eso, la Iglesia será la joya más preciosa de todas.

En el libro de la vida del Cordero, están inscritos los nombres de los redimidos, o los salvados, de todos los tiempos. A nadie, que no haya sido redimido por la sangre de Jesucristo se le permitirá entrar en la Ciudad de Dios. Un gran abismo separará a los salvos, de los perdidos. El gran gozo que cautivará el corazón de los habitantes de la Ciudad será el de poder morar en la presencia de el Señor Jesucristo por toda la Eternidad. Ya lo dijo Jesús: "Para que donde Yo estoy, vosotros también estéis." (Juan 14:2) Eso es lo que Él dijo, y se refería al Cielo, amigo oyente, el estar con Él.

Cuando se nos dice: "Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella." Se refiere, según numerosos estudiosos de los textos sagrados de La Biblia, a las naciones gentiles salvas que ocuparán la nueva tierra junto con Israel, por la eternidad. Estas naciones, al igual que Israel, no pertenecerán a la Iglesia; Fueron redimidos después de que la Iglesia fue sacada de la Tierra, y antes de que la Iglesia llegara a existir. Vendrán a la Nueva Jerusalén como visitantes a la ciudad, para adorar y alabar a Dios. En el capítulo 12 de la Carta a los Hebreos, versículo 22, se nos dice: "sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles." Así pues vemos que la ciudad posee un marcado carácter cosmopolita, al acudir los representantes de todas las nacionalidades. Y entre esas multitudes, no hay ninguno que traiga mancha o pecado alguno. ¡Qué diferencia abismal encontramos aquí al compararla con el Jardín del Edén, donde la mentira de Satanás abrió una brecha que dio entrada para el pecado! Ni la mentira, ni el mentiroso, entrarán por las puertas de la ciudad celestial de Jerusalén. Todos sus habitantes y todos sus visitantes no sólo habrán sido rescatados del pecado, sino que habrán perdido su amor hacia el pecado, porque recordemos que el pecado no es algo horrible, ni desagradable, sino generalmente, es deliciosamente tentador; por eso se denomina "pecado". Y al concluir este capítulo 21 de Apocalipsis, quisiéramos mencionar las palabras que escribió Bernardo de Cluny en el siglo XII: "Ciudad del Rey Eterno, de perlas son tus puertas, continuamente abiertas al mísero mortal; y en tu recinto moran, los que por fe elevan, y el sello augusto llevan, del verbo celestial".

Desde luego, cuando caminemos por la Ciudad Eterna, por la Gracia de Dios, echaremos seguramente una divertida y sorprendida mirada hacia atrás, recordando cómo, por medio de las palabras de Juan, intentábamos vislumbrar un breve destello de la Ciudad de Dios. Porque la realidad que viviremos será infinitamente mayor a cualquier imagen que hayamos podido plasmar aquí.

Bien, estimados oyentes, iniciamos a continuación, el último capítulo de Apocalipsis, el capítulo 22, donde veremos el Río de Agua de Vida, el Árbol de la Vida, y la promesa del regreso de Cristo a la Tierra, antes de que sucedan todas estas cosas. Pero eso no es todo; como no podía ser de otra manera, la Biblia finaliza con una invitación. ¿Cuál será? Pero antes de llegar a este punto, en primer lugar leeremos sobre el río de agua de vida y el árbol de la vida, en los versículos 1 al 5; luego escucharemos la promesa del regreso de Cristo, en los versículos 6 al 18; la invitación final y la advertencia, en los versículos 17 al 19, y la última promesa y oración final en los versículos 20 y 21. Con esto finalizaremos Apocalipsis, terminaremos la Biblia y nuestro viaje de cinco años de recorrido Bíblico a través de este programa, La Fuente de la Biblia.

Hoy abordaremos sólo el principio del capítulo y en nuestro próximo programa lo terminaremos. Este capítulo 22 nos traslada a las escenas finales de este gran libro. Y del mismo modo, nos lleva al fin de la Palabra de Dios. Dios nos dejará unas palabras finales. Con éstas, Dios habrá dicho al hombre todo lo que quería decirle, y el hombre habrá podido escuchar todo lo que necesitaba escuchar.

La Biblia comienza con una escena cuyo protagonista es Dios. "En el principio creó Dios los cielos y la tierra." (Génesis 1:1). Y concluye con otra escena, en la que Jesús, Su Hijo, será el protagonista absoluto. El profeta Isaías, en el capítulo 53 de su libro, versículo 11, lo expresó de la siguiente manera: "Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos."

En los primeros 5 versículos del capítulo 22 de Apocalipsis, nos encontramos con el Río de Agua de Vida y con el Árbol de la Vida. Leamos a continuación los primeros dos versículos del capítulo 22, que dicen:

1 Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. 2 En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones.

Hasta ahora hemos hablado del exterior de la ciudad eterna; ahora la escena se traslada al interior. Primero, se nos describe el Río de Agua viva. Este cuadro refleja muchos pasajes del Antiguo Testamento. En su trasfondo se encuentra el río que regaba el Huerto del Edén (Génesis 2:8-16). Aún más cerca se encuentra la descripción de Ezequiel, del río que salía del Templo (Ezequiel 47:1-7). Uno de los autores del libro de los Salmos cantaba al río cuyas corrientes alegraban la ciudad de Dios (Salmo 46:4). Y el profeta Joel escribió: "Saldrá una fuente de la Casa del Señor" (Joel 3:18). Y el profeta Zacarías: "Aguas vivas saldrán de Jerusalén" (Zacarías 14:8). Íntimamente relacionada con ésta nos encontramos en las Escrituras con La Fuente de la Vida; que en Apocalipsis encontramos en el 7:17 y 21:6. Anteriormente, el profeta Jeremías se quejaba de que el pueblo de Dios hubiera dejado a Dios, que es la fuente de aguas vivas.

En la Nueva Jerusalén habrá un río de agua de vida, y el Trono de Dios es una fuente viviente de la cual mana abundancia de agua. El Árbol de la vida es un árbol frutal, que produce 12 clases de frutos diferentes, uno cada mes. El Árbol de la vida es un símbolo de la vida eterna así como de una bendición continua. El árbol, con sus doce frutos, uno por mes, es símbolo de la provisión, abundancia y variedad que habrá en esa ciudad celestial. La palabra "terapéutico" se deriva de la palabra griega que aquí se ha traducida "para la sanidad". Las hojas del árbol, de algún modo, enriquecen la vida celestial para que ésta sea plena y celestial.

Bien, estimados oyentes, aquí finalizamos nuestro programa de hoy. Esperamos encontrarle en nuestro próximo estudio cuando culminaremos el libro de Apocalipsis. Hasta entonces, estimado amigo y amiga, que Dios le bendiga mediante la lectura diaria de Su Palabra, que es Palabra de Vida; recuerde que Dios quiere tener un encuentro personal con usted; el Dios, Creador del Universo desea tener una relación de amistad con usted. Una relación eterna, que bien puede comenzar ahora, y no tener fin, jamás.

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