Estudio bíblico de Lucas 19:1-48

Lucas 19

Este capítulo se inicia con un encuentro notable; en esta ocasión, con Zaqueo, el recaudador de impuestos. Luego, el Señor presentó la parábola del dinero. Entró en Jerusalén y lloró sobre la ciudad. Después, limpió el templo.

Jesús se desvió para pasar por Jericó, para alcanzar a un hombre que se había subido a un árbol sicómoro. Sólo Lucas registró este relato sobre Zaqueo, el publicano de Jericó.

El primer párrafo nos habla de

La conversión de Zaqueo

Recordemos que, en el momento en que se produjo este incidente, el Señor Jesucristo se dirigía hacia Jerusalén para morir en la cruz. En su viaje, resolvió pasar por Jericó. Leamos el versículo 1:

"Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad."

Lucas nos contó que Jesús había estado en el país de los samaritanos. Cuando salió de Samaria, se encaminó hacia Jerusalén y pareció salirse de su fatigosa ruta. ¿Pero fue así realmente? El fue a Jericó porque había allí un pecador. De hecho, había 2 o 3 pecadores en aquella ciudad. El señor quería alcanzarles y debemos tener en cuenta las intenciones de sus movimientos para no perder de vista el mensaje total de este pasaje.

Jericó había sido la ciudad que Dios había entregado al control de Josué. Se había establecido una maldición para quien la reedificase. El hombre que la reedificó, en tiempos del rey Ahab, recibió la maldición en toda su plenitud. En los días de Jesús, era como una zona turística. Mucha gente pasaba allí sus vacaciones. Allí vivían los publicanos o recaudadores, que eran despreciados.

Se nos dice que Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. Así, Él también entró y pasó por este mundo. No vino a la tierra para quedarse, sino para morir. Yo entré en este mundo para vivir y me agradaría vivir por un tiempo prolongado. Pero el único propósito de Jesús al venir a la tierra fue el de morir por los pecados del mundo. Esa acción tremenda quedó reflejada e ilustrada en el hecho de entrar y atravesar Jericó. No perdamos esa imagen.

Leamos ahora el versículo 2:

"Y sucedió que un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico"

Se nos dicen 3 cosas sobre este hombre. El Espíritu de Dios tiene una forma de decir, con el breve trazo de una pluma, todo lo que tenemos que saber sobre una persona. Lo primero que sabemos de este hombre era su nombre, que era Zaqueo. No pude menos que sonreír al descubrir que el nombre significa "puro". Resulta difícil imaginar a un publicano que fuese puro. Cuando era niño, sus padres le habrán contemplado pensando que era el niño más precioso del mundo. Pienso que cuando creció y le llamaban por ese nombre, se habrán divertido bastante en Jericó, al asociar su nombre con su profesión de recaudador de impuestos.

Zaqueo era jefe de los cobradores de impuestos. Sus padres nunca habrán pensado que él tomaría ese camino. Alguna noche oscura, él habrá tenido que decidir si se iba vender a Roma. Como publicano, tenía que pagar a Roma la cantidad de dinero designada para un territorio, en el cual recaudaría las contribuciones. Entonces, por supuesto, recolectaría más dinero por impuestos de lo que le pagaba a Roma, lo cual le había enriquecido. Zaqueo había abandonado su religión y no tenía acceso al templo. Era probablemente aquel publicano que estaba a cierta distancia y que golpeaba su pecho mientras decía "¡Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador!" (Lucas 18:13). Zaqueo, como un pobre pecador, buscaba un lugar hacia el cual acercarse, para ser alcanzado por la gracia de Dios. Zaqueo quería volver a Dios.

Zaqueo era rico. Se empleó a fondo para que su profesión resultase productiva. No condujo sus negocios con una dedicación dividida. Si él iba a cobrar los impuestos a una viuda que no pudiera pagar, la desalojaba de su casa. Si un hombre no tenía dinero suficiente para pagar lo que debía, le comprometía con una hipoteca sobre lo que tuviese en propiedad. Había robado a mucha gente. Y aunque una vez había tomado la decisión de convertirse en un cobrador de impuestos, descubrió que toda la riqueza del mundo no satisfaría su corazón. Deseaba poder volver atrás y empezar de nuevo. Había recorrido una calle de una sola dirección y no había manera de volver a tener acceso al lugar del templo donde se manifestaba la gracia de Dios. Quería recibir gracia y misericordia y el Señor lo sabía. Por ello fue a Jericó con el propósito de ayudar a ese hombre. Deseaba llevar a Zaqueo con Él, no a Jerusalén, sino a la cruz para que recibiese la salvación. Leamos los versículos 3 y 4:

"procuraba ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y, corriendo delante, se subió a un sicómoro para verlo, porque había de pasar por allí."

No le habrá resultado fácil subir a aquel árbol pero finalmente lo logró y se situó en una rama y, a través de las hojas, observó y se consideró aislado, en su lugar privilegiado de observación. Así permaneció esperando hasta que Jesús se acercó. El Señor sabía que él se encontraba allí. Estaba pasando por Jericó para tener un encuentro con él para salvarle. Dice el versículo 5:

"Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba lo vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que me hospede en tu casa."

Cuando el Señor miró hacia arriba y le vio, debió sonreír. Es cierto que el texto no lo dice, pero es difícil leer este relato sin ver algo de humor en él. Es como si le hubiere dicho: "Zaqueo, querías verme y te esforzaste mucho para subirte a este árbol. Pero ahora, apresúrate y baja en seguida" El pobre habría pasado mucho tiempo en trepar al árbol; pero no le debió llevar mucho tiempo ni esfuerzo bajarse de él. Es siempre más fácil bajar que subir. Y el Señor le dijo: "Hoy he de quedarme en tu casa". En aquella ocasión, el Señor no se detuvo en casa del alcalde, ni en casa de un Fariseo ni de ningún otro personaje importante. Se fue a la casa de un publicano. Leamos los versículos 6 y 7:

"Entonces él descendió aprisa y lo recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a hospedarse en casa de un hombre pecador."

El relato destaca la alegría del momento que estaba viviendo. Pero, ¿quiénes murmuraban? Los chismosos de la multitud. Y vemos en el relato un lapso de tiempo, aunque no sabemos cuánto tiempo pasó. Porque más tarde, Jesús tuvo una cena en casa de Zaqueo. Y allí fue donde el recaudador tuvo algo que decir. Leamos el versículo 8:

"Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguien, se lo devuelvo cuadruplicado."

Algo le había ocurrido a este hombre. Admitió que había estado robando a los pobres y prometió dar la mitad de sus bienes a los pobres. Y devolver una cantidad de dinero cuatro veces mayor a quienes había asignado falsamente impuestos más altos. Estaba actuando de acuerdo con la ley de Moisés, como podemos ver en Éxodo 22. Algo había sucedido en su interior y era un hombre nuevo.

No tenemos un relato detallado de la conversación entre Zaqueo y el Señor. Por algún motivo, el Espíritu Santo no nos dijo de qué hablaron. Sin embargo, cuando el Señor habló con las personas, generalmente les habló de 2 cosas: (1) de la necesidad del ser humano, y (2) de la capacidad de Dios para satisfacer esa necesidad. No tuvo que decirle a Zaqueo que era un pecador, porque éste lo sabía, lo mismo que los demás. El Señor le dijo que había un remedio para el pecado. Seguramente le habrá dicho: "Voy a Jerusalén para morir en la cruz, así que, Zaqueo, habrá un lugar de gracia y misericordia para ti". Leamos el versículo 9:

"Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa, por cuanto él también es hijo de Abraham"

Desde que se convirtió en un recaudador, Zaqueo había estado excluido de acercarse al propiciatorio o tapa del arca del pacto, lugar donde operaba en el templo la gracia de Dios. El propiciatorio señalaba al Señor Jesucristo y a Su sangre derramada en la cruz por nosotros. El Señor quiso que este hombre odiado supiese que Él se dirigía hacia Jerusalén para morir, y que Su muerte le proveería a él un lugar de gracia. Y así, el publicano hizo su decisión de seguir a Cristo y se convirtió en un hombre nuevo. Leamos ahora el versículo 10:

"porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido."

Observemos que Zaqueo no declaró públicamente lo que sentía interiormente por haber recibido a Cristo. Sino que dijo lo que iba a hacer, la forma en que iba a restaurar los daños causados a otros para demostrar que se había convertido. Esta es la única manera en que el mundo podrá saber que te has convertido a Cristo. La gente no lo sabrá por una declaración o un testimonio público, sino únicamente por lo que los demás vean en tu vida. Si en aquel día las personas no hubieran visto su vida cambiada, jamás habrían sabido que aquel veterano recaudador se había convertido en un nuevo hombre.

La experiencia de Zaqueo es una buena ilustración de lo que el apóstol Santiago dijo en 2:18, Pero alguno dirá: Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras y yo te mostraré mi fe por mis obras. Zaqueo mostró su fe por medio de sus obras. No habló de su fe, sino que la demostró en la vida práctica. El mundo en la actualidad no está escuchando algo; está buscando algo. Zaqueo tenía lo que el mundo estaba buscando. Jesús había cenado con él y su vida había cambiado.

Jesús aun está entrando y pasando por las calles de tu ciudad, donde quiera que ésta se encuentre, y quiere cenar con aquellos que no le conocen. Quiere hablar de tu alma y de la salvación. ¿Ha pasado frente a tu casa? ¿Ha llamado a la puerta de tu corazón? ¿Le has dejado entrar?

Leamos el versículo 11, que da comienzo a

La parábola del dinero

"Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente."

Jesús se estaba acercando a Jerusalén. Muchos de sus seguidores, incluyendo a Sus apóstoles, pensaron que iba a establecer Su reino sobre la tierra. Pero él estaba dirigiéndose a Jerusalén para morir. Dice el versículo 12:

"Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano para recibir un reino y volver."

El "hombre noble" representa al Señor Jesucristo. El recibirá el Reino de manos de Su Padre, y no de las nuestras. No está pidiendo que voten por Él la próxima vez que venga. Las personas le recibirán, o enfrentarán el juicio. La primera vez vino como Salvador. La próxima vez vendrá como Rey. Dicen los versículos 13 y 14:

"Llamó antes a diez siervos suyos, les dio una gran suma de dinero y les dijo: Negociad entre tanto que regreso. Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros."

Este es el mensaje que el mundo tiene hoy para el Señor Jesucristo. Esta actitud no evitará que Dios envíe a Su Hijo de regreso a la tierra. Los seres humanos se han rebelado contra Dios y Su Mesías. No quisieron que Él reinase sobre ellos, así que le clavaron en una cruz. Leamos los versículos 15 al 17:

"Aconteció que, al regresar él después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno. Se presentó el primero, diciendo: Señor, tu dinero ha producido diez veces más. Él le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades."

Mientras Él está lejos, te ha entregado cierta cantidad de dinero. Él le ha dado a cada uno de Sus siervos una oportunidad, y esa oportunidad está representada por dicha cantidad de dinero. Se espera que seas fiel sobre aquello en lo cual te ha constituido mayordomo. La responsabilidad que te ha asignado puede ser toda una ciudad, un grupo de personas o un hogar. Sea lo que fuere, tienes que ser fiel a ello. Algunos producirán menos y otros más mientras el Señor esté ausente. Pero cuando Él regrese, te recompensará de acuerdo con tu fidelidad. Continuemos leyendo los versículos 18 al 27:

"Llegó otro, diciendo: Señor, tu dinero ha producido cinco veces más. También a este dijo: Tú también sé sobre cinco ciudades. Se presentó otro, diciendo: Señor, aquí está tu dinero, el cual he tenido guardado en un pañuelo, porque tuve miedo de ti, por cuanto eres hombre severo que tomas lo que no pusiste y siegas lo que no sembraste. Entonces él le dijo: Mal siervo, por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo soy hombre severo que tomo lo que no puse y siego lo que no sembré. ¿Por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco para que, al volver, lo hubiera recibido con los intereses?. Y dijo a los que estaban presentes: Quitadle el dinero y dádselo al que ganó diez veces más. Ellos le dijeron: Señor, ¡pero si éste ya tiene diez veces más!. Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y también a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinara sobre ellos, traedlos acá y decapitadlos delante de mí."

Aquí vemos la recompensa entregada a Su regreso, entregada de acuerdo con la fidelidad de Sus siervos. Porque lo importante no es la cantidad sino la fidelidad. Y añade el versículo 28:

"Dicho esto, iba delante subiendo a Jerusalén."

El Señor continuaba Su viaje a Jerusalén para entregarse en manos de Sus enemigos.

Llegamos así a la sección titulada

Jesús entró en Jerusalén

Los Evangelios presentan una figura completa de la llamada entrada triunfal. Reuniendo los relatos de los Evangelios, la conclusión evidente es que Jesús entró en Jerusalén 3 veces: una vez al día en 3 días diferentes.

Primera vez: en el Sábado (el día del reposo). En ese día no estaban los que cambiaban el dinero. Miró a su alrededor y se fue. Dice Marcos 11:11, Entró Jesús en Jerusalén y fue al Templo. Después de observarlo todo, como ya anochecía, se fue a Betania con los doce. En esa ocasión, entró como Sacerdote.

Segunda vez: en Domingo (primer día de la semana). Los cambistas se encontraban allí y Él, expulsándoles, procedió a limpiar el templo. (Mateo 21:12, 13) En esa ocasión, entró como Rey.

Tercera vez: en Lunes (segundo día de la semana). Jesús lloró ante Jerusalén, entró en el templo, enseñó y sanó enfermos. (Lucas 19:41-44, 47, 48). En esta ocasión, entró como Profeta.

Continuemos leyendo los versículos 29 al 34:

"Al acercarse a Betfagé y a Betania, al monte que se llama de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciendo: Id a la aldea de enfrente, y al entrar en ella hallaréis un asno atado en el cual ningún hombre ha montado jamás; desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: ¿Por qué lo desatáis? le responderéis así: Porque el Señor lo necesita. Fueron los que habían sido enviados y hallaron como les dijo. Cuando desataban el asno, sus dueños les dijeron: ¿Por qué desatáis el asno? Ellos dijeron: Porque el Señor lo necesita."

(No veo este incidente como un milagro, aunque algunos lo consideran así. Creo que fue una situación normal y natural.) Probablemente cuando el Señor estuvo en Jerusalén la vez anterior, hizo arreglos con algunos amigos para utilizar a este animal la próxima vez que viniese a la ciudad, en ocasión de la fiesta de la Pascua. Los dueños de los animales estaban esperando al Señor y los tenían atados para Él. Jesús instruyó a Sus discípulos sobre qué decir si alguien hacía preguntas, así Sus amigos sabrían que el Señor les había enviado para cumplir esa misión. En este pasaje se destaca la afirmación de la autoridad de Jesús, cuando los suyos, refiriéndose al asno dijeron: "El Señor lo necesita". Continuemos leyendo los versículos 35 al 38:

"Lo trajeron a Jesús; y habiendo echado sus mantos sobre el asno, subieron a Jesús encima. Y a su paso tendían sus mantos por el camino. Cuando ya se acercaba a la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto. Decían: ¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!"

La multitud no comprendió el significado pleno de esta acción. Pocos días después la muchedumbre le gritaría a Pilato. "¡Crucifícale!"

Incluso los discípulos no entendieron la importancia de este evento hasta más tarde. Dijo Juan 12:16, Estas cosas no las entendieron sus discípulos al principio, pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él, y de que se las habían hecho.

Dicen los versículos 39 y 40:

"Entonces algunos de los fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. Él, respondiendo, les dijo: Os digo que si estos callaran las piedras clamarían."

El episodio de la llegada a Jerusalén, tal como el Señor Jesucristo la llevó a cabo, estaba destinado a incitar a los jefes romanos a actuar, debido a 2 cosas que hizo. Primero, aceptó la reverencia y lealtad de estos seguidores. Y en segundo lugar, no les hizo callar.

El Señor Jesucristo reconoció que estaban en juego asuntos eternos y significativos, y que reprender a Sus seguidores para que callasen, habría obligado a las piedras silenciosas a proclamar lo mismo. De hecho, ya estaban clamando, porque cuando el restaurador Nehemías había reedificado las murallas y puertas de la ciudad, había un mensaje en las piedras. Aquellos mismos muros y piedras proclamaban el mensaje del Evangelio, y las puertas de la ciudad estaban anunciando lo siguiente, con las palabras del Salmo 24:7: ¡Abríos, puertas eternas! ¡Abríos puertas, de par en par, y entrará el Rey de la gloria!

Debiera recordarse que la llamada entrada triunfal finalizó en la cruz. La segunda vez que Jesús venga, llegará triunfalmente. Hebreos 9:28 dice: Así también Cristo ha sido ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de todos. Después aparecerá por segunda vez, pero ya no en relación con el pecado sino para salvar a los que le esperan. (La segunda vez que Jesús venga a la tierra, apoyará Sus pies sobre el Monte de los Olivos (Zacarías 14:4). Después el Señor entrará en Jerusalén, y entonces tendrá lugar su verdadera entrada triunfal. Su primera entrada en Jerusalén le condujo a la cruz para morir por nuestros pecados.) Y por Su muerte y resurrección, la salvación nos ha sido ofrecida.

Leamos los versículos 41 y 42, que inician el párrafo en que

Jesús lloró sobre Jerusalén

"Cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró por ella, diciendo: ¡Si también tú conocieras, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Pero ahora está encubierto a tus ojos."

Y aún está encubierto a los ojos. En una convención realizada en Jerusalén hace unos años, tenían un cartel con el siguiente lema desplegado sobre el auditorio. "La ciencia traerá la paz a nuestra época". En realidad, la ciencia no les ha traído la paz. Ha producido bombas nucleares y un sofisticado armamento, pero no les ha traído la paz. Dicen los versículos 43 y 44:

"Vendrán días sobre ti cuando tus enemigos te rodearán con cerca, te sitiarán y por todas partes te estrecharán; te derribarán a tierra y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo en que Dios vino a salvarte."

El cumplimiento de esta profecía ya está escrito en la historia. En el año 70 de nuestra era, el general romano Tito conquistó Jerusalén y mató a sus habitantes sin compasión.

Leamos los versículos 45 al 48, que forman el último párrafo titulado

Jesús limpió el templo

"Entrando en el Templo comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban en él, diciéndoles: Escrito está: Mi casa es casa de oración, pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. Enseñaba cada día en el Templo; pero los principales sacerdotes, los escribas y los altos dignatarios del pueblo procuraban matarlo. Pero no hallaban nada que pudieran hacerle, porque todo el pueblo estaba pendiente de sus palabras."

Nuestro Señor utilizó un lenguaje duro cuando limpió el templo por segunda vez. Esta acción clausuró oficialmente Su ministerio a la nación.

Pero no olvidemos que comenzamos nuestro programa con una entreista con un hombre (Zaqueo) a quien Jesús salvó y transformó, y que comenzó a vivir una nueva experiencia. Lo mismo te puede suceder a ti hoy, si por la fe le dejas intervenir en tu vida.

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