Estudio bíblico de Juan 11:3-31

Juan 11:3-31

Vamos a continuar hoy estudiando el capítulo 11 del evangelio según San Juan que iniciamos en el programa anterior. Y dijimos que en este capítulo, Jesús levantó de los muertos a Lázaro en Betania. Y notamos que el capítulo comienza diciéndonos que Lázaro estaba enfermo y que vivía en Betania, la aldea de María y Marta, sus hermanas. Ahora, todos sabían acerca de María, la que había ungido los pies de Jesús con nardo puro. La fragancia de aquel perfume todavía llena el mundo. Jesús dijo que lo que ella había hecho, sería recordado dondequiera que fuera predicado el evangelio. Como quizá usted recordará, en una de las visitas que Jesús hizo a la casa de esta familia, Marta se había afanado y se había turbado con muchas cosas para tratar de servir al Señor. Y Jesús le había dicho que el sentarse a Sus pies para aprender de Él, era mucho mejor que el afanarse y turbarse con muchas tareas de servicio.

Continuamos hoy entonces leyendo el versículo 3, de este capítulo 11 del evangelio de Juan:

"Enviaron, pues, las hermanas a decir a Jesús: Señor, el que amas está enfermo."

Las hermanas eran humildes y no le hicieron ninguna súplica, ninguna demanda, ninguna crítica. Simplemente le contaron a Jesús su problema y dejaron que Él decidiese lo que había que hacer. Tantas veces en la oración hemos escuchado a personas que prácticamente le exigen al Señor que sane al enfermo. Él no hace las cosas así. Ahora, ¡Ellas conocían a su Señor! "Señor - le dijeron - he aquí el que amas está enfermo". Ahora, observe usted que dijeron: "el que amas", es decir, que Lázaro era amado por el Salvador. El apóstol Pablo también pudo decir que Jesús le amaba. Juan, se describió a sí mismo como el discípulo al cual Jesús amaba. También el apóstol Pedro declaró que Jesús le amaba. Y a propósito, le ama a usted, y me ama a mí también. Cualquiera que sea un hijo de Dios, es alguien a quien Jesús ama. Continuemos con el versículo 4:

"Jesús, al oírlo, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella."

Hay algunos que dicen que un cristiano nunca debería estar enfermo. ¿Se incluye acaso la enfermedad en la voluntad de Dios? Ojalá que Lázaro estuviera aquí para hablarnos en cuanto a eso. La enfermedad no es, ni nunca ha sido un indicio de que Dios no nos ama. En Eclesiastés capítulo 9, versículo 1, leemos: "Ciertamente me he dado de corazón a todas estas cosas, para poder declarar que los justos y los sabios, y sus obras, están en la mano de Dios. Y que los hombres ni siquiera saben qué es amor o qué es odio; aunque todo está delante de ellos". No le es posible a usted amigo oyente, saber por medio de las circunstancias humanas, si Dios le ama, o no. No tiene ningún derecho a juzgar. El apóstol Pablo dijo en su primera carta a los Corintios, capítulo 4, versículo 5: "...Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones..." Jesús amaba a Lázaro cuando estaba enfermo. Y no sólo eso, sino que como lo veremos más adelante, también permitiría que Lázaro muriese. Pero aun así, Jesús le amaba. Continuemos ahora con los versículos 5 y 6, de este capítulo 11 de San Juan:

"Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba."

Jesús le ama a usted, estimado oyente, cuando está enfermo; le ama cuando se encuentra bien de salud; le ama en todo tiempo, y usted no puede impedir que le ame. Sí, puede preguntarse por qué permite Él que ciertas cosas le ocurran, y francamente muchas veces no podemos explicarnos el por qué. Pero, sí sabemos que le ama. Le ama ya sea usted cristiano, o no. Usted no puede impedir que Él le ame; pero sí, le es posible a usted poner obstáculos que impidan que el amor de Dios le favorezca. No se puede impedir que el sol brille, pero sí puede uno ocultarse de la luz del sol.

Debido a que es un hecho que Jesús nos ama, debemos acercarnos confiadamente para presentarle nuestros problemas. Ahora, confiadamente quiere decir, con libertad de palabra, abriéndole nuestro corazón. No significa que nuestras peticiones se conviertan en demandas. Estas dificultades prueban nuestra fe y nos obligan a postrarnos sobre nuestras rodillas. Moisés clamó al Señor en varias ocasiones cuando surgieron los problemas durante el viaje por el desierto. Ezequías tomó la carta amenazadora de los embajadores asirios y la presentó delante del Señor. Los discípulos de Juan el bautista, vinieron a Jesús y le dieron la noticia de que Juan había sido decapitado.

Amigo oyente, es allí en el oscuro valle, aún en el valle de sombra de muerte, donde debemos aprender a confiar en Él. Las pruebas nos enseñan paciencia y que nos es posible descansar en Él. Nos enseñan que todas las cosas ayudan para bien, a aquellos que aman a Dios. Tenemos que mirar más allá de las lágrimas, las tristezas y las pruebas de la vida, y ver que Dios tiene un propósito en todo lo que permite que nos ocurra. En este pasaje, el Señor dijo: "Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios". Jesús permitió que esto sucediera para que Dios recibiese la gloria. Tenemos que aprender que nosotros no somos el centro del universo, tampoco lo es nuestro hogar, ni nuestra Iglesia, ni nuestro pueblo. El centro de dirección de todo está en el cielo, y todo ocurre para Su gloria. Nada ocurrirá en nuestra vida sin el permiso de Dios, y si Él permite que ocurra, será para Su gloria y para nuestro bien.

Ahora, tenemos que destacar que el Señor amaba a Marta. A veces la hemos criticado. Muchos de los comentarios bíblicos que se han escrito, no le han tratado con mucha bondad. Es verdad que ella se afanó y agobió con mucho servicio, y que en una ocasión, ella no escogió la buena parte a los pies de Jesús, pero eso no impidió que nuestro Señor la amara.

Ahora, ¿le parece a usted cruel que Jesús dejara morir a Lázaro? Pues bien, aquí hay un mensaje para nosotros. El Señor Jesús no se guiaba por interpretaciones humanas de los sentimientos, sino que estaba sujeto a la voluntad del Padre. Los sentimientos humanos le habrían impulsado a ir rápidamente a Betania. Pero el permitió que Lázaro muriese. A veces Él permite que nuestros seres queridos mueran. Tenemos que reconocer que tiene un motivo y que su manera de actuar es perfecta. Jesús demostró que tenía sentimientos humanos, pero no dejó que estos desviasen el curso de sus acciones. Él está motivado por Su amor, por un amor que procura el bien del individuo y la gloria de Dios.

Leamos ahora los versículos 7 y 8 de este capítulo 11 de San Juan:

Luego, después de esto, dijo a los discípulos: Vamos de nuevo a Judea. Le dijeron los discípulos: Maestro, hace poco los judíos intentaban apedrearte, ¿y otra vez vas allá?"

No pierda usted de vista esas palabras "otra vez". Jesús había estado allí y le habían obligado a retirarse. Ahora regresaba, y esta vez Jesús fue con Sus discípulos a la zona peligrosa. Continuemos con los versículos 9 y 10 del evangelio de Juan:

"Respondió Jesús: ¿No tiene el día doce horas? El que anda de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero el que anda de noche, tropieza, porque no hay luz en él."

Hay doce horas en el día, y eso no podemos cambiarlo. El Padre había dado al Hijo una obra que hacer, y nada le podía impedir que la hiciera. Hay aquí un gran principio. Dios le ha dado a cada persona una tarea principal para cumplir en su vida. Y a usted estimado oyente, no le será posible extender esa labor, ni siquiera por un día más, así como tampoco le sería posible impedir que el sol se pusiese al atardecer. Pero, por otra parte, gracias a Dios, usted permanece completamente invulnerable hasta que Su obra esté cumplida. Nadie, ni siquiera Satanás, puede estorbar o frustrar el propósito de Dios en su vida, si usted le está siguiendo a Él.

El peligro se encuentra en no seguir a Jesús. Entonces, uno se queda en la oscuridad, porque Él es la Luz del Mundo. Usted podrá entrar en una zona peligrosa con Él; nadie podrá tocarle y usted terminará Su obra. Pero si se queda allí afuera, en la oscuridad, si anda en tinieblas, entonces tropezará. Se había producido una muerte en Betania, y si tenía que brillar la luz en aquella hora de tinieblas, era necesario que Jesús fuese hasta allí. Pues, Él es la Luz del Mundo. Continuemos leyendo los versículos 11 hasta el 15 de este capítulo 11 de San Juan:

"Dicho esto, agregó: Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy a despertarlo. Dijeron entonces sus discípulos: Señor, si duerme, sanará. Jesús decía esto de la muerte de Lázaro, pero ellos pensaron que hablaba del reposar del sueño. Entonces Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis; pero vamos a él."

Los discípulos no comprendieron lo que Jesús quiso decir cuando dijo que Lázaro dormía. Y muchos hoy en día, tampoco lo entienden, y por tanto hablan en cuanto al sueño del alma. Pero el sueño es para el cuerpo, y nunca para el alma. Y esto es verdad en cuanto al sueño físico en esta vida y también en cuanto al sueño de la muerte. La muerte significa separación. El cuerpo del creyente reposa en la tumba, pero el espíritu va a estar con el Señor. Para el creyente, como dijo el apóstol Pablo en su segunda carta a los Corintios, capítulo 5 y versículo 8: ". . . estar ausente del cuerpo es estar presente al Señor". Jesús fue llamado las primicias, o primeros frutos de aquellos que duermen. Él tiene ya Su cuerpo glorificado. El creyente, al morir, va inmediatamente para estar con el Señor, pero su cuerpo duerme hasta el día de la resurrección, cuando el cuerpo será resucitado.

La muerte para el creyente es sólo un sueño para el cuerpo. ¿Tiene usted miedo de dormir? Pues, no debe tenerlo. El sueño es un descanso de las tareas. Es el descanso que sirve para la renovación y la preparación para el nuevo día que viene. Y no hay nada que sea tan bello como la palabra "sueño", cuando es usada para describir la muerte de un creyente. El cuerpo se pone a dormir, para ser despertado por nuestro Señor. Él es el único que tiene el despertador. Él es el único que puede levantar a los muertos, y algún día Él vendrá y nos despertaremos con nuestros nuevos cuerpos.

La muerte es una realidad, una terrible realidad para el cuerpo. Pero, recuerde que la resurrección también es una realidad. Según el punto de vista humano, el ser humano termina en la muerte. Aun en los hospitales hay un sentimiento de final en relación con la muerte. Los médicos trabajan hasta más no poder con un paciente, pero cuando muere, tienen que interrumpir sus esfuerzos. La muerte llega y no hay nada más que se pueda hacer. La ciencia queda imposibilitada de actuar e impotente ante la presencia de la muerte. Pero es allí precisamente donde Jesús comienza a actuar. Donde el hombre tiene que terminar, allí es donde Jesús puede comenzar. Por eso es que la resurrección es una realidad; una realidad que alienta e infunde una verdadera esperanza en cuantos creemos en ella.

Cuando cierto personaje sobresaliente falleció en un país del Oriente, todos los habitantes de aquel país se lamentaban y decían, "nuestro líder ha fallecido, ¿qué haremos?" Inmediatamente los otros líderes dijeron: "No lamentéis la muerte de nuestro Presidente; él está muerto, pero sus ideas y sus teorías todavía viven, y vivirán para siempre". En realidad aquellas palabras no podían infundir mucha esperanza, pero era la única esperanza que tenían para ofrecer al pueblo. Y así ocurre con aquellos que no creen en la resurrección; que creen que con la muerte es el fin para el ser humano. Como dijo el apóstol Pablo en su primera carta a los Tesalonicenses capítulo 4, versículos 13 y 14, donde leemos: "Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él". Estimado oyente, ¿tiene usted hoy esta esperanza? Bien, prosigamos nuestro estudio y leamos ahora el versículo 16, de este capítulo 11 del evangelio según San Juan:

"Dijo entonces Tomás, llamado el Gemelo, a sus condiscípulos: Vamos también nosotros, para que muramos con él."

Tomás era uno de esas personas que siempre pronosticabas tristezas. Creía que iba a morir con Jesús. Pero, gracias a Dios, que aparentemente estaba dispuesto a hacer exactamente eso. Y creemos que Tomás estaba hablando en serio, al igual que Pedro, cuando prometió defender a Jesús hasta la muerte. Continuemos con los versículos 17 hasta el 19:

"Llegó, pues, Jesús y halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén, como a quince estadios, y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano."

Betania estaba situada cerca de las puertas de Jerusalén. Muchos judíos habían caminado desde Jerusalén a Betania para estar con Marta y María. Al parecer, eran una familia prominente en Betania, y estas hermanas eran bien conocidas en Jerusalén. Continuemos con los versículos 20 al 22 de este capítulo 11 de Juan:

"Entonces Marta, cuando oyó que Jesús llegaba, salió a encontrarlo, pero María se quedó en casa. Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará."

Parece que Marta personificaba al carácter agresivo. Era una mujer emprendedora, de acción. Su carácter revela una maravillosa fe, pero también una impaciencia y una falta de sumisión a la voluntad de Dios. Por contraste, María estaba dispuesta a quedarse en casa. Había aprendido a sentarse a los pies de Jesús.

Podemos ver ahora que Marta debía haber pasado más tiempo sentada a los pies de Jesús. Ella dijo: "Sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará". Si hubiéramos estado allí seguramente le habríamos dicho: "Marta, ¿no te das cuenta de que Él es Dios? Él es Dios manifestado en un cuerpo humano. Ha estado en tu casa y ha participado de la comida que tú le has preparado, y no te has dado cuenta que Él es Dios". Estimado oyente, ¡cuánto necesitamos pasar un rato a los pies del Señor Jesús! ¡Cuánto necesitamos oír Sus palabras! Continuemos ahora con los versículos 23 al 26:

"Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final. Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?"

Marta creía en una resurrección. Pero se requiere menos fe para creer que en algún día futuro recibiremos los cuerpos glorificados, que para descansar ahora, en la seguridad de que los que esperan al Señor tendrán nuevas fuerzas. Es más fácil creer que el Señor vendrá y que los muertos serán levantados, que creer que mañana, en medio de las dificultades y contradicciones, puedo vivir para Dios. Es tan fácil consolar a los que se lamentan por la muerte de un familiar, diciéndoles: "Bueno, algún día pronto verás a tu ser querido". Bueno, eso no requiere mucha fe. Se requiere más fe para decir: "Acabo de perder a mi ser querido, pero estoy consolado con la seguridad, con la certeza de que Dios está conmigo, y que Él hace bien todas las cosas". Marta sabía, por el Antiguo Testamento, que habría una resurrección de los muertos. Pero, no creyó que Jesús la podría ayudar allí mismo, en ese momento.

Jesús le dijo a ella: "Marta, ¿no sabes que Yo soy la resurrección y la vida?" Si tenemos a Jesús, estimado oyente, tenemos la vida. "El que cree en mí, - dice Él - aunque esté muerto, vivirá". Luego, Él miró al futuro y dijo que el que había confiado en Él, nunca moriría. La vida comienza en el momento en que una persona acepta al Salvador. De modo que el que vive y cree en Jesús, nunca morirá, porque Jesús ya ha muerto por él. Nunca morirá una muerte de castigo por sus pecados. Nunca será separado de Dios. Y Jesús hizo la pregunta: "¿Crees esto?" Dice el versículo 27:

"Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo."

Marta expresó la misma confesión que dio Pedro. Ella comprendió que Jesús, era el Mesías. Continuemos ahora con los versículos 28 al 31:

"Habiendo dicho esto, fue y llamó a María su hermana, diciéndole en secreto: El Maestro está aquí, y te llama. Ella, cuando lo oyó, se levantó de prisa y fue a él. Jesús todavía no había entrado en la aldea, sino que estaba en el lugar donde Marta lo había encontrado. Entonces los judíos que estaban en casa con ella y la consolaban, cuando vieron que María se había levantado de prisa y había salido, la siguieron, diciendo: Va al sepulcro, a llorar allí."

Aunque Marta había entrado en la casa, y en secreto, había hablado a María, informándole de la llegada de Jesús, Dios controlaría esta situación. Todos entonces se dirigieron al cementerio, sin saber que María había salido para recibir a Jesús.

Terminamos nuestro programa en un hogar enlutado por la llegada de la muerte, aunque nuestro relato finaliza con la llegada de Jesús. Sabemos que a nuestro alrededor y, a veces, a nuestro entorno, a nuestra propia intimidad, llegan inevitablemente las consecuencias del pecado, es decir, los sufrimientos, las aflicciones de la vida, y la muerte. Pero si somos creyentes en Cristo, podemos recibir el ánimo que nos proporciona la realidad de la presencia de Jesús, quien prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Y podemos reforzar nuestra esperanza con la certeza de la resurrección que, en un día futuro, nos reunirá nuevamente con nuestros seres queridos ante la presencia visible de Jesucristo. Escuchemos nuevamente aquellas palabras de Jesús a Marta: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? Estimado oyente, al despedirnos, le formulamos la misma pregunta. ¿Cree usted esto?

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