Estudio bíblico de Juan 11:32-57

Juan 11:32-57

Continuamos hoy estudiando el capítulo 11 del evangelio según San Juan. Y en nuestro programa anterior dejamos a Jesús llegando ya a la casa de Marta y María. Vimos cómo Marta salió al encuentro de Jesús y le dijo, que si Él hubiera estado allí, su hermano no habría muerto. Jesús le respondió que su hermano resucitaría. Marta le dijo que ella sabía que resucitaría en la resurrección, en el día postrero. Pero Jesús le dijo: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque esté muerto vivirá". Y luego se dirigió a Marta y le dijo: "¿Crees esto? Y ella respondió con toda confianza: "Sí, Señor. Yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que has venido al mundo". Y vimos que la respuesta de Marta fue la misma confesión que había expresado el apóstol Pedro. Ella comprendió que Él, Jesús, era el Mesías. Y luego de esta corta conversación, regresó a su casa y en secreto habló con su hermana María y le informó de la llegada de Jesús. María, entonces, se levantó para salir y recibir a Jesús. Todas las personas que estaban allí con Marta y María en esa casa, consolándolas por la muerte de su hermano, se dirigieron entonces al cementerio, sin saber que María había salido para recibir a Jesús. Ellos pensaban que ella iba a llorar al sepulcro. Pero María había salido en realidad, a recibir a Jesús. Continuemos entonces ahora con el versículo 32, de este capítulo 11 de San Juan prosiguió su relato.

"María, cuando llegó a donde estaba Jesús, al verlo, se postró a sus pies, diciéndole: Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano."

Ahora vemos que María estaba diciéndole a Jesús, lo mismo que le había dicho Marta; que si Jesús hubiera estado allí, su hermano no habría muerto. Este incidente aclara la razón por la cual Jesús dijo que sería conveniente que Él se fuese. Si Jesús hubiera permanecido aquí en su cuerpo físico, estaría limitado geográficamente. Si estaba en un determinado pueblo, no podía estar presente en otro. Si Jesús no se hubiera ido, no hubiera podido enviar al Consolador, el Espíritu Santo. Pero cuando el Espíritu Santo viniera, Él podría estar en todas partes. Hoy en día, el Espíritu Santo mora en cada creyente. Por lo tanto, el Espíritu Santo puede estar donde estoy yo y donde está usted, y también en cualquier parte del mundo. En el capítulo 16 de este evangelio, versículo 7 leemos las Palabras de Jesús: "Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré". Continuemos entonces con los versículos 33 al 35, de este capítulo 11 de San Juan:

"Jesús entonces, al verla llorando y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió, y preguntó: ¿Dónde lo pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve. Jesús lloró."

Si usted quiere saber cómo es que Dios se siente en cuanto a la muerte de sus seres amados, mire esta escena. Jesús se estremeció en Su Espíritu y se conmovió. La muerte es una cosa terrible. Y usted puede estar seguro que Jesús siente compasión por usted. Su simpatía está con los que viven. Él sabía lo que iba a hacer por los muertos.

"Jesús lloró", dice aquí. El evangelio de Juan está escrito para mostrarnos la deidad de Cristo, y sin embargo, aquí Jesús se manifestó en toda Su humanidad. Aun preguntó dónde habían puesto a Lázaro, porque era muy humano. Y vemos aquí también cómo Dios se siente hoy en un funeral. Sus lágrimas se unen a las de los que lloran la partida de un ser querido. La muerte es terrible, y por eso Jesús lloró. Continuemos con los versículos 36 y 37 de este capítulo 11 de Juan:

"Dijeron entonces los judíos: ¡Mirad cuánto lo amaba! Y algunos de ellos dijeron: ¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera?"

Creemos que los judíos no comprendieron aquí el verdadero sentido de la actitud de Jesús. Él no lloraba por causa de su amor por Lázaro. Jesús no lloró por los muertos. Lloró por ellos, por los que estaban vivos y que sentían la pérdida de sus seres amados. Ahora, observemos que los judíos volvieron al incidente de la sanidad del ciego. Es obvio que ese milagro les había impresionado en gran manera. Continuemos con los versículos 38 al 40 de este capítulo 11 de Juan:

"Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino al sepulcro. Era una cueva y tenía una piedra puesta encima. Dijo Jesús: Quitad la piedra. Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque lleva cuatro días. Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?"

Hoy en día, el Tema de la muerte, es un Tema que muchos tratan de pasar por alto, o desestimar. Y no hay nadie que pueda presentarla como un episodio placentero. Pero, vamos a enfrentarla con franqueza. No podemos disimular el aspecto de la muerte en una persona a través de medios humanos. Tampoco lo lograremos rodeando al cuerpo en un féretro con ramos de hermosas flores. Esto se hace con la intención de ayudar a mitigar el impacto de los efectos de la muerte. Pero aún con todo esto, la cercanía de la muerte es una experiencia terrible.

Marta dijo que Lázaro ya había estado sepultado por cuatro días y que su cuerpo hedía, por el proceso de deterioro físico. Alguien dirá que sus palabras parecían un poco crudas. Pero es que la crudeza de la muerte no puede ocultarse. Es horrible. Sin duda, este caso iba a requerir un milagro. Leamos los versículos 41 y 42:

"Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sé que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado."

Recuerde usted que todo este incidente era para la gloria de Dios. Por tanto, Jesús oró audiblemente para que las personas a Su alrededor supieran que lo que hacía estaba de acuerdo con la voluntad del Padre y era para la gloria del Padre. Hizo esto para el provecho de aquellos que estaban allí.

¡Ah, sí sólo pudiéramos aprender a orar así! Nuestras oraciones muchas veces son egocéntricas. Cuando algunos nos dicen que sus oraciones no tienen respuesta, se están delatando a sí mismos. Nos están diciendo cuál es el verdadero problema en su vida de oración. Están orando en una forma tan egoísta, que Dios no puede contestar su súplica. Si oramos para la gloria de Dios, entonces, Él contestará. Tenemos que llegar al punto donde podamos decir verdaderamente: "No se haga mi voluntad, sino la Tuya". Continuemos con los versículos 43 y 44 de este capítulo 11 del evangelio de Juan:

"Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle y dejadle ir."

Deseamos mencionar aquí, que creemos que Jesús levantó de los muertos a muchas personas. Creemos que en realidad hubo multitudes que fueron sanados, centenares de ciegos que recibieron su vista. Los evangelios solamente relatan algunos de todos estos casos.

Ahora, observemos que en el caso de Lázaro, su vida fue restaurada al viejo cuerpo. Salió vestido con toda la mortaja, exactamente como había estado en la tumba, hasta con el lienzo que le había envuelto la cabeza. En cambio Jesús, cuando resucitó de los muertos, simplemente salió de la tumba, y dejó allí todas esas vestiduras. ¿Por qué? Porque salió con un cuerpo apto para vivir en la gloria del cielo. No tuvieron que quitar la piedra para que Jesús pudiera salir. La piedra fue quitada para que los que estaban fuera pudieran mirar adentro y ver que la tumba estaba vacía. Su cuerpo glorificado pudo salir del sepulcro sellado, y pudo entrar sin problema alguno en una sala con las puertas cerradas donde se encontraban Sus discípulos.

Hay en esto una figura hermosa de la salvación. Nosotros estábamos muertos en delitos y pecados, muertos ante Dios. Pero, ahora hemos sido vivificados para con Dios, en Cristo Jesús. Pero estimado oyente, esta mortaja, nuestra naturaleza humana, nos retiene. El apóstol Pablo dijo en su carta a los Romanos, capítulo 7, versículos 15 y 24: "Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago. ¡Miserable de mí!" Ahora, no era un no creyente el que así hablaba; era un creyente. Pero Jesús quiere que estemos libres de esta mortaja. En este episodio El dijo: "Desatadle, y dejadle ir". Continuemos con los versículos 45 y 46 de este capítulo 11 de San Juan:

"Entonces muchos de los judíos que habían ido para acompañar a María y vieron lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les dijeron lo que Jesús había hecho."

Estos hombres no podían ignorar este milagro. Quizás le sorprenderá saber que este incidente marcó el final del ministerio público de Jesús. Especialmente cuando considere que no estamos ni siquiera cerca del final de este evangelio según San Juan. El hecho es que solamente hemos llegado hasta la mitad. El ministerio público de Jesús, comenzó cuando Juan el Bautista le señaló como el Cordero de Dios, y ahora hemos llegado a Su fin, con la resurrección de Lázaro. Es que Juan dedicó casi tanto tiempo a las últimas 48 horas de nuestro Señor, antes de la cruz, como el que empleó en los primeros 32 años, 11 meses, 3 semanas y 5 días de Su vida.

En realidad, así fue como escribieron también los otros evangelistas, Mateo, Marcos y Lucas. Colocaron un mayor énfasis sobre los últimos ocho días. Hay 89 capítulos en los cuatro evangelios. De estos 89 capítulos, 4 tratan los primeros 30 años de la vida de Cristo. Y los 85 capítulos restantes, abarcan los últimos 3 años de Su vida. Ahora, de esos 85 capítulos, 27 tratan sobre los últimos ocho días de Su vida. Por lo tanto, una tercera parte de los evangelios tiene como Tema central, los sucesos de los últimos días de Jesús, y ponen su mayor énfasis sobre Su muerte y Su resurrección. El énfasis mayor recae entonces sobre el hecho de que Jesús murió y resucitó de los muertos.

Y amigo estimado oyente, no seríamos fieles al Evangelio, si nuestro mayor énfasis no cayese sobre la muerte y la resurrección de Jesucristo. Es que ese es el Tema del evangelio. Los autores de los evangelios hicieron lo que Pablo haría también más tarde (1 Corintios 15:1-4.). El apóstol Pablo dijo en su primera carta a los Corintios, capítulo 2, verso 2: "Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado."

Uno creería pues, que este gran milagro de la resurrección de Lázaro habría motivado a los escépticos para volverse a Jesús, pero no resultó así. Usted recordará que nuestro Señor había dicho previamente las siguientes palabras, en Lucas capítulo 16, verso 31: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levante de los muertos". Ésa es la razón por la cual Dios no rasga los cielos y desciende con un despliegue espectacular. Hoy en día, se nos pide que pongamos nuestra confianza en Él, aunque la mayoría de las personas se aparten de Él. Hay quienes se quejan de que las multitudes no están siguiendo a Jesús. Estimado oyente, las multitudes nunca siguieron a Jesús, ni nunca le seguirán. Jesús murió, fue sepultado, resucitó de los muertos, y eso es el evangelio. No necesitamos un milagro mayor que éste. El problema no se halla en la falta de evidencias. El problema está en la incredulidad del ser humano. Ahora, observe usted lo que ocurrió en el versículo 47 de este capítulo 11 de Juan:

"Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el Concilio, y dijeron: ¿Qué haremos?, pues este hombre hace muchas señales."

El problema de estos dirigentes que tanto le odiaban no era la falta de evidencias. Ellos eran los enemigos de Jesús y sin embargo, decían: "Este hombre hace muchas señales". Es que no podían negar Sus milagros.

Éste era un grupo diabólico. En aquel entonces, los principales sacerdotes eran mayormente saduceos, que eran los liberales o críticos de la época, y que no aceptaban los milagros ni lo sobrenatural, inclusive la resurrección. Los fariseos, por su parte, eran los conservadores religiosos y los derechistas políticos, pudiéramos decir, de aquel entonces. Estaban categóricamente opuestos los unos contra los otros en todos los aspectos. Sin embargo, aquí se unieron en su odio contra Jesucristo, y en su determinación de matarle. Si podían eliminar a Jesucristo, entonces los hombres de criterios opuestos se unirían en su antagonismo hacia Él. Lo mismo podría suceder en la actualidad. La mayoría está tratando de librarse de Cristo tal como Él está revelado en la Palabra de Dios. Es una minoría la que acepta a Cristo tal como Él es. Leamos ahora el versículo 48:

"Si lo dejamos así, todos creerán en él, y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación."

Temían que hubiera un movimiento masivo de apoyo a Jesucristo, que resultara en una revolución, y que en consecuencia, Roma viniera sobre ellos. Es decir que, obraron sobre la base del temor. El temor fue su motivación, y tememos que ese sentimiento todavía sea lo que impide que muchísimas personas sigan a Jesús en la actualidad. Continuemos con los versículos 49 al 52:

"Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada, ni os dais cuenta de que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca. Esto no lo dijo por sí mismo, sino que como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos."

Aquí vemos que empezaron a emplear la razón y la lógica, y dijeron que era preferible que Jesús muriese antes de que toda la nación pereciera en manos de Roma. Es interesante notar que aunque lograron matar a Jesús, toda la nación pereció cuando el general romano Tito llegó en el año 70 D.C. y la destruyó.

Aquí encontramos algo extraño: la predicción exacta de Caifás, quien era el sumo sacerdote en aquel año. Era un político intrigante y más adelante conoceremos a su suegro, Anás, quien también era de la misma calaña y detentaba el poder en la sombra. El que Caifás tuviera aparentemente el don de pronunciar una profecía no debiera conducirnos a engaño. Así como Balaam en el Antiguo Testamento, Caifás pudo anunciar una profecía verdadera. Leamos ahora, los versículos 53 y 54, de este capítulo 11 del evangelio según San Juan:

"Así que desde aquel día acordaron matarlo. Por eso, Jesús ya no andaba abiertamente entre los judíos, sino que se alejó de allí a la región contigua al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y se quedó allí con sus discípulos."

Este fue el comienzo del fin. A partir de entonces, trataron abiertamente de matar a Jesús y declararon su hostilidad públicamente. No sabemos exactamente dónde queda la ciudad de Efraín, a la que se retiró Jesús. Probablemente estaba situada en un territorio despoblado. Continuemos entonces con los versículos 55 al 57:

"Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos subieron de aquella región a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y se preguntaban unos a otros en el Templo: ¿Qué os parece? ¿No vendrá a la fiesta? Los principales sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno se enteraba de dónde estaba, informara de ello, para prenderlo."

Las multitudes venían a Jerusalén para purificarse antes de la Pascua. Al cumplir con este ritual continuo, se reunieron las multitudes, las personas hicieron comentarios entre sí, y surgieron diferencias de opinión en cuanto a Jesús. Se preguntaban si Jesús vendrá a la fiesta este año. Sabían que el Sanedrín, supremo tribunal religioso de los judíos le buscaba afanosamente. Todo lo que sucedía ponía en evidencia que si habían rehusado creer a Moisés, no creerían entonces, aunque alguien resucitase de los muertos. Al llegar a este momento en el relato, hemos alcanzado, pues, al punto crítico, decisivo, del Evangelio de Juan. Nos estamos acercando ahora a la última semana de Su vida.

En nuestro pasaje de hoy hemos visto que ante el extraordinario milagro de levantar a Lázaro de los muertos, muchos creyeron en Jesús y algunos persistieron en su incredulidad. Al terminar, recordamos aquella gran voz que llamó al que estaba en la tumba, invitándole a salir de aquella morada de la muerte. Esa potente voz resuena otra vez, dirigiéndose a todos aquellos a quienes la Biblia considera muertos, es decir, separados de Dios, y que por medio del sacrificio de Jesucristo en la cruz, pueden acercarse hoy a Él para recibir la vida eterna.

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