Estudio bíblico de Juan 17:1-6

Juan 17:1-6

Continuamos nuestro estudio en el evangelio según San Juan y llegamos hoy al capítulo 17. Pero antes de entrar de lleno en el estudio de este capítulo, quisiera decir una palabra adicional, con respecto al capítulo 16 que terminamos en nuestro programa anterior. Y dijimos allí que Jesucristo fue hecho pecado por nosotros. Y hubo como una rasgadura de la Deidad, así como también la rasgadura del velo del templo en el momento en que Jesús murió. Sin embargo, en aquel mismo momento Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo. Éste es un misterio que la mente humana no puede comprender. No tenemos estimado oyente, la suficiente inteligencia como para comprender la redención que Él logró en la cruz. No es extraño que Dios envolviera la cruz en el manto de la noche, como si dijera: "nunca le será posible a nadie entrar en lo que tiene lugar aquí". Creemos que por toda la eternidad, usted y yo, estimado oyente, estaremos continuamente comprendiendo algo nuevo y maravilloso en cuanto a la muerte del Señor Jesús por nosotros.

Luego note usted que menciona en el versículo 33, la paz. El hijo de Dios, puede conocer la paz en esta vida porque la paz se halla únicamente en Cristo y no en otro lugar. Luego, el Señor advirtió: "En el mundo tendréis aflicción". Nuestro Señor lo expresó claramente. No hay paz en el mundo, sino conflictos y dificultades. Cristo tenía razón ¿verdad? Pero, ¡Él ha vencido al mundo! ¡Y la victoria de Él es nuestra victoria! A usted y a mí, estimado oyente, nos es difícil vivirla. Pero podemos dejar que Él la viva en nosotros. Sólo cuando usted y yo aprendamos a identificarnos con Él y lleguemos a tener una relación íntima con Él, entonces comenzaremos a experimentar la paz de Dios en nuestros corazones. Entonces confiaremos verdaderamente. Y a pesar de las dificultades, en nuestras vidas habrá paz y gozo. ¡Paz y alegría! ¡Y cuán importantes son! "Estas cosas - dijo el Señor - os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo."

Hemos llegado pues, a uno de los capítulos más extraordinarios en toda la Biblia. Es la oración más larga que encontramos en las Sagradas Escrituras.

El discurso del aposento alto es como subir una escalera, o como escalar un monte, culminando en esta oración. Y nos gustaría citar de otros hombres que han expresado algo en cuanto a este gran capítulo 17 del evangelio según San Juan.

Matthew Henry, por ejemplo dijo: "Es la oración más extraordinaria, la cual sigue al discurso más completo y consolador que jamás haya sido expresado en la tierra."

Por su parte, Martín Lutero dijo: "En verdad esta oración es sumamente conmovedora y entrañable. Nos abre la parte más íntima de Su corazón, tanto en cuanto a nosotros, como en cuanto al Padre. Es tan sincera y tan simple. Es tan profunda, tan rica, y tan amplia, que nadie puede sondear sus profundidades".

Felipe Melanchton, otro reformista dijo: "No hay ninguna voz que jamás haya sido oída en el cielo ni en la tierra, que sea más exaltada, más santa, más fructífera, más sublime, que la oración ofrecida por el Hijo de Dios mismo."

Ésta fue la oración que Juan Knox leyó muchas veces durante su vida. Cuando estaba en su lecho de muerte, su esposa le preguntó: "¿De qué parte de la Biblia quieres que te lea? Él contestó: "Lee en el capítulo 17 del evangelio de Juan, donde por primera vez eché mi ancla". Hay muchos más que han leído esta porción muchas veces. El Dr. Fisher, por ejemplo, quien era obispo de Rochester bajo el reinado de Enrique VIII, pidió que fuera leída esta porción de la Escritura, antes de su martirio.

Nos sentimos entera y totalmente incapaces de examinar esta oración. Es la intercesión de Jesús por nosotros, como Sumo Sacerdote. Nos revela la comunicación, que hay constantemente entre el Señor Jesús y el Padre allá en el cielo. Toda Su vida fue una vida de oración. Comenzó Su ministerio yendo a un lugar solitario para orar. Muchas veces subió a un monte para orar y pasó la noche en oración. Jesús es nuestro gran intercesor. Ora por usted y ora también por mí. Si a usted se le olvidó orar esta mañana, a Él no se le olvidó. El oró por usted hoy.

Dios siempre oyó y contestó la oración de Jesús tal como Él la expresó. Ahora Dios siempre contesta mi oración, pero no siempre de la manera que la formulo. A veces tiene que contestar la oración mía, con un rotundo "NO". O es posible que me conteste lo que pido, pero con un método completamente diferente o en un momento diferente. Recordemos que Jesús dijo en Juan 11; 41 y 42: "Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado."

La oración del Señor - Jesús oró por sí mismo

Consideremos ahora, algunos aspectos en esta oración. En primer lugar, Jesús oró por Sí mismo. Permítanos señalar estimado oyente, que no es ajeno a la tarea de uno, ni aun una señal de egoísmo orar por uno mismo. Creemos que cuando usted y yo nos acercamos a Dios en oración, necesitamos colocar nuestros propios corazones y vidas en una situación correcta ante Dios. Necesitamos sintonizar con el cielo, por decirlo así. Cada instrumento tiene que ser afinado, antes de que se toque. Y antes de que usted y yo comencemos a orar por otros, estimado oyente, necesitamos orar por nosotros mismos. Eso no es egoísmo. Es algo esencial.

Leamos pues, el primer versículo de este capítulo 17 del evangelio según San Juan:

"Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado: glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti"

Ahora, este capítulo 17 comienza con las palabras: "Estas cosas habló Jesús". ¿Cuáles eran esas cosas? Bueno, las cosas que hemos leído ya en los capítulos 13, 14, 15 y 16. Él dejó entonces de hablar a los discípulos y habló al Padre. Ahora, es verdad que aunque habló al Padre en este capítulo 17, lo hizo para beneficio de los discípulos y para el beneficio nuestro hoy. Jesús es nuestro gran intercesor y nos preguntamos en cuanto a lo que Él ora. Pues bien, aquí tenemos la oración del Señor, la oración que Él oró al Padre.

La oración que encontramos en el Sermón del monte no fue realmente la oración del Señor sino la oración que Jesús enseñó a los discípulos que oraran. Cuando en esa oración Jesús comenzó con las palabras, "Padre nuestro", el pronombre nuestro incluía a todos los creyentes. Sin embargo Jesús llamó a Dios "Padre" de un modo diferente. Después de Su resurrección dijo a María en Juan 20:17: "aún no he subido a mi Padre; pero ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios". En otras palabras, les dijo: "todavía no he subido al Padre tuyo. Tuyo por el nuevo nacimiento espiritual. Y a Mi Padre; es decir, Mío a causa de Mi posición en la Trinidad. Jesús tampoco pediría, "Perdónanos nuestras deudas, - es decir - nuestros pecados", porque Él nunca pecó, y por tanto no podía orar esta oración para Sí mismo. De igual manera, ni a usted ni a mí nos sería posible orar esta oración que se encuentra aquí en el capítulo 17 de Juan. Ésta fue la oración de Él.

Aparentemente Jesús oró esta oración mientras estaba andando. Aquí dice "Y levantando los ojos al cielo", lo que indica que Sus ojos estaban abiertos. Por supuesto que podemos orar sin inclinar nuestra cabeza, y sin cerrar nuestros ojos. Podemos orar a Dios mientras caminamos, durante nuestro trabajo o mientras conducimos nuestro coche.

Observemos cómo comenzó Su oración: "Padre, la hora ha llegado". Pero, ¿qué hora? La hora había sido determinada en la eternidad, antes de la fundación del mundo. Mientras Él hablaba, el reloj marcaba la hora que había sido fijada en la eternidad, porque Él era el "Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo", como dice el libro de Apocalipsis. Recordemos que en Juan 2:3 y 4, cuando comenzó Su ministerio público, en la fiesta de bodas de Caná de Galilea, su madre le había dicho que no tenían vino. Entonces, Él le dijo: "¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora". ¿Lo recuerda? La hora que estaba por llegar, era la hora en la cruz. Era la hora cuando Jesús pagaría los pecados suyos y los míos. Sería la hora cuando toda la creación de Dios vería el amor de Dios manifestado, cuando Jesús llevaría los pecados suyos y los míos, sufriendo una muerte vicaria, una muerte sustitutiva y redentora, por usted y por mi. Sin embargo, Su obra no terminaría en la cruz. Terminaría en la resurrección.

Luego el Señor dijo: "Glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti". La muerte de Cristo demostraría que Dios no era el cruel personaje del Antiguo Testamento, de quien muchos hablan, sino más bien un bondadoso Padre "que de tal manera amó el Padre al mundo, que dio a Su único Hijo". Después, aquel Hijo resucitaría de los muertos, subiría al cielo, y le sería dado un nombre sobre todo nombre. Y algún día futuro, toda rodilla se doblará delante de Él.

Leamos ahora el versículo 2 de este capítulo 17 de Juan:

"pues le has dado potestad sobre todos los hombres para que dé vida eterna a todos los que le diste."

Ésta fue una declaración sorprendente. Jesús tiene potestad sobre todo ser humano. A Él le sería posible hacer que este universo y cada individuo se arrodillaran ante Él. Pudo habernos sometido a Él, convirtiéndonos en robots o muñecos mecánicos. Aunque eso es lo último que Él querría hacer. Sin embargo, tiene potestad sobre todos.

La Iglesia es el regalo de amor de Dios a Jesucristo. Por tanto, Él da vida eterna, como Él dice dirigiéndose al Padre, "a todos los que le diste". En este Evangelio, Dios ha dicho que, "Todo aquel que cree, puede venir". Ésa es la oferta genuina a toda persona. Usted no tiene ninguna excusa para ofrecer, si no viene a Él. El rehusar el ofrecimiento que Dios le ha hecho será su condenación. Leamos ahora el versículo 3:

"Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado."

La vida eterna es conocer al único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien Él ha enviado. ¿Anhela usted, estimado oyente, conocer al único Dios verdadero y a Jesucristo? Él da vida eterna a aquellos que han escuchado el llamamiento y han respondido en sus corazones, y han acudido a Cristo por su propia iniciativa.

Dijo también Él "Para que te conozcan". No es la cantidad de conocimiento que uno tenga, sino la clase de conocimiento, lo que es importante. Es a quién uno conoce. ¿Conoce usted estimado oyente, a Jesucristo? De igual manera, no es la cantidad de fe que uno tenga, sino la clase de fe, lo que es importante. El predicador Spurgeon dijo: "No es tu gozo en Cristo, lo que te salva. Es Cristo mismo. No es tu fe en Cristo, aunque ella es el instrumento. Es la sangre y el mérito de Cristo". Eso es lo que salva. Es posible que uno crea en algo que no debe creer. Es el objeto de la fe lo que es importante.

El Señor dijo luego: "Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo?". Ahora, la fe viene por el oír, el oír la Palabra de Dios. ¿Qué dice la Palabra de Dios? El evangelio es que Jesús murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó. Esos son los hechos. Nuestro conocimiento de los hechos y nuestra respuesta a tal conocimiento, es la fe. La fe es confiar en Cristo como nuestro propio Salvador.

La vida eterna es conocer a Dios y conocer a Jesucristo. Jesús es Su nombre como Salvador, y Cristo es Su título como Mesías, el Rey de Israel. Conocerle significa crecer en la gracia y en el conocimiento de Cristo. Cuando progresamos en el conocimiento del Señor Jesucristo, llegamos a la condición de la certeza. Cualquiera que no tenga la seguridad de su salvación, o bien, no es salvo, o simplemente es un inmaduro en Cristo, como un niño. Necesita dirigirse hasta el lugar donde sepa que es salvo. La vida eterna es conocer al único Dios verdadero y conocer a Jesucristo. Es por eso que el estudio de la Palabra de Dios es tan importante. Es que tantas personas no están seguras de ser salvas, simplemente por que no estudian a fondo la Palabra de Dios. Leamos ahora el versículo 4 de este capítulo 17 del evangelio de Juan:

"Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciera."

El Señor Jesús estaba entregando Su informe final al Padre. Todavía no había muerto en la cruz, pero en cuanto a Dios, hablaba de las cosas que aun no habían sucedido, como si ya hubieran ocurrido. El tiempo futuro para Dios es tan exacto como el tiempo pasado. Y nuestro Señor iba a la cruz para morir, para luego resucitar. En la cruz Él diría: "Consumado es". O sea, "Todo está cumplido". Y eso quiere decir que nuestra redención fue consumada. Había hecho todo lo que era necesario hacer. Y no podemos añadir nada a Su obra terminada. Por eso, el evangelio de la salvación no es lo que Dios pide que uno haga, sino lo que Dios le está diciendo que ya ha hecho por usted. ¿Se da cuenta? Es su aceptación de esa obra lo que le salva a usted. Ahora leamos el versículo 5 de este capítulo 17 de Juan dice:

"Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo existiera."

En el capítulo 2 de la carta a los Filipenses, el apóstol Pablo habló de Jesús, despojándose de Sí mismo. Y algunos tratan de enseñar que Jesús se despojó de Su Deidad. Juan expresó con toda claridad, que el Verbo fue hecho carne. Aquel niño en el regazo de María, es Dios y bien pudo haber ordenado que este universo no tuviera existencia. Él no era casi totalmente Dios. Era Dios completamente. ¿De qué pues se despojó? Se despojó de Sus prerrogativas de la Deidad. Puso a un lado Su gloria. En el tiempo de la Navidad, prestamos mucha atención a los pastores, a los ángeles y a los magos que vinieron a ver al niño. Estimado oyente, aquello no debió haber sucedido así. Él era el Señor de la gloria y toda la creación debiera haber estado allí. Todo ser humano en la faz de la tierra, debiera haber estado allí. Cuando un gran líder político muere, mucha gente viene de todas partes del país y aun desde todas partes del mundo para asistir a su funeral. Todo el mundo debiera haber estado presente en el nacimiento del Señor de la gloria, cuando vino a la tierra. Aunque Él pudo haber demandado tal homenaje, dejó a un lado Su gloria. Y en este momento de nuestro relato estaba listo para volver al cielo, para volver a la gloria. El siguiente aspecto que encontramos en esta oración de Jesús, es que

Jesús oró por los discípulos

Leamos el versículo 6 de este capítulo 17 del evangelio según San Juan:

"He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra."

Ahora, fíjese usted en esto. En el versículo 2, encontramos esta expresión: "a todos los que le diste". Aquí en el versículo 6 hemos leído: "...a los hombres que del mundo me diste; y me los diste?". Luego en el versículo 9 leemos: ". . . por los que me diste...". En el versículo 11 encontramos las palabras: ". . . a los que me has dado". Y en el versículo 12 leemos: ". . . a los que me diste...".

Ya nos encontramos una vez más en la doctrina de la elección. Jesús habló con el Padre en cuanto a ella. Fue una conversación privada, pero Él quiso que los discípulos la oyeran y supieran de ella. No sabemos tanto en cuanto esta doctrina como quizá debiéramos saber. Hemos leído algunos comentarios de ciertos teólogos, y parece que ellos tampoco saben mucho en cuanto a ella. La razón por la que sabemos tan poco sobre la elección es porque ésta se refiere a la parte del plan que corresponde a Dios. Y hay muchas cosas que Dios sabe, las cuales nosotros no sabemos, porque van más allá de nuestra capacidad humana de comprender la inmensidad de la mente y los propósitos de Dios.

Es maravilloso poder escuchar esta oración y saber que Jesús está a la diestra del Padre, hablando al Padre sobre nosotros. El Señor Jesús ha hablado hoy con el Padre en cuanto a usted, estimado oyente, si es que usted es uno de los Suyos.

Hay una relación mística entre el Señor Jesús y los Suyos. Ellos pertenecen al Padre y fueron dados a Jesucristo. No nos es posible alcanzar el profundo significado de esta relación, pero sí podemos dar gracias a Dios por ella e invitar a otros como usted, estimado oyente, para que establezcan esa vinculación con Él, por medio de la obra de Jesucristo en la cruz a favor nuestro.

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