Estudio bíblico de Deuteronomio 20:1-21:23

Deuteronomio 20:1 - 21:23

Continuando nuestro recorrido por el libro de Deuteronomio, llegamos hoy al capítulo 20. En este capítulo encontramos las leyes sobre la guerra. Este libro de Deuteronomio es un libro muy práctico. Se refiere a la vida según la vivimos hoy en día. Aunque esta ley fue dada a Israel, hay aquí ciertos principios básicos que contribuirían a la felicidad y al bienestar del género humano, si fueran incorporados a nuestra vida diaria.

El problema hoy es que vivimos en una sociedad que desconoce la Biblia. En la gran mayoría de los países, muchos legisladores no saben mucho en cuanto a la Palabra de Dios, o si la conocen, no verían oportuno imponer principios no aceptados por una sociedad secularizada. Este libro de Deuteronomio aborda problemas, que los dirigentes políticos se han esforzado por analizar y resolver a su propia manera.

Israel tenía problemas similares a los actuales. Dios dio ciertos reglamentos muy básicos que excusarían a un hombre de ir a la guerra. Francamente, estimado oyente, creemos que si nuestros gobiernos prestaran más atención a la ley de Dios, no tendríamos que afrontar las dificultades que afrontamos y que no parecen tener solución.

Veamos pues

Las leyes de la guerra

Leamos el primer versículo de este capítulo 20 de Deuteronomio:

"Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos, si vieres caballos y carros, y un pueblo más grande que tú, no tengas temor de ellos, porque Jehová tu Dios está contigo, el cual te sacó de tierra de Egipto."

Aquí hay algo que era de mucha importancia para Israel, y creemos que es importante para nosotros hoy. Usted quizás ha visto esos pequeños letreros que proclaman: "¡Amor sí! ¡Guerra no!". Ahora, eso parece un buen lema, pero como tantos otros lemas, no tiene sentido. Debido a que vivimos en un mundo donde predomina la maldad y el corazón del ser humano es perverso, hay tiempos cuando no hay más remedio que implicarse en conflictos armados. Hay tiempos en que necesitamos protegernos.

Continuemos leyendo los versículos 2 hasta el 4, de este capítulo 20:

"Y cuando os acerquéis para combatir, se pondrá en pie el sacerdote y hablará al pueblo, y les dirá: Oye, Israel, vosotros os juntáis hoy en batalla contra vuestros enemigos; no desmaye vuestro corazón, no temáis, ni os azoréis, ni tampoco os desalentéis delante de ellos; porque Jehová vuestro Dios va con vosotros, para pelear por vosotros contra vuestros enemigos, para salvaros."

Aquí vemos que en aquella situación concreta Dios les mandó que hicieran guerra contra estas naciones y les prometió estar con ellos. Ahora, leamos el versículo 5:

"Y los oficiales hablarán al pueblo, diciendo: ¿Quién ha edificado casa nueva, y no la ha estrenado? Vaya, y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla, y algún otro la estrene."

Ahora Dios dio cuatro condiciones bajo las cuales un hombre estaría exento de salir a la batalla. Si un hombre había construido una casa nueva y todavía no había tenido la oportunidad de vivir en ella, no tenía que participar en una batalla. ¿Por qué? Porque su corazón estaría en aquella casa nueva. Había puesto su corazón y su afecto en ella. Quería vivir en esa casa nueva y debía tener la oportunidad de vivir en ella. Ahora, leamos el versículo 6:

"¿Y quién ha plantado viña, y no ha disfrutado de ella? Vaya, y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla, y algún otro la disfrute."

Los israelitas eran labradores, y la plantación de una viña era su trabajo u ocupación. Si un hombre acababa de sembrar un viñedo y no había tenido la oportunidad de comer todavía ni una uva de su viña, no tiene que ir a la batalla. Su corazón estaba puesto allí, en ese viñedo; su interés está allí. Podía entonces quedarse hasta que comiese de él, hasta que se estableciese como labrador. De otro modo, corría el riesgo de ser muerto en la batalla, y otro segaría el fruto de su labor. Ahora el versículo 7:

"¿Y quién se ha desposado con mujer, y no la ha tomado? Vaya, y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla, y algún otro la tome."

Aquí tenemos a un hombre que estaba comprometido para casarse con una mujer, y aunque le reclutaran, no tiene que ir a la batalla. Estaba enamorado de esa joven, y quería casarse con ella. Podía quedarse en casa, y casarse con su novia. Allí es donde estaba su corazón, y él no tenía que salir a la guerra. Ahora el versículo 8, nos expone la 4ª excusa:

"Y volverán los oficiales a hablar al pueblo, y dirán: ¿Quién es hombre medroso y pusilánime? Vaya, y vuélvase a su casa, y no apoque el corazón de sus hermanos, como el corazón suyo."

Podría haber un hombre que admitiera con toda franqueza que era un cobarde. Tenía miedo de luchar. Quería quedarse en casa. Vemos pues aquí, cuatro buenos motivos por los cuales un hombre quedaba exento de ir a la guerra.

Esta ley se aplicó al ejército de Gedeón. Gedeón empezó con algunos cuantos hombres, realmente había 32.000 que se unieron a él para librar a su país de la opresión de los madianitas. Pero el Señor le dijo que eran demasiados soldados, y que los que tuvieran miedo que regresasen a su casa. Al propagarse esta disposición quedaron 22.000 soldados. Entonces el Señor le dijo a Gedeón que aún tenía demasiados soldados. Pero, ¿cómo reducir el número? Llegaron a un arroyo y algunos de los hombres se arrodillaron para beber. Hubo otros que lamieron las aguas con su lengua, como lame el perro, y estuvieron pronto listos para luchar. Estaban muy ansiosos de vencer al enemigo y terminar su trabajo. Querían proteger y salvar a la nación. Por tanto, al final quedaron sólo 300 y ellos fueron los que salieron a la batalla. Los otros fueron enviados a sus casas.

Y así termina nuestro estudio del capítulo 20 de Deuteronomio. Llegamos ahora al capítulo 21. En este capítulo 21 encontramos las leyes que regularizan el asesinato, el matrimonio, y los hijos delincuentes. Todavía estamos en la sección tocante a los reglamentos religiosos y nacionales, la cual se extiende desde el capítulo 8 hasta el 21. Encontramos que hay leyes interesantes y extraordinarias, que dictaminaban sobre muchos aspectos diferentes de la vida de Israel. Veamos pues en primer lugar,

Las leyes en cuanto al asesinato

Leamos los primeros 4 versículos de este capítulo 21 de Deuteronomio:

"Si en la tierra que Jehová tu Dios te da para que la poseas, fuere hallado alguien muerto, tendido en el campo, y no se supiere quién lo mató, entonces tus ancianos y tus jueces saldrán y medirán la distancia hasta las ciudades que están alrededor del muerto. Y los ancianos de la ciudad más cercana al lugar donde fuere hallado el muerto, tomarán de las vacas una becerra que no haya trabajado, que no haya llevado yugo; y los ancianos de aquella ciudad traerán la becerra a un valle escabroso, que nunca haya sido arado ni sembrado, y quebrarán la cerviz de la becerra allí en el valle."

Si un hombre hubiera sido asesinado y encontraran su cuerpo, debían medir la distancia para hallar la ciudad más cercana al lugar del hallazgo del cadáver. Esa ciudad era considerada responsable del asesinato. Ahora, es posible que no hubiera sido asesinado en esa ciudad, pero aún así, la ciudad era responsable. Veamos ahora lo que tenía que hacer. Leamos los versículos 5 hasta el 9 de este capítulo 21 de Deuteronomio:

"Entonces vendrán los sacerdotes hijos de Leví, porque a ellos escogió Jehová tu Dios para que le sirvan, y para bendecir en el nombre de Jehová; y por la palabra de ellos se decidirá toda disputa y toda ofensa. Y todos los ancianos de la ciudad más cercana al lugar donde fuere hallado el muerto lavarán sus manos sobre la becerra cuya cerviz fue quebrada en el valle; y protestarán y dirán: Nuestras manos no han derramado esta sangre, ni nuestros ojos lo han visto. Perdona a tu pueblo Israel, al cual redimiste, oh Jehová; y no culpes de sangre inocente a tu pueblo Israel. Y la sangre les será perdonada. Y tú quitarás la culpa de la sangre inocente de en medio de ti, cuando hicieres lo que es recto ante los ojos de Jehová."

Hay una verdad fundamental que se nos enseña en este proceder. Cuando un crimen tenía lugar en una ciudad, los habitantes de esa ciudad tenían cierta responsabilidad. Dios hacía responsable a una comunidad. Aun si el asesinato no fuera cometido en la ciudad, la ciudad todavía era responsable. Los ancianos de esa ciudad debían venir y pedir perdón por la ciudad, y se les concedería el perdón. Dios así lo dispuso para que no se pudiera rehuir esa responsabilidad en Israel.

En el Nuevo Testamento veremos que Cristo fue muerto fuera de la ciudad. Así fue. Y fue Su muerte la que pudo salvar a Sus asesinos. Creemos que el centurión romano, el que estaba encargado de la ejecución de su sentencia de muerte, fue uno de los hombres que se salvaron al creer en Jesucristo.

Ahora los versículos 10 hasta el 17 dan leyes que regulaban el matrimonio con una esposa apresada en la guerra, y leyes que dictaminan la protección legal de los derechos del primogénito, en el caso de un hombre que tuviera dos esposas, y ama a una y aborrecía a la otra. Hemos visto esta situación en al vida del patriarca Jacob.

Veamos ahora las leyes concernientes a

Los hijos delincuentes

Leamos los versículos 18 hasta el 21 de este capítulo 21 de Deuteronomio:

"Si alguno tuviere un hijo contumaz y rebelde, que no obedeciere a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y habiéndole castigado, no les obedeceire; entonces lo tomarán su padre y su madre, y lo sacarán ante los ancianos de su ciudad, y a la puerta del lugar donde viva; y dirán a los ancianos de la ciudad; Este nuestro hijo es contumaz y rebelde, no obedece a nuestra voz; es glotón y borracho. Entonces todos los hombres de su ciudad lo apedrearán, y morirá; así quitarás el mal de en medio de ti, y todo Israel oirá, y temerá."

Tenemos aquí una ley tocante al hijo pródigo. Recordemos la parábola del "hijo pródigo" que vimos en el Evangelio según San Lucas, capítulo 15. Esto es lo que debía haber acontecido cuando el hijo pródigo regresó a casa. Podemos comprender entonces como impactó nuestro Señor Jesucristo a la multitud que le escuchaba, cuando les relató la parábola del hijo pródigo. La multitud creía que el muchacho sería apedreado. Podemos imaginarnos su sorpresa cuando Jesucristo dijo "que el padre salió para recibir al muchacho". Ellos estaban esperando que el joven recibiera lo que justamente merecía. A este muchacho le correspondía la deshonra. Merecía morir. Pero, ¿qué hizo el padre? Abraza al hijo y dijo: "Mi hijo se había perdido, y ha sido hallado."

Estimado amigo oyente, yo me alegro de que no nos hallemos hoy bajo la ley. Cuando venimos a Dios y confesamos nuestros pecados, "Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia". En vez de juicio, hay misericordia para nosotros. ¡Cuán maravilloso y misericordioso es Dios, al aceptarnos y recibirnos cuando nos acercamos a El! Leamos ahora los versículos 22 y 23, de este capítulo 21 de Deuteronomio:

"Si alguno hubiere cometido algún crimen digno de muerte, y lo hiciereis morir, y lo colgareis en un madero, no dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre el madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado; y no contaminarás tu tierra que Jehová tu Dios te da por heredad."

Un criminal que fuese ejecutado, colgándole en un madero, es decir crucificado, no debía ser dejado en la cruz toda la noche. Eso era porque todos los colgados en un madero eran maldecidos por Dios. Ahora, nos parece extraña que esta ley se mencionara aquí. La forma de pena capital que era usada en Israel era la lapidación. Al parecer, los israelitas no usaban la crucifixión como forma de pena capital. Lo que esto significa entonces es que mataban a pedradas a una persona, y luego la colgaban en un madero. Dice aquí el versículo 22: ". . . y lo hiciereis morir, y lo colgareis en un madero". Esto se aplicaba a criminales de la peor clase, para que todos pudieran ver que había muerto por su terrible crimen y para que sirviera de escarmiento a los demás. El cuerpo era quitado del madero al anochecer y debía ser enterrado. Ahora, el motivo para esto era que el criminal había sido maldecido por Dios.

Creemos que ni Moisés ni los hijos de Israel se dieron cuenta del pleno significado de esta ley. El apóstol Pablo, escribiendo su carta a los Gálatas, capítulo 3, versículo 13, habló en cuanto a esta declaración en la leyendo y se la aplicó a Cristo. Dijo: "Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)."

En los tiempos de nuestro Señor, Él fue entregado en manos de los romanos para la ejecución. Como ellos gobernaban en Palestina, la pena de muerte sólo podía ser ejecutada por Roma. Nuestro Señor fue crucificado sobre una cruz romana. Roma entregó la decisión de crucificarle, y Él fue puesto en un madero.

Ahora, Pablo resalto ese hecho y dijo que cuando Cristo colgaba allí en el madero, tomó nuestros pecados y en aquella condición fue maldecido de Dios. Llegó a ser maldición por nosotros porque nos redimió de la maldición de la ley. Nos redimió de la maldición del pecado. Nos redimió de la pena del pecado, y ha comprado nuestro perdón. ¿Por qué? Porque fue hecho maldición por nosotros.

Carecen de importancia las disputas sobre si los romanos o los judíos son los culpables de la muerte del Señor Jesús. Realmente, estimado oyente, usted y yo, fuimos culpables de Su muerte. Asumió la maldición de la ley por nosotros, para que fuéramos redimidos de la maldición de la ley. Nos redimió de la maldición de la ley una vez y para siempre.

¿Ha notado usted cuántas veces se cita el libro de Deuteronomio en el Nuevo Testamento? Un libro como el Deuteronomio es muy importante. Sería difícil entender gran parte del Nuevo Testamento, sin tener un entendimiento del libro de Deuteronomio.

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