Estudio bíblico de Hechos 26:2-32

Hechos 26:2-32

Continuamos hoy estudiando el capítulo 26 de los Hechos de los Apóstoles. Y en nuestro programa anterior, dejamos al apóstol Pablo en el salón del trono, frente a Festo el gobernador, y al rey Agripa y su esposa Berenice. Y vimos que Agripa dio a Pablo permiso para hablar. Y entonces, Pablo extendiendo la mano, comenzó su defensa. Ahora, notamos que Pablo comenzó con una introducción muy cortés, diciéndole a Agripa cuánto se alegraba de tener esta oportunidad. Luego siguió dando al rey Agripa una reseña de su juventud y de sus antecedentes. Le contó después acerca de su conversión. Y dijimos que Pablo luego intentó alcanzar a este hombre para Cristo. Al terminar, dijimos también que pensábamos hacer hoy algo que nunca antes habíamos hecho. Creemos que este testimonio de Pablo aquí, es tan excelente que vamos a leerlo todo de una vez. Es algo largo, pero esperamos que usted estimado oyente, lo escuche porque en verdad habla por sí mismo. Éste es un mensaje que vale la pena escuchar. Luego volveremos sobre el texto para hacer algunos comentarios. Comencemos pues, leyendo a partir del versículo 2 y leeremos hasta el versículo 23:

"Me tengo por dichoso, rey Agripa, de que pueda defenderme hoy delante de ti de todas las cosas de que soy acusado por los judíos. Mayormente porque tú conoces todas las costumbres y cuestiones que hay entre los judíos; por lo cual te ruego que me oigas con paciencia. 4Mi vida, pues, desde mi juventud, la cual desde el principio pasé en mi nación, en Jerusalén, la conocen todos los judíos; los cuales también saben que yo desde el principio, si quieren testificarlo, conforme a la más rigurosa secta de nuestra religión viví como fariseo. Ahora, por la esperanza de la promesa que hizo Dios a nuestros padres, soy llamado a juicio; promesa cuyo cumplimiento esperan que han de alcanzar nuestras doce tribus, sirviendo constantemente a Dios de día y de noche. Por esta esperanza, rey Agripa, soy acusado por los judíos. ¡Qué! ¿Se juzga entre vosotros cosa increíble que Dios resucite a los muertos? Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y, enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras. Ocupado en esto, iba yo a Damasco con poderes especiales y en comisión de los principales sacerdotes, cuando a mediodía, rey, yendo por el camino, vi una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol, la cual me rodeó a mí y a los que iban conmigo. Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba y decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Yo entonces dije: ¿Quién eres, Señor?. Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte sobre tus pies, porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo y de los gentiles, a quienes ahora te envío para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados. Por lo cual, rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial, sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintieran y se convirtieran a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento. Por causa de esto los judíos, prendiéndome en el Templo, intentaron matarme. Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy dando testimonio a pequeños y a grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de suceder: Que el Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz al pueblo y a todas las naciones."

Hemos leído este discurso de San Pablo de forma ininterrumpida porque creemos que presenta un impacto único. En verdad está demasiado bien articulado como para interrumpirlo con algún comentario de nuestra parte. Ahora, notará usted que este discurso comenzó con una referencia a la juventud del apóstol Pablo, en el versículo 4 donde él dijo: "Mi vida, . . . desde mi juventud..." Luego, llegó casi enseguida al tema de la resurrección de Jesucristo. Es que lo más importante de todo, estimado oyente, es la resurrección. Si uno quita toda mención a la resurrección de los mensajes de los apóstoles, estos perderían su significado. Y en consecuencia, no habría tampoco ningún mensaje del evangelio. Y tampoco habría ningún apóstol. No se puede explicar a Pablo, ni a los otros apóstoles sin la resurrección. Se le quita todo significado y poder al evangelio, si se trata de eliminar la resurrección. Es por eso que tantas Iglesias en la actualidad se encuentran en un estado de impotencia ante los valores del mundo, porque no toman lo suficientemente en serio el hecho central del cristianismo, que es la resurrección de Jesucristo.

La muerte de Cristo y la cruz de Cristo de por sí, constituirían una tragedia. Si no hubiera tenido lugar la resurrección, siempre estaríamos en duda en cuanto a la bondad de Dios. El evangelio que Pablo predicó fue el de la cruz, interpretada a la luz y el poder de la resurrección. Nunca predicó la cruz aparte de la resurrección. Dijo él mismo escribiendo su carta a los Romanos, capítulo 4, versículo 25: "El cual - es decir, Jesucristo - fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación."

Pablo escribió también a los Corintios, en su primera carta a los Corintios, capítulo 2, versículo 2 diciendo: "Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado". Más tarde en esta misma carta, explicó lo que era el evangelio. Y dijo en esa primera carta a los Corintios, capítulo 15, versículo 6, que el evangelio esta resumido en las siguientes palabras: "Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras".

Ahora, siguiendo nuestro estudio de este mensaje de Pablo ante el rey Agripa, vemos que después de dar una explicación de su previa conducta, la cual era el resultado natural de sus antecedentes, Pablo contó su vida como fariseo, y su experiencia en el camino de Damasco. Y admitió en el versículo 9 lo siguiente: "Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret". Estimado oyente, no creemos que el Señor Jesús jamás haya tenido otro enemigo tan cruel y tan brutal como Saulo de Tarso. Él tenía un odio crónico e intenso contra Jesucristo y el evangelio. Y contó como asoló a la Iglesia en Jerusalén y como encerró en cárceles a muchos de los creyentes. Y creemos que fue precisamente por esto, que le fue posible a Pablo soportar la cárcel por dos años. Le fue posible sufrir tal abuso de parte de los líderes religiosos, porque antes él también había sido uno de ellos. Y sabía exactamente cómo se sentían ellos, pues, él también había perseguido a los creyentes aun hasta en las ciudades extranjeras.

Luego, en el versículo 13, Pablo relató aquella experiencia que tuvo en el camino hacia Damasco. Contó acerca de su visión y de su conversión: cómo el Señor Jesucristo le detuvo en el camino a Damasco, le hizo caer en tierra y entonces le habló y de cómo por fin se dio cuenta de que estaba viviendo en contra de la voluntad de Dios.

Más tarde Pablo escribiría a los Filipenses sobre esta experiencia, en el capítulo 3 de aquella carta, versículos 7 y 8, diciendo: "Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a Él lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo". Una revolución en verdad había tenido lugar en la vida de Pablo. Hasta entonces él había confiado en la religión y era muy religioso; pero cuando se encontró con Jesús, se libró de todo aquella religiosidad. Las cosas que para él habían constituido una ganancia, ahora las consideraba como una pérdida. Y Jesucristo, a quien había aborrecido más que a cualquiera otra cosa, se convirtió para Pablo en la persona más maravilloso de su vida.

Y así fue como Pablo les describió aquí a estos personajes, a Festo y al rey Agripa, la realidad de la visión que había tenido. Luego les cuenta que el Señor le había encargado predicar a los no judíos y le había prometido librarle de ellos. Y ésa fue una afirmación impactante, porque allí se encontraba él ante estos dos poderosos personajes que no eran judíos, predicándoles el Evangelio, y no le podían hacer ningún daño porque, como ciudadano romano, había apelado al César. Fue exactamente como el Señor le había dicho que sucedería. El Señor había prometido librarle de aquellos ante quienes sería enviado.

Pablo contó ahora acerca de su respuesta a la visión, comenzando por el versículo 19, que dice: "Así que, rey Agripa, no desobedecí a la visión del cielo". Y la implicación era: ¿Qué otra cosa podía haber hecho? ¿No habrías hecho tu lo mismo?

Desde el principio Pablo afirmó con claridad total que el nuevo "Camino" era un desarrollo y un cumplimiento del Antiguo Testamento. Dice el versículo 22: "Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de suceder."

Entonces Pablo presentó el evangelio al rey Agripa y a todos en aquella multitud allí presentes en aquel día, lo oyeron. Y dijo en el versículo 23: "Que el Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz al pueblo y a todos los Gentiles". La palabra "gentiles" hace referencia a las demás naciones no judías y creemos que Pablo la enfatizó porque el rey no era judío, o sea, que era un gentil. Observemos que el presentó el evangelio de esta manera: Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado, y resucitó de los muertos. Como hemos señalado con frecuencia, Pablo siempre enfatizó la resurrección, así como hicieron los demás apóstoles. Nunca debiéramos predicar la muerte de Cristo sin proclamar también Su resurrección. Pablo confrontó a esa augusta audiencia con el hecho de que Dios se introdujo en la historia del hombre, y que Dios había hecho algo por el ser humano. Dios le había demostrado Su amor y de tal manera, que había entregado a Su Hijo. Como dijo el Señor Jesucristo mismo, en el evangelio según San Juan, capítulo 3, versículo 16: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna."

En ese momento se produjo una interrupción. Evidentemente, el gobernador Festo fue consciente de que estaba en una situación difícil e interrumpió pues a Pablo a gran voz. Dicen los versículos 24 y 25:

"Diciendo él estas cosas en su defensa, Festo a gran voz dijo: ¡Estás loco, Pablo! ¡Las muchas letras te vuelven loco! Pero él dijo: No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura."

Francamente, creemos que fue una lástima que Festo hubiera interrumpido a Pablo en ese momento. Pero veamos cuán cortésmente Pablo le contestó. Ciertamente, su respuesta tranquila demostró que no estaba loco, y que tampoco era un fanático.

Estimado oyente, hoy en día, hay muchos que tratan de testificar, especialmente predicadores o dirigentes de iglesias, que tienen tanto miedo de no parecer intelectuales, y de ser considerados fanáticos, que no proclaman las grandes verdades del evangelio. Debemos estar dispuestos a soportar que se nos compare con los locos, en la consideración de la gente, actuando como personas cuerdas que somos, presentando el evangelio con sobriedad, como Pablo lo proclamaba.

Habiendo respondido al gobernador Festo, Pablo se dirigió nuevamente al rey Agripa para formularle una pregunta, como relatan los versículos 26 y 27, diciendo:

"El rey, delante de quien también hablo con toda confianza, sabe estas cosas, pues no pienso que ignora nada de esto, porque no se ha hecho esto en algún rincón. ¿Crees, rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees."

Es que resulta posible creer en los hechos, sin que éstos sean significativos para el que escucha. Uno puede conocer los hechos del evangelio ?que Jesús murió por nuestros pecados y resucitó?pero lo esencial es la relación de uno con esos hechos.

Veamos pues la respuesta de Agripa y la reacción de Pablo, leyendo los versículos 28 y 29 de Hechos 26:

"Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persuades a hacerme cristiano. Y Pablo dijo: ¡Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fuerais hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas!"

Agripa era un hombre inteligente. Y lo vemos en su respuesta, aquí en el versículo 28: "Por poco me persuades a hacerme cristiano". Estimado oyente, ¿sabe usted que es posible ser casi cristiano, y luego estar perdido para toda la eternidad? ¡Cuán trágico es eso! El casi, simplemente no sirve para nada. O bien usted acepta a Cristo, o bien no le acepta. En realidad, a ningún teólogo le es posible examinar las profundidades de la salvación, ni su significado. Porque resulta una cuestión tan simple que la mayoría podría comprender. O usted tiene a Cristo, o no lo tiene. O, confía usted en Cristo, o no. O Jesucristo es su Salvador, o no lo es. Se trata de elegir una de las dos opciones. No hay tal cosa como una posición intermedia. En ningún caso puede ser la opción de un "casi". Se trata de aceptar o rechazar la totalidad que significa la persona del Señor Jesucristo.

Pablo contestó entonces aquí en el versículo 29, que acabamos de leer: "Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas". Pablo estaba diciendo que desearía que ellos que le estaban escuchando llegaran a ser como él en su relación con Cristo, aunque sin esas cadenas, que el no querría poner a nadie. Éste era el hombre que había sido un fariseo orgulloso y celoso y que, unos pocos años antes, había encarcelado a los cristianos y les había conducido a la muerte. En ese momento, su actitud era totalmente diferente. Quiere que todos llegaran a ser cristianos y que tuvieran una relación vital y personal con Jesucristo. Uno no puede menos que admirarse de la poderosa transformación que se había operado en la vida de Saulo de Tarso. Ahora, ¿cómo se explicaba ese cambio? La respuesta era que Jesús vivía. Había resucitado de los muertos, y se había revelado. Es por eso que Pablo dijo en el versículo 8, muy al principio en su testimonio ante Agripa: ¿se juzga entre vosotros cosa increíble que Dios resucite de los muertos? No había nada irrazonable en cuanto a ello. Más de dos mil años de desarrollo humano y de conocimiento en muchas áreas han hecho a la resurrección aun más creíble en nuestro tiempo. En realidad, estimado oyente, tendría que ser más fácil para usted creer en la resurrección que lo que debió serlo para las personas del tiempo de Pablo.

Nuestra escena estaba transcurriendo en una sala de juicios en la cual había un trono. Ahora, puesto que Jesús había sido levantado de los muertos, también es verdad que habrá otro juicio futuro. Habrá otro trono y Jesús estará sentado sobre él. Y en esa ocasión habrá otro prisionero, que podría ser usted o yo. O usted se ha postrado ante Él y le ha aceptado como su Señor y Salvador, o algún día tendrá que rendirle cuentas en aquel día futuro. Y estimado oyente, la resurrección es muy importante para el no creyente, así como lo es para el creyente. Para el inconverso, el Cristo resucitado se aparecerá como Juez. Leamos ahora los versículos 30 hasta el 32 de este capítulo 26 de los Hechos:

"Cuando dijo estas cosas, se levantaron el rey, el gobernador, Berenice y los que se habían sentado con ellos; y cuando se retiraron aparte, hablaban entre sí, diciendo: Ninguna cosa digna de muerte ni de prisión ha hecho este hombre. Y Agripa dijo a Festo: Este hombre podría ser puesto en libertad, si no hubiera apelado a César."

Es obvio entonces que Pablo tendría que ir a Roma. Hemos mencionado en un programa anterior que había quienes dudaban que Pablo hiciera lo correcto cuando apeló a César. Algunos creen que se equivocó. Pero, insistimos en que Pablo no se equivocó de ninguna manera.

En su carta a los Romanos, Pablo expresó su anhelo de ir a Roma y les pidió a los creyentes que oraran que pudiera ir. Escuchemos lo que dijo en su carta a los Romanos, capítulo 1, versículos 10 y 11: "Rogando que de alguna manera, si es la voluntad de Dios, tenga al fin un próspero viaje para ir a vosotros porque deseo veros, para comunicaros algún don espiritual, a fin de que seáis fortalecidos."

No había duda pues, que Pablo iría a Roma. Ahora, usted quizás dude que Pablo tuviera un próspero viaje. Creemos que sí, que lo tuvo porque era la voluntad de Dios que él fuera a Roma.

En nuestro próximo programa, Dios mediante, entraremos en más detalles con respecto a este viaje de Pablo a Roma. Nos quedamos hoy pensando en este mensaje de San Pablo, el más elocuente de sus sermones registrado en la Biblia. Pero otro más de los mensajes apostólicos que presentó la muerte y la resurrección de Cristo, eventos fundamentales de la fe cristiana.

¿Qué relación tiene usted, estimado oyente, con los hechos de la muerte y la resurrección de Cristo? ¿Se los ha apropiado usted personalmente y ha depositado su fe en Cristo Jesús? Si se ha apropiado de ellos, ¿entiende usted que Dios le acepta como justo? Dios le ve a usted como si usted hubiera muerto, hubiera sido sepultado, y resucitado a una nueva vida en Cristo. Estos entonces, no son solamente unos hechos históricos, objetivos, sino la sustancia, la esencia de una nueva relación. Esto es lo que Pablo escribió a los Gálatas, cuando les dijo en el capítulo 2 de su carta a los Gálatas, versículo 20: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí."

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