Estudio bíblico de 1 Samuel 1:28

1 Samuel - Introducción – 1:28

Continuando nuestro recorrido a través de la Biblia, volvemos hoy al Antiguo Testamento para comenzar nuestro estudio del primer libro del profeta Samuel.

Los dos Libros de Samuel se clasificaban como un solo libro en el canon judío y deben ser considerados como un volumen. En la Biblia Vulgata Latina, aparecen como los dos primeros de los cuatro libros de los Reyes. Nuestro título identifica el nombre de Samuel con estos dos primeros libros históricos. Esto no es porque él sea el escritor, aunque nosotros creemos que Samuel es el escritor de una buena parte de estos libros. Es más bien porque su extraordinaria biografía es presentada al comienzo, y él figura prominentemente como la persona que Dios usó para ungir a los dos primeros reyes de Israel, es decir, a Saúl y a David. Samuel, entonces, es considerado el escritor de 1 Samuel hasta el capítulo 25, el cual registra su muerte. Aparentemente, Natán y Gad terminaron la escritura de estos libros. Nos enteramos de esto por lo que dice el capítulo 10, versículo 25 de este Primer libro de Samuel, donde leemos: "Samuel expuso luego al pueblo las leyes del reino, y las escribió en un libro, el cual guardó delante del Señor". Y también el Primer libro de Crónicas, capítulo 29, versículo 29, dice: "Los hechos del rey David, desde el primero hasta el último, están escritos en el libro de las crónicas del vidente Samuel, en las crónicas del profeta Natán, y en las crónicas del vidente Gad."

Los Libros de Samuel contienen muchos aspectos familiares. Leemos del surgimiento del reino de Israel. Tenemos también la historia de Ana y su hijo Samuel. Se nos narra igualmente en estos libros la historia de David y Goliat, y la poco habitual y conmovedora amistad de David y Jonatán. Vemos asimismo el relato de la visita del rey Saúl a la adivina de Endor; y el capítulo 7 de 2 Samuel – uno de los grandes capítulos de la Palabra de Dios – nos presenta el pacto de Dios con David. Por último encontramos la historia del gran pecado de David con Betsabé, y la rebelión de su hijo Absalón.

En el libro de los Jueces vimos cómo Dios usó a personas comunes, muchas de los cuales tenían serios fallos o defectos. Sus historias constituyen un gran aliento para los que hoy somos gente normal y corriente. Sin embargo, en el Primero y en el Segundo libro de Samuel vamos a conocer a algunos personajes verdaderamente extraordinarios, como: Ana, Elí, Samuel, Saúl, Jonatán, y David. Vamos a familiarizarnos con cada uno de ellos al avanzar en nuestro estudio de estos libros.

Hay tres asuntos que pueden considerarse como temas de los Libros Primero y Segundo de Samuel. La oración es el primero. El Primer libro de Samuel se inicia con una oración, y el Segundo libro de Samuel concluye con una oración. Y la oración también puede verse entre los dos escritos.

Un segundo tema es el surgimiento del reino. Tenemos en estos libros el registro del cambio de gobierno de Israel de una teocracia a un reino. De gran significación también es el pacto de Dios con David, que se detalla en el Segundo libro de Samuel, capítulo 7.

El tercer tema es el comienzo del oficio de profeta. El profeta es el personaje que se destaca en estos dos libros. Cuando Israel era una teocracia, Dios actuaba por medio del sacerdocio. Sin embargo, cuando los sacerdotes fracasaron y un rey fue ungido, Dios hizo a un lado a los sacerdotes y levantó a los profetas como Sus mensajeros. Notaremos que para la nación de Israel esto resultó en un deterioro antes que en una mejora.

El surgimiento del reino es de particular importancia. Los dos libros de Samuel presentan el origen de este reino, el cual continúa como un asunto muy importante tanto a través del Antiguo como del Nuevo Testamento. El primer mensaje del Nuevo Testamento fue el mensaje de Juan el Bautista, quien dijo allá en Mateo 3:2: "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado". Es posible que el reino del cual hablaba Juan fuera el reino del Antiguo Testamento, ese reino que comienza aquí en los Libros de Samuel. Observaremos que este reino tiene una base muy histórica, un origen terrenal, y fronteras geográficas. Este reino tiene un rey, y sus súbditos son gente de verdad.

La forma de gobierno escogida por Dios es un reinado regido por un rey. Con todo, el cambiar la forma de los gobiernos hoy no solucionaría los problemas humanos. El defecto no se encuentra en la forma – sino en la gente que ejerce el gobierno. Cualquier forma de gobierno es satisfactoria si las personas que gobiernan son buenas. Pero un reino es el ideal de Dios, y Él tiene el propósito de poner a Su Rey en el trono de esta tierra algún día. Cuando Jesucristo, el Príncipe de Paz, reine en este mundo, su gobierno funcionará de manera muy diferente a como operan los diversos sistemas de gobierno que el ser humano ha creado. No habrá necesidad de un programa de ayuda para los pobres porque no habrá pobreza. El Príncipe de Paz, el Rey de Reyes, y el Señor de Señores no instituirá ningún programa ecológico ni de reforma moral. Cuando Él reine, la justicia y la paz cubrirán esta tierra como las aguas cubren el mar.

En estos dos libros de Samuel se prefigura de varias maneras el reino milenario venidero de Cristo; y en el establecimiento del reino de Israel observamos tres cosas que nuestro mundo necesita: En primer lugar, nuestro mundo necesita un rey con poder y que ejerza ese poder en justicia; en segundo lugar, nuestro mundo necesita un rey que gobierne en completa dependencia de Dios, y en tercer lugar, nuestro mundo necesita un rey que gobierne en completa obediencia a Dios. El Señor Jesucristo, el Rey de reyes que vendrá, es exactamente Aquel a quien el mundo tan desesperadamente necesita hoy.

Al entrar ahora en nuestro estudio del Primer Libro de Samuel, es importante recordar los siguientes puntos. En los primeros ocho capítulos tenemos a Samuel, el profeta de Dios. En los capítulos 9 hasta el 15 tenemos a Saúl, el hombre de Satanás. Por último, en los capítulos 16 al 31 tenemos un contraste entre David, el hombre de Dios y Saúl, quién como ya dijimos representa al hombre de Satanás.

Y ahora sí, estamos listos para entrar en el primer capítulo de este Primer Libro de Samuel. En este primer capítulo tenemos a Elcana y sus dos mujeres. Tenemos también la oración de Ana, el nacimiento de Samuel y su presentación al Señor.

Este Primer Libro de Samuel comienza con el llanto de una mujer piadosa. Mientras el pueblo pedía un rey, Ana pedía un niño. Dios edificó el trono sobre el llanto de una mujer. Cuando la mujer asume su puesto exaltado, Dios le edifica un trono.

El sumo sacerdote Elí, creyó que Ana estaba ebria al observarla mientras ella oraba al Señor delante del tabernáculo en Silo. Cuando él descubrió su verdadera ansiedad por tener un niño, la bendijo. Más tarde, Ana dio a luz a su hijo, Samuel, y se lo trajo a Elí para cumplir su voto.

Comencemos, pues, leyendo los primeros dos versículos de este capítulo 1 del Primer Libro de Samuel.

"Hubo un hombre de Ramataim, sufita de los montes de Efraín, que se llamaba Elcana hijo de Jeroham hijo de Eliú, hijo de Tohu, hijo de Zuf, efrateo. Tenía dos mujeres; el nombre de una era Ana, y el de la otra, Penina. Penina tenía hijos, pero Ana no los tenía."

Se nos dice aquí que Elcana tenía dos mujeres. Habrá quienes dirán que en aquellos días Dios aprobaba que un hombre tuviera más de una mujer. Sin embargo, si usted lee con cuidado el relato, notará que Dios no aprobaba el hecho de que Elcana tuviera dos mujeres. El simple hecho de que ciertas cosas se registren en las Escrituras no significa que Dios las apruebe. El simplemente nos da ciertos datos o hechos en cuanto a la historia, las personas y los eventos. Las mentiras de Satanás, por ejemplo, también están incluidas en las Escrituras, pero eso no quiere decir que Dios las apruebe. El pecado de Adán y el de Abraham también fueron registrados. Dios mostró Su desaprobación cuando Abraham tomó a la sierva Agar como su segunda mujer. Los frutos de su pecado todavía existen. Ismael, hijo de Abraham con Agar, llegó a ser la cabeza de la nación árabe, y los judíos y los árabes aún viven en permanente conflicto en la actualidad. Debido a que Elcana tenía dos esposas, había dificultades en la familia, como veremos más adelante. Esto es evidencia de que Dios no aprobaba esta situación y no les estaba bendiciendo en este tiempo en particular. Veamos ahora el versículo 3.

"Todos los años, aquel hombre subía de su ciudad para adorar y ofrecer sacrificios al Señor de los ejércitos en Silo, donde estaban dos hijos de Elí: Ofni y Finees, sacerdotes del Señor."

Al leer este versículo surge una pregunta en nuestra mente que es algo inquietante. Esa pregunta es: ¿Por qué creyó Samuel necesario decirnos que los dos hijos de Elí estaban en el tabernáculo? Bueno, más tarde nos daremos cuenta de la razón por la cual nos lo dijo. Ahora el subir al tabernáculo para adorar a Dios no era todo lo que uno esperaría que fuera. En realidad, era un lugar poco recomendable para ir, porque estos hijos de Elí eran "hijos de Belial" o sea, hijos del diablo.

A veces uno ni se imagina cuál es el lugar más peligroso donde uno podría estar. Hay muchos que dicen, en cuanto al aposento alto, "¡Cuán maravilloso habría sido estar allí con Jesús!" Pero, ¿es eso verdad? ¿Sabe usted quién estuvo en el aposento alto? ¡Pues Satanás estuvo allí! No había sido invitado, pero allí estuvo; el relato nos dice que él entró en Judas. El aposento alto era el lugar más peligroso donde uno pudiera encontrarse en esa noche en toda Jerusalén. Así pues, ir a adorar a Dios tenía sus dificultades en aquel tiempo de Samuel también, y la maldad estaba presente allí en el tabernáculo, en las personas de los hijos de Elí. Es interesante que esto se mencione aquí en esta coyuntura, al comienzo del Primer Libro de Samuel. Leamos ahora los versículos 4 y 5 de este capítulo 1 del Primer Libro de Samuel.

"Cuando llegaba el día en que Elcana ofrecía sacrificio, daba a Penina, su mujer, la parte que le correspondía, así como a cada uno de sus hijos e hijas. Pero a Ana le daba una parte escogida, porque amaba a Ana, aunque el Señor no le había concedido tener hijos."

Elcana daba más a Ana que lo que le daba a su otra esposa y a todos sus hijos. ¿Por qué? Porque amaba a Ana. Ahora, el Señor no le había concedido tener hijos; y dice aquí el versículo 6:

"Y su rival la irritaba, enojándola y entristeciéndola porque el Señor no le había concedido tener hijos."

¿Quién era la adversaria de Ana que se menciona aquí? Era Penina, la otra esposa de Elcana. No se hablaban ni tenían un hogar muy feliz. Había grandes problemas en la familia y no tenían ningún consejero a quien acudir para recibir ayuda. Ana era probablemente una de las personas más miserables en el mundo en ese tiempo, pero aquí vemos que ella acudió a Dios en oración. Continuemos leyendo los versículos 7 al 11 de este capítulo 1 del Primer Libro de Samuel.

"Así hacía cada año; cuando subía a la casa del Señor, la irritaba así, por lo cual Ana lloraba y no comía. Y Elcana, su marido, le decía: Ana, ¿por qué lloras? ¿por qué no comes? ¿y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos?. Después de comer y beber en Silo, Ana se levantó, y mientras el sacerdote Elí estaba sentado en una silla junto a un pilar del templo del Señor, ella, con amargura de alma, oró al Señor y lloró desconsoladamente. E hizo voto diciendo: ¡Señor de los ejércitos!, si te dignas mirar a la aflicción de tu sierva, te acuerdas de mí y no te olvidas de tu sierva, sino que das a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré al Señor todos los días de su vida, y no pasará navaja por su cabeza."

La expresión "ella con amargura de alma" en el versículo 10, describe el profundo dolor que ella sentía por no tener un hijo. De modo que pidió un hijo y prometió a Dios dos cosas si le era concedida su petición: 1) que su hijo sería sacerdote en el servicio levítico todos los días de su vida, y 2) que ella le haría nazareo, o sea un hombre separado para el servicio de Dios.

Ahora observemos lo que ocurrió aquí en los versículos 12 y 13:

"Mientras ella oraba largamente delante del Señor, Elí observaba sus labios. Pero Ana oraba en silencio y solamente se movían sus labios; su voz no se oía, por lo que Elí la tuvo por ebria."

Elí era el sumo sacerdote y le llamó la atención esta mujer angustiada que llegaba al tabernáculo y se ponía a orar. Observó su boca y vio que movía los labios, pero no oía ninguna palabra. Tampoco podía leer el movimiento de los labios para saber qué es lo que estaba diciendo. Ahora observemos su reacción, la cual nos da una idea en cuanto a las condiciones espirituales y morales de aquel entonces. Los hijos de Elí bebían, se embriagaban se divertían allí y Elí lo sabía, pero nunca tomó medida alguna. Es que era un padre indulgente. Cuando Ana oró con tal fervor de corazón, Elí creía que estaba ebria. ¿Sabe usted por qué? Porque otros habían llegado ebrios a la casa del Señor. Este lugar de adoración en realidad no era el mejor lugar al cual ir en aquel entonces. Y dicen los versículos 14 y 15:

"Entonces le dijo Elí: ¿Hasta cuándo estarás ebria? ¡Digiere tu vino! Pero Ana le respondió: No, señor mío; soy una mujer atribulada de espíritu. No he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante del Señor."

Hoy en día ya no escuchamos oraciones como esta oración de Ana, ¿verdad? Nuestras oraciones son ya muy solemnes, con frases preparadas de antemano, calculadas para que los que escuchen otorguen su aprobación. Ahora Ana, no queriendo que Elí recibiera una mala impresión, continuó diciéndole aquí en los versículos 16 al 18:

"No tengas a tu sierva por una mujer impía, porque solo por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he estado hablando hasta ahora. Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho, le dijo Elí. Halle tu sierva gracia delante de tus ojos, respondió ella. Se fue la mujer por su camino, comió, y no estuvo más triste."

Elí se dio cuenta de su equivocación y pronunció una bendición profética. Se nos dice que Ana, entonces, no volvió a estar triste, lo cual fue una evidencia de que tuvo confianza en que Dios había escuchado su oración, y que la respondería. Leamos ahora el versículo 20 de este capítulo 1 del Primer Libro de Samuel, que nos habla entonces de

El nacimiento de Samuel

"Aconteció que al cumplirse el tiempo, después de haber concebido Ana, dio a luz un hijo, y le puso por nombre Samuel, por cuanto dijo, se lo pedí al Señor."

Como decíamos hace un momento, este primer libro de Samuel comenzó con el llanto de una mujer piadosa. Mientras el pueblo clamaba por un rey, Ana estaba clamando por un niño.

¡Cómo contrasta esto con nuestra sociedad contemporánea, estimado oyente! Cada vez oímos hablar más sobre el aborto. No pensamos abordar este tema del aborto aquí, pero qué contraste hay entre Ana, quien quería tener un niño y tantas mujeres hoy que no quieren tener a sus hijos, y optan por deshacerse de ellos. Entendemos que puede haber algunas excepciones en las cuales el aborto puede resultar esencial para la vida de la madre o para la supervivencia del niño, pero esa excepción debe ser determinada científicamente por expertos. El caso en nuestros días es que muchos quieren alejarse del cumplimiento de los mandamientos de Dios para ejercer una supuesta libertad plena, pero no están dispuestos a pagar las consecuencias. Si un niño es concebido, ese niño debería nacer y quedar bajo la responsabilidad de quienes lo trajeron al mundo. Necesitamos entender el principio bíblico expresado en Gálatas 6:7, donde el Apóstol Pablo dijo: "No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará". Estamos viviendo en tiempos en que este tema se trata con mucha frivolidad. En contraste con nuestra historia y como muchas madres en la actualidad, Ana vivió anhelando tener un hijo varón, y al tenerlo, ella, con gratitud, dedicó ese hijo al Señor. Por eso dijimos que, en cierta forma, sobre su angustia y su llanto, Dios edificó un reino. ¡Qué tremendo tributo y maravilloso monumento al clamor de esta mujer!

Veamos ahora cómo Ana cuidó a su bebé hasta que llegó el momento apropiado para llevarlo a Jerusalén y dejarlo allí en cumplimiento del voto que había hecho a Dios cuando le pidió que le diera un hijo. Leamos ahora los versículos 24 al 28, donde se nos relata que

Samuel fue llevado al sacerdote Elí

"Después que lo destetó, y siendo el niño aún muy pequeño, lo llevó consigo a la casa del Señor en Silo, con tres becerros, veintidós litros de trigo y una vasija de vino. Tras inmolar el becerro, trajeron el niño a Elí. Y Ana le dijo: ¡Oh, señor mío! Vive tu alma, señor mío, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti, orando al Señor. Por este niño oraba, y el Señor me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también al Señor; todos los días que viva, será del Señor. Y adoró allí al Señor."

Cuando Ana llevó su ofrenda al Señor, cumplió el voto que había hecho a Dios. Ella dijo: "He prometido traer este niño al Señor y aquí está". Puede ser que sus ojos se llenaron de lágrimas al despedirse de Samuel, pero su corazón rebosaba de gozo porque ese niño era una prueba irrefutable de que Dios había escuchado y respondido positivamente su petición, y ahora ella estaba allí cumpliendo la promesa que había hecho al Señor. La decisión de Ana de dedicar a Samuel completamente al servicio del Señor fue irrevocable.

Esta madre llamada Ana ha sido, pues, nuestro primer personaje de este libro, y nos ha dejado la imagen de una mujer creyente, que derramó su alma ante Dios en oración, suplicándole le concediese la petición más importante de su vida. Dios la escuchó. Y Dios respondió su oración. Estimado oyente, le invitamos a dirigirse a Dios en oración. Hay peticiones que ningún poder humano nos podría conceder. Y pensamos en la importancia trascendental del alma, del alma que se siente alejada de Dios y necesita comunicarse con Él. Conscientes de esta lejanía, las personas viven incompletas, insatisfechas. Y necesitan ponerse en contacto con Su Creador, con su Salvador. En estas circunstancias, la oración puede transformarse en un clamor, como la oración de un salmo. Creo que las antiguas palabras en estas canciones de la Biblia, son adecuadas para expresar el clamor del ser humano de nuestro tiempo, por su frustración y su desesperanza. Por ello, nos despedimos hoy con esas palabras del salmo 130: "Desde lo más profundo, oh Señor, he clamado a ti. ¡Señor, oye mi voz! Estén atentos tus oídos, a la voz de mis súplicas. Señor, si tu tuvieras en cuenta las iniquidades, ¿quién, oh Señor, podría permanecer? Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado. Espero en el Señor; en Él espera mi alma, y en su palabra tengo mi esperanza. Mi alma espera al Señor… porque en el Señor hay misericordia, y en Él hay abundante redención."

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