Estudio bíblico de 2 Samuel 11:26-12:23

2 Samuel 11:26-12:23

Continuamos estudiando hoy el capítulo 11 de este Segundo libro de Samuel. Y en nuestro programa anterior, estábamos considerando el gran pecado de David. Y vimos cómo David había visto a esta mujer Betsabé que se estaba bañando, la codició y adulteró con ella. Y vimos luego, cómo trató de encubrir su pecado, haciendo venir al esposo de Betsabé, Urías el heteo e intentando hacerle pasar la noche con su esposa. Pero vimos que Urías, se negó a ello. Entonces, David optó por enviar una carta a Joab, el general de sus ejércitos, diciéndole que pusiera a Urías al frente, en lo más duro de la batalla, y que lo dejaran solo para que fuera muerto. Y esto, fue exactamente lo que sucedió. Vimos luego cómo Joab envió un mensajero a David, para hacerle saber todos los asuntos de la guerra. Y le dijo al mensajero, que si el rey David comenzaba a disgustarse por lo que le contaba, le dijera que también su siervo Urías, había sido muerto. El mensajero, fue pues, y le contó a David todo lo que Joab le había dicho que le contara. Y le contó cómo los de la ciudad habían resistido frente a los israelitas y al final, le dijo que también su siervo Urías, había muerto. También entonces, envió este mensaje de vuelta a Joab: "No tengas pesar por esto, porque la espada consume, ora uno, ora a otro. Refuerza tu ataque contra la ciudad hasta que la rindas". Y entonces le dijo al mensajero: "tú, aliéntale". Ahora, estas palabras que salieron de la boca de David, parecían palabras muy piadosas. Pero David fue un verdadero pecador. Había cometido una acción terrible. ¿Qué es lo que iba a ocurrir a partir de ese momento? Bueno, Dios le iba a castigar. Comencemos, pues, hoy nuestro estudio, leyendo los versículos 26 y 27 de este capítulo 11 del Segundo libro de Samuel:

"Al oír la mujer de Urías que su marido Urías había muerto, hizo duelo por él. Pasado el luto, envió David por ella, la trajo a su casa y la hizo su mujer; ella le dio a luz un hijo. Pero esto que David había hecho fue desagradable ante los ojos del Señor."

Observemos lo que dice aquí: Esto que David había hecho, fue desagradable ante los ojos del Señor. Es decir, el pecado de David no quedaría sin castigo. Hasta este momento de su vida, David, había obtenido muchos triunfos, pero de ahí en adelante, hasta la hora de su muerte, sufriría muchos problemas.

Permítanos decirle, estimado oyente, que es posible que usted peque. Ahora, el no creyente, es decir, el que no es un hijo de Dios, quizá pueda salirse con la suya cuando se involucre directamente en un pecado. El Señor no castiga a los que permanecen en la esfera de influencia del diablo, pero sí castiga, disciplina a los Suyos. ¿Aceptaría usted estas palabras de alguien que ha sido castigado? Pues bien, yo mismo puedo decirle que no se puede quedar indemne ni sin castigo ante el pecado. A David no le resultó bien sino que le afectó mucho. Porque lo que hizo desagradó al Señor. Y cuando algo desagrada al Señor, estimado oyente, Él hará algo en cuanto a ello.

David creyó que había arreglado bien todos los detalles después de su pecado y que todo había quedado encubierto. Pero había unas cuantas personas que conocían los hechos. Joab, el capitán de David conocía los hechos. Algunos de los consejeros privados de David, aquellos que habían traído a Betsabé al palacio, conocían también los hechos. Ahora, fuera de éstos, nadie más los conocían, y ninguno de los allegados a David que los conocían se atrevió a decir nada. Sin embargo, David, al sentarse en su trono y al mirar a los que se encontraban en la corte, se preguntaría quiénes más sabrían algo en cuanto a lo que él había hecho. Probablemente habría centenares de personas que le rodeaban en las audiencias, y sin duda cuando él miraba a alguien cara a cara se preguntaba: "¿Lo sabrá éste?" Después de un tiempo, David probablemente se acostumbró a la situación y se dijo: "Bueno, parece que salí bien de este problema. ¡Nadie lo sabe!"

Y estimado oyente, fuese o no conocido este asunto en Jerusalén, el pecado oculto de David y nuestros pecados ocultos, son conocidos por Dios. Alguien ha dicho que: "El pecado oculto en la tierra, es un escándalo público en el cielo". Y ésta es una verdad innegable. Dios conoce todo lo que nosotros hacemos.

Llegamos ahora a

2 Samuel 12:1-23

Este capítulo relata el incidente en el cual el profeta Natán confrontó a David con su pecado, así como el arrepentimiento de David. Tenemos la Parábola de Natán en cuanto a la oveja, la cual hizo que David se convirtiera en su propio juez. David, confesó su pecado y fue perdonado. Tenemos también el nacimiento de Salomón. Rabá fue capturada por las fuerzas de David. Natán pronunció el juicio de Dios sobre David, y David reconoció su pecado. David tuvo que aprender, que todo lo que el hombre sembrare, eso también segaría. Finalmente, en este capítulo tenemos el nacimiento de Salomón, que es el segundo hijo que le nace de Betsabé. En el capítulo 11 vimos en detalle, el relato del terrible pecado de David. La Biblia no le restó importancia, de ninguna manera. Ahora, es posible que el pecado de David, nos haga perder de vista la grandeza de este hombre. El pecado fue la excepción y no la regla en su vida. No fue el pecado la norma de su vida en ninguna manera. David no vivía pecando todo el tiempo.

Hay algunas personas que hacen que el pecado sea la norma de sus vidas. Y si hacen esto, no pertenecen a Dios. El hijo de Dios, no puede vivir así. Es posible que un creyente caiga en el pecado, pero usted puede estar seguro que no se quedará en el pecado. Eso es lo que caracteriza y lo que distingue a quienes pertenecen a Dios de los que no son Sus hijos. Una oveja, bien puede caer en el lodo, pero no se quedará allí. No le gustará y hará lo posible por salirse de allí lo más pronto posible. Sin embargo, un cerdo sí se queda en el lodo y allí, en su elemento natural, se encuentra bien.

Dios dijo que los hombres son como piezas de alfarería, que se pueden estropear. Ahora, un defecto puede echar a perder una valiosa pieza de alfarería. Generalmente un artículo de valor se vende como una oferta especial porque el comerciante ve que tiene algún defecto. Muchas veces, debido a un solo defecto, se marca un artículo a un precio más bajo. Pues bien, usted estimado oyente, tendrá que evaluar de forma diferente a David debido a su pecado. En el capítulo 11 vimos el pecado de David en toda su negrura y fealdad. La Palabra de Dios no atenuó su gravedad. La Palabra de Dios no encubrió las acciones de David ni ofreció explicaciones que las justificaran. Su pecado fue tan negro como la tinta, tan oscuro como la noche, y tan hondo como la parte más inferior de Satanás y del abismo, y tan profundo como el infierno mismo. David pecó, amigo oyente.

Lo que David hizo desagradó al Señor, y ahora veremos que Dios haría algo al respecto. La verdad es que Dios ya hizo algo en cuanto al pecado de todos los seres humanos. Entregó a Su Hijo Jesucristo para que muriera en la cruz y pagara la pena del pecado. Fue Dios, quien dijo que el pecado es tan atroz que exigió la muerte de Su Hijo. Ahora, si usted insiste en permanecer alejado de Dios, usted está perdido. Pero si usted es una persona que ya pertenece a Dios y cae en pecado, puede tener la seguridad de que Dios, como Padre, se ocupará de usted.

En el capítulo 11 dejamos a David sentado en su trono con una engreída complacencia. Creía que se había podido evadirse de las consecuencias de su pecado, pero se equivocó. David viviría lamentando haber cometido ese horrible pecado. El primer versículo nos presenta a Natán, uno de los profetas más valientes de la Historia Bíblica. David podía simplemente haber alzado su mano sosteniendo el cetro, y sin palabra alguna podría haber condenado a muerte a Natán por su audacia al acusar al rey. Esta posibilidad, sin embargo no detuvo a Natán, y vemos lo que le dijo a David en el primer versículo de este capítulo 12 del Segundo libro de Samuel:

"El Señor envió a Natán ante David, quien al llegar le dijo: Había dos hombres en una ciudad, uno rico y el otro pobre."

Natán comenzó aquí contándole a David una parábola. Era una parábola que le revelaría a David lo que él realmente era, tal como si se viera en un espejo. La Palabra de Dios es un espejo que nos manifiesta cómo realmente somos. Natán sostendría el espejo enfrente de él, para que David pudiera contemplarse bien. Probablemente se produjo una pausa en los negocios del Estado cuando Natán llegó, ya que Natán era un profeta de Dios. Por lo tanto David le dijo a Natán: "¿Tienes algo del Señor para mí?" Y en verdad lo tenía. Le contó a David entonces una parábola acerca de dos hombres que vivían en una ciudad: uno de ellos era rico, y el otro pobre. Una situación muy común en cualquiera de nuestras ciudades, ¿verdad,? con sus barrios de las clases altas, y sus sectores de pobreza. Pues bien, continuemos con los versículos 2 y 3 de este capítulo 12 del Segundo libro de Samuel:

"El rico tenía numerosas ovejas y vacas, 3pero el pobre no tenía más que una sola corderita, que él había comprado y criado, y que había crecido con él y con sus hijos juntamente, comiendo de su bocado, bebiendo de su vaso y durmiendo en su seno igual que una hija."

Esta parábola del rico y el pobre parece que es bastante conocida. El rico tenía muchos ganados y rebaños. El pobre, en cambio, tenía solamente una ovejita. Era como un animal de compañía, y la mimaban y querían mucho en la familia. Era pues, todo lo que tenía el hombre pobre. ¡Qué contraste! Ésta es la tensión social permanente, que tiene lugar ante la desigualdad que existe entre ricos y pobres y la falta de justicia social. Bueno, continuemos con esta parábola. Leamos ahora el versículo 4:

"Un día llegó un viajero a visitar al hombre rico, y éste no quiso tomar de sus ovejas y de sus vacas para dar de comer al caminante que había venido a visitarlo, sino que tomó la oveja de aquel hombre pobre, y la preparó para quien había llegado de visita."

En esta historia conocida, se destaca la avaricia del hombre rico. Y el versículo 5 dice:

"Se encendió el furor de David violentamente contra aquel hombre, y dijo a Natán: ¡Vive el Señor, que es digno de muerte el que tal hizo!"

Ahora, David no creyó que Natán había inventado esta parábola; sino que pensó que Natán le estaba contando acerca de alguien en el reino, y que estaba pidiendo a David que lo juzgara. David era también sensible en cuanto a lo bueno y a lo malo. También tenía un sentido de la justicia. Allí en lo profundo de su corazón había una fe que nunca falló. Había allí un amor verdadero hacia Dios. Cuando oyó la parábola que Natán le contó, reaccionó con gran indignación y pensó que tal persona merecía ser ejecutada. Es interesante comprobar cuán fácil le resulta a uno ver el pecado en otro, mientras que no lo puede ver en su propia vida. Y éste, precisamente, fue el problema de David. Pero continuemos con el versículo 6 de este capítulo 12 del Segundo libro de Samuel:

"Debe pagar cuatro veces el valor de la cordera, por haber hecho semejante cosa y no mostrar misericordia."

David parece un predicador aquí, ¿verdad? Es tan fácil predicar a otro y señalarle sus culpas. Es tan fácil analizar todas sus faltas y decirle lo que tiene que hacer. La mayoría de nosotros somos psicólogos aficionados que reclinamos a otros en nuestros sofás críticos y los sometemos a una buena dosis de psicoanálisis. Pues, esto es lo que ocurrió con David. David dijo: "Dondequiera que se encuentre ese hombre, ya nos ocuparemos que se haga justicia". Y continuamos con los versículos 7 y 8, y note usted lo que ocurre:

"Entonces dijo Natán a David: Tú eres ese hombre. Así ha dicho el Señor, Dios de Israel: Yo te ungí como rey de Israel y te libré de manos de Saúl, te entregué la casa de tu señor y puse en tus brazos a sus mujeres; además te di la casa de Israel y de Judá; y como si esto fuera poco, te habría añadido mucho más."

Natán necesitó mucho valor para poder decirle esto a David. Creemos que él fue uno de los hombres más valientes de los tiempos Bíblicos. No conocemos a ningún otro que se pueda comparar con él. Le dijo: "David, tú eres el culpable". Pero las acciones posteriores de David revelarían su grandeza. En el versículo 8, Dios dijo que le habría dado a David todo lo que deseara, pero que David había anhelado tener algo que no le pertenecía. La supuesta nueva moralidad actual diría que este modo de actuar no es pecado. Sin embargo, Dios dice que esto sí es pecado, y que David, el hombre que agradaba a Dios no podría eludir su responsabilidad por la acción cometida. Leamos ahora el versículo 9 de este capítulo 12 del Segundo libro de Samuel:

"¿Por qué, pues, has tenido en poco la palabra del Señor, y hecho lo malo delante de sus ojos? A Urías, el heteo, lo mataste a espada y tomaste a su esposa como mujer. Sí, a él lo mataste con la espada de los hijos de Amón."

Natán especificó el pecado en términos nada ambiguos. Evidentemente, aquellos que estaban en la corte, quedaron impactados y sorprendidos cuando oyeron lo que Natán le dijo a David. Sin duda había muchos allí presentes que no estaban al tanto de lo que había ocurrido. Oyeron a Natán acusar a David de un crimen brutal. David había cometido una acción específicamente prohibida por Dios. ¿Se saldría David con la suya? Leamos ahora, el versículo 10:

"Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada, por cuanto me menospreciaste y tomaste la mujer de Urías, el heteo, para que fuera tu mujer."

Estimado oyente, cuando surge la pregunta, en cuanto a si es posible que un cristiano cometa un pecado, la respuesta inequívoca es que SÍ es posible. Pero cuando un creyente peca, desprecia a Dios. Y Dios dijo, que eso fue lo que David hizo, cuando él tomó a la esposa de Urías, el heteo. La espada heriría a la familia de David y, además, dice el versículo 11:

"Así ha dicho el Señor: Yo haré que de tu misma casa se alce el mal contra ti. Tomaré a tus mujeres delante de tus ojos y las entregaré a tu prójimo, el cual se acostará con ellas a la luz del sol."

La maldad se levantaría contra David, desde su propia casa. En el próximo capítulo veremos cómo estalló un escándalo entre los hijos de David, con lamentables resultados que fueron una fuente de angustia para este hombre. Pero nunca encontrará usted a David, lamentándose o quejándose a Dios en cuanto a esto. Porque David sabía que Dios lo estaba castigando. Todo lo que David deseaba era lo que estaba escrito en el Salmo 42, versículo 1, donde leemos: "Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, Dios, el alma mía". Y continuó Natán citando las palabras del Señor, y dijo aquí en el versículo 12:

"Porque tú lo hiciste en secreto; pero yo haré esto delante de todo Israel y a pleno sol."

Veremos que después que Natán acusó a David,

David se arrepintió

Sigamos adelante leyendo los versículos 13 y 14 de este capítulo 12 del Segundo libro de Samuel:

"Entonces dijo David a Natán: Pequé contra el Señor. Natán dijo a David: También el Señor ha perdonado tu pecado; no morirás. Pero, por cuanto con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos del Señor, el hijo que te ha nacido, ciertamente morirá."

David debiera haber muerto por su pecado, pero Dios le salvó la vida y perdonó su pecado. Sin embargo, el hijo de David murió. Dios no va iba dejar que el pecado de David quedara impune. Y estas palabras se han cumplido porque dieron ocasión a los enemigos de Dios para criticarle, por haber elegido a un hombre como él. Pero veremos que Dios efectivamente castigaría a David. Prosigamos leyendo los versículos 15 hasta el 17 de este capítulo 12 del Segundo libro de Samuel:

"Y Natán se fue a su casa. El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David, y enfermó gravemente. Entonces David rogó a Dios por el niño; ayunó David, se retiró y se pasó la noche acostado en tierra. Los ancianos de su casa fueron a rogarle que se levantara del suelo, pero él no quiso, ni comió nada con ellos."

Entonces, David se acercó a Dios y le rogó que salvara la vida del pequeño. Pero, por último le trajeron a David la noticia de que su hijo había muerto. Y leemos en los versículos 19 y 20:

"Pero David, viendo a sus siervos hablar entre sí, comprendió que el niño había muerto; por lo que preguntó David a sus siervos: ¿Ha muerto el niño? Ha muerto, respondieron ellos. David se levantó entonces de la tierra, se lavó y se ungió; cambió sus ropas, entró a la casa del Señor y adoró. Después vino a su casa y pidió que le pusieran pan, y comió."

Los siervos de David se quedaron sorprendidos. Mientras el niño vivía, David se había vestido de cilicio y de ceniza. Cuando el niño murió, era de esperarse que estuviera fuera de sí. Sin embargo, David se lavó, cambió sus ropas, y fue a la casa del Señor para adorar. Y entonces sus siervos le pidieron una explicación. Y David respondió aquí en los versículos 22 y 23 de este Segundo libro de Samuel:

"David respondió: Mientras el niño aún vivía, yo ayunaba y lloraba, diciéndome: ¿Quién sabe si Dios tenga compasión de mí y viva el niño? Pero ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar? ¿Podré yo hacerle volver? Yo voy hacia él, pero él no volverá a mí."

David sabía que el pequeño estaba a salvo. Sabía que el niño nunca volvería después de haber muerto. Pero David sabía que vendría el día cuando él también tendría que morir, y sabía que de esa manera se reuniría con su hijo. Un niño que muere en la infancia, parte para estar con el Señor. En el evangelio según San Mateo, capítulo 18, versículo 10, el Señor Jesucristo dijo: "Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos". Ahora, la palabra "ángeles" aquí en este versículo debe ser traducida como "espíritus". Cuando un niño muere hoy, ese niño parte inmediatamente para estar con el Señor. Eso es lo que enseña la Palabra de Dios. Y a David le fue posible consolarse cuando su hijo murió, porque él sabía que algún día le vería nuevamente. En cambio, no ocurrió así cuando su hijo Absalón muriese, muchos años después. Porque este muchacho sería una angustia para David. Cuando él murió, David lloró su muerte. ¿Por qué? Porque David no estaba seguro de la salvación de Absalón.

Aparte las enseñanzas que hemos considerado sobre el pecado, su perdón, y las consecuencias, nuestro programa concluye con una expresión de esperanza para aquellos creyentes, para aquellos que, habiendo aceptado la salvación lograda por la muerte y resurrección de Cristo, han perdido a un ser querido cristiano. Por la enseñanza clara de la Palabra de Dios, los creyentes son consolados por la esperanza de la resurrección, por la reunión de todos los creyentes con el Señor Jesucristo y con sus seres queridos y por la realidad de la vida eterna. Estimado oyente, ¿comparte usted esa esperanza, ese consuelo?

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