Estudio bíblico de Génesis 34:1-31

Génesis 34

El capítulo anterior terminaba con la reconciliación y despedida de Jacob y Esaú. Jacob prosiguió su viaje hasta llegar a Siquem. Allí, frente a la ciudad, acampó y compró la finca donde había plantado su tienda.

A la luz de los hechos que ocurrirían, un escándalo y un suceso trágico, podemos considerar que cometió un grave error al establecerse en aquel lugar. El capítulo 34 nos relata que Dina, la hija de Jacob y Lea, fue deshonrada por Siquem, hijo de Hamor heveo. Entonces, Simeón y Leví, hermanos carnales de Dina, vengaron ese acto matando a todos los habitantes de la ciudad de Hamor. Esa masacre no tuvo, por supuesto, ninguna justificación y fue una mancha en el honor de la familia de Jacob. Y revela el hecho de que Jacob no se alejó demasiado rápido cuando dejó la casa de Labán en la tierra de Harán. Entendemos por qué Dios quería que él se fuese lejos de aquel entorno.

Hay dos asuntos en el libro del Génesis de los que Dios se ocupó de una forma especial. El primero tuvo que ver con la herencia. La herencia prometida a Abraham, luego a Isaac y ahora a Jacob. Dios quería proteger la transmisión de dicha herencia y no le agradaba en absoluto que se realizasen matrimonios mixtos entre mujeres del pueblo de Dios y hombres pertenecientes a los pueblos paganos que vivían a su alrededor, y viceversa. El segundo asunto importante era el entorno del individuo, lo cual tenía relevancia especialmente en la vida de Jacob, que tenía una familia numerosa, pues además de sus doce hijos tenía hijas. Este relato se concentra únicamente en su hija Dina, porque ella se vio implicada en los trágicos incidentes que hemos citado.

Hay aún otro factor que debemos tener en cuenta para una comprensión adecuada del libro del Génesis; se trata de los problemas familiares. Hubo conflictos y problemas en la familia de Abraham, así como en la familia de Isaac. Esaú era el hijo favorito de Isaac y Jacob, el de Rebeca, lo cual había lugar a situaciones muy problemáticas en la familia de Jacob.

Y así fue como el detenerse en su viaje quedándose en Siquem por un tiempo iba a causarles a Jacob y a su familia muy graves problemas y una gran tragedia. Este es, realmente, un capítulo triste.

Jacob (o Israel, como debiéramos llamarle) había edificado un altar dedicado a Dios, dando así un testimonio público de quien era para él el Dios verdadero. Hubo un cambio indudable en su vida, pero su desarrollo y consolidación fueron lentos. Y hay en ello una lección para nosotros. En la conversión a Dios, El nos adopta como hijos en su familia, en la que podemos comprender las verdades divinas porque el Espíritu Santo es nuestro maestro, y el sometimiento a su autoridad implica un cambio. Pero el alcanzar, como cristianos, una madurez y un crecimiento espiritual, forma parte de un proceso lento. Se trata de un crecimiento en el conocimiento de Su Palabra y de Su Voluntad, un crecimiento en la fe y en la comunión con El. Y todo ello de acuerdo con el ejemplo de Jesucristo. En ese proceso, puede sucedernos como al apóstol Pedro, que a veces tropezaba y otras caía. Pero el continuó desprendiéndose de aquellas facetas de su carácter que constituían un estorbo, hasta que llegó una época en que se identificó con Jesucristo hasta tal punto, que terminó en una cruz, como su Señor. Tenemos, pues, que reconocer que dicho crecimiento es lento en nuestras vidas y en los demás también.

Vamos, pues, a comenzar la lectura del párrafo en que

Dina fue deshonrada por Siquem

Volvemos entonces al lugar en que se encontraban Jacob y su familia, acampados frente a Siquem. Dios habría querido alejarle de aquel lugar y más le habría valido continuar su viaje. Lejos estaba Jacob de imaginar el drama que se avecinaba. Leamos los versículos 1 y 2:

"Y salió Dina, la hija de Lea, a quien ésta había dado a luz a Jacob, a visitar a las hijas de la tierra. Y cuando la vio Siquem, hijo de Hamor heveo, príncipe de la tierra, se la llevó y se acostó con ella y la violó."

El acto de Siquem, al violar a Dina, fue no solo un ultraje contra la muchacha sino también un grave pecado ante Dios. Como podemos ver, ese tipo de violencia sexual no es solo un problema de nuestro tiempo pues ya se producía en aquel entonces. Estos actos no eran episodios esporádicos y, como veremos más adelante en nuestro estudio, se promulgaron leyes al respecto. Y el hecho de la violación, no solo era un pecado en aquella época, sino también hoy en día. No puede encontrarse ninguna excusa ni atenuante para obligar por la fuerza a una persona a mantener relaciones sexuales. Se trata de una acción de horribles consecuencias, en la que las heridas físicas son solo una parte, ya que afecta a la totalidad de la personalidad; a las emociones, pensamientos, sentimientos y sueños. Y estos daños alcanzan a los seres queridos y personas más vinculadas a la víctima.

Continuemos leyendo los versículos 3 al 7:

"Y él se prendó de Dina, hija de Jacob, y amó a la joven y le habló tiernamente. Entonces Siquem habló a su padre Hamor, diciendo: Consígueme a esta muchacha por mujer. Y Jacob oyó que Siquem había deshonrado a su hija Dina, pero sus hijos estaban con el ganado en el campo, y Jacob guardó silencio hasta que ellos llegaran. Entonces Hamor, padre de Siquem, salió a donde Jacob para hablar con él. Y los hijos de Jacob regresaron del campo al oírlo. Y aquellos hombres se entristecieron y se irritaron en gran manera porque Siquem había cometido una infamia en Israel acostándose con la hija de Jacob, pues tal cosa no debe hacerse. Pero Hamor habló con ellos, diciendo: El alma de mi hijo Siquem anhela a vuestra hija; os ruego que se la deis por mujer. Enlazaos con nosotros en matrimonios; dadnos vuestras hijas y tomad las nuestras para vosotros. Así moraréis con nosotros, y la tierra estará a vuestra disposición. Habitad y comerciad y adquirid propiedades en ella."

Por supuesto, estamos de acuerdo que esto no debiera haber sucedido, pero ante este hecho irreversible es interesante observar que aquel joven se había enamorado de Dina y quería casarse con ella. Aunque el matrimonio mixto era en sí mismo un error, parece que Dina debería haber sido entregada como esposa a Siquem porque ello hubiera evitado un pecado mayor, de trágicas consecuencias. Cuando Hamor, el padre del muchacho, vino a él, evidentemente aprobaba aquella unión y Jacob debería haber cedido ya que era la mejor solución dadas las circunstancias. Pero la forma en que luego se llevó el asunto no fue, bajo ningún concepto, la mejor y Dios no la aprobó. Observemos, leyendo los versículos 11 y 12, que el padre de Siquem ofreció las correspondientes compensaciones económicas.

"Dijo también Siquem al padre y a los hermanos de ella: Si hallo gracia ante vuestros ojos, os daré lo que me digáis. Pedidme cuanta dote y presentes queráis y os daré conforme a lo que me digáis, pero dadme a la joven por mujer."

Este es el momento en que Jacob debería haber intervenido, dada la inconveniencia de iniciar una etapa de relación íntima con el pueblo de aquella tierra. El debía haber asumido el liderazgo de su familia y lo primero que debería haber hecho era evitar que sus hijos engañasen a Hamor y a Siquem. Sin embargo, sus hijos tomaron la iniciativa. Leamos los versículos 13 al 17:

"Pero los hijos de Jacob respondieron a Siquem y a su padre Hamor con engaño, y les hablaron, porque Siquem había deshonrado a su hermana Dina. Y les dijeron: No podemos hacer tal cosa, dar nuestra hermana a un hombre no circuncidado, pues para nosotros eso es una deshonra. Sólo con esta condición os complaceremos: si os hacéis como nosotros, circuncidándose cada uno de vuestros varones; entonces sí os daremos nuestras hijas, y tomaremos vuestras hijas para nosotros, y moraremos con vosotros y seremos un solo pueblo. Pero si no nos escucháis, y no os circuncidáis, entonces tomaremos a nuestra hija y nos iremos."

Lo que me desagrada de esta actitud, además, es que la violación, el verdadero motivo de la deshonra, o sea el pecado verdaderamente censurable es pasado por alto y los hijos de Jacob basaron su reproche en las reglas que Dios había establecido sobre los matrimonios con hombres no circuncidados y, por lo tanto, fingieron acceder a las peticiones de Hamor con la condición de que todos los hombres del pueblo se sometiesen al rito de la circuncisión.

Continuemos con nuestra lectura, con la respuesta a la propuesta de los hijos de Jacob. Leamos los versículos 18 al 24:

"Y sus palabras parecieron razonables a Hamor y a Siquem, hijo de Hamor. El joven, pues, no tardó en hacerlo porque estaba enamorado de la hija de Jacob. Y él era el más respetado de toda la casa de su padre. Entonces Hamor y su hijo Siquem vinieron a la puerta de su ciudad, y hablaron a los hombres de la ciudad, diciendo: Estos hombres están en paz con nosotros; dejadles, pues, morar en la tierra y comerciar en ella, porque ved, la tierra es bastante amplia para ellos. Tomemos para nosotros a sus hijas por mujeres y démosles nuestras hijas. Más sólo con esta condición consentirán ellos en morar con nosotros para que seamos un solo pueblo: que se circuncide todo varón entre nosotros, como ellos están circuncidados. ¿No serán nuestros su ganado y sus propiedades y todos sus animales? Consintamos sólo en esto, y morarán con nosotros. Y escucharon a Hamor y a su hijo Siquem todos los que salían por la puerta de la ciudad, y fue circuncidado todo varón: todos los que salían por la puerta de la ciudad."

Las motivaciones que animaban a Hamor y a Siquem eran diversas. Hamor tenía interés de apropiarse, gracias a este matrimonio y a la progresiva integración entre la familia de Jacob y su propio pueblo, de las riquezas que Jacob poseía. Por su parte, Siquem, que estaba enamorado de Dina, solo deseaba casarse con ella, lo cual en aquel momento, parecía la mejor solución. Fue así que las razones de los hijos de Jacob convencieron a los habitantes de la ciudad, que se circuncidasen.

El practicar el rito de la circuncisión en personas que no tenían un conocimiento del significado de ese acto indicativo del pacto y de la relación de Dios con su pueblo, fue un gran error. El último párrafo de este capítulo nos relata cómo

Simeón y Leví mataron a los hombres de Hamor

Leamos los versículos

"Pero sucedió que al tercer día, cuando estaban con más dolor, dos hijos de Jacob, Simeón y Leví, hermanos de Dina, tomaron cada uno su espada y entraron en la ciudad, que estaba desprevenida, y mataron a todo varón. Y mataron a Hamor y a su hijo Siquem a filo de espada, y tomaron a Dina de la casa de Siquem, y salieron. Después los hijos de Jacob vinieron sobre los muertos y saquearon la ciudad, porque ellos habían deshonrado a su hermana. Y se llevaron sus ovejas, sus vacas y sus asnos, y lo que había en la ciudad y lo que había en el campo; y se llevaron cautivos a todos sus pequeños y a sus mujeres, y saquearon todos sus bienes y todo lo que había en las casas. Entonces Jacob dijo a Simeón y a Leví: Me habéis traído dificultades, haciéndome odioso entre los habitantes del país, entre los cananeos y los ferezeos; y como mis hombres son pocos, ellos se juntarán contra mí y me atacarán, y seré destruido yo y mi casa. Pero ellos dijeron: ¿Había de tratar él a nuestra hermana como a una ramera?"

Aquí tenemos la conclusión y el desenlace del engaño planeado por Simeón y Leví, hermanos carnales de Dina, impulsados por la pasión de la venganza, que les llevó demasiado lejos, a cometer un crimen horrible. Ni la violación, ni el intento de Hamor de apropiarse de las grandes riquezas que Jacob había acumulado en Harán podían, de ninguna manera, justificar la acción malvada y brutal de Simeón y Leví. Realmente, la convivencia entre aquellos pueblos resultaba imposible. Luego se añadieron a la masacre los otros hijos de Jacob, lo cual también revela la existencia de codicia en la familia de Jacob, lo cual era censurable, especialmente por lo que habrían podido aprender en la casa de Labán.

Cabe observar aquí un detalle importante en el carácter de Jacob, quien revela que había una faceta profundamente errónea en su actitud. El reprochó a Simeón y Leví que hubiesen manchado su reputación con una mala imagen ante los pobladores de aquella tierra, pero no les reprendió por el tremendo pecado que acababan de cometer.

A veces nosotros también podemos caer en esa actitud, al tener una perspectiva equivocada del pecado, de la transgresión, en relación con nuestras acciones. Ya que pensamos más bien en los efectos o consecuencias que una acción u omisión nuestra vaya a provocar y nos preocupa más lo que otros vayan a pensar de nosotros que la acción en sí. Si este comportamiento es ya, de por sí, equivocado, es aun más censurable si es un cristiano el que lo adopta. La motivación que debe impulsar a un cristiano es dar testimonio del Evangelio, y de todo lo que el Señor ha hecho en su vida y puede también llevar a cabo en la de otros que estén dispuestos a aceptarle como su Salvador personal. Cuando descuida esta responsabilidad por no comprometerse, por no alterar la tranquilidad de su vida o por no arriesgarse a experimentar un rechazo social, está renegando a manifestar el carácter e identidad cristiana y la esencia misma de la obra de Dios en el ser humano. Es justo decir que una vida coherente, sin elementos dudosos ni ambigüedades ante las demandas de la Palabra de Dios para el individuo y la sociedad, constituye el mejor testimonio y la mejor expresión de su fe que un cristiano puede dar.

Volviendo a nuestro relato y a los hijos de Jacob, naturalmente, ellos trataron de justificarse, aduciendo la defensa de la honra de su hermana y de su familia. Por más que comprendamos sus sentimientos fraternales, su dolor y vergüenza por la deshonra y desgracia que había caído sobre toda la familia, reiteramos que no hay excusa posible para el acto terrible que cometieron. Si querían obrar con justicia, debían haber refrenado su necesidad de una venganza inútil, permitiendo que Siquem se explicase o, incluso, se disculpase, y luego permitir que se casase con su hermana. No era lo correcto, bajo ningún concepto, pero en aquellas circunstancias hubiera sido lo mejor y, por supuesto, preferible a desencadenar la matanza de los habitantes de la ciudad.

Debemos igualmente entender que aquellos jóvenes de la época del Antiguo Testamento, no tenían el conocimiento de la revelación que llegaría siglos más tarde con Jesucristo y el Evangelio. Sus mentes carecían del control de cualquier impulso que no fuesen sus propios sentimientos o pasiones. El apóstol Pablo, en su carta a los Romanos, capítulo 12:19-21, nos resume la actitud que Dios espera de los creyentes:

"Amados, nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Pero si tu enemigo tiene hambre, dale de comer, y si tiene sed, dale de beber, porque haciendo esto, carbones encendidos amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido por el mal, sino vence con el bien el mal."

Para un cristiano, este pasaje Bíblico establece la norma a seguir. En el mismo instante en que intentamos recurrir a la venganza, implica que ya no estamos viviendo por la fe. Es como si estuviésemos admitiendo que no confiamos en que Dios va a actuar. El principio expuesto por el apóstol, se opone a la forma natural de actuar del ser humano, que busca imponer su propia justicia y la venganza, y en la que el perdón no surge como algo espontáneo y normal.

Es así que, después de haber visto esta escena de hace miles de años, en la que Jacob, a pesar de haber entrado en una nueva etapa de renovación, seguía cosechando las consecuencias de sus malas acciones del pasado, la Palabra de Dios nos invita, desde el Evangelio, a someter nuestras convicciones, instintos y emociones al control de Su Voluntad.

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