Estudio bíblico de Romanos 3:24-31

Romanos 3:24-31

En nuestro estudio de la Carta a los Romanos, hoy llegamos al versículo 24 de este tercer capítulo. Nos encontramos con el pasaje que trata sobre el importantísimo tema de nuestra salvación. En esta parte en particular se habla sobre la justicia de Dios; qué es y cómo la podemos obtener por medio de la fe, y únicamente por la fe en el Señor Jesucristo.

Notamos aquí algo que quizás nos obligue a retroceder un poco y mencionar nuevamente el tema de la justicia. Hay mucho que decir en realidad sobre este asunto. El ser justo quiere decir básicamente estar bien o en buena relación con Dios. Y somos hechos justos con Dios en Sus propios términos y de acuerdo a sus normas. Y Dios también provee la justicia que nosotros no podemos proveer por nosotros mismos. No podemos ser salvos por medio de la perfección que Dios mismo tiene que exigir. Y usted y yo somos incapaces de proveerla. Y Él no nos puede salvar en nuestro estado de imperfección por lo que Él mismo es. De modo que Dios provee para nosotros lo que llamamos una justicia. Ahora, otra vez nos preguntamos: ¿Qué es la justicia? Veamos algunas definiciones dadas por grandes hombres del pasado, que nos pueden servir de mucha ayuda.

La justicia de Cristo viene a nosotros por medio de la fe en Cristo y se ha definido de varias maneras. Un pensador del pasado, William Cunningham, lo explicó así: "Bajo la ley Dios requirió justicia del hombre. Bajo la gracia, el provee justicia para el hombre. La justicia de Dios es esa justicia que Su propia justicia le hace requerir". Es una definición sencilla, pero profunda. El teólogo Charles Hodge dio esta definición: "Es esa justicia de la cual Dios es el autor y que está disponible ante Él, que satisface y asegura Su aprobación". Y el profesor Brooks presentó esta definición: "Es esa justicia que el Padre requiere, en la cual el Hijo se convirtió, y de la cual el Espíritu Santo nos convence, y que la fe nos asegura. Y el Dr. Moorehead escribió que esa justicia es "la suma total de todo lo que Dios manda, requiere, aprueba y Él mismo provee". No creo que pueda definirse mejor que lo que estos eruditos lo han hecho.

Como hemos visto, esta justicia es conseguida y asegurada por la fe, no por las obras.

Escuchemos una vez más la lectura de los versículos 22 y 23 de este capítulo 3 de la epístola a los Romanos:

"La justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él, porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios"

Otra traducción lo expresa de esta manera: "Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, declara justos a todos los que creen. Pues no hay diferencia, porque todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa de Dios".

Esa justicia se obtiene por la fe, no por medio de las obras. El Señor Jesucristo lo aclaró bien cuando en el relato del Evangelio de Juan 6:28 y 29 le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado". Y lo importante acerca de asegurarse esta justicia de Dios no es que haya algún mérito en la fe suya, o algo de mérito en el simple hecho de creer. Porque, en realidad, la fe no es una obra de parte suya. Lo importante es el objeto de la fe. El gran predicador Spurgeon lo explicó así: "No es su esperanza en Cristo lo que le salva. Es Cristo. No es su alegría o satisfacción en Cristo lo que le salva. Es Cristo. No es su fe en Cristo lo que le salva, aunque sea el instrumento. Sino la sangre y los méritos de Cristo". Debiéramos recordar bien estas aclaraciones.

Consideremos ahora lo que dice el versículo 24 de este capítulo 3 de la epístola a los Romanos:

"Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús"

La palabra "gratuitamente" en este versículo es la misma que usó el Señor Jesús cuando dijo en el capítulo 15 del evangelio según San Juan, versículo 25: "Sin causa me odian", es decir, "gratuitamente me aborrecieron". Y quiere decir que no tenían motivo ni base para ello. Y lo que Pablo estaba diciendo aquí es: "Siendo justificados sin causa". Es decir que no tenemos una explicación para ello.

Dios no ve en nosotros nada como para hacerle exclamar: "¡Qué gente más buena! Tengo que hacer algo por ellos". Como ya hemos podido ver, no hay nada en nosotros que pueda merecer la gracia de Dios, aparte de nuestra gran necesidad. Somos justificados sin causa. Es por Su gracia, y esto quiere decir que no hay ningún mérito de nuestra parte. Y la gracia, es un favor inmerecido de Dios, es amor en acción.

Y es por medio de la redención, la liberación que hay en Cristo Jesús. La redención siempre está ligada a la gracia de Dios. La razón por la cual Dios nos puede salvar hoy, es simplemente porque Cristo nos redimió. Él pagó el precio. Él murió en la cruz para hacer provisión de esa gracia para todos. La justificación por fe es mucho más que la substracción de nuestros pecados o sea el perdón. Es la adición de la justicia de Cristo. En otras palabras, no somos meramente restaurados a la posición que tenía Adán antes de su caída, sino que ahora somos colocados en Cristo, donde permaneceremos para siempre, por toda la eternidad como hijos de Dios.

Juan Bunyan, el escritor de "El Progreso del Peregrino", casi se volvió loco, por así decirlo, porque se dio cuenta que era un gran pecador, que no tenía ninguna justicia en sí mismo. Y entonces dijo: "Cuando Dios me mostró a Juan Bunyan cómo El veía a Juan Bunyan, ya no confesé más que era un pecador, sino que yo era pecado desde la coronilla hasta las plantas de mis pies. Estaba lleno completamente de pecado". Y Bunyan luchaba con este problema de cómo estar ante Dios, aun cuando sus pecados habían sido perdonados. ¿De dónde podría él obtener una posición favorable ante Dios? Y así fue que una noche, andando por el campo, luchando siempre con este problema; recordó las palabras del apóstol Pablo, quien fue otro gran pecador, hasta el punto en que se llamó el pecador más grande de todos. Al recordar Bunyan, las palabras de Pablo, sintió como si su carga se deslizara de sus espaldas. Aquellas palabras las encontramos en la carta del apóstol Pablo a los Filipenses, capítulo 3, versículo 9, donde dijo: "... y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que se basa en la ley, sino la que se adquiere por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios y se basa en la fe". Y cuando uno lee el libro "El Progreso del Peregrino", uno en realidad está conociendo la historia de la vida de Juan Bunyan. Si usted ya lo ha leído, recordará que cuando el Peregrino llegó con su pesada carga a cuestas, a la ciénaga del desaliento, no sabía qué hacer; hasta que llegó a la cruz y allí su carga cayó al suelo y confió en Cristo como su Salvador.

Así es estimado oyente, cómo Dios nos salva. Por gracia. Ésa es la fuente de la cual fluye el agua viviente de Dios en esta época de la gracia. Y así, gracias a lo que Dios ha hecho, enviando a la muerte a Su hijo, Dios puede salvar por gracia. Y el apóstol Pablo, escribiendo a los Efesios dijo en el capítulo 2, de aquella carta, versículos 4 y 5: "Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)". Y el comentarista Newell dijo de esa gracia, lo siguiente: "La gracia de Dios es amor infinito, operando por medios infinitos el sacrificio de Cristo; y una libertad infinita, libre de las restricciones temporales de la ley". De modo que hoy un Dios Santo, puede tender Su mano hacia nosotros y suplir nuestras necesidades. Es maravilloso saber que un Dios santo es libre para salvar a aquellos que confíen en Cristo.

Todo lo relacionado con la salvación de Dios, es grato en su ofrecimiento, es infinito en su alcance, es inalterable en su carácter. Y todo está disponible, pero sólo en la persona de Cristo Jesús. Él es el único que pudo pagar el precio. Como dijo el apóstol Pedro a la nación de Israel en el capítulo 4 del libro de los Hechos de los apóstoles, versículo 12; Pedro dijo: "Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos". Ahora, en los versículos 25 y 26 de este capítulo 3 de la carta a los Romanos, tenemos lo siguiente:

"A quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con miras a manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús".

Otra versión dice: "Dios hizo que Cristo, al derramar su sangre, fuera el instrumento del perdón. Este perdón se alcanza por la fe. Así quiso Dios demostrar su justicia, y mostrar que si pasó por alto los pecados de otro tiempo fue sólo por su paciencia, y que él, siendo justo, también en el tiempo presente declara justos a quienes creen en Jesús". Observemos que la sangre nos habla de Su vida. Dijo el autor de los Hebreos 9:22, "sin derramamiento de sangre no hay perdón" O sea, que la vida de Jesucristo fue entregada.

Encontramos en estos versículos el meollo, la sustancia misma de la Teología, como lo llamaba Calvino. El reformador pensaba que probablemente no hay en toda la Biblia, otro pasaje que destaque más profundamente la justicia de Dios.

"... a quien Dios puso", dice aquí. Aquí podemos apreciar a Dios como al único Arquitecto de la salvación. Y Él es quien puede salvar hoy. Usted y yo, estimado oyente, no podemos salvar, no hay religión que pueda salvar. El apóstol Pablo, escribiendo a los Corintios, dijo en su Segunda Carta, capítulo 5, versículo 18: "Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo". Fue Dios quien lo hizo, estimado oyente, y nos da el ministerio de la reconciliación, y todo lo que el Santo Dios nos pide hoy es que nos reconciliemos con Él.

La frase "a quien Dios puso como propiciación" se remonta más de 2.000 años atrás en la historia, cuando Cristo fue expuesto como el Salvador. Usted recordará que el velo o cortina del Templo ocultaba el arca y su tapa o propiciatorio, que era el lugar donde se celebraba el rito de la expiación de los pecados de Israel. Era el lugar donde Dios otorgaba el perdón. Sólo el sumo sacerdote podía entrar allí, más allá de esa cortina. Cuando Cristo murió, esa cortina fue rasgada. Y Dios ha puesto ante nosotros a Cristo como el trono propiciatorio. Hablando del propiciatorio o tapa del arca, el capítulo 9 de la Carta a los Hebreos, versículo 5 dice: ". . . y sobre ella los querubines de gloria que cubrían el propiciatorio". Y la misma palabra para "propiciatorio" fue usada en este versículo 25 que acabamos de leer. Cristo ha sido, pues, presentado como el propiciatorio. Usted quizás recuerde de Lucas 18:13, el relato del publicano que fue al templo a orar. Él en realidad necesitaba del propiciatorio, pero no lo podía lograr porque por ser un publicano o recaudador de impuestos, había sido excluido del templo y ya no podía ir allí para implorar misericordia, ni el perdón de Dios. Lo que él oró fue: "Dios, sé propicio a mi, pecador". Pero en realidad quería decir: "Ah, Dios, si sólo hubiera un propiciatorio para un pobre publicano como yo". Ahora, lo que Pablo estaba diciendo aquí es que hay un propiciatorio expuesto para todos. Dios ha dado a conocer a Cristo como una propiciación por la fe en su sangre. Es maravilloso saber que hoy tenemos un Dios Santo que, con agrado, gozo y satisfacción ofrece al mundo un lugar de misericordia como el propiciatorio.

Y Dios no le salva a usted con reticencia. Si usted viene a Él, Él le salvará incondicionalmente, generosamente. En el evangelio según San Juan, capítulo 6, versículo 37, nos dice: ". . . y al que a mí viene, no le echo fuera". ¡Eso es maravilloso! El publicano se había quedado afuera. Y nosotros, estimado oyente, también nos habríamos quedado afuera del Dios Santo. Pero el camino ha sido abierto para todos por la sangre que Cristo derramó en su sacrificio de la cruz.

Veamos la frase "para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados". Esto no significa sus pecados y los míos del pasado, sino se refiere a los pecados de los que vivieron antes de la cruz, es decir, en la época anterior a la cruz. En el tiempo del Antiguo Testamento la gente compraba un corderito. La ley lo exigía. El cordero del sacrificio estaba señalando en efecto, hacia la venida de Cristo. Nadie en esa época creía que el corderito pudiera quitar sus pecados. Ninguna persona pensaba en eso. Si usted hubiera estado junto a Abel, por ejemplo cuando él presentó un cordero a Dios, y le hubiera preguntado: "Abel, ¿cree usted que el cordero quitará sus pecados? De seguro que Abel le hubiera respondido que no. Entonces, usted quizá le hubiera dicho: "¿Por qué lo trajo, entonces?" Y la respuesta de Abel sería: "Dios lo exigió. Él nos mandó que se lo trajéramos". En el capítulo 11 de la carta a los Hebreos, el versículo 4, dice: "Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín". En otras palabras, lo hizo por una revelación. Y en el capítulo 10 de esta epístola a los Romanos, versículo 17 leemos: "la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios". La única manera en que Abel pudo haber ofrecido ese sacrificio por fe, fue porque Dios le dijo que lo trajera.

Usted le podría haber preguntado directamente a Abel: ¿Sabe específicamente lo que Dios realmente piensa? Y creemos que Abel podría haber contestado algo así: "Pues, Dios le ha dicho a mi madre que vendría un Salvador. No sabemos cuando, pero hasta que el Salvador venga tenemos que hacer esto porque tenemos que vivir por fe". Así es que cuando leemos aquí en este capítulo 3 de la epístola a los Romanos, acerca de "los pecados pasados", quiere decir que hasta el momento en que Cristo murió, Dios salvaba a crédito, y utilizamos este término comercial porque explica mejor lo que ocurrió. Dios no salvó a Abraham porque él trajo un sacrificio. Dios nunca salvó a nadie por traer un sacrificio. El sacrificio señalaba hacia Cristo, y cuando Cristo vino, Él pagó por todos los pecados del pasado y también por los pecados de la época posterior a la cruz, en la cual nos encontramos. Ahora, de este lado de la cruz nosotros no traemos sacrificios, pero debemos confiar en Cristo y en la eficacia de su sacrificio.

Después, Pablo hizo una pregunta. Dice en la primera parte del versículo 27:

"¿Dónde, pues, está la jactancia?"

Si Dios está salvando hoy por fe en Cristo y no por nuestros méritos o nuestras obras, entonces, ¿qué lugar queda para el orgullo del ser humano? ¿De qué podemos jactarnos hoy en día? No nos queda nada para enorgullecernos. Entonces Pablo contestó esta pregunta sobre la jactancia de esta manera, aquí en el resto del versículo 27:

"Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe".

Pablo quiere decir aquí, refiriéndose a la ley, que no se limita a la ley del Antiguo Testamento, sino que habla del principio de la ley, de cualquier ley; cualquier cosa que usted cree que puede hacer. Y en la segunda referencia a la ley, por supuesto, excluye la ley del Antiguo Testamento. Y quiere decir sencillamente una regla o un principio de fe. En otras palabras, Dios salva a la raza humana no en base a un sistema de méritos, sino en base a creer en lo que Él ha hecho por nosotros. Por lo tanto, Su obra excluye nuestra jactancia. Ahora, en el versículo 28 leemos:

"Concluimos, pues, que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la Ley".

Ahora, esta no fue una conclusión a la cual había llegado Pablo, y ni siquiera un resumen de lo dicho, sino que estaba más bien dando una explicación del por qué se excluía a la jactancia. ¿Y por qué quedaba excluida? Porque el ser humano estimado oyente, es justificado por fe. Y entonces Pablo presentó su argumento final. Escuchemos lo que dijo aquí en el versículo 29 de este capítulo 3 de la epístola a los Romanos:

"¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los que no son judíos? Ciertamente, también de todas las naciones".

En otras palabras, ¿pertenecía Dios solamente a los judíos, o pertenece también a la gente de todas las naciones? Y Pablo dijo: sí, también a los que no son judíos. El argumento que Pablo presentó aquí fue muy convincente. Pablo dijo: "Si la justificación es por la ley, entonces Dios pertenece a los judíos. Pero, si la justificación es por fe, entonces, Él es Dios de los judíos y de los que no son judíos". Veamos, pues, la lógica de esta afirmación. Si los judíos persistían en su posición, entonces, debería haber dos Dioses, uno para los judíos y otro para los no judíos. Pero, el judío no permitiría esto. El judío es monoteísta, es decir, cree en un solo Dios. Y probablemente la declaración más importante jamás dada a la nación de Israel, la encontramos en el libro de Deuteronomio, capítulo 6, versículo 4, donde leemos: "Oye, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor uno es". Y ése fue el vibrante mensaje que Dios proclamó al mundo pagano antes de que Cristo viniera. Veamos ahora el versículo 30:

"Porque no hay más que un Dios; el Dios que declara justos a los que tienen fe, tanto si están como si no están circuncidados".

En otras palabras, hay un solo Dios. Y en el Antiguo Testamento Dios dio la ley a los hombres. El hombre fracasó, pero Dios no lo salvó porque guardara o cumpliera la ley; la salvación se obtuvo siempre por medio del sacrificio que el ser humano trajo con fe, señalando hacia la venida del Señor Jesucristo. Leamos ahora el versículo 31 ya que Pablo no había concluido su argumento y dijo:

"Luego, ¿por la fe invalidamos la Ley? ¡De ninguna manera! Mas bien, confirmamos la Ley".

Esta referencia a la ley, nos trae otro significado de esta palabra. No está limitada en esta ocasión al sistema mosaico. Tampoco se refiere a cualquier ley. Sino que se está refiriendo a toda la revelación del Antiguo Testamento. La fe excluye las obras de la ley. ¿Anuló, entonces, toda la revelación del Antiguo Testamento? ¡Por supuesto que no! Y Pablo demostrará este argumento en el próximo capítulo, es decir, en el capítulo cuatro de esta epístola a los Romanos, por medio de ilustraciones de dos personajes del Antiguo Testamento, que fueron Abraham y David. Aquellos dos personajes tan sobresalientes, fueron salvos no por la ley, sino por la fe. Por empezar, Abraham nació y vivió 400 años antes de la entrega de la Ley. Abraham no vivió en base a la ley de Moisés porque ésta simplemente no existía en su tiempo. Dios le salvó en base a la fe. ¿Y qué diremos de David? Ahora, sinceramente, ¿cree usted que David podía haber sido salvado por cumplir la ley? Por supuesto que no. El Antiguo Testamento dejó bien en claro que David quebrantó la ley. Y sin embargo, Dios le salvó. ¿Y cómo? Le salvó por la fe. David confió en Dios, creyó en Él. Incluso después de cometer su pecado, se acercó a Dios confesándolo. Y Dios le aceptó, salvándole por la fe.

Estimado oyente, cuando usted y yo asumimos que somos pecadores y nos acercamos a Dios confiando en el Señor Jesucristo como nuestro Salvador, indiferentemente de quienes seamos, donde nos encontremos, y en qué condición nos hallemos, Dios nos salva. Porque hoy Dios juzga al ser humano frente a una sola cuestión. Y Su pregunta es la siguiente: ¿Qué harás con mi Hijo, que murió por ti en la cruz?

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