Estudio bíblico de Nehemías 9:1-38

Nehemías 9:1-38

En primer lugar diremos que los capítulos 9 y 10 presentan el tema titulado "Oración y renovación espiritual". En el día de hoy estimado oyente, vamos a considerar lo que dice el capítulo 9 de Nehemías. Recordemos que en el estudio del Libro de Esdras dijimos que había varios grandes capítulos "nueve" en las Escrituras, y todos ellos tienen que ver con "movimientos de renovación". Lo vimos en el capítulo nueve de Esdras y hoy tenemos ante nosotros el capítulo 9 de Nehemías, y también hemos citado el noveno capítulo en el Libro de Daniel, que consideraremos al estudiar ese libro.

Probablemente deberíamos aclarar lo que queremos decir cuando usamos esta palabra "renovación o avivamiento", porque creemos que es una de esas palabras que han sido mal entendidas por muchos; y probablemente deberíamos pasar algún tiempo explicándola. Es un término que expresa la idea de recobrar la vida y el vigor. También significa un retorno a la conciencia, volver a tener sentido, volver en sí; se refiere a lo que tiene vida que está desapareciendo, incluso hasta llegar a la muerte y que ya no tiene vitalidad; pero que luego revive. El apóstol Pablo habló sobre la resurrección del Señor Jesucristo, en el capítulo 14 de la epístola a los Romanos, versículo 9; allí se dice: "Para esto el murió y resucitó, para ser Señor tanto de los muertos como de los que viven". Éste es pues, un buen uso del término revivir, y de lo que significa avivamiento.

Obviamente, la palabra "avivamiento" está limitada a los creyentes. Se refiere a creyentes que se encuentran en una condición espiritual muy baja, y que fueron reavivados, renovados y restaurados a la vitalidad y el poder. Aquí en este capítulo 9 de Nehemías, donde nos detendremos en el día de hoy, se utiliza en ese sentido. Sin embargo, estamos seguros que usted ya se ha dado cuenta que el uso de esta palabra ha sido ampliado, y ahora, a veces, la palabra avivamiento hace referencia a períodos en los que muchas personas están viniendo a Cristo. Realmente, un hecho depende del otro. Uno no podrá ver un período en que las personas acudan a Cristo, a menos que el pueblo de Dios haya experimentado un avivamiento o una renovación espiritual.

En este capítulo veremos un período de avivamiento, que siguió a una lectura pública de la Palabra de Dios. Muchas de estas personas, como hemos visto en el capítulo 8, nunca habían oído la Palabra de Dios. Ellos habían estado en la cautividad por setenta años, no habían tenido ningún acceso a la Palabra de Dios. No había nadie allí que se las pudiera leer. Cuando regresaron a su tierra y los muros fueron reedificados, Nehemías dispuso que hubiera un tiempo de lectura de la Palabra de Dios. Esta lectura probablemente se prolongó por un cierto período, cuya duración desconocemos. Junto a él estaba Esdras, escriba, quien tenía la Palabra de Dios. Construyeron un púlpito para que pudiera leer de la Palabra de Dios desde la puerta de las Aguas. Dicha lectura causó un impacto tremendo sobre la gente. El pueblo lloró, y lloró principalmente de alegría. Lo que queremos recalcar es que tiene que haber emoción cuando se escucha la lectura de la Palabra de Dios, pero no una emoción superficial, pasajera, sino un sentimiento que les impulsó a hacer ciertas cosas.

Ésta es nuestra razón personal, estimado oyente, para desear difundir la Palabra de Dios. Podemos sinceramente decir que no es muy importante lo que decimos nosotros personalmente, sino lo que la Biblia dice. El Espíritu de Dios puede tomar la Palabra de Dios; y si nosotros la hemos presentado como se debe hacer, Él la puede aplicar y bendecir en los corazones y las vidas de los oyentes. Ésa es la razón por la cual, a veces compartimos las cartas que nos llegan de los oyentes, o lo que nos comunican en sus llamadas telefónicas, para poder apreciar lo que Dios está haciendo. Es algo verdaderamente sorprendente. Ahora, esto no nos debería sorprender porque el Señor mismo ha dicho que Él bendeciría Su Palabra.

Los integrantes de aquel pueblo reconocieron cuánto se habían apartado de las normas que Dios había establecido para ellos, y cuán lejos se encontraban del cumplimiento de sus mandamientos. Como hemos visto en el Libro de Esdras, la Palabra de Dios había tenido un resultado en la misma vida de este sacerdote y escriba dándole un gran interés y llevándole a un compromiso personal con todo lo que estaba llevando a cabo. Es que no puede haber un avivamiento, o una renovación espiritual, fuera de la Palabra de Dios; debemos reconocer y aceptar este principio.

Ahora, veamos lo que Dios hizo por esta gente. Se nos dice en los primeros dos versículos de este capítulo 9 de Nehemías:

"El día veinticuatro del mismo mes se reunieron los hijos de Israel para ayunar, vestidos de ropas ásperas y cubiertos de polvo. Ya se había apartado la descendencia de Israel de todos los extranjeros; y en pie, confesaron sus pecados y las iniquidades de sus padres".

Aquí vemos que ellos confesaron sus pecados principalmente, y también los de sus padres. Ahora, el versículo 3, dice:

"Puestos de pie en su lugar, leyeron el libro de la ley del Señor, su Dios, la cuarta parte del día, y durante otra cuarta parte del día confesaron sus pecados y adoraron al Señor, su Dios".

La lectura de la Palabra de Dios les reveló su pecado y maldad. El ayuno, el vestirse con sacos o ropas ásperas y el polvo sobre sus cabezas demostraron su sinceridad. Hubo entonces confesión y adoración a Dios.

A veces una generación es muy crítica con otra. Este es el caso de los que pertenecen a la generación joven, que ha sido muy crítica con la anterior, y con razón. Pero si ellos experimentan un retorno a la Palabra de Dios, dejarán de lado dicha actitud crítica y comenzarán a confesar sus propios pecados.

Y con respecto a los que pertenezcamos a la anterior, deberemos en primer lugar confesar nuestros pecados antes de señalar los de otros. Y si usted piensa que no tiene ningún pecado, entonces, estimado oyente, usted necesita regresar a la Biblia, a la Palabra de Dios. Podemos ver lo que hizo esta gente de nuestro relato: una cuarta parte del día ellos leyeron la Biblia y luego ellos hicieron algo más, relacionado con lo que acababan de leer; confesaron sus pecados. Usted no puede hacer descender a Dios a su propio nivel. Hay muchas personas que están tratando de hacer eso. Usted tampoco puede elevarse al nivel de Dios, donde podría decir que ha alcanzado un estado de perfección. Si usted lo hiciera así, se estaría engañando a sí mismo. Yo no digo eso por mí mismo, sino que Juan lo dijo en su primera carta 1:8, 9, donde encontramos la siguiente declaración: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad". Si usted lee la Palabra de Dios, comprobará que es un pecador. Cuando reconozca esa realidad, sentirá la necesidad de confesar sus pecados.

Confesar los pecados significa estar de acuerdo con la Palabra de Dios, en vez de presentar excusas o intentar racionalizar nuestras acciones. La confesión consiste en llamar por su verdadero nombre lo que estamos haciendo, siendo conscientes exactamente de lo que realmente es: pecado. Y cuando hacemos esto, estimado oyente, cuando confesamos nuestros pecados, entonces, Dios es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.

Recordemos que en el aposento alto, el Señor Jesucristo lavó los pies de los discípulos. Eso es precisamente lo que está haciendo ahora mismo a la derecha del trono de Dios: está limpiándonos. Cuando usted y yo nos acercamos a Él con nuestra confesión, figurativamente hablando, Él lava nuestros pies, y hasta nuestra propia mente necesita ser lavada algunas veces. En nuestro contacto con el mundo en que vivimos y en nuestra vida en sociedad resulta imposible evitar que, desde un punto de vista espiritual, nuestra mente se ensucie, así como el caminante de aquellos tiempos ensuciaba sus pies al transitar por aquellos caminos polvorientos. De ahí la necesidad de acercarnos a Dios para confesar nuestra impureza. En la fiesta de la Pascua, cuando el Señor se levantó de la mesa y comenzó a lavar los pies de los suyos, Pedro le dijo, en Juan 13:8, "¡Jamás me lavarás los pies! Jesús le respondió: Si no te lavo, no tendrás parte conmigo". Hay gente hoy que está intentando servir a Dios y que no está viviendo a la luz de la Palabra de Dios. Dijo Juan en su primera carta 1:6,7; "Si decimos que tenemos comunión con Él, pero andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad; mas si andamos en la luz, como Él está en luz, tenemos comunión los unos por los otros, y la sangre de Jesús su Hijo nos limpia de todo pecado".

Aquí no está hablando tanto de la forma de caminar, sino de por dónde camina uno. Cuando uno camina, es decir, que vive expuesto a la luz de la Palabra de Dios, verá cuan lejos se encuentra de la gloria y la santidad de Dios, y que no puede alcanzar por sí mismo ese estado. Entonces se acercará a Él con una actitud de confesión. Y si no lo hace, Dios le dirá a usted, como le respondió a Pedro: "Si no te lavo, no tendrás una relación de compañerismo conmigo". Por todo ello y volviendo a nuestro relato de la época de Nehemías, los israelitas pasaron una cuarta parte del día leyendo la Palabra de Dios, y otra cuarta parte del día confesando sus pecados.

Cuando enseñamos la carta de Pablo a los Romanos, recibimos cartas de personas que nos cuentan que han confesado a Dios el haber hablado mal de otras personas, o que han mantenido una actitud de resentimiento hacia ellas. En esos casos vemos que la Palabra de Dios hizo sentir su efecto en la vida de esas personas. Y si la Palabra causa un impacto en su vida, usted sentirá esa misma necesidad de dirigirse a Dios en oración para confesar sus pecados. Estimado oyente, éste es el camino que conduce a un avivamiento, a una renovación espiritual, y no hay otro.

Cuando se nos habla de la confesión de nuestros pecados, creemos que es algo que debe hacerse en privado. Y los pobladores de aquella tierra lograron enderezar y rectificar lo que habían hecho mal. Recordemos que Simón Pedro, en el día de Pentecostés, no produjo un avivamiento levantándose y confesando cómo había negado al Señor Jesucristo. Eso fue algo que había tenido lugar en privado. Lucas y Pablo nos cuentan que el Señor apareció a Simón Pedro cuando éste se encontraba solo. Porque ese asunto de la negación de Pedro era un asunto privado y tenía que ser arreglado por aquellos que habían estado implicados en ese incidente y así fue como se restauró su relación con el Señor. Y así como nadie se bañaría en público, creemos que la confesión pública de los pecados, además de provocar emociones difíciles de controlar y dejar recuerdos nada provechosos para los oyentes, no beneficia espiritualmente a nadie.

Una renovación comienza como un asunto privado de cada uno ante la presencia de Dios. Es decir, que la renovación se produce primero en el nivel individual. Esta actitud forma parte de las condiciones necesarias para que se produzca ese revivir espiritualmente del pueblo de Dios, que traerá Su bendición.

Las personas que menciona nuestro relato cumplieron las condiciones para experimentar una renovación y recibirían la bendición de Dios. Leamos ahora los versículos 4 y 5 de este capítulo 9 de Nehemías:

"Jesúa, Bani, Cadmiel, Sebanías, Buni, Serebías, Bani y Quenani subieron luego al estrado de los levitas y clamaron en voz alta a Jehová, su Dios. Y esto es lo que dijeron los levitas Jesúa, Cadmiel, Bani, Hasabnías, Serebías, Hodías, Sebanías y Petaías: Levantaos y bendecid al Señor, vuestro Dios: Desde la eternidad y hasta la eternidad sea bendecido tu nombre glorioso, que supera toda bendición y alabanza".

Después de haber oído la Palabra de Dios, hicieron su confesión y después alabaron y exaltaron a Dios. Y eso es lo que nosotros debemos hacer. Necesitamos alabar a Dios en nuestras reuniones, en nuestros encuentros.

Alguien decía en cierta ocasión, que la reunión de oración semanal de su iglesia se estaba haciendo demasiado monótona, al escuchar siempre las mismas oraciones. Así es que, decidieron que, en vez de continuar haciendo a Dios las mismas peticiones de siempre, alabarían a Dios en sus oraciones. Y entonces todos los presentes comenzaron a experimentar una renovación espiritual. Es que cuando comenzamos a exaltar el nombre de Dios, Él comienza a actuar y los creyentes comienzan a ser transformados espiritualmente. Veamos ahora, lo que dice el versículo 6, de este capítulo 9 de Nehemías:

"Tú solo eres Señor. Tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos. Tú vivificas todas estas cosas, y los ejércitos de los cielos te adoran".

¿Ha tenido usted la oportunidad de detenerse a la orilla del mar y observar esas olas gigantescas que golpean contra las rocas? ¿Le ha movido a usted a volverse hacia Dios y adorarle? ¿Ha estado usted alguna vez en un gran bosque, por ejemplo? Cuando uno entra en un bosque grande lleno de árboles altos y gruesos, ¡qué emocionante es todo eso! Uno puede entrar a un lugar como esos por la mañana y levantar la vista para observar cómo la copa de los árboles forman la bóveda de un grandioso templo, y uno allí puede adorar a Dios. Él es el Creador, Él fue quien hizo toda esa belleza que nos rodea, Él fue quien creó este universo. Y no sólo hizo eso. Veamos lo que nos dicen los versículos 7 al 10:

"Tú eres, Señor, el Dios que escogió a Abram; tú lo sacaste de Ur de los caldeos, y le pusiste por nombre Abraham. Hallaste fiel su corazón delante de ti, e hiciste pacto con él para darle la tierra del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del jebuseo y del gergeseo, para darla a su descendencia; y cumpliste tu palabra, porque eres justo. Miraste la aflicción de nuestros padres en Egipto, y oíste el clamor de ellos en el Mar Rojo. Hiciste señales y maravillas contra el faraón, contra todos sus siervos, y contra todo el pueblo de su tierra, porque sabías que habían procedido con soberbia contra ellos; y te hiciste nombre grande como hasta este día".

Ellos alababan a Dios por la forma en que Él había guiado a sus antepasados. Cómo Él había elegido a Abraham. Cómo lo había cuidado en la tierra de Canaán. Cómo los había traído como una nación, desde la tierra de Egipto. Cómo ellos habían sido guiados y protegidos milagrosamente a través del desierto.

Estimado oyente, ¿le ha dado gracias usted a Dios, alguna vez, por permitirle vivir en su país? ¿Le ha dado gracias a Dios por haberle llevado al lugar que hoy ocupa? Nosotros deberíamos agradecerle a Dios por eso, así como esta gente lo hizo.

Ellos no sólo reconocieron que Dios era su Creador, sino también su Redentor. Y le estaban agradeciendo a Dios por la liberación que experimentaron cuando les condujo fuera de Egipto.

Y estos son motivos para que usted y yo le demos las gracias a Dios. Él es el Creador y éste es Su universo. También tenemos que agradecerle que Él nos salvó, nos redimió. Por cierto, ¿le ha dicho usted que le ama? No olvidemos que Dios es la fuente, el origen de toda bendición. No sólo nos ha provisto los elementos materiales que necesitamos sino que, siendo pecadores, nos ha salvado. Escuchemos ahora lo que dicen los versículos 34 y 35, de este capítulo 9 de Nehemías:

"Nuestros reyes, nuestros gobernantes, nuestros sacerdotes y nuestros padres no pusieron por obra tu Ley, ni atendieron a tus mandamientos ni a los testimonios con que los amonestabas. Pero ellos en su reino y en los muchos bienes que les diste, y en la tierra espaciosa y fértil que entregaste delante de ellos, no te sirvieron, ni se convirtieron de sus malas obras".

Éste fue un repaso de la historia de aquel pueblo, mostrando como Dios los había favorecido. Sin embargo, sus reyes, príncipes, sacerdotes y los padres de la nación no habían obedecido los mandamientos de Dios. Luego él dice en el versículo 36:

"Míranos hoy, convertidos en siervos; somos siervos en la tierra que diste a nuestros padres para que comieran su fruto y su bien".

Ellos reconocieron el juicio de Dios estaba sobre ellos. Leamos ahora, los versículos 37 y 38, de Nehemías capítulo 9:

"El fruto de ella se multiplica para los reyes que has puesto sobre nosotros por nuestros pecados, quienes se enseñorean sobre nuestros cuerpos, y sobre nuestros ganados, conforme a su voluntad. ¡En gran angustia estamos! A causa, pues, de todo esto, nosotros hacemos fiel promesa, y la escribimos, firmada por nuestros gobernantes, por nuestros levitas y por nuestros sacerdotes".

En el próximo capítulo veremos las condiciones del pacto. Aquí vemos que a cada dirigente de la nación se le pidió que se comprometiese firmemente por escrito en dicho pacto. Porque el pueblo había resuelto obedecer a la Palabra de Dios.

¿Qué clase de pacto ha hecho usted con Dios? Algunas personas se resisten a prometer algo que quizás no puedan cumplir. En las relaciones humanas, cada vez que alguien compra algo, o realiza cualquier transacción comercial, tiene que comprometerse por escrito a realizar ciertos pagos. Es decir que las personas están dispuestas a asumir todo tipo de compromisos y obligaciones en la vida, pero en el terreno espiritual, no están dispuestas a establecer un pacto con Dios. ¿Le ha prometido a Dios algo? Prometerle algo a Dios es un asunto importante, y el Señor quiere saber si realmente hablamos en serio. ¡Cuántas veces le habremos fallado! Pero Él nos comprende y tiene misericordia de nosotros. Y si nosotros tomamos en serio nuestra relación con Él, Él se ocupará de nosotros y nos dará la fortaleza que supla nuestra debilidad para cumplir Su voluntad.

Estimado oyente gracias a la obra del Señor Jesucristo en la cruz, usted puede establecer hoy una relación con Dios. La salvación no sólo le proporciona la vida eterna sino que, aquí en la tierra tiene efectos muy importantes. A usted le sorprenderá ir descubriendo lo que Él puede hacer con su vida y hasta qué punto pueda irla transformando por la acción de Su Espíritu. Le invitamos, pues, a dar el paso de fe de recibir al Señor Jesucristo como Salvador. Y al hacerlo, le invitamos también a que haga suyas las siguientes palabras del Salmo 37:4 y 5: "Deléitate en el Señor, y él te concederá los deseos de tu corazón. Encomienda al Señor tu camino; confía en él, y él actuará".

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