Estudio bíblico de 2 Corintios 3:11-4:1

2 Corintios 3:14 - 4:1

En nuestro programa anterior, el texto nos hablaba de lo que "se desvanecía" con referencia a la ley. Se destacó que lo más glorioso sería lo que permanecería, es decir, el nuevo pacto. El apóstol Pablo estaba trazando un contraste entre la entrega de la ley de Moisés y el tiempo de la gracia en el cual vivimos. Para situarnos mejor en el contexto del pasaje Bíblico de hoy, retrocederemos un poco y leeremos nuevamente los versículos 12 y 13 de este capítulo 3 de 2 Corintios:

"Así que, teniendo tal esperanza, actuamos con mucha franqueza, y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de desvanecerse".

Tenemos que reconocer que hubo una primera, y una segunda entrega de la ley. Cuando Moisés llegó a la cima del monte Sinaí, Dios le entregó las tablas de piedra, y Dios mismo escribió la ley en ellas. Era la ley bajo la cual los israelitas tenían que vivir y, en efecto, por la cual se salvarían (siempre y cuando la cumplieran, aunque nadie pudo hacerlo). Iban a ser juzgados por ella. Mientras Moisés se encontraba en la cumbre del monte con Dios, los israelitas ya habían comenzado a quebrantar el primero de los mandamientos: No tendrás otros dioses delante de mí, y No te harás ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra. La ley mosaica era muy estricta y rígida. Hasta Moisés mismo dijo: estoy aterrado y temblando. Las pérdidas físicas por heridas causadas a otro, se castigaban con una pérdida similar infligida al ofensor, con el objeto de restringir o limitar el castigo a un daño equivalente: de ahí las conocidas normas, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe. La ley se caracterizaba por una justicia y santidad absoluta e intrínseca. Lo que una persona merecía, de acuerdo con la ley, eso habría de recibir. Y en Éxodo 32, la gente ya estaba desobedeciendo la ley. ¿Qué sucedería entonces? Dios le dijo a Moisés que descendiese hasta donde se encontraba el pueblo, Cuando se acercaba al lugar, pudo ver desde la distancia que los israelitas estaban quebrantando los dos primeros mandamientos, y entonces no se atrevió a introducir las tablas de la ley en el campamento. ¿Por qué? Porque si lo hubiera hecho, toda la nación habría sido borrada en aquel mismo momento. Los israelitas habrían sido juzgados inmediatamente porque el quebrantamiento de aquellas leyes implicaba la muerte instantánea. Así que Moisés rompió las tablas de piedra y después entró en el campamento.

Ahora, cuando Moisés regresó a la cumbre del monte Sinaí y se acercó a la presencia de Dios, algo sucedió. Moisés reconoció que todo Israel debía ser destruido a causa de su pecado, pero le suplicó a Dios que tuviera misericordia de ellos. Y entonces Dios les dio una segunda oportunidad y le entregó a Moisés las segundas tablas de la ley. Así, Moisés comprendió que Dios estaba atemperando la ley con la misericordia y la gracia. En la misma esencia del contenido de la ley mosaica se preveía un tabernáculo o tienda de reunión, y un sistema de sacrificios que sería la base de un acercamiento a Dios, y que consistía en el hecho de que sin derramamiento de sangre no habría perdón de pecados. Pero también se establecería que sin santidad, nadie vería a Dios. Pero entonces, ¿como podríamos nosotros entrar ante Su presencia? Bueno, Dios tendría que preparar un camino para nosotros y así lo haría. Ante tan gran revelación, no debería extrañarnos que el rostro de Moisés resplandeció.

Cuando Moisés descendió del monte llevaba consigo las segundas tablas de la ley, ley que era un ministerio o servicio de muerte, requiriendo una justicia por parte del ser humano que éste no podía producir por sí mismo; pero, como ya anticipamos, esa ley incluía un sistema de sacrificios que revelaba la gracia de Dios. Y aquella compasión y gracia se hicieron realidad en la muerte y resurrección de Cristo. El apóstol Pablo mismo descubrió esa verdad. Él había sido un hombre que vivió bajo la ley, un Fariseo, hasta que llegó a un punto en el que pudo expresar, en Filipenses 3:9, su deseo de ser hallado en Él no teniendo su propia justicia derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe. En consecuencia, el ministerio de muerte se había transformado en un servicio de gloria, dando lugar a un evangelio glorioso.

La ley, entonces, ofreció al ser humano un camino de salvación, pero el hombre fue demasiado débil para cumplir sus demandas. Fue un glorioso sistema de vida que era agradable para Dios, pero para el ser humano se convirtió en un ministerio de muerte, por causa de su estado de perdición.

Sin embargo, la gloria de la gracia de Dios cumplida en Cristo, es verdaderamente, un ministerio o servicio de gloria. En otro pasaje se le llamó el glorioso Evangelio del Dios bendito. La palabra "bendito" también significa "feliz", o sea que se nos habla del Dios feliz. ¿Y qué hace a Dios feliz? El amar a los seres humanos y deleitarse en la misericordia. Dios quiere salvar al ser humano. En el libro del profeta Miqueas 7:18, se nos dice: "¿Qué Dios hay como tú, que perdona la iniquidad y pasa por alto la rebelión del remanente de su heredad? No persistirá en su ira para siempre, porque se complace en la misericordia". No es la voluntad de Dios que alguien de la familia humana se pierda. Al profeta Ezequiel Dios le dijo: Diles: "Vivo yo, declara el Señor Dios, que no me complazco en la muerte del impío, sino en que el impío se aparte de su camino y viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos. ¿Por qué habéis de morir, oh casa de Israel?" Dios quiere salvar; el salvar al ser humano le hace feliz.

Cuando Moisés descendió del monte la segunda vez, había alegría en su corazón y su rostro brilló. En ese momento había un camino que conduciría a Dios por medio de un sistema de sacrificios.

Debemos aclarar que aquel velo cubrió el rostro de Moisés, no porque su rostro resplandecía con tal gloria que no hubieran podido mirarle. Fue colocado porque esa gloria estaba comenzando a desvanecerse. El hecho del resplandor del rostro de Moisés fue una gloriosa realidad, pero aquella gloria desaparecería. Y el versículo 14 dice:

"Pero el entendimiento de ellos se embotó, porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo sin descorrer, el cual por Cristo es quitado".

Su entendimiento ha sido ofuscado hasta el día de hoy. El velo que Moisés usó en su rostro en aquel entonces, se ha convertido en un velo en las mentes del antiguo pueblo de Dios. Se encuentra todavía allí a causa del hecho de que ese pueblo no ve actualmente que Cristo fue el fin de la ley, para obtener justicia. Ellos no ven que Jesucristo es el cumplimiento de la totalidad de la Ley. Su ceguera aún continúa.

Llegamos una vez más a esta declaración de que Moisés puso un velo sobre su rostro; la gloria ya se había ido. Sus mentes estaban cegadas, como si tuvieran un velo sobre ellas. Y dice este versículo 15, del capítulo 3 de la Segunda epístola a los Corintios:

"Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos".

Cuando ellos leían la ley, en realidad pensaban que la podrían cumplir. Pero nos damos cuenta que en el Antiguo Testamento la gente no tenía esa confianza que uno podría esperar o que debería haber en el corazón y la mente del pueblo de Dios. Uno puede ver que aun David se hallaba perplejo y en su vida había muchos interrogantes. Job se encontraba completamente desconcertado, y Ezequías volvió su rostro hacia la pared y lloró cuando se enfrentó con la posibilidad de morir. Sin embargo, en el día de la gracia en el que usted y yo vivimos, incluso el más débil de los que creen en Jesús tiene una confianza absoluta en que ha sido aceptado completamente por Dios.

Continuemos leyendo el versículo 16:

"Pero cuando se conviertan al Señor, el velo será quitado".

O sea, que sólo cuando una persona se vuelve al Señor, se le quita ese velo. Es que el problema del ser humano es del corazón, es interno. Está cegado por causa del pecado en su vida. Cuando está dispuesto a apartarse de su pecado y recibir al Señor Jesucristo como Salvador, esa especie de velo que no le deja ver, será quitado. Leamos ahora el versículo 17:

"El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad".

Estimado oyente, sólo el Espíritu de Dios hoy puede levantar el velo y ayudarnos a ver que Cristo es el Salvador. Solamente Él puede hacerlo, es el único que puede realizar ese milagro. Pablo estaba hablando a su pueblo en su día, como lo hizo Simón Pedro. Simón Pedro dijo en el libro de los Hechos, capítulo 10, versículo 43: "De éste dan testimonio todos los profetas, de que por su nombre, todo el que cree en Él recibe el perdón de los pecados". Estimado oyente, si usted no puede ver al Señor Jesucristo en el Antiguo Testamento, entonces, el Espíritu de Dios no es su Maestro, porque el Espíritu de Dios toma las cosas de Cristo y nos las muestra. El Espíritu de Dios nos libera de la ley y nos lleva a Cristo. Cuando Él lo haga, usted se dará cuenta de lo que quiere decir aquí, el versículo 18:

"Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y contemplando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados con más y más gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor".

Este pasaje de las Escrituras es extraordinario. Pablo ha estado hablando sobre el velo en el corazón; luego, cuando acudimos a Cristo, el velo es quitado. Ahora, como creyentes, estamos mirando al Señor Jesucristo. Pero incluso como creyentes, nuestros ojos están velados cuando hay pecado en nuestras vidas. Pero cuando ese pecado es confesado y recuperamos la relación de compañerismo con Él, podemos contemplarle. Entonces, con el rostro descubierto, contemplamos como en un espejo la gloria del Señor. La idea en este versículo no es la de reflejar para transformar, sino más bien la de contemplar hasta ser transformados. Entonces, podemos reflejar Su imagen. Por eso creemos que una traducción más exacta es la siguiente: "contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu".

Es cierto que la Palabra de Dios es el espejo al cual tenemos que mirar, y entonces contemplamos a Cristo. Por tal motivo debemos permanecer en la Palabra de Dios y mirarle a Él. Al contemplar al Señor Jesucristo usted es transformado. Como dijo el apóstol Pedro, en su primera carta, capítulo 1, versículo 23: "Pues habéis nacido de nuevo, no de una simiente corruptible, sino de una que es incorruptible, es decir, mediante la palabra de Dios que vive y permanece para siempre". También la Palabra de Dios nos transforma y éste es un aspecto muy importante, porque en la Palabra de Dios nosotros podemos ver al Señor, tal como Él es. En la palabra de Dios usted ve a Cristo sin un velo que impida una visión clara y esto es maravilloso.

¿Quiere usted, amigo oyente, ser como Cristo? Entonces, debe pasar tiempo contemplándole, tal como le vemos en las páginas de las Sagradas Escrituras, con el deseo de ir creciendo espiritualmente e imitarle para que, por la obra del Espíritu Santo en su vida, pueda cada vez más parecerse a Él. Dicen que las personas que, unidas por el amor han llegado a moldear sus personalidades con la convivencia diaria, y que comparten un mismo sentir en cuanto a la persona del Señor Jesucristo, se van pareciendo cada vez más, incluso físicamente. Por ello decimos que la contemplación de la imagen y el ejemplo de Cristo que nos revela la Biblia, y el escuchar Sus Palabras, sus enseñanzas, por la obra del Espíritu Santo, va desarrollando en nosotros un parecido con la persona del Señor. Llegamos ahora

2 Corintios 4:1

Y, tenemos aquí, otro aspecto del consuelo de Dios. Vimos en el primer capítulo el consuelo de Dios para los planes de la vida. Luego, en el segundo capítulo observamos el consuelo de Dios al restaurar a los creyentes que habían pecado, y en el capítulo 3, vimos una exposición del consuelo de Dios en el glorioso ministerio de Cristo. ¿No es cierto que ese capítulo 3 fue algo extraordinario? Pues bien, nosotros no vamos a descender de la cima de la montaña, sino que vamos a continuar aquí arriba para considerar, en este capítulo 4, el consuelo de Dios en el ministerio del sufrimiento por causa de Cristo. Quizá tengamos que subir aún un poco más arriba, y no estamos seguros de lo que vamos a encontrar en una atmósfera en la que se nos hace muy difícil respirar. El apóstol nos invitó a subir más alto, y eso es lo que queremos hacer. Leamos, pues, el primer versículo de este capítulo 4, de la Segunda epístola a los Corintios:

"Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que hemos recibido, no desmayamos".

Este es el ministerio, dice, el ministerio glorioso. Dios nos ha entregado un mensaje que ningún ser humano podía haber concebido. Para un hombre sería imposible crear un plan como el que presenta el Evangelio. Ningún hombre lo podría haber inventado. Yo no encuentro ninguna otra razón por la cual Él me haya permitido entrar en esta actividad, que no sea Su misericordia. Como ya dijimos anteriormente, Dios es rico en misericordia. Él no agotó toda Su misericordia antes de llegar a mí porque Él vio que yo necesitaría mucha compasión, y Él ha sido rico en misericordia para conmigo. Y por Su misericordia ha permitido que tengamos este ministerio de enseñanza Bíblica por la radio. Y como tiene lugar al amparo de Su misericordia, no desmayamos, sino que nos alegramos de poder llevarlo a cabo.

Resulta interesante estudiar religiones comparadas. La diferencia entre el Cristianismo, el Evangelio de la gracia de Dios, consiste en que las religiones del mundo les piden a sus fieles que hagan algo. En cambio, el Evangelio me dice que Dios ha hecho algo por mí, y yo tengo que creerlo, tengo que confiar en Él. La única manera de venir a él es por fe. Ésa es la forma de acercarme a Él, porque sin fe, es imposible agradarle. En contraste, como ya hemos dicho, las religiones y sectas requieren que uno se esfuerce en hacer algo. Algunas de estas sectas dicen que uno debe tener fe. Sin embargo, por fe no quieren decir que hay que confiar en el Señor Jesucristo sino que más bien se refieren a un reconocimiento de Jesús y de que su muerte hace unos 2.000 años fue un hecho histórico. Pero debo decirle que el simplemente creer que Jesús murió, no le salvará. Estimado amigo, Jesucristo murió por nuestros pecados, y resucitó, de acuerdo con las Sagradas Escrituras. Ahí se encuentra precisamente la distinción importante. Nosotros tenemos que depositar nuestra confianza en su obra completada. Esa obra ya ha sido realizada.

En una ocasión Pablo había estado bajo la ley. Él sabía bien lo que implicaba estar bajo un sistema que requiriese hacer algo o realizar algún esfuerzo. Dijo que era un hebreo entre los Hebreos; en cuanto a la ley, era un fariseo, y en lo referente a la justicia de la ley, sin ninguna culpa. Él estaba realmente bajo la ley y había tenido la esperanza de hacer algo para lograr su salvación. Entonces, un día se encontró con el Señor Jesús en el camino que conducía a Damasco. Después de conocerle como su Señor y Salvador, escribió en Filipenses 3:8 y 9: "Por amor a Él lo he perdido todo y lo considero como basura, a fin de ganar a Cristo 9y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que se basa en la Ley, sino la que se adquiere por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios y se basa en la fe". Podemos ver que después de que Pablo estuvo frente a Jesucristo, fue consciente de que nunca podría lograr la salvación por sí mismo. Cualquier tipo de justicia derivada de la ley, no sería suficiente. Pablo necesitaría tener la justicia de Jesucristo. Después de llegar a esa conclusión y de dar ese paso de fe, sintió que para él comenzaba una nueva vida.

El apóstol Pablo mismo nos dirá, en el capítulo 5 de esta misma carta, que si alguno estaba unido a Cristo, se había convertido en una nueva persona; porque las cosas viejas que caracterizaban su vida anterior habían quedado fuera, habían pasado como una etapa que había quedado atrás. En la nueva etapa, habían aparecido cosas nuevas, y lo dijo refiriéndose a todo lo que el Espíritu Santo produce en la nueva vida, es decir, los nuevos valores, las nuevas experiencias, la esperanza de la vida eterna de ese nuevo creyente, que como cristiano que se va pareciendo cada vez más a Cristo, su Señor.

Y así como en la experiencia del apóstol Pablo, autor de esta carta que estamos estudiando, el encuentro con el Señor resucitado marcó aquel día como el comienzo de una nueva etapa, como el principio de una vida significativa, es también una nueva vida para cada uno de nosotros cuando nos acercamos a Cristo reconociendo nuestra profunda necesidad espiritual. Hoy necesitamos la misericordia y compasión de Dios. Y Él nos amó y en su gracia y misericordia nos proveyó un Salvador, y hoy salva a aquellos que creen en Él, por Su gracia. Estimado oyente, ¿no querría usted ser uno de esas personas que comienza a vivir de verdad, dejando atrás todo aquello que ha sido como un lastre en su vida, para disfrutar de la libertad espiritual de los hijos de Dios, y de todas las realidades espirituales que el Padre celestial tiene reservadas para los que le aman, y que constituye solo un anticipo de la vida eterna?

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