Estudio bíblico de Isaías 6:3-11

Isaías 6:3-11

En el día de hoy, amigo oyente, regresamos al capítulo 6 de Isaías. En este capítulo encontramos el llamado y la nueva misión encomendada al profeta Isaías. Anteriormente dijimos que, cronológicamente y también desde un punto de vista lógico, el libro de Isaías comienza con este capítulo, que constituye la crisis en la vida de Isaías, y le introduce en el oficio profético. Antes de este incidente, no tenemos ningún registro sobre su vida o de su relación con Dios. Su ministerio comenzó cuando murió el rey Uzías. Y en los versículos de este capítulo podemos conocer la visión del Señor que el profeta Isaías pudo contemplar.

Isaías comenzó este capítulo con una nota triste, llevándonos al funeral del rey Uzías. Uzías había sido un buen rey y acababa de morir. En realidad, hay muchas personas que opinan que Uzías fue el último gran rey del reino del sur, es decir, del reino de Judá y que, después de su muerte, ya no se podría ver más la gloria del Señor. Y creemos que puede haber sido cierto. Uzías había logrado dominar a los filisteos, a los árabes, y a los amonitas. Él había gobernado la nación por 52 años, y su nación había sido bendecida por Dios desde un punto de vista material durante este período, de acuerdo con la promesa de Dios. El profesor Delitzsch dijo: "La gloria nacional de Israel también murió junto con el rey Uzías, y nunca ha podido ser recuperada hasta el día de hoy".

Ahora, en el año en que murió el rey Uzías Isaías estaría pensando lo siguiente: "Bueno, el buen rey Uzías ha muerto, y ahora, todo se va a desmoronar. Israel será llevado en cautiverio. Se acabará la prosperidad y llegará un período de depresión, y después, el hambre". Con esta inquietud en su mente, Isaías hizo lo que cada persona debería hacer, fue el templo. Fue al lugar apropiado, al lugar donde podría tener un encuentro con Dios. El Salmo 29:9 dice: "En su Templo todo proclama su gloria". En el templo de Dios Isaías descubrió que el verdadero Rey de la nación no estaba muerto. Y dijo: "vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de su manto llenaba el templo". O sea, que Dios estaba en Su trono.

Y en el versículo 3, leemos:

"Y el uno al otro daba voces diciendo: ¡Santo, santo, santo, Señor de los ejércitos! ¡Toda la tierra está llena de su gloria!"

Amigo oyente, ésta es una imagen de la santidad y de la gloria de nuestro Dios. Él está en una posición elevada, alta, sublime. Y si nosotros pudiéramos verle a Él hoy de esa manera, en esa posición, nos libraríamos de vivir en un nivel espiritual bajo; y algunos se librarían de esa familiaridad fácil que algunos parecen tener con Jesús. Hablan de Él como si fuera un camarada cualquiera, y como si pudieran hablar de Él de cualquier manera que se les ocurra. Amigo oyente, usted no puede entrar precipitadamente en la presencia de Dios. Él no lo permite. Usted puede ir al Padre a través del Señor Jesucristo que es la única forma en que usted puede acercarse a Él. Usted nunca puede aproximarse a Él en base a la clase de persona que usted es. Usted puede llegar a Él porque está en Cristo, unido a Cristo. El Señor Jesucristo lo dejó bien claro cuando dijo: "Nadie viene al Padre sino por mí". (Juan 14:6b) Si usted es un hijo Suyo, puede entrar con libertad y confianza al trono de la gracia. Pero usted no puede acercarse a Dios de ninguna otra manera. El versículo 4 de este quinto capítulo de Isaías continúa diciendo:

"Los cimientos de los umbrales se estremecieron con la voz del que clamaba, y la Casa se llenó de humo."

Aquí, la voz del que clamaba se refiere a las voces de los serafines, que estaban proclamando la santidad de Dios. ¿Qué efecto produjo esta visión en la vida del profeta Isaías? Bueno, veamos lo que dice el versículo 5:

"Entonces dije: ¡Ay de mí que soy muerto!, porque siendo hombre inmundo de labios y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, el Señor de los ejércitos."

Isaías era ya era un hombre de Dios antes de haber tenido esta experiencia, pero aún tuvo un efecto tremendo sobre él. La reacción de Isaías a semejante visión fue revolucionaria: se vio tal como realmente era en la presencia de Dios, como una persona inacabada, como una obra sin terminar. La visión le reveló su condición. Cuando pudo contemplar a Dios, pudo verse a sí mismo. El problema que muchos de nosotros tenemos hoy es que no vivimos a la luz de la Palabra de Dios. Si lo hiciéramos, nos veríamos a nosotros mismos en nuestra verdadera condición. De eso estaba hablando Juan en el primer capítulo de su primera carta, versículo 7: "7Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros y la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado". Si vivimos a la luz de Su Palabra, vamos a ver exactamente lo que vio Isaías, que somos como una obra sin terminar, y que tenemos labios impuros. Usted nunca ha visto realmente al Señor, estimado oyente, si usted cree que es digno, que merece algo, o que tiene algo que reclamarle a Dios.

Esta experiencia no fue única de Isaías. Job tuvo una experiencia similar a la del profeta. Recordemos que, al estudiar el libro de Job, vimos que su reacción fue decir: "me aborrezco a mí mismo". Se consideraba a sí mismo como un hombre justo. Podía mantener su integridad ante la presencia de amigos que estaban intentando destrozarle o humillarle. Estos amigos le dijeron que era un pecador corrompido. Pero él les miró fijamente y les dijo: "Por lo que yo sé, soy un hombre justo". Y desde su punto de vista, él tenía razón. Incluso podemos decir que ganó esa polémica contra ellos. Pero, amigo oyente, Job no era perfecto. Cuando él estuvo ante la presencia de Dios, ya no quiso hablar más sobre mantener su justicia propia. Y cuando Job vio realmente quién era él, dijo: "De oídas te conocía; mas ahora mis ojos te ven. Por eso me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza". (Job 42:5-6) Amigo oyente, si usted vive a la luz de la Palabra de Dios, podrá verse a sí mismo y entonces sabrá que incluso como hijo de Dios usted necesita la sangre de Jesucristo para que le limpie de todo pecado.

Usted encontrará que otros hombres tuvieron la misma reacción cuando se acercaron a la presencia de Dios. Juan, por ejemplo, en la isla de Patmos escribió en Apocalipsis 1:17: "Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto". Y cuando el profeta Daniel vio al Señor dijo en su libro 10:8, "8Quedé, pues, yo solo ante esta gran visión, pero no quedaron fuerzas en mí, antes bien, mis fuerzas se cambiaron en desfallecimiento, pues me abandonaron totalmente". Y recordemos también a Saulo de Tarso, que se convertiría en el apóstol Pablo. Después que Pablo se encontró con el Señor, no se vio más como un Fariseo con su propia justicia, sino como un pecador perdido que necesitaba la salvación. Y entonces pudo decir, en Filipenses 3:7, "Pero cuantas cosas eran para mi ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo". Y así, él vio su necesidad de Jesucristo. Se nos dice aquí en el versículo 6:

"Y voló hacia mí uno de los serafines, trayendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas."

Ahora, el detalle interesante para observar aquí es que el carbón encendido fue tomado del altar en el cual el pecado había sido tratado. En el próximo capítulo veremos que se menciona la predicción del nacimiento virginal de Cristo. Pero debemos destacar que no es la encarnación de Cristo la que nos salva, sino su la muerte sobre la cruz. Por esta razón, Isaías aquí necesitaba ese carbón encendido tomado del altar, y ese altar es un símbolo de la muerte de Cristo. Este carbón encendido representa la sangre purificadora de Cristo, que continúa limpiándonos de todo pecado. ¡Qué imagen tremenda de la redención y de sus efectos en esta vida y en la vida eterna! Ahora, el versículo 7, dice:

"Tocando con él sobre mi boca, dijo:He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa y limpio tu pecado."

Isaías era un hombre de labios impuros, y por supuesto, la condición para la limpieza es la confesión. El apóstol Juan, dijo en su primera epístola, capítulo 1, versículo 9: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad". Por tanto, creemos que ese carbón encendido que tenemos aquí en Isaías no es simbólico de ningún otro sino del mismo Señor Jesucristo. Él fue Aquel que estaba en un trono alto y sublime, y fue el mismo que fue levantado sobre una cruz. Era absolutamente esencial que Él fuera levantado porque Él descendió a esta tierra y se convirtió en uno de nosotros, para poder llegar a ser el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. (Juan 1:29)

Así fue que los labios de este hombre fueron limpiados. Interpretamos que este acto de colocar un carbón encendido en sus labios fue simplemente una manifestación externa, de lo que había sucedido en el interior de aquel hombre. Ya que es lo que procede del corazón de una persona, lo que sale a través de sus labios; y, cuando sus labios son limpiados, significa que el corazón también es limpiado.

Isaías dijo aquí que él se sentía como un hombre muerto. Y en el Nuevo Testamento hubo un hombre que también se sentía, inacabado, como "una obra sin terminar". Su nombre era Pablo y él clamó, en el capítulo 7, versículo 24, de su epístola a los Romanos: "¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" Cuando Pablo pronunció estas palabras, no era un pecador perdido sino un santo de Dios, aprendiendo la lección de Dios, que necesitaba vivir controlado por el Espíritu, porque no podía vivir para Dios por sí mismo, es decir, por sus propias fuerzas. El vivir para Dios sólo puede ser logrado por medio de la gracia divina. La responsabilidad del hombre es confesar su pecaminosidad e incapacidad para agradar a Dios. Por lo tanto, necesitamos tener la redención de Cristo aplicada a nuestras vidas una y otra vez, sucesivamente, a lo largo de nuestra vida. El apóstol Pablo lo expresó cuando le escribió a ese joven predicador Timoteo, en su Segunda Epístola a Timoteo, capítulo 2 y versículo 21, donde le dijo: "Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor y dispuesto para toda buena obra."

Bien, volviendo a Isaías, observamos que después que sus labios fueron limpiados, purificados, ocurrió algo. Leamos el versículo 8 de este capítulo 6 de Isaías.

"Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí."

Aquí tenemos otro detalle interesante. Hasta este momento, Isaías nunca había escuchado el llamado de Dios.

Opinamos que muchos de los creyentes nunca han sentido el llamado de hacer cualquier cosa para Dios, porque nunca han sido limpiados. Como cristianos, nunca han sentido esta gran necesidad. Amigo oyente, Dios no va a utilizar un vaso impuro, de eso podemos estar seguros. Ahora, es cierto que Dios bendice Su Palabra incluso cuando es proclamada por aquellos que están jugueteando, entreteniéndose con el pecado pero, a su debido tiempo, Dios les juzga severamente.

En el versículo 8, vemos que Isaías escuchó ese llamado: "¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?" No creemos que sea necesario llamar la atención sobre el hecho de que aquí, en esta frase, tenemos primero el singular y luego el plural, lo cual creemos que presenta a la Trinidad. La respuesta de Isaías fue: "Heme aquí, envíame a mí". Isaías escuchó el llamado de Dios por primera vez y respondió al mismo, como un individuo purificado así lo haría. Hay demasiadas personas hoy a quienes se les pide que hagan algo en la iglesia, que en primer lugar y ante todo deberían ser limpiadas, purificadas, y cuyas vidas deberían ser enderezadas, ordenadas por el Señor. Necesitan que sus labios sean tocados con el carbón encendido. Necesitan confesar los pecados que están en sus vidas, porque si no lo hacen, su servicio va a ser estéril, y se sentirán frustrados hasta que esa purificación tenga lugar.

Veamos ahora la misión que recibió Isaías. Leamos el versículo 9:

"Y dijo: Anda, y dile a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, pero no comprendáis."

El mensaje que se le encargó comunicar a Isaías era muy, muy extraño. Este pueblo significaba, por supuesto, la nación de Israel. Y el mensaje continúa en el versículo 10, que dice:

"Embota el corazón de este pueblo, endurece sus oídos y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos ni oiga con sus oídos ni su corazón entienda, ni se convierta y haya para él sanidad."

A primera vista parece que el profeta estaba siendo enviado a aquellos que estaban ciegos, sordos y endurecidos, pero creemos que podemos decir con toda seguridad que Dios nunca endurece o insensibiliza corazones que de otra manera serían tiernos y sensibles. Dios simplemente hace salir la dureza a la superficie; Él no endurece el corazón, ni enceguece los ojos de aquellos que quieren ver, pero sin Su intervención ellos nunca llegarían a ver. Sólo una insensata blasfemia humana diría que Dios endurece o enceguece.

La tarea de Isaías era comunicar al pueblo el mensaje de la luz. La luz simplemente revela la ceguera de la gente. En la oscuridad las personas no saben si están ciegas o no. Mateo 13:14-15 registró las palabras de nuestro Señor, quien dijo: "De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis, porque el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible, y con dificultad oyen con sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo los sane".

Podríamos ilustrar esta verdad de la siguiente manera. Cuando un granjero va de noche al granero llevando en su mano una linterna, ¿qué sucede cuando abre la puerta? Al iluminar la estancia, suceden dos cosas: las ratas buscan refugio y uno las puede oír en varias direcciones, y por otra parte, los pájaros que se han refugiado en el lugar para pasar la noche, pueden ver claramente a su alrededor y comienzan a piar y a cantar. O sea, que la presencia de la luz hace que unos huyan y los otros canten. Ahora, ¿fue la luz lo que produjo la rata? No, ella era rata antes que la luz llegase allí. La luz sólo reveló que ella era una rata. De la misma manera, cuando el Señor Jesús vino al mundo, Él era la luz del mundo. En Su Presencia sucedieron dos cosas: Él hizo que los pájaros cantaran y que las ratas huyeran.

Podemos ilustrar este pensamiento con otro incidente. Hace algunos años ocurrió una gran explosión en una mina, y muchos hombres que se encontraban trabajando allí no pudieron salir a causa de los derrumbes ocurridos. Durante varios días, las patrullas de rescate cavaron y al fin lograron encontrarlos, y una de las primeras cosas que pudieron hacerles llegar fue una luz. Cuando se encendió la luz, un joven que se encontraba allí de pie dijo: "Bueno, ¿y por qué alguien no enciende una luz?" Y los demás mineros le miraron sorprendidos, dándose cuenta de que este joven había quedado ciego a causa de la explosión. Pero fue necesario que apareciera una luz para revelar que él estaba ciego.

Dios no causa la ceguera de nadie. Dios no endurece los corazones. Cuando brilla la luz, revela lo que una persona ya es, y por lo tanto, eso es lo que el profeta Isaías quiso decir. Y éste fue exactamente el motivo por el cual el Señor Jesucristo citó este pasaje de Isaías.

En la Segunda epístola a los Corintios 2:14-16, el apóstol Pablo escribió: "14Pero gracias a Dios, que en Cristo siempre nos lleva en triunfo, y que por medio de nosotros manifiesta en todo lugar la fragancia de su conocimiento.15Porque fragante aroma de Cristo somos para Dios entre los que se salvan y entre los que se pierden: 16para unos, olor de muerte para muerte, y para otros, olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién está capacitado?"

Estamos seguros que cuando un Pastor de una Iglesia está haciendo una invitación para recibir a Cristo, habrá aquellas personas que acepten. Luego, este Pastor puede decir: "Si usted ha estado presente aquí esta mañana y ha rechazado al Señor Jesucristo, usted ha entrado aquí como una persona perdida y va a salir en la misma condición. Pero, debo advertirle que en ese caso, yo ya no podré ser su amigo. Porque ahora usted no puede ir a la presencia de Dios y decirle que nunca antes escuchó el evangelio".

Como usted puede ver, la luz del Evangelio ha revelado que ellos estaban ciegos, y entonces rechazaron a Jesucristo. Él no les causó la ceguera, sino que solo reveló su ceguera.

Al terminar hoy repetimos la frase que citamos del apóstol Pablo cuando escribió a los Corintios, "Pero gracias a Dios, que en Cristo siempre nos lleva en triunfo". Y estamos agradecidos a Dios por el triunfo, por los resultados de la difusión del mensaje de salvación del Evangelio. Nos gusta citar el número de personas que han sido salvas aceptando a Jesucristo como su Salvador, pero nos agrada mucho el hecho de que millones de personas están escuchando la proclamación de la Palabra de Dios. Nuestra tarea, nuestra responsabilidad, es sembrar la semilla, que es la Palabra de Dios. Y es la tarea del Espíritu de Dios tocar a los corazones que la escuchan.

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