Estudio bíblico de Hebreos 3:11-15

Hebreos 3:11-15

Regresamos hoy, amigo oyente, al capítulo tres de esta epístola a los Hebreos que venimos estudiando, y encontramos aquí una de esas señales de peligro que presentamos anteriormente, y que es la segunda que tenemos aquí en este libro, en esta epístola. Están incluidas en la sección en la cual se expone que Cristo es superior a Moisés. A partir de los versículos 7 al 11, el escritor de este libro nos habló del peligro de dudar de Dios.

En este párrafo el autor interpretó este pasaje, correspondiente al Salmo 95:7-11. En él, Israel nos fue presentado como un ejemplo, porque la generación que salió de Egipto dudó de Dios. Y a causa de sus dudas, nunca llegaron a entrar en la tierra de Canaán.

Este pasaje concluye con la frase "No entrarán en mi reposo". Y podemos destacar la palabra reposo. En este capítulo y en el siguiente, hay por lo menos una docena de referencias a la palabra "reposo", pero no siempre significa la misma clase de reposo.

Está el reposo de la salvación. El Señor Jesús se refirió a este aspecto en Mateo 11:28, cuando dijo: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar". En realidad quiso decir, "Yo levantaré la carga del pecado que pesa sobre vosotros". Como Él llevó esa carga por nosotros en la cruz, nuestros pecados son perdonados y tenemos redención por medio de su sangre, el perdón de los pecados. En consecuencia, usted no puede hacer nada para que Dios le perdone; Cristo ya lo ha hecho cuando murió por usted. Todo lo que usted tiene que hacer es creer en Él y aceptarle como su Salvador.

El pueblo de Israel conocía el reposo de la redención. Ellos ya no eran esclavos en Egipto. Salieron en libertad por medio de la sangre que habían pintado en las jambas de las puertas. Fueron liberados con poder; Dios los condujo a través del Mar Rojo. Fue Dios quien los había liberado. Pero después, siglos más tarde, el Señor Jesús diría, en el citado Evangelio de Mateo 11:29; "Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas". Esa es una diferente clase de descanso, de reposo. No es el reposo de la redención; podríamos llamarlo el reposo de la obediencia, el reposo de disfrutar de la vida cristiana.

Como dijo el apóstol Pablo en Romanos 6:4, nosotros estamos ahora unidos al Cristo vivo, y ésa es la única manera en que podemos disfrutar de la experiencia de Canaán. Canaán no es el cielo. Vamos encontrar un día que hay un reposo eterno, y Jesús da ese descanso, pero la pregunta hoy es: ¿Ha entrado usted en el reposo que los creyentes pueden tener mientras permanecen en la tierra? ¿Es usted un cristiano alegre? Usted encontrará que la única forma de hacerlo es estudiar la Palabra de Dios y creerla.

El escritor de esta epístola a los Hebreos estaba hablando a aquellos que ya eran salvos, pero no habían entrado a disfrutar de las bendiciones de la vida cristiana. Ellos dudaron de Dios y, como resultado, estaban viviendo la experiencia del desierto, (en vez de vivir el placer de las experiencias de Canaán).

Ahora, recordemos lo que dice aquí el versículo 10 de este tercer capítulo de Hebreos: "Por eso me disgusté contra aquella generación y dije: Siempre andan vagando en su corazón y no han conocido mis caminos". Observemos dónde se equivocaron. ¿En su mente? No, en sus corazones. Ahora retenga usted ese pensamiento en su mente por un momento. La generación de Israel que salió de Egipto fue citada a los creyentes hebreos en los días apostólicos, como una advertencia para no repetir su pecado. Había peligro de que así lo hicieran. Y, estimado oyente, nosotros estamos ante el mismo peligro, el peligro de equivocarnos en nuestros corazones. Ahora, en el versículo 11 entonces leemos:

"Por tanto, juré en mi ira: No entrarán en mi reposo."

A causa de la incredulidad de ellos, Dios dijo que esa generación no entraría en Su reposo. Y estimado oyente, hasta que usted no sólo acepte al Señor Jesucristo como su Salvador, sino que también camine, o viva con Él por la fe, comprometiendo su vida para Él, usted no va a poder disfrutar de las satisfacciones de Canaán. Desgraciadamente hay muchos cristianos que están viviendo aun en la experiencia del desierto. El desierto es un lugar de muerte, es un lugar de inquietud y malestar, donde se vive una vida sin propósito y de insatisfacción. A aquellos israelitas que estaban viviendo como si estuvieran aún en el desierto, Dios les dijo: "No vais a conocer lo que es el verdadero reposo". Hay muchos creyentes hoy que no saben lo que realmente significa el reposo. Nunca han disfrutado de este reposo, porque para entrar en ese nivel de vida espiritual hay que hacerlo por la fe. Escuchemos lo que dice aquí, el versículo 12 ahora, en este capítulo 3 de la epístola a los Hebreos:

"Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón tan malo e incrédulo que se aparte del Dios vivo."

Alguien quizás podría preguntar: "Y, ¿puede ser eso cierto de un creyente?" Sí, amigo oyente. Seguramente podría ser. Es importante que seamos conscientes de que Dios estaba enojado por el pecado de aquellos creyentes Hebreos. ¿Y cuál era su pecado? No era ni el robo, ni asesinato, ni mentiras, ¿Y cuál era entonces? Pues que ellos no creían en Dios. Ése era su gran pecado. Es por eso que Dios dijo en este capítulo 3 en el versículo 13:

"Antes bien, exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado"

Aquí el escritor los estimuló a exhortarse, a alentarse mutuamente y el motivo era "para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado". Aunque ésta es principalmente una advertencia para creyentes, para que ellos no pierdan sus bendiciones a causa del carácter engañoso del pecado, también tiene una aplicación para las personas no salvas. La incredulidad en el corazón es lo que puede privar a la gente de la salvación. Generalmente, cuando alguien dice que tiene un problema intelectual que le estorba para recibir a Cristo en su vida, no suele ser cierto.

El autor de estos estudios bíblicos, el Dr. J. Vernon McGee contaba que cierta ocasión un hombre de muy buena posición asistió a uno de los servicios religiosos de los jueves por la noche en la iglesia que él pastoreaba. Este hombre se sorprendió mucho de ver cuánta gente venía a la iglesia en la mitad de la semana para estudiar la Biblia. Luego, él siguió asistiendo cada jueves, y comenzó a ir a los servicios los domingos también. Un día fue a visitar al Pastor, al Dr. McGee y, sintiendo cierta convicción interior le dijo que tenía dificultades con algunos temas; él pensaba que era creyente. Pero se había dado cuenta que no lo era, y que solamente era miembro de una iglesia. Él dijo que tenía algunos problemas intelectuales. Y citó como ejemplo la historia de Jonás. Decía que era imposible para él creer que un hombre pudiera vivir tres días y tres noches dentro de un gran pez. El Dr. McGee, entonces le preguntó: "¿Y quién le dijo a usted que Jonás vivió tres días y tres noches dentro de un pez?" Y este hombre dice: "¿No dice la Biblia eso? He escuchado a muchos predicadores decir eso". "Bueno", le contestó el Dr. McGee, "mi Biblia no dice eso", y mostrándole en el libro de Jonás, le leyó el texto, en Mateo 12:40, donde el Señor les dijo a los escribas y fariseos: "Como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches". Y después el Dr. McGee le dijo a ese hombre que si él iba a tener problemas con la resurrección de Jonás, entonces, iba a tener problemas también con la resurrección de Cristo. Y este hombre dice: "Bueno, yo no sabía que había sucedido así. Ya no existe ningún problema para mí entonces". Y el Dr. McGee le preguntó luego, si tenía algún otro problema intelectual. Y este hombre dijo: "Bueno, quizá no lo tenga". Pero mirándole fijamente el Dr. McGee le dijo: "¿Qué pecado tiene usted en su vida que le impide llegar a Cristo?" Este hombre se sonrojó y dijo: "¿Le ha estado hablando de mí alguien?" Y el Dr. McGee le contesto: "No, sólo sé que su problema intelectual es verdaderamente un problema del corazón. Y este hombre dijo: "¿Y qué quiere decir con eso?" Y el Dr. McGee le contestó: "Bueno, no es un problema intelectual el que le está estorbando para que venga a Cristo. Hay algo en su vida que le mantiene alejado de Cristo". Y ese hombre entonces se conmovió, se derrumbó y confesó una situación irregular que estaba viviendo. McGee le preguntó entonces si no estaba dispuesto a renunciar a esa situación para venir a Cristo. El prometió hacerlo y a los pocos días, habiendo cumplido su promesa, vino a ver al pastor y puesto de rodillas aceptó a Cristo como su Salvador.

Y así el Dr. McGee cuenta que después de haber sido pastor y predicador por muchos años ha aprendido que muchas personas no tienen realmente problemas intelectuales que les impiden venir a Cristo, sino más bien problemas con algún pecado. En estos casos, se trata de situaciones que las implican en el pecado y que las personas no quieren dejar, o que creen que no pueden dejar.

Hay otro pasaje en la Biblia en la Segunda epístola a los Corintios, capítulo 3, que tiene que ver con Moisés, y en el cual el apóstol Pablo dijo algo importante, y vamos a comenzar a leer en el versículo 6: "El cual asimismo nos capacitó para ser servidores de un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida". Es decir, que la Ley nos condena, pero solo el Espíritu Santo nos puede dar vida. En el versículo 7 leemos: "Si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria", (aquí está hablando de los diez mandamientos) y continuó diciendo: "tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, el cual desaparecería". Pablo no estaba diciendo que la Ley no era gloriosa, porque en realidad lo era, pero esa gloria iba a desaparecer. Y el apóstol continuó diciendo en el versículo 11: "Si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece". Él estaba presentando un contraste entre la gloria de la ley, que en efecto hizo que el rostro de Moisés brillara, y la mayor gloria que tenemos en Cristo. Y en los versículos 12 y 13, de este mismo capítulo 3, de la segunda a los Corintios, dijo: "Así que, teniendo tal esperanza, usamos de mucha franqueza, y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de desaparecer". Ahora, Moisés no puso un velo sobre su rostro para atenuar esa gloria (que es como generalmente se interpreta este detalle). Lo que ocurrió es que esa gloria estaba desapareciendo y entonces él colocó un velo sobre su rostro, para que la gente no supiera que estaba desapareciendo. Pero ahora tenemos otra gloria, la gloria que está en Cristo. Y en los versículos 14 y 15 de ese capítulo 3, de la Segunda epístola a los Corintios, el apóstol dijo: "Pero el entendimiento de ellos se embotó, porque hasta el día de hoy, cuando leen el Antiguo Pacto, les queda el mismo velo sin descubrir, el cual por Cristo es quitado". Y en el versículo 15 leemos: "Y aún hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos". Es que la incredulidad no es un problema intelectual; es un problema del corazón; quizás alguien que nos está escuchando no ha venido a Cristo porque hay algún pecado en su vida y no quiere abandonarlo. En el mismo instante en que su corazón esté listo para dejarlo, en ese momento sus problemas intelectuales desaparecerán. Él quitará el velo de su mente y usted podrá venir a Cristo y ser salvo. Ahora escuchemos lo que dice el versículo 16: "Pero cuando se conviertan al Señor, el velo será quitado". Es decir, que el velo será removido de su mente cuando su corazón se vuelva a Cristo. Y el siguiente versículo, el 17, dice: "El Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad". Es decir, que el Espíritu Santo actuará en su vida y hará que Cristo sea real para usted, tal como lo está haciendo en multitudes de personas en la actualidad. Entonces, cuando venimos a Él, y como dice el versículo 18 de este capítulo de 2 Corintios, "nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor". Estimado oyente, si usted se vuelve a Él, le espera un hermoso futuro, a medida que usted crezca en la gracia y en el conocimiento de Él.

Volviendo ahora, al capítulo 3 de la epístola a los Hebreos, que veníamos considerando, leemos nuevamente el versículo 13: "13Antes bien, exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado". Nosotros como creyentes tenemos que tener cuidado con el carácter engañoso del pecado. Incluso podemos llegar a un punto en el que sintamos que nuestras vidas son satisfactorias ante Dios, aunque estemos viviendo una realidad que se parezca a la vida de los israelitas en el desierto. Por ejemplo, un creyente puede ser deshonesto y sin embargo su conciencia no le condena. En ese caso, él debería condenar a su conciencia, porque ésta ha llegado a endurecerse, a insensibilizarse debido a la permanencia en una situación de pecado, es decir, que ese creyente ha estado permitiendo la presencia del pecado en su vida.

El escritor de la carta a los Hebreos retrocedió a la experiencia de Israel en el desierto, la aplicó a los creyentes Hebreos del siglo primero, y esa aplicación también va dirigida a nosotros. Y es el Espíritu Santo quien aplica esas verdades a nuestros propios corazones. Continuemos leyendo entonces el versículo 14 de este tercer capítulo de Hebreos:

"Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio."

Aquí destacamos la frase "somos hechos participantes de Cristo". Simplemente pensemos en las implicaciones de esta declaración. Estamos unidos a Cristo.

Y continuó diciendo "con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio". Este fue el mismo argumento que el escritor usó en el versículo 6. Nosotros probamos que somos miembros de la familia de Cristo, es decir, que le pertenecemos, "si retenemos firme hasta el fin nuestra confianza del principio".

Ahora en esta sección el énfasis recae sobre el resto de lo que nos pertenece si confiamos en Cristo. Las Sagradas Escrituras presentan un descanso que podemos dividir en cinco aspectos: (1) El descanso de la creación; (2) la entrada en Canaán; (3) el reposo de la salvación; (4) el reposo de la consagración y (5) el cielo. Aquí el escritor estaba hablando sobre el reposo de confiar plenamente en Dios, no sólo para la salvación sino también para la vida diaria. Leamos ahora el versículo 15 de este tercer capítulo de Hebreos:

"Por lo cual dice: Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la provocación."

Este versículo concluye con una cita del Salmo 95, que ya hemos visto en los versículos 7 y 8. Evidentemente, el autor la repitió para recordar al lector que estas verdades no eran sólo para ayer, sino también para nosotros en la actualidad.

Si alguien me preguntara: "¿cuál es el gran pecado de su vida, aquello que le ha refrenado más que ninguna otra cosa en su progreso espiritual?" Yo tendría que admitir que ha sido la incredulidad. Al mirar atrás hacia mis años de servicio cristiano, soy consciente de que no he creído en Dios como debería haber creído. Y en el día de hoy, lo que deseo por encima de todo lo demás, es creer verdaderamente en Dios. Quiero dedicarle mi vida completamente, entregarme totalmente a Él.

Estimado oyente, éste es el "reposo" del cual estaba hablando el escritor de la carta a los Hebreos. Es el reposo de confiar plenamente en Dios, no sólo para la salvación, sino también para poder superar los problemas, las incidencias de la vida diaria, la debilidad, los temores, las dudas, y para darnos la ayuda, la sabiduría y la fortaleza que necesitamos para vivir la vida cristiana.

El pueblo de Israel vagó por el desierto porque los israelitas no tuvieron fe para entrar en la tierra prometida. Como ya hemos visto, Canaán no representaba al cielo; representa el lugar de las bendiciones espirituales y la victoria. Creemos que el apóstol Pablo estaba hablando de su propia experiencia cuando exclamó, escribiendo a los Romanos en el capítulo 7, versículo 24: "¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" Éste no fue el clamor de un individuo que no era salvo, sino el clamor de un individuo salvo que era un cristiano derrotado, que no encontraba satisfacción en Cristo porque no estaba confiando. Su problema era la falta de fe.

Y aquí tenemos que detenernos hoy. En nuestro próximo programa terminaremos este capítulo 3 y comenzaremos con el cuarto capítulo. Como siempre, esperamos contar con su compañía y le sugerimos que lea anticipadamente el texto Bíblico que vamos a considerar, para estar más familiarizado con el contenido.

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