Estudio bíblico de Hebreos 5:7-14

Hebreos 5:7-14

Regresamos hoy, amigo oyente, a nuestro estudio de la epístola a los Hebreos, y estamos en el capítulo 5, que comenzamos en nuestro programa anterior. En la introducción dijimos que este quinto capítulo continúa el gran tema de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote, mostrando que él es superior al sacerdocio Levítico, con el cual los Hebreos estaban tan familiarizados.

En los primeros diez versículos tenemos la definición de un sacerdote. Como indicamos anteriormente, Cristo tiene el cargo o función triple de Profeta, Sacerdote y Rey. Él es la palabra final de Dios al hombre. En Cristo Dios ha dicho todo lo que tiene intención de decir. Como profeta, Él habló hace más de dos mil años. Jesús es el Sacerdote para esta época actual y algún día en el futuro va a venir como Rey. Pero precisamente ahora, Él es nuestro gran Sumo Sacerdote. Tenemos acceso a Él. Jesús es un gran Sumo Sacerdote, así como Aarón fue un gran sumo sacerdote.

Un énfasis importante de nuestro programa anterior fue que cada creyente es un sacerdote, así como toda la tribu de Leví (una de las tribus de Israel) eran sacerdotes. Podemos ofrecer sacrificios a Dios como sacerdotes. La alabanza es un sacrificio que podemos ofrecer. ¿Estimado oyente, le ha alabado hoy usted? También podemos ofrecerle el fruto del trabajo de nuestras manos, el fruto de nuestras mentes, o de nuestro tiempo. Los creyentes podemos y debemos convertir todas estas cosas en una ofrenda para Él. La oración es la obra de un sacerdote. El reconocer nuestra posición y privilegio elimina todos los mecanismos técnicos que tenemos hoy y deja a un lado todos los métodos que utilizamos. En la actualidad vemos dos acercamientos extremos a Dios a través de la adoración. Uno es un acercamiento muy emocional y el otro es un acercamiento muy ritualista. Ambos son aproximaciones humanas y en absoluto constituyen una adoración espiritual. Simplemente necesitamos venir a Él y librarnos de todo tecnicismo y de los métodos.

Los versículos precedentes nos llevan a un versículo que tiene una interpretación difícil y profunda. Dice el versículo 7 de este quinto capítulo de Hebreos, hablando del Señor Jesús:

"Y Cristo, en los días de su vida terrena, ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que lo podía librar de la muerte, y fue oído a causa de su temor reverente."

La Biblia nos contó que el Señor Jesús lloró en tres ocasiones. En nuestra opinión hubo otras ocasiones, pero el registro histórico incluyó sólo tres. Una fue ante la tumba de Lázaro. En esa oportunidad Él restauraría a Lázaro a la vida. Su corazón se conmovió en compasión por las dos hermanas que estaban profundamente afligidas y lloró por ellas. Él sabe lo que nosotros sentimos cuando usted y yo nos encontramos ante la tumba de un ser querido.

En otra ocasión, Jesús lloró por la ciudad de Jerusalén. Y ya que lloró por Jerusalén en aquel tiempo, estamos seguros de que ha llorado muchas veces por las ciudades en que usted y yo vivimos. Seguramente estas ciudades le han dado motivos para llorar.

Después, la tercera ocasión fue en el jardín de Getsemaní. ¿Por qué lloró allí? Creemos que el diablo quería evitar que Jesús muriera en la cruz, y el profesor McGee piensa que entonces intentó matar al Señor Jesús en el jardín de Getsemaní. Cuando Él oró a Dios en el jardín diciendo: "pasa de mi esta copa" (como vemos en Lucas 22:42) creemos que "la copa" era la muerte. Él no quería morir en el jardín de Getsemaní.

Dice el versículo 7, que "Él fue oído a causa de su temor reverente". Si el Señor Jesús hubiera orado en el jardín para que no tuviera que beber de esa copa amarga porque no quería morir en la cruz, entonces, su oración no fue oída, porque Él, en efecto, murió en la cruz. Estimado oyente, Él fue oído; porque no murió en el jardín de Getsemaní.

El caso es que la profecía dejó claro que Jesús iba a morir en una cruz. No tenemos una figura de la crucifixión mejor que la del Salmo 22. La cruz fue un altar en el cual el Hijo de Dios derramó Su sangre, pagando el castigo de su pecado y el mío. Como dice el libro de Levítico capítulo 17, versículo 11, "porque la vida de la carne en la sangre está (dijo Dios) y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas". En el Antiguo Testamento la sangre de los sacrificios de animales sólo cubrió el pecado, pero la sangre de Cristo fue dada, como dijo el Señor en el pasaje que acabamos de leer, "para hacer expiación por vuestras almas". Cristo derramó Su sangre en la cruz, que fue un altar. Él le dijo a Nicodemo, un maestro de Israel, "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado" (como podemos ver en Juan 3). Él no quería morir en el jardín de Getsemaní. Creemos que ésta fue Su oración, su oración humana, a medida que lloraba y su sudor era como grandes gotas de sangre. Nuestro Señor estaba cerca de la muerte cuando se aproximaba a la cruz, y Él oró para ser liberado de la muerte, para que así pudiera llegar a la cruz. Y se nos ha dicho que fue oído en su temor y sumisión reverente.

Hablando del temor del Señor, diremos que el temor no está siempre mal, como hemos visto en otros lugares de esta epístola. Sería anormal no temer algunas cosas o situaciones. Y creemos que necesitamos un poco más de ese temor reverente en nuestros círculos cristianos; necesitamos el temor del Señor que, como dijo el capítulo primero del libro de los Proverbios, es el principio de la sabiduría. Y el Señor experimentó ese temor reverencial, esa sumisión. Continuemos ahora leyendo los versículos 8 y 9 de este quinto capítulo de Hebreos:

"Y, aunque era Hijo, a través del sufrimiento aprendió lo que es la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que lo obedecen"

La frase "habiendo sido perfeccionado" quiere decir habiendo sido hecho completo, pleno.

En cuanto a la expresión "eterna salvación" diremos que la única clase de salvación que Él ofrece es eterna. Si usted pudiera perderla mañana, estimado oyente, entonces no sería eterna. Sería otra clase de salvación. Pero Él sólo ofrece una salvación eterna.

Y el versículo 9 termina diciendo "para todos los que lo obedecen". Ahora, ¿qué es obediencia? Bueno, la gente en cierta ocasión se acercó al Señor Jesucristo y, como nos lo relató Juan capítulo 6, versículo 28, le hizo una pregunta: "¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?" Y Él respondió: "Esta es la obra de Dios, que creáis en aquel que Él ha enviado". ¿Quiere usted obedecer a Dios? Entonces confíe en Cristo. Y así respondió claramente a la pregunta de aquella gente.

Pero aquí hay algo que reconocemos que es difícil de entender. Dice este versículo 8 al principio: "Y, aunque era Hijo, a través del sufrimiento aprendió lo que es la obediencia". ¿Por qué tuvo el Hijo de Dios necesidad de aprender obediencia por medio del sufrimiento? Y, ¿por qué tuvo necesidad de ser hecho perfecto, cuando Él ya era perfecto? Estamos aquí frente a un misterio, un misterio que no podemos descifrar. Sólo sabemos que Dios obtuvo algo de la muerte de Cristo que ha hecho del cielo un lugar más maravilloso, que ha añadido algo al cielo, donde todo es perfección, y que el Hijo de Dios ha aprendido algo.

Conocemos las respuestas que se han dado a este interrogante, pero ninguna de ellas nos satisface. Simplemente reconocemos que se trata de un gran misterio. Cristo asumió nuestra humanidad, y en esa humanidad Él obedeció a Dios. Como vemos en Juan capítulo 6, versículo 38, Él dijo que había venido para cumplir la voluntad de Su Padre, Y el apóstol Pablo dijo de Él en Filipenses, capítulo 2, versículos 7 y 8: "Tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres. Más aún, hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz". Estimado oyente, cuando yo muera, si el Señor no viene antes, no lo haré como un acto de obediencia. Yo no quiero morir. Resulta incluso morboso que algunas personas siempre estén hablando de que se quieren morir. Pero, yo quiero vivir aquí en la tierra tanto tiempo como me sea posible.

Cuando el escritor a los hebreos dijo que Cristo aprendió "obediencia" por las experiencias que sufrió, es un misterio que no alcanzamos a comprender. Simplemente lo reconocemos que estamos en presencia de un misterio, que sencillamente nos revela que incluso nuestro Señor aprendió algo. Y dice el versículo 10,

"Y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec."

El escritor iba a discutir el tema del sacerdocio de Cristo, y que Melquisedec nos fue presentado en el Antiguo Testamento como un tipo, como una prefigura del sumo sacerdocio de nuestro Señor Jesucristo.

Ahora llegamos a un párrafo titulado

El peligro de los oídos embotados

Esta tercera señal de peligro se extiende desde el versículo 11 al 14. Es como una luz roja lanzando destellos. El autor se estaba preparando para hacernos salir a la autopista, pero antes, tenemos que mirar en ambas direcciones. Existe el peligro de tener el sentido del oído embotado. El escritor dedicó a este asunto el resto de este capítulo, porque en el capítulo siguiente (aun después de indicarnos otra señal de peligro) el tratará el gran tema de Cristo, nuestro Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec. Leamos entonces el versículo 11 de este quinto capítulo de Hebreos:

"Acerca de esto tenemos mucho que decir, pero es difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír."

Aquí el autor afirmó claramente que tenía mucho que decir. Pero aclaró que era "difícil de explicar". ¿Y por qué eran difíciles de explicar? El apóstol Pablo añadió a continuación: "por cuanto os habéis hecho tardos para oír". Él lo podía explicar directamente, pero ellos no lo podían asimilar.

Esto a veces sucede cuando uno va a la iglesia. Usted ha escuchado un sermón y después del mensaje usted comenta con otra persona que el pastor no se expresó con la claridad con que predicó en otras ocasiones. Pero, ¿se detuvo usted a pensar que el problema ese día pudo haber estado en usted? A veces el problema no está en la persona que habla, sino en la que está escuchando.

Un gran problema que tienen hoy los creyentes, es el problema de los oídos. Cristo como un sacerdote según el orden de Melquisedec, era un tema difícil, y el escritor de esta carta iba a tratarlo franca y directamente. Comprender este tema requería una clara percepción espiritual. Requería que las personas estuvieran espiritualmente atentas, que tuvieran un conocimiento de la Palabra de Dios, y que estuvieran cerda de ella. Los creyentes Hebreos a quienes se dirigió esta carta tenían un cociente espiritual muy bajo; no un cociente intelectual, sino espiritual. Enseñarles era una tarea compleja, porque era difícil hacerles entender estas verdades. Espiritualmente hablando, eran como niños, como muchos creyentes en la actualidad, que a veces pretenden que el predicador les hable con la sencillez de ese nivel. No quieren oír nada que sea difícil de entender. Es por tal motivo que algunos maestros están mutilando la Palabra de Dios, la anulan y la substituyen en parte por sus propios puntos de vista, para adaptarse a los gustos del público. Ahora, el autor iba a hablar de una manera muy directa; iba a poner su dedo en la llaga. En el versículo 12 leemos:

"Debiendo ser ya maestros después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales, que tenéis necesidad de leche y no de alimento sólido."

Así que el escritor había llegado a la conclusión de que aquellos creyentes necesitaban que alguien volviera a enseñarles las verdades elementales de la palabra de Dios, o sea, el A B C de la vida cristiana. Debían haber sido maestros y creyentes maduros espiritualmente, pero, en cambio, eran como niños pequeños que tenían que digerir leche, en vez de alimentos sólidos. Y así nos encontramos con creyentes a quienes suponemos maduros, pero que nos sorprenden con sus reacciones infantiles, con una exagerada susceptibilidad, quisquillosos y que se ofenden por cualquier detalle.

A tales creyentes el escritor les dijo: "habéis llegado ser tales, que tenéis necesidad de leche y no de alimento sólido". Es decir, que no habían crecido espiritualmente, no estaban totalmente desarrollados, no habían alcanzado la madurez. Tenemos que admitir que muchos de los creyentes actuales, en algunas ocasiones, se sientan y escuchan un lenguaje infantil que proviene del púlpito. Es trágico de veras, que tales cristianos tengan que soportar esto, pero esa es la realidad. Ahora, el versículo 13, de este capítulo 5, de la epístola a los Hebreos, dice:

"Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño."

Éste tipo de creyente no conoce la Palabra de Dios. Amigo oyente, queremos expresar esto de una manera bien clara, pero sin ofender a nadie. Pero deseamos ayudarle, ya que usted no puede crecer aparte de la Palabra de Dios. No interesa cuanta actividad desarrolle usted en la iglesia. Quizá incluso desempeñe algún cargo en ella. Indiferentemente de quién sea usted o de cuál sea su responsabilidad, si no está estudiando la Palabra de Dios, y si no sabe cómo manejarla, espiritualmente hablando, se parece usted a un niño. Es algo trágico el ocupar un cargo en la iglesia cuando usted tiene ese nivel espiritual. Es triste que haya personas que, siendo formalmente miembros de la iglesia, habiendo sido salvos hace años, aún continúan expresando una mentalidad infantil con sus palabras y sus actos. Y todo lo que quieren es que alguien les preste atención y que les trate con especial cuidado y delicadeza. Ahora, el versículo 14, dice:

"El alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal."

En la primera carta a los Corintios capítulo 3, versículo 2, el apóstol Pablo dijo: "1De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. 2Os di a beber leche, no alimento sólido, porque aún no erais capaces; ni sois capaces todavía". Y en la primera carta de Pedro, capítulo 2, versículos 1 y 2, el apóstol Pedro dijo: "1Desechad, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias y toda maledicencia, 2y desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación".

Bien, amigo oyente, vamos a detenernos aquí por hoy. Dios mediante, continuaremos con este tema en nuestro próximo programa, en el cual comenzaremos el estudio del capítulo 6 de esta carta a los Hebreos, que nos presentará, en sus 20 versículos, la cuarta advertencia de una señal de peligro: "El peligro de apartarse". Dicho capítulo está considerado por los especialistas Bíblicos como uno de los más difíciles de interpretar, indiferentemente de la posición teológica de los maestros. Y por lo tanto, estimado oyente, como esperamos contar con su compañía, le sugerimos que lo lea detenidamente para poder familiarizarse con su contenido.

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