Estudio bíblico de Hebreos 8:3-6

Hebreos 7:25 - 8:6

Estimado oyente, en nuestro recorrido por esta epístola a los Hebreos, iniciaremos hoy el estudio del capítulo 8. Recordemos el versículo 25 del capítulo 7. Dijimos que es un versículo tremendo; y en cierta forma, pensamos que es el versículo clave de toda esta sección, y que constituye el corazón, la esencia misma del evangelio. Leamos el versículo 25 de este séptimo capítulo de Hebreos:

"Por eso puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos."

La frase comienza con los términos "Por eso" aquí tenemos esta pequeña bisagra sobre la cual gira una gran puerta. Gira hacia lo que ha sido dicho antes, y gira también hacia lo que está por delante.

Dice también "viviendo siempre" afirmando, en primer lugar, que Cristo no está muerto, sino que vive. Precisamente en este momento, Él está vivo. Nosotros ponemos el énfasis en la muerte y resurrección de Cristo, pero deberíamos ir un poco más allá de este hecho. Nosotros hoy tenemos mucho que ver con un Cristo viviente. Ya no le conocemos a Él en un cuerpo físico, o con criterios humanos: le conocemos como nuestro Gran Sumo Sacerdote a la diestra de Dios. Amigo oyente, ahí es donde debemos colocar el énfasis. Él murió aquí para salvarnos, pero Él vive allí en el cielo para mantenernos salvos.

Y dice esta significativa frase: "puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios". Él puede continuar salvándole. "Perpetuamente" aquí quiere decir "para siempre", es decir, completamente. Él puede salvarnos completa y perfectamente. Él es el Gran Pastor que, hasta este mismo instante nunca jamás ha perdido una oveja. ¿Quiere usted saber algo? Él nunca perderá una oveja. Si usted es una de sus ovejas, podría llegar a pensar que se va a perder, pero Él se encuentra allá arriba para ayudarle, y está observándole, velando por usted.

Continúa el versículo 25 diciendo: "viviendo siempre para interceder". "Interceder" implica intervenir. El Señor Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, interviene a favor nuestro. El apóstol Pablo escribió en su carta a los Romanos capítulo 5:10, "seremos salvos por su vida". Por su parte, el apóstol Juan escribió en su primera carta, capítulo 2, versículo 1: "Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis. Pero si alguno ha pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo". Un abogado es lo que significa el término griego "paracleto", es decir, un consolador, alguien que se coloca a nuestro lado. Es Jesucristo, el Justo, como terminó diciendo el apóstol Juan. Todo lo que Él hace es bueno, correcto. Todo lo que Él hace es Justo. Bien dijo Pablo que "seremos salvos por Su vida."

Hay ocasiones en que los cristianos pasan por momentos de gran dolor y sufrimiento, son tiempos en los que parece que una situación hubiera desbordado los límites de resistencia, los límites de lo tolerable y entonces, las emociones controlan totalmente las expresiones de dolor. Hemos visto a cristianos llorando amargamente e incluso dirigirse a Dios diciéndole que Él los había abandonado. Muchos de ellos recapacitan luego, cuando les aseguramos que tenemos un Cristo que vive, que comprende nuestros dolores y angustias, y que siempre está dispuesto a interceder por nosotros. Aunque nosotros le fallemos o pasemos por momentos de incredulidad, dominados por la tristeza, Él permanece fiel. Por ello, estimado oyente, resulta reconfortante tener la seguridad que Él se encuentra allá en el trono, controlando toda aquella situación que nos rodea y nos abate. Vamos a leer ahora el versículo 26 de este séptimo capítulo de Hebreos:

"Tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores y hecho más sublime que los cielos"

La expresión "nos convenía" significa que Cristo es precisamente lo que necesitábamos. Él es quien cumple los requisitos. No podríamos tener a nadie mejor que Cristo.

Aquí se nos dice que Él es "santo", y esto señala a su relación con Dios. Él es el Santo.

Él es "inocente", está libre de toda malicia, picardía y astucia. Cuando Cristo le libra a usted del castigo porque ha pecado, no es porque Él sea un abogado muy astuto. Lo hace porque Él fue quien pagó absolutamente el castigo del pecado por usted.

Él está "sin mancha". Esto indica que Él está libre de cualquier impureza moral. Amigo oyente, debemos decir que ésta es la respuesta de Dios a las películas blasfemas, canciones y literatura de nuestro tiempo. La Biblia dejó bien claro que el Señor Jesús estuvo libre de la impureza moral.

Y no sólo eso, sino que Él era "apartado de los pecadores". Él fue como nosotros, pero diferente a nosotros. Él pudo mezclarse con los pecadores, y ellos no se sentían incómodos en su presencia. Pero Él no era uno de ellos. Sus enemigos le acusaron de asociarse con publicanos y pecadores. Por cierto que lo hizo, pero Él no era una de ellos. Cristo Jesús era "apartado de los pecadores". Continuemos leyendo el versículo 27 de Hebreos 7:

"Que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo, porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo."

Aquí destacamos que el Señor Jesús no necesitó ofrecer ningún sacrificio por su propio pecado, porque no tenía ninguno.

El sacrificio continuo del Antiguo Testamento debió irse convirtiendo en algo viejo y bastante fatigoso. Habría resultado normal que cuando los sacerdotes se encontraban ante el recipiente en que se lavaban las manos y los pies, se preguntaran cuántas veces habían estado allí ese día para realizar el mismo ritual que, por su monotonía debió convertirse en algo rutinario. Realmente tiene que haberse convertido en una práctica aburrida. Si Aarón por casualidad hubiera estado escuchándoles la conversación, creemos que les habría dicho: "Estoy de acuerdo con vosotros en que este ritual se convierte en una tarea fatigosa, pero ¿sabéis lo que Dios está tratando de decirnos? Él está intentando decirnos que el pecado es algo terrible y que requiere el derramamiento de sangre. Pero Él es el que va a venir algún día para morir en una cruz por nosotros. Cuando así lo haga, no va a haber más derramamiento de sangre, porque Él habrá pagado el castigo del pecado". Leamos el versículo 28:

"La Ley constituye sumos sacerdotes a hombres débiles; pero la palabra del juramento, posterior a la Ley, constituye al Hijo, hecho perfecto para siempre."

El Sumo Sacerdote del Antiguo Testamento tenía que ofrecer un sacrificio por sí mismo. El Señor Jesús nunca lo hizo.

Tenemos hoy un Sumo Sacerdote que puede conmoverse, y a quien podemos acercarnos. Se encuentra en Su lugar para poder ayudar y Él nos comprende. Pero el es "santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores". Y así llegamos al:

Hebreos 8

Y con esto llegamos al capítulo 8, entramos ahora a una nueva sección que hemos llamado: "Cristo, como nuestro Sumo Sacerdote, ejerce sus funciones en un Santuario Superior, por medio de un pacto mejor, basado en promesas mejores". Esta sección se extiende desde el 8:1 hasta el 10:39.

Tenemos al verdadero pináculo de esta magnífica epístola a los Hebreos ante nosotros en este capítulo, aunque en realidad comenzó en al capítulo anterior, en el versículo 25, que decía: "25Por eso puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos". Este versículo constituye la clave para esta sección. Es que el énfasis recae sobre el hecho de que el Señor Jesucristo se encuentra vivo. No está muerto. No está en una cruz. No yace en una tumba. Él resucitó de entre los muertos y el énfasis recae sobre nuestro Cristo viviente. Entonces el versículo 26 del capítulo 7 dice: "26Tal sumo sacerdote nos convenía (es lo que necesitamos): santo (en su relación con Dios), inocente (nunca hace nada para causar un daño, nunca está impulsado por el enojo), sin mancha (libre de toda impureza moral), apartado de los pecadores (en su vida y carácter, aunque se encuentra precisamente aquí entre nosotros y quiere que vengamos a l) y hecho más sublime que los cielos (Él está en la presencia de Dios)" El valor del sacrificio está declarado en el versículo 27, "27que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo, porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo". Su sacrificio no consistió en plata, oro, toros o machos cabríos; ¡Él se ofreció a Sí mismo! No hay nada de mayor valor que Cristo. El versículo 28 dice: "28La Ley constituye sumos sacerdotes a hombres débiles; pero la palabra del juramento, posterior a la Ley, constituye al Hijo, hecho perfecto para siempre". Cuando usted confía en Jesús, no deposita su confianza en un simple hombre; sino que usted la deposita en el Dios-Hombre. Porque Él es un Hombre, puede comprenderlo, compadecerse y satisfacer su necesidad. Él es un sacerdote real. Es un sacerdote justo. Es un sacerdote promotor de la paz. Es un sacerdote personal. Él es lo que es, para usted, personalmente. Él no heredó su cargo ni función. Es decir, Él no provino de la línea de descendencia de Aarón. Él es un sacerdote eterno.

Ahora aquí en el capítulo 8 nos dice que Cristo Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, sirve en un santuario superior, por medio de un pacto mucho mejor, que ha sido establecido en base a promesas mejores. Leamos ahora el primer versículo de este octavo capítulo, que inicia un párrafo titulado:

El verdadero tabernáculo

"Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos"

Aquí se habla del "punto principal". El escritor estaba haciendo algo más que resumir, como ya hemos dicho, éste es como el pináculo de la carta a los Hebreos.

Dice aquí "el cual se sentó a la derecha del trono". Cristo hizo algo que ningún sacerdote del Antiguo Testamento jamás hizo. No había ningún sacerdote de la línea de descendencia de Aarón que alguna vez tuviera una silla para sentarse. ¿Por qué? Porque tenía trabajo que hacer. Todo lo que hacían era como sombras que señalaban a un sacrificio terminado. Ahora que Cristo ha muerto, todas se han cumplido y no necesitamos preguntarnos si estamos haciendo bastante para merecer la salvación. Todo lo que necesitamos hacer es volvernos a Jesucristo y confiar en Él como nuestro Salvador. Él se sentó porque había terminado nuestra redención. Leamos el versículo 2 de este octavo capítulo de Hebreos:

"Él es ministro del santuario y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor y no el hombre."

Bezaleel fue el maestro artesano que hizo los hermosos elementos del mobiliario del tabernáculo. El propiciatorio o tapa del arca y los candeleros eran de oro y ricamente decorados. Todo ello fue el resultado de la mano del hombre, aunque el Espíritu Santo lo dirigió en su trabajo. En contraste, el Señor Jesucristo sirve en el tabernáculo que Él mismo ha hecho en el cielo. Continuemos leyendo los versículos 3 y 4:

"Todo sumo sacerdote está constituido para presentar ofrendas y sacrificios, por lo cual es necesario que también éste tenga algo que ofrecer. Así que, si estuviera sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo aún sacerdotes que presentan las ofrendas según la Ley."

Estos versículos nos indican claramente que el templo en Jerusalén aún estaba en existencia, y que los sacerdotes todavía estaban realizando sus funciones allí. En el versículo 5, de este capítulo 8, leemos:

"Éstos sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el Tabernáculo, diciéndole: Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte."

Nosotros creemos que cuando Dios instruyó a Moisés que construyera el tabernáculo en el desierto, Dios le dio un modelo del original que se encuentra en el cielo, el verdadero tabernáculo (versículo 2), el auténtico.

El tabernáculo, en su hermosa sencillez, proporciona un tipo o figura de Jesucristo (figura que casi se perdió en los complicados detalles del templo). El tabernáculo fue llamado "tienda", cuyos costados eran tablas verticales, cubiertos de oro a ambos lados. Medía 13 metros y medio de largo y 4 metros y medio de ancho y estaba divido en dos compartimentos. El primer compartimento era llamado el "lugar santo". En él se encontraban tres elementos de mobiliario: el candelero de oro, la mesa de los panes de la proposición o de la presencia y el altar de oro donde se ofrecía el incienso: no se ofrecía otro sacrificio que el incienso. El candelero era una figura de Cristo, la Luz del mundo. La mesa de los panes era un símbolo de Cristo como el pan de Vida. El altar de oro en el cual el sacerdote ofrecía la oración, hablaba de Cristo, nuestro gran intercesor. Después, en el gran día de la expiación el sumo sacerdote cruzaba la cortina de separación hacia el compartimento interior, el lugar santísimo, en el cual se encontraban dos elementos del mobiliario: (1) El arca del pacto (una caja fabricada en madera, cubierta de oro por dentro y por fuera), en la cual se guardaban los diez mandamientos escritos en tablas de piedra, un pote con el maná, y la vara de Aarón que reverdeció, que echó brotes. Los diez mandamientos hablaban del hecho de que el Señor Jesucristo vino a cumplir la ley, y de que Él fue el único que la cumplió en todos sus detalles. Después, el pote de maná nos hablaba del hecho de que Él es, aun hoy, el Pan de Vida. La vara de Aarón nos hablaba de la resurrección de Cristo. (2) El arca del pacto estaba cubierto por una tapa ricamente adornada llamada el propiciatorio. Coronando esta tapa había dos querubines de oro. El Sumo Sacerdote entraba allí una vez al año y rociaba el propiciatorio con sangre, y este acto era lo convertía en un propiciatorio. Éste era el lugar donde moraba Dios, es decir, el lugar donde Dios se encontraba con los israelitas.

Ahora, alrededor del Tabernáculo había un atrio, rodeado de una valla de lino de unos 45 metros de largo por 22 metros y medio de ancho. En este atrio exterior se encontraban dos elementos del mobiliario: el primero era el altar de bronce del holocausto, donde se realizaban todos los sacrificios. Allí se solucionaba el problema del pecado pero, como los santos pecan, había allí una fuente o receptáculo con agua para las purificaciones, donde los sacerdotes podían lavarse, indicando la importancia de la limpieza del pecado.

Ahora el lugar santo era donde los sacerdotes servían y adoraban. Nosotros adoramos a Dios cuando oramos, nos alimentamos de Su Palabra y vivimos a la luz de Su Presencia, es decir, en obediencia a Él.

Nadie sino sólo el sumo sacerdote (y eso sólo una vez al año) entraba al compartimento más interior, el lugar santísimo. Pero cuando Jesús murió la cortina de separación se rasgó en dos partes, indicando que Él había abierto para siempre el camino hacia el lugar santísimo y la presencia de Dios. Podríamos decir que el Señor Jesucristo tomó el tabernáculo, que era horizontal, y lo hizo perpendicular a la tierra para que el lugar santísimo estuviera ahora en el cielo, porque allí es donde Él está. Y en el capítulo siguiente vamos a ver que el altar de oro del incienso, y el arca del pacto, se encuentran en el cielo. Están allí porque el mismo Cristo está allí.

Si usted hubiera estado en el desierto con Israel, habría visto el tabernáculo o tienda en el centro del campamento, con las tiendas de las tribus montadas alrededor de él. Usted habría visto la columna de nube sobre el tabernáculo durante el día, y la columna de fuego por la noche. Habría visto a los sacerdotes ocupados corriendo de un lado para otro realizando su servicio de ofrecer sacrificios y cumpliendo todo el ritual que Dios había ordenado.

Ahora todo esto era como una sombra de la realidad. La realidad misma estaba en el cielo. Y hoy Jesús se encuentra allí en el tabernáculo celestial actuando a favor nuestro.

En un principio dijimos que cuando llegáramos a esta sección el escritor de esta epístola comenzaría a servir, espiritualmente hablando, comida sólida. Bueno, parece que aún estuviéramos bebiendo leche, porque lo que hemos estado estudiando hasta ahora parece muy simple. ¿Cuándo vamos a alimentarnos de algo sólido y profundo? Bien, podemos decir que la comida ya está preparada y nos agradaría ponerla sobre la mesa ante los comensales.

Y nos gustaría hacerlo bajo la forma de una pregunta personal. Estimado oyente, ¿es Cristo real para usted precisamente ahora? Si usted aún se encuentra implicado en un ritual y asistiendo a un hermoso culto religioso en una iglesia (y no hay nada malo en ello, no nos interprete mal) pero si usted cree que eso es adoración, y si usted piensa que usted está sirviendo a Dios simplemente por estar enseñando en una clase Bíblica o cantando en el coro, tenemos noticias para usted. Dios está tratando de decirnos que Jesús está allá en el cielo para usted en este preciso instante. ¿Qué significa esto para usted? No corra de aquí para allá, en una incesante actividad, como hacía Marta, la hermana de Lázaro y María. Haga una pausa para sentarse a los pies de Jesús, como María, permítale que Él se convierta en una realidad en su vida. Cuando usted salió de casa esta mañana, ¿tenía a Cristo en sus pensamientos? ¿Era usted consciente de Su presencia? Él está en los cielos sirviéndole a usted, estimado oyente. Cristo es su intercesor. Usted debe acudir a Él para confesarle su pecado o exponerle sus problemas. ¿Acaso Jesús no es hoy real para usted? Acuda a la presencia del Salvador viviente. De este tema nos estaba hablando el escritor de esta carta. Quiera Dios retirar el velo de nuestros ojos, para que Jesucristo en todo Su poder, en toda Su salvación, en todo su amor y en todo su cuidado para usted, se convierta en una verdadera realidad.

Cuando Cristo esté con usted, hay muchas cosas que va a tener que dejar de hacer y considerar. Usted vigilará su conducta cuando sea consciente de la presencia constante del Señor Jesucristo con usted. Hoy, Él es el intercesor viviente. Está vivo.

Nuevamente, permítanos recordar que el Señor Jesús sirve en un tabernáculo mejor, en el verdadero tabernáculo del cielo. Él ha convertido al trono de Dios en un trono de gracia, y a nosotros se nos ha ofrecido acudir allí con la gran confianza y certeza de que Él se encuentra allí. Lo que tenemos que pedirle, por encima de todo lo demás, es: "Señor, creo, ayuda a mi incredulidad". No sabemos cómo siente usted al respecto, pero a veces nuestra incredulidad es mayor que nuestra fe. Necesitamos acudir a Cristo con fe. Dijo el escritor a los Hebreos en el capítulo 11, versículo 6: "Pero sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe y que recompensa a los que lo buscan". Así que usted y yo necesitamos tener la realidad de Jesucristo en nuestras vidas. Usted no le verá con sus ojos físicos ni le oirá con sus oídos físicos, pero lo contemplará con su vista interior y lo escuchará con el oído interior, que sólo la fe puede abrir.

En esta sección nos encontramos, pues, en Su presencia, en lugares espiritualmente elevados, en el pináculo de la epístola a los Hebreos.

Leamos ahora el versículo 6 de este octavo capítulo de Hebreos, que inicia un nuevo párrafo que desarrolla la idea de que:

El nuevo pacto es mejor que el antiguo

"Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas."

Dice aquí "mejor ministerio es el suyo". Como anticipamos antes, el tabernáculo aquí en la tierra fue una sombra del verdadero tabernáculo allá en el cielo. Cristo vive allí y Él puede mantenernos salvos. Ahora, quizá alguien pregunte: "¿Ustedes piensan que uno puede perder la salvación?" Amigo oyente, deseamos confesarle algo. Nosotros perderíamos la nuestra antes de que se ponga el sol si el Señor Jesucristo no estuviera allá arriba en este mismo instante. Gracias a Dios que Él está allí.

"Él es el mediador de un mejor pacto", continúa diciendo el versículo 6. Tenemos hoy lo que es conocido como "el nuevo pacto"; lo llamamos el "nuevo testamento". El Nuevo Testamento es realmente el nuevo pacto que Dios ha hecho, y se encuentra en contraste con el antiguo pacto del Antiguo Testamento, Dios le entregó la ley a Moisés, y después le dio instrucciones para el tabernáculo y sus servicios. Fue allí que se trató el problema del pecado. Nadie se salvó nunca por guardar la ley. Nadie se acercó jamás a Dios para decirle: "He cumplido todos tus mandamientos, por lo tanto, recíbeme". No. En cambio, los israelitas estuvieron continuamente trayendo sacrificios porque habían quebrantado la ley de Dios. La ley les reveló que no podían alcanzar la presencia gloriosa de Dios. El sistema de sacrificios era totalmente una sombra. Aunque el tabernáculo que Dios les dio era una tienda literal, era una sombra del verdadero tabernáculo en el cual Cristo sirve hoy. En otras palabras, hasta ahora hemos visto que tenemos un sacerdote mejor; tenemos un sacrificio mejor; tenemos un tabernáculo mejor, Y todo esto se dirige hacia el altar de bronce porque Cristo reúne en Su Persona estas tres realidades. Él es un sacerdote mejor que sirve en aquel lugar celestial, es un sacrificio mejor, se ofreció a Sí mismo. Y además sirve en un tabernáculo mejor, estimado oyente, porque ofreció Su propia sangre por su pecado y el mío.

Y bien, amigo oyente, vamos a detenernos aquí por hoy. Esperamos que nos acompañe en nuestro próximo encuentro, para continuar recibiendo estas lecciones prácticas que refuerzan nuestra fe y nos ayudan a vivir la vida cristiana en todas las circunstancias que nos rodean. Oramos a Dios para que ésta se la experiencia de su vida, y la nuestra.

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