Mientras que Saulo admiraba las glorias del templo situado en el lugar donde por siglos Jehová había sido adorado, Esteban insistía en que Dios no mora en templos hechos de manos, como el mismo Salomón había reconocido, sino que de hecho se había manifestado a lo largo de la historia en distintos lugares, muchas veces fuera de las fronteras de Israel.
Por otro lado, Saulo insistía en la necesidad del rito de la circuncisión, pero Esteban demostró que Dios dio promesas a Abraham mucho tiempo antes de que el rito fuese instituido.
Para Saulo, Jesús no podía ser el Mesías escogido por Dios puesto que no había sido reconocido por los líderes de Israel, pero Esteban demostró que desde el mismo comienzo de la nación judía, los padres se habían opuesto con violencia a cada iniciativa de Dios: José fue vendido por sus hermanos por celos, Moisés fue desechado por sus hermanos como libertador, y todos los profetas fueron perseguidos por los líderes de la nación.
Saulo señalaba que la venida del Mesías sería un acontecimiento glorioso, pero Esteban citó a Moisés, los profetas y los Salmos para mostrar que el Cristo tenía que padecer.
Para Saulo nadie podía tomar el lugar de Moisés y la ley, pero Esteban citó al mismo Moisés cuando afirmaba que el Señor Dios levantaría un profeta más grande que él mismo.
Puede haber sido al leer o escuchar su Palabra que nos llama al arrepentimiento y la fe.
Tal vez nuestra conciencia nos ha acusado recordándonos lo que hemos pensado, dicho o hecho.
Quizá nos hemos llegado a sentir vacíos y deprimidos, sin encontrar sentido a nuestra vida, aunque quizá lo tengamos todo.
Puede que Dios haya llamado nuestra atención por medio del dolor de una enfermedad, una pérdida, el fracaso en un negocio, o situaciones adversas que se repiten una detrás de otra.
O el temor a la muerte y el juicio eterno.