Estudio bíblico: Exhortación a transmitir la Palabra - 2 Timoteo 2:1-13

Serie:   2 Timoteo   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
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Exhortación a transmitir la Palabra - 2 Ti 2:1-13

(2 Ti 2:1-13) "Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres que sean idóneos para enseñar también a otros. Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado. Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente. El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero. Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo. Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio, en el cual sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor; mas la palabra de Dios no está presa. Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna. Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará; si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo."

Introducción

Al terminar el capítulo anterior, Pablo había expuesto la actitud de dos grupos muy diferentes en relación a su propia persona y también en cuanto al evangelio por el que se encontraba encarcelado. En un lado estaban los creyentes de Asia, quienes le habían abandonado, y en el otro estaba Onesíforo, quien no se había avergonzado de él, sino que le había confortado en sus prisiones (2 Ti 1:15-18). Sin duda Pablo quería alentar a Timoteo para que siguiera el ejemplo dejado por Onesíforo y no se avergonzara (2 Ti 1:8).
Ahora, al comenzar este capítulo, encontraremos que el apóstol sigue haciendo nuevas exhortaciones a Timoteo. Y veremos que la principal de ellas es a transmitir fielmente el contenido de todo aquello que anteriormente le había mandado retener y guardar (2 Ti 1:13-14). Luego vendrá otra exhortación más a aceptar el sufrimiento que va implícito en el servicio cristiano. Indudablemente Pablo era consciente de que nada de lo que estaba mandando a Timoteo era sencillo de cumplir, y por eso ve necesario exhortarle para que primeramente se apropie de los ilimitados recursos de la gracia de Dios que estaban a su disposición y que le capacitarán para cumplir con éxito todo cuanto le estaba pidiendo. Más adelante también le exhortará a mirar el ejemplo supremo de Jesucristo y también el del apóstol Pablo como una fuente inagotable de inspiración para el servicio fiel. Y por último, le expondrá la certeza de la recompensa futura para todo aquel que haya servido fielmente al Señor.
Comenzamos entonces el estudio de este pasaje con el siguiente esquema:
Tema: Exhortación a transmitir fielmente la Palabra y aceptar el sufrimiento como consecuencia (2 Ti 2:1-13)
Los recursos: Exhortación a apropiarse de la gracia para llevar a cabo los diferentes encargos que Timoteo está recibiendo (2 Ti 2:1).
El encargo: Exhortación a transmitir fielmente la Palabra a otros (2 Ti 2:2).
El coste: Exhortación a aceptar el sufrimiento por causa del evangelio: como soldado, atleta, labrador (2 Ti 2:3-7).
Varios ejemplos: Exhortación a considerar el ejemplo supremo de Jesucristo, y también el de Pablo (2 Ti 2:8-10).
Un aliciente: La certeza de la recompensa futura (2 Ti 2:11-13).

Los recursos: La gracia ilimitada de Dios

(2 Ti 2:1) "Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús."
1. El contexto de la exhortación
Pablo introduce esta nueva exhortación usando un lenguaje que nos deja entrever el tierno afecto que sentía hacia Timoteo, a quien consideraba como un hijo espiritual: "Tú, pues, hijo mío".
Luego viene la exhortación concreta que es la siguiente: "esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús". En cierto sentido, estas palabras nos traen a la memoria aquellas otras que el Señor dirigió a Josué después de la muerte de Moises: "esfuérzate y se valiente" (Jos 1:6-7). No olvidemos que por medio de esta carta Pablo estaba comunicando a Timoteo su inminente partida a la patria celestial (2 Ti 4:6), y que él tendría que tomar su relevo como en el pasado lo había tenido que hacer Josué después de la muerte de Moisés. Y como veremos a lo largo de toda la epístola, la situación en el tiempo de Timoteo no era buena; algunos de los que en otro tiempo habían sido fieles colaboradores del apóstol, le estaban abandonando (2 Ti 1:15) (2 Ti 4:10), además, el Imperio Romano había comenzado una implacable persecución contra el cristianismo, y en especial contra sus líderes, como lo prueba el hecho de que Pablo estuviera encarcelado por nada más que predicar el evangelio. Pero si la situación presente no era buena, los tiempos que se avecinaban eran todavía peores. Pablo advierte de este hecho al comenzar el capítulo 3: "También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos", y a continuación pasa a describir cómo dentro de la iglesia se introducirían hombres amadores de sí mismos y de los deleites más que de Dios (2 Ti 3:1-8). Pero si todo esto no fuera suficiente, al llegar al capítulo 4 añade que las personas dejarían de escuchar la Palabra de Dios y que preferirán las fábulas: "Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas" (2 Ti 4:3-4).
Ante estas circunstancias, no debemos pensar que las exhortaciones que el apóstol le hace a Timoteo se deban a que lo considerara un hombre de carácter débil y pusilánime, sino a que la magnitud de la prueba que se disponía a enfrentar, fácilmente podría dejar sin aliento al más valiente de los hombres. De hecho, desde una perspectiva puramente humana, sería una prueba imposible de superar, de ahí la exhortación a buscar los recursos y el poder en otra parte: "Esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús".
2. ¿Cómo podemos apropiarnos de la gracia de Dios?
Ahora bien, en cierto sentido esta exhortación nos puede resultar un tanto contradictoria. Si consideramos que la gracia incluye los recursos ilimitados de Dios que nos son dados de forma inmerecida por medio de Cristo Jesús, la exhortación a esforzarse en ella parece un contrasentido. Si Dios nos da todo su poder de forma gratuita, ¿en qué tenemos que esforzarnos nosotros para conseguirla? Esta es una buena pregunta que nos ha de llevar a descubrir el gran secreto de una vida cristiana victoriosa.
La cuestión es la siguiente; mientras que nosotros dependemos de nuestras propias fuerzas, estaremos impidiendo que fluya en nosotros la gracia de Dios con sus ilimitados recursos. Esto es básicamente lo que el apóstol Pablo había llegado aprender en un momento de prueba:
(2 Co 12:7-10) "Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte."
Podríamos decir entonces que la exhortación a esforzarse en la gracia, es en realidad un llamamiento a no depender de nuestras propias fuerzas. Y aunque a algunos les gusta utilizar la expresión "gracia soberana", como si se tratara de una fuerza irresistible, lo cierto es que el hombre debe tomar la decisión de esforzarse en dejar el cauce vacío para que la gracia de Dios pueda fluir con libertar y nos revista de su poder.
3. El origen de la gracia
Por último, notemos también que esta gracia es "en Cristo Jesús". Si no fuera por él y su obra en la cruz, nadie podría recibir ninguna bendición del cielo. Por lo tanto, también la fuente de este poder divino se encuentra sólo en él, y es impartida a todos aquellos que entran en una unión vital con él. Veamos cómo lo explicó el mismo Señor:
(Jn 15:4-5) "Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer."
Además, la fuente de la gracia que se encuentra en Cristo, es un manantial que nunca se seca, que constantemente se renueva, llegando a suplir así todas las necesidades presentes y futuras del creyente.
(Jn 1:16) "Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia."

El encargo: Transmitir fielmente la Palabra

(2 Ti 2:2) "Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres que sean idóneos para enseñar también a otros."
Una vez que Timoteo fue consciente de cuáles eran los ilimitados recursos de la gracia de Dios que estaban a su disposición, Pablo le hace un nuevo encargo. Y debemos recordar que Dios es siempre así: nunca nos manda hacer algo para lo que previamente no nos haya capacitado adecuadamente.
1. El contenido del encargo
Ahora bien, ¿en qué consiste la exhortación y qué era lo que la motivaba? En el capítulo anterior vimos que Timoteo había sido exhortado a "retener la forma de las sanas palabras" que había oído del apóstol y a "guardar el buen depósito por el Espíritu Santo" (2 Ti 1:13-14). Pero ahora Timoteo debía ser fortalecido en la gracia para poder llegar a transmitir este precioso depósito del evangelio a otros, quienes a su vez, lo deberían pasar también a otros. Y nosotros no debemos olvidar que este mismo encargo sigue siendo la tarea de la iglesia en cada generación. La verdad del evangelio no debe ser preservada como si fuera algún objeto valioso fielmente custodiado en un museo, sino que ha de ser vivida y enseñada a las generaciones venideras.
Ahora bien, parece que lo que Pablo tenía en mente en este momento no era únicamente la enseñanza a los creyentes en general, algo que por supuesto nunca se debe dejar de hacer, sino que aquí él estaba pensando en la necesidad de capacitar a nuevos líderes espirituales maduros que pudieran desarrollar un servicio eficaz en la iglesia y en el mundo.
2. ¿Qué era lo que debía ser transmitido?
Empecemos por notar qué es lo que debía ser transmitido: "Lo que has oído de mí ante muchos testigos". Sin duda esto se refiere a "la forma de las sanas palabras que de mí oíste" y que Timoteo debía retener cuidadosamente sin alterar su contenido (2 Ti 1:13). Pablo y los otros apóstoles habían recibido este tesoro por revelación del Señor (Ef 3:5). Por supuesto, mucho de lo que él predicaba formaba parte de las Escrituras del Antiguo Testamento, a las que el mismo apóstol se refiere como "inspiradas por Dios y útiles para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto" (2 Ti 3:16-17). Pero lo que Timoteo debía transmitir a las siguientes generaciones no era sólo el canon del Antiguo Testamento, sino también la nueva revelación que Dios había dado por medio de sus santos apóstoles. Fijémonos cómo el apóstol estaba uniendo en el mismo depósito que debía ser transmitido, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento.
Esto incluía no sólo el mensaje básico de salvación, sino todo aquello que Pablo enseñaba en las iglesias y que podemos encontrar en sus epístolas. Esto fue exactamente lo que él hizo en cada nueva iglesia que fundaba, y así se lo recuerda a los ancianos de Éfeso: "porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios" (Hch 20:27). Y las palabras del Señor Jesucristo antes de ascender al cielo constituyen un encargo similar: "Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado" (Mt 28:19-20).
3. La continuidad del encargo
La Palabra del Señor debe ser enseñada de manera ininterrumpida a las próximas generaciones. En el ámbito familiar, Timoteo había sido instruido por su abuela y su madre (2 Ti 1:5) (2 Ti 3:14-15), y del mismo modo se debe hacer también dentro del ámbito de la iglesia.
Cada generación tiene la responsabilidad de transmitir fielmente la Palabra recibida a las próximas generaciones. Para ilustrar la importancia de esto podemos pensar en una carrera de relevos. Cada corredor debe entregar el relevo al siguiente, pero si uno de ellos abandona la carrera, todo el equipo se verá perjudicado. Y algo similar ocurre en el ámbito espiritual; cada vez que no cumplimos con el solemne encargo de transmitir fielmente la verdad a otros, la causa del evangelio sufre una pérdida terrible.
4. ¿Cómo debía ser transmitido?
Pablo se había esforzado en predicar públicamente la Palabra; Timoteo y muchos más eran testigos de este hecho. Indudablemente Timoteo había sido uno de los que habían sabido valorar las oportunidades para escuchar a su maestro. Por supuesto, muchas veces habría oído al apóstol repetir las mismas ideas y conceptos en sus sermones, pero esto no le desanimó. No llegó a creer que ya lo sabía todo, y siguió aprendiendo, hasta el punto en que había llegado el momento en que él mismo estaba capacitado para enseñar también a otros. De esta manera se había formado, y así también debía formar a otros.
Ahora bien, el modelo dejado por el apóstol Pablo en cuanto a la forma en la que este valioso depósito debía ser transmitido no puede ser reducido simplemente a la transmisión de ciertos contenidos intelectuales. Más adelante el apóstol explica ampliamente cómo Timoteo había recibido esta enseñanza: "Pero tú has seguido mi doctrina, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia, persecuciones, padecimientos, como los que me sobrevinieron en Antioquía, en Iconio, en Listra; persecuciones que he sufrido, y de todas me ha librado el Señor" (2 Ti 3:10-11). Observamos que Timoteo no sólo había aprendido la "doctrina", sino todo un modelo de vida y una forma de llevar a cabo el ministerio. Y esto lo aprendió acompañando a Pablo a lo largo de su ministerio, viendo su comportamiento en las distintas situaciones por las que pasaba, entendiendo el propósito que le movía en el servicio al Señor, considerando su fe, longanimidad, amor y paciencia frente a las dificultades. En realidad, este fue el mismo modelo que el Señor Jesucristo aplicó para formar a los doce apóstoles. Nos guste reconocerlo o no, este modelo tiene muy poco que ver con el profesor de un seminario que después de dar sus clases, pone tareas a los alumnos y se marcha a su casa. O con el predicador famoso, que después de hacer su exposición se recluye en su hotel o en su casa, y resulta inaccesible para las personas que le han escuchado, sin que puedan conocer nada más de él. Es importante recuperar el modelo bíblico que el Señor Jesucristo y Pablo nos dejaron si queremos volver a ver hombres de la talla de los apóstoles y de Timoteo.
5. ¿Quiénes debían transmitirlo?
Estas verdades que Pablo le había enseñado a Timoteo, y de las cuales muchos podían testificar, debía entregarlas a otros, para que una vez que echaran raíces en ellos, también pudieran encargarlas a otros más. Vemos por lo tanto cuatro generaciones diferentes a través de las cuales Pablo deseaba que la Palabra fuera transmitida antes de su partida: en primer lugar estaba Pablo, luego Timoteo y otros "muchos testigos", después "hombres fieles" y finalmente "otros". Así demuestra el apóstol cuán sinceramente deseaba comunicar la sana doctrina a la posteridad.
Notemos que esta es la verdadera sucesión apostólica, que no consiste en la perpetuación de ciertos cargos, sino en la transmisión de la Palabra tal como fue enseñada por los apóstoles.
Sin embargo, no debemos pasar por alto dos requisitos que deberían cumplir aquellos a los que Timoteo iba a encargar este depósito. Por un lado tendrían que ser "hombres fieles" y también "idóneos para enseñar también a otros". Estos requisitos limitan mucho las posibilidades de encontrar candidatos, pero al mismo tiempo garantizan la fiel preservación y perpetuación del depósito. Una vez más se subraya la verdad de que lo que más necesita el cristianismo de todos los tiempos, no son recursos económicos, nuevas técnicas o estrategias, sino hombres fieles y consagrados, dispuestos y disponibles.
Notemos también que entre los requisitos exigidos que debían cumplir no se incluye ningún tipo de titulación académica. Decimos esto porque en la actualidad esto parece ser una condición en muchas iglesias para poder ser pastor o predicador (aunque no siempre se expresa tan abiertamente). Pero si ésta hubiera sido una de las exigencias, ninguno de los doce apóstoles habría sido elegido como tal, puesto que "eran hombres sin letras y del vulgo" (Hch 4:13). Ninguno de los doce apóstoles había recibido formación en las escuelas de teología que había en aquel entonces, sino que como el Señor explicó, al Padre le había agradado esconder estas cosas de los sabios y entendidos, y las había revelado a los niños (Lc 10:21). Por eso, cuando el Señor eligió a aquellos galileos a quienes los judíos despreciaban porque desconocían la ley (Jn 7:47-52), lo hizo con el fin de aplicar lo que es la norma divina:
(1 Co 1:25-29) "Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia."
En nuestros días la titulación académica está sobrevalorada. Puede ser que en el mundo, una persona que ha estudiado una carrera universitaria de cuatro años esté capacitada para desarrollar cierta profesión, aunque probablemente sepa mucha teoría pero no logre solucionar con soltura las cuestiones prácticas hasta cierto tiempo después. Pero en cualquier caso, en la vida espiritual, un titulo académico no puede garantizar de ninguna manera que la persona conoce a Dios. ¡Cuántos doctores en teología son incrédulos! ¿No fueron precisamente los escribas judíos quienes más se opusieron al Señor Jesucristo? Un título académico sólo puede demostrar que se poseen ciertos conocimientos intelectuales, y que muy probablemente se ha asumido la misma linea de pensamiento que la institución que otorga la titulación. Pero no garantiza el verdadero conocimiento de Dios, que siempre produce una vida de santidad. Además, quien crea que ya conoce bien la Biblia por haberla estudiado en una universidad durante cuatro años, es un ingenuo. El verdadero erudito bíblico siempre termina sus días sobre este mundo con la impresión de que apenas ha llegado a rozar las tapas de la Biblia. El hombre de Dios sabe que siempre tiene que estar formándose. Por ejemplo, Timoteo había conocido las Escrituras desde niño y sin embargo era exhortado por el apóstol para que persistiera en su estudio (2 Ti 3:14-17). Así que, creemos que más que hombres titulados, lo que Dios busca son creyentes fieles, hombres de probada piedad y dedicación en los que se pueda reconocer que "han estado con Jesús" (Hch 4:13).
Suponemos que se entiende bien que con esto no queremos decir que el siervo de Dios no necesita formarse adecuadamente en el conocimiento de la Palabra. Eso está fuera de toda duda, pero creemos que es importante tener cuidado con la profesionalización del ministerio, y también con que la formación consista únicamente en la transmisión de conocimientos intelectuales, abandonando otras muchas cuestiones prácticas que todo aquel que anhele cualquier tipo de ministerio dentro de la iglesia debe aprender y practicar (1 Ti 3:1-13).
6. Una necesidad urgente
Ahora bien, ¿dónde están esos hombres fieles e idóneos para enseñar a otros? Es verdad que nunca faltan jóvenes que en un momento determinado de sus vidas sienten el deseo de entregarse a esta noble tarea, pero con demasiada frecuencia, sus buenas intenciones se van apagando lentamente hasta quedar en el olvido según van logrando escalar posiciones en el mundo laboral. En otras ocasiones, estos "grandes propósitos del corazón" son abandonados cuando se considera el precio que exige tal decisión.
Cuando el profeta Elías fue llevado al cielo en un torbellino de fuego, Eliseo recogió el manto del profeta y con él golpeó las aguas del río Jordán mientras preguntaba: "¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías?" (2 R 2:11-14). Inmediatamente las aguas se apartaron a uno y otro lado para que él pudiera pasar tal como antes lo había hecho Elías (2 R 2:8). Quedaba así demostrado que Eliseo había tomado el relevo de Elías y que a partir de ese momento el poder de Dios se manifestaría a través de él. Dios seguía siendo el mismo; él nunca cambia. Así que, tal vez lo que debamos preguntarnos no es "¿dónde está el Dios de Elías?", sino ¿dónde están los "Elías" de Dios? ¿Dónde están esos hombres fieles que tomarán el relevo para seguir enseñando la Palabra a otros?

El coste: Aceptar el sufrimiento por causa del evangelio

(2 Ti 2:3-7) "Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado. Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente. El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero. Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo."
A continuación Pablo va a explicar a Timoteo que para poder cumplir fielmente con el encargo que le acababa de hacer tendría que sufrir penalidades.
Si lo pensamos bien, esto no era algo nuevo. El servicio fiel al Señor siempre ha sido costoso. Los santos del Antiguo Testamento son un claro ejemplo de ello:
(He 11:36-39) "Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido"
Y a través de toda la historia de la Iglesia, el costo del discipulado ha seguido siendo alto. Millones han sufrido por la causa de Cristo, y muchos han entregado hasta sus vidas. En este sentido, lo realmente nuevo en nuestro tiempo es el llamado "evangelio de la prosperidad", que promete a quienes crean en él algo totalmente diferente. Se hace evidente que no se trata del mismo evangelio del que Pablo estaba hablando aquí.
1. El buen soldado de Jesucristo
Pablo vuelve a describir al cristiano como un soldado. Ya en otras ocasiones había usado esta misma metáfora militar (1 Co 9:7) (Fil 2:25) (1 Ti 1:18) (Flm 1:2). Después de sus años de encarcelamiento, había tenido ocasión de observar a muchos soldados y aprender algunas lecciones de ellos. Pablo veía la vida cristiana como una lucha espiritual para la que había que estar bien preparado (Ef 6:10-20). Una lucha que empieza en el mismo momento en el que nos convertimos, o incluso antes, y que dura hasta el mismo momento en que vamos con el Señor. No obstante, no se trata de una guerra física, como algunos equivocadamente entendieron en el pasado, sino que es una guerra espiritual, donde las armas que debemos utilizar y las fortalezas que tenemos que derribar, no son materiales:
(2 Co 10:3-5) "Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo."
Pero en esta ocasión, lo que Pablo quiere enfatizar es que el cristiano tiene que estar dispuesto a participar de las dificultades que comporta el evangelio: "Sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo". Cualquier soldado sabe que su oficio implica inevitablemente vivir sin comodidades y estar dispuesto a entrar en combate en cualquier momento. El sufrimiento, los peligros, las heridas y los golpes son el tipo de cosas que puede esperar mientras está en el frente de batalla. Y del mismo modo, el cristiano se encuentra inmerso en un conflicto espiritual por causa de su fe. El Señor Jesucristo advirtió a sus discípulos sobre esto:
(Jn 15:18-21) "Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado."
Luego añade también que otra característica de un buen soldado es su deseo de agradar a sus superiores, y por esta razón no se enreda en otras cosas: "Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado". Cristo es el Capitán de nuestra salvación, nos ha reclutado, y nuestro deseo debe ser agradarle únicamente a él. No podemos pensar en agradar a otros, ni siquiera a nosotros mismos. Nuestro anhelo más grande debe ser tener la aprobación del Señor en aquellas cosas que hacemos. Es verdad que los siervos del Señor pueden ser tentados con frecuencia a querer agradar a sus congregaciones, lo que fácilmente les puede llevar a comprometer la verdad de Dios, pero el buen soldado de Jesucristo sabe que se debe por entero a su Señor.
Por todo esto, debe estar constantemente preparado para recibir nuevas órdenes y ponerse en marcha si el Señor así lo requiere. Para ello tiene que estar siempre en permanente contacto con él a la espera de recibir su dirección. Esto implica también que el cristiano, al igual que un soldado que está en el frente de batalla, no lo puede ser a tiempo parcial. Se requiere que todas sus fuerzas y energías estén concentradas en un solo objetivo. Si tiene su atención dividida, esto puede tener graves consecuencias en la batalla.
Ahora bien, esto no quiere decir que el cristiano no deba involucrarse en un trabajo secular, o que pueda casarse y tener hijos. Los "negocios de la vida" a los que se refiere aquí tienen que ver con aquellas cosas del mundo que son malas en sí mismas y que tienden a apartarnos del Señor. O también aquellas ocupaciones, que sin ser necesariamente malas, entran en conflicto con nuestra debida fidelidad al Señor. Sólo estando libres de todos los enredos del mundo podremos dedicarnos completamente y sin reservas al servicio al Señor. Y debemos recordar que éste fue el compromiso que adquirimos cuando decidimos convertirnos en seguidores de Cristo.
2. El que lucha como atleta
La siguiente metáfora que usa proviene de las bien conocidas competiciones atléticas de los juegos griegos. También en otras ocasiones había utilizado ilustraciones sacadas de estas pruebas deportivas (1 Co 9:24-27). Ahora lo que se propone enfatizar son dos aspectos: por un lado, que la lucha del atleta demanda de él grandes esfuerzos y perseverancia, y por otro, que sólo recibirá la corona el atleta que compite conforme a las normas establecidas: "Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente".
En primer lugar, el atleta tiene que luchar hasta el final, y si abandona antes de eso, será descalificado inmediatamente. Y de igual manera, el cristiano es llamado a luchar durante toda su vida, y si retrocede será privado de la corona del vencedor. Así pues, se requiere de perseverancia y determinación.
No sabemos a qué tipo de prueba atlética se estaba refiriendo Pablo. Es probable que estuviera pensando en los luchadores que peleaban infatigablemente hasta vencer al adversario. Pero también puede estar pensando en una carrera, incluso en una carrera de obstáculos, o tal vez en una carrera de relevos. Más adelante en esta misma carta Pablo dice que él ha completado ambas: "He peleado la buena batalla, he acabado la carrera" (2 Ti 4:7). En todos estos casos podemos encontrar interesantes ilustraciones espirituales.
En cualquier caso, independientemente de a qué prueba se estuviera refiriendo, lo que quiere subrayar en este contexto es que hay cierto sufrimiento implícito en el entrenamiento y también en las pruebas por las que el atleta tiene que pasar, y del mismo modo, el cristiano debe aceptar el sufrimiento en el desarrollo de su servicio a Cristo si quiere llegar a ser coronado.
Y otra cosa que resalta es que no valía únicamente con llegar a la meta el primero, sino que era imprescindible hacerlo legítimamente, cumpliendo con todas las normas establecidas para la competición. Aplicando esto al ministerio del siervo del Señor, o del cristiano, implica mantener la obediencia a la Palabra de Dios, porque de otro modo, no recibiremos la corona. Y viendo cómo muchos son descalificados antes de llegar a la meta, se hace imprescindible la autodisciplina y el dominio propio (1 Co 9:25), o como dice el autor a los Hebreos, "despojarnos de todo peso y del pecado que nos asedia", para así poder correr con paciencia la carrera que tenemos por delante (He 12:1).
3. El labrador
En una rápida sucesión de metáforas, el apóstol pasa de la excitación de estar en medio de una carrera, con los espectadores animando y la vista puesta en la ceremonia de coronación, al paciente y silencioso trabajo del labrador. Y hay que decir que en este sentido, la vida de la mayoría de los cristianos se asemeja más a la de un labrador que a la de un atleta. Es verdad que siempre existen ocasiones especiales en la vida de cada cristiano en las que llegamos a ver cosas que nos producen una satisfacción especial, pero por lo general, vivimos de una manera muy rutinaria, que puede tener muy poco de atractivo. Por eso, muchos de nosotros nos podemos identificar fácilmente con esta ilustración.
Pero lo que Pablo quiere subrayar con ella es que el labrador tiene derecho a participar de los frutos, pero para ello debe trabajar primero. La perseverancia en el trabajo duro tiene su galardón, y los frutos sirven de premio al que trabaja la tierra. En otra ocasión Pablo hizo una exhortación parecida:
(Ga 6:9) "No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos."
4. "Considera lo que te digo, y el Señor te dé entendimiento en todo"
Finalmente, Pablo exhorta a Timoteo a meditar y reflexionar sobre las figuras que acaba de emplear. La suma de todas ellas le dará una visión completa del presente y del futuro del cristiano.
En el presente, como soldado de Jesucristo tendrá que sufrir penalidades y dedicarse enteramente a su Señor para así poderle complacer en todo; como atleta deberá luchar legítimamente, y como labrador tendrá que perseverar en el duro trabajo de la tierra.
Si así lo hace, en el futuro verá que como soldado será aprobado por su Señor, como atleta recibirá una corona y como labrador podrá participar de los frutos.
Lo que Pablo acaba de exponer son principios espirituales que, aunque se entienden con cierta facilidad, no siempre los tenemos en cuenta cuando nos encontramos inmersos en medio de las pruebas del presente. Es por ello que surge la necesidad de hacer esta exhortación a considerar la relación que existe entre el presente y el futuro. ¿Cuántas veces la dureza del combate, el agotamiento en la carrera o la lentitud con la que progresa nuestro trabajo nos desaniman? Con facilidad podemos pensar que eso nunca va a terminar, que siempre será lo mismo, que lo que hacemos no sirve para nada y que no nos conduce a ninguna parte.
Pablo sería el primero que podría pensar de ese modo. Al fin y al cabo, había pasado su vida completamente entregado al evangelio, luchando, trabajando, sufriendo... para finalmente acabar en una cárcel romana. Además, cuando miraba hacia el futuro, veía un panorama realmente negro, en el que se avecinaban "tiempos peligrosos" (2 Ti 3:1), en los que la gente no querría escuchar la sana doctrina, sino que preferirían las fábulas (2 Ti 4:3-4). Suponemos que mientras estaba encarcelado a la espera de su ejecución, se preguntaría si había valido la pena todo lo que había hecho y sufrido. Y él mismo nos explica la conclusión a la que había llegado: "Padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quien he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día" (2 Ti 1:12). Y más adelante vuelve a decir: "Yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día" (2 Ti 4:6-8). Como vemos, la mirada de Pablo estaba puesta en el futuro, y con independencia de lo que otros pudieran hacer, o de lo que ocurriera en el cristianismo después de su partida, él había terminado su carrera legítimamente y esperaba la corona de gloria que el Señor le tenía guardada.
Y ahora, cuando escribe a Timoteo, un siervo de Dios que se encontraba inmerso en todo el fragor de la batalla y que todavía tenía tiempo de servicio por delante, le anima a considerar la relación que existe entre lo que hacemos en el presente y lo que el Señor nos prepara para el futuro. Y Pablo pide que el Señor ilumine la mente de Timoteo para que comprenda bien que la recompensa futura no depende de los resultados externos que nuestra obra pueda producir, sino de nuestra actitud y fidelidad al hacerla. Los resultados dependen de la respuesta de otras personas, pero Dios nos pide cuenta por lo que nosotros hacemos. Timoteo, y también todos nosotros, debemos entender que la dedicación al Señor, haciendo todo legalmente y perseverando en la dura labor, será recompensada por el Señor.

Varios ejemplos: Jesucristo y Pablo

(2 Ti 2:8-10) "Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio, en el cual sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor; mas la palabra de Dios no está presa. Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna."
Habiendo explicado que la vida cristiana demanda soportar sufrimiento, ahora Pablo presenta a Timoteo tres alicientes que le motivarán. En primer lugar coloca el ejemplo supremo de Cristo, en segundo lugar el ejemplo del apóstol Pablo, y finalmente la certeza de la recompensa futura del Señor.
1. El ejemplo supremo de Cristo
Comienza con esta exhortación: "Acuérdate de Jesucristo". Sin duda, no hay otro ejemplo superior al que Pablo pueda apelar. Todas las verdades que ha expuesto anteriormente encuentran su expresión perfecta en Cristo. Del mismo modo, el autor de Hebreos hace una enumeración de héroes de la fe, para concluir finalmente con una exhortación a mirar a Cristo:
(He 12:1-3) "Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar."
Mirar a Cristo siempre es una fuente continua de ánimo para el cristiano. Ahora bien, ¿qué es lo que Timoteo tenía que recordar de Jesucristo? Pablo lo resume en dos breves frases: "Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio". Evidentemente habría muchas más cosas que recordar de Cristo, pero para el propósito de la exhortación que Pablo está haciendo a Timoteo, entresaca algunos hechos que expresa de una forma muy concisa.
En primer lugar tiene que recordar que Jesucristo era "del linaje de David". Con esto se refiere a su realeza. Él era el hijo que Dios había prometido al rey David y que se sentaría en su trono eternamente (2 S 7). Por lo tanto, él tenía el derecho legítimo a reinar. Él era el heredero de todas las gloriosas promesas que Dios había hecho a David. Sin embargo, cuando llegó a este mundo, no recibió ningún tipo de reconocimiento de su dignidad real.
De hecho, la segunda frase que Pablo emplea sirve para recordar a Timoteo cuál fue la actitud que los hombres tomaron en cuanto a él: "resucitado de los muertos conforme a mi evangelio". Aunque no lo dice expresamente, su resurrección implicaba necesariamente que antes había muerto. Y Timoteo sabía bien cómo los judíos y los gentiles se habían puesto de acuerdo para condenarle a morir en la cruz después de un juicio completamente injusto. Así que, aunque era el Rey prometido que se iba a sentar eternamente en el trono de Dios, sin embargo, sufrió todo el desprecio y el odio del que este mundo es capaz.
Pablo quiere que Timoteo recuerde otra cosa más. Es verdad que Dios había guardado silencio mientras los hombres impíos crucificaban a su Hijo, pero esto tenía un propósito que quedaba expresado en el "evangelio de Pablo". Sólo de esta forma Dios podría conseguir el perdón de aquellos pecadores que desearan reconciliarse con él. Pero aun con todo esto, Dios no podía guardar silencio para siempre sobre lo que los hombres impíos habían hecho con su Hijo en la cruz. No olvidemos que en su maldad, los hombres habían cuestionado que Jesús fuera realmente el Hijo de Dios y que Dios le amara (Mt 27:43). El silencio de Dios hizo pensar a los líderes judíos que Jesús era un blasfemo y que por lo tanto habían procedido correctamente al pedir a Pilato que lo crucificara. Pero después de que Cristo se hubo ofrecido en sacrificio por el pecado de los hombres, Dios se dispuso a contestar a los insultos de los hombres, y lo hizo "resucitando de los muertos" a su Hijo y glorificándolo a su lado en el trono de la Majestad en las alturas.
Timoteo tenía que acordarse de Jesucristo, quien reina triunfante después de haber pasado por la muerte, o como dice el autor de Hebreos: "coronado de gloria y de honra a causa del padecimiento de la muerte" (He 2:9). Timoteo está siendo exhortado a aceptar el sufrimiento que conlleva el servicio cristiano, pero lo debe hacer con la mirada puesta en Cristo. El nos recordó como nadie que la humillación viene antes que la glorificación, la persecución antes que la exaltación, la muerte antes que la resurrección, el odio terrenal antes que la adoración celestial. Recordar estas verdades sobre nuestro Señor Jesucristo, siempre nos animarán y estimularán para enfrentar el sufrimiento en esta vida.
Ahora Cristo ha derrotado definitivamente a la muerte y ha sacado a la luz la vida y la inmortalidad por el evangelio (2 Ti 1:10), y vive para ayudar y sostener a Timoteo y a todo creyente en la aflicción y el sufrimiento. Incluso si tuviéramos que pasar por la muerte, podemos encontrar aliento recordando que Cristo mismo ascendió a la gloria después de haber pasado por la cruz y el sepulcro.
2. El ejemplo de Pablo
El apóstol coloca a continuación su propio ejemplo. Él también sufría "penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor". Y todo por su identificación con el evangelio. El origen de sus problemas con las autoridades civiles no había que buscarlo en ninguna otra parte. Pero aunque era considerado como un "malhechor", una palabra que en el Nuevo Testamento sólo se usa para referirse a los criminales de la clase más vergonzosa (Lc 23:32-39), sin embargo, todas las veces que había sido encarcelado o azotado, siempre había sido por su celo en la predicación del evangelio. Notemos que era tal su identificación con él que lo describe como "mi evangelio".
Y desgraciadamente, el caso de Pablo no es un incidente aislado. La historia, y también el tiempo presente, están llenos de cristianos fieles que se tienen que enfrentar con los peores tratos por causa de su fe.
Sin embargo, en medio del sufrimiento Pablo se regocija cuando considera que "la palabra de Dios no está presa". Es cierto que lograron encarcelar al mensajero, pero el mensaje mismo estaba libre. Finalmente los hombres mueren, pero Cristo y su evangelio viven y triunfan a través de las edades. Como dijo el profeta Isaías: "Sécase la hierba, marchítese la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre" (Is 40:8). Y ni todos los ejércitos del mundo pueden impedir que la Palabra de Dios se extienda. Los hombres pueden silenciar a los predicadores, pero no a Dios. Como dijo el Señor Jesucristo: "si éstos callaran, las piedras clamarían" (Lc 19:40).
Voltaire, fue uno de los principales representantes de la Ilustración, un período que enfatizó el poder de la razón humana, de la ciencia y el respeto hacia la humanidad. Era ateo y escribió numerosos artículos ridiculizando la Biblia. En una ocasión afirmó que en 100 años la Biblia se extinguiría junto al cristianismo y que sólo sería hallada como una pieza de museo. A los 50 años de su muerte, su misma casa era el deposito de la Sociedad Bíblica de Génova y en su propia imprenta se imprimían centenares de Biblias. No importa qué ataques haya recibido la Biblia, siempre sobrevive y siempre sobrevivirá. Como Jesús dijo: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24:34).
Y al fin y al cabo, lo que realmente le interesaba al apóstol, no era tanto su propia situación personal, sino que la palabra de Dios corriera y fuera glorificada (2 Ts 3:1). Así que dice a continuación: "Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna".
Cuando consideraba que sus sufrimientos y privaciones estaban siendo empleados por Dios para alcanzar a otros con la bendición del evangelio, el apóstol siente satisfacción en medio de las circunstancias adversas en las que se encontraba. Y sabemos que Pablo decía esto de una forma sincera. Su corazón rebosaba de la generosidad de Cristo. En otra ocasión había expresado hasta dónde estaría dispuesto a sufrir con tal de ver salvados por el evangelio a sus parientes judíos:
(Ro 9:3) "Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne."
Así que, aunque sus sufrimientos son profundamente sentidos, él los soporta voluntariamente, ya que reconoce que tienen un propósito espiritual. Sabe que anunciar el evangelio en un mundo hostil siempre ha de despertar la oposición del diablo y por lo tanto, entiende que sus sufrimientos son el precio que hay que pagar para que esto sea posible. Cuando escribió su carta a los Colosenses les enseñaba el mismo principio: "Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia" (Col 1:24). Así que, no se trata de resignarse ante lo inevitable, sino que había tomado la decisión de seguir adelante anunciando el evangelio a pesar de que la carga bajo la cual estaba era realmente muy pesada. Pero lejos de quejarse, él veía en todo ello un privilegio. Por supuesto Dios no depende de lo que ningún hombre pueda hacer, pero nos concede el honor de ser colaboradores suyos por su gracia inmerecida. Pablo sabía bien que la salvación de las almas no dependía en ninguna medida de su constancia o de las aflicciones que tuviera que soportar, sino de la obra suprema de Cristo en la cruz.
Notamos también que dice que todo esto lo soportaba "por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación". Estos "escogidos" son aquellos de los que Pedro afirma que habían sido "elegidos según la presciencia de Dios" (1 P 1:2) y Pablo dice que son los "que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo" (Ro 8:29). Evidentemente a Dios no se le oculta quiénes son aquellos que van a responder al evangelio con arrepentimiento y fe, pero ni Pablo ni ningún hombre sabe quiénes son estos, así que debemos predicar el evangelio a todos los hombres por igual, siempre con el deseo de que otros muchos entren en el gozo de la salvación y participen de la gloria eterna con Cristo Jesús. Así que, puesto que Dios no hace acepción de personas y ama a todo el mundo por igual (Jn 3:16), nosotros tampoco podemos hacer diferencias al predicar el evangelio.
Aunque en este contexto, como en otras muchas ocasiones, la referencia a "los escogidos" no tenga que ver con personas concretas, sino que sólo sea una forma de referirse a la Iglesia como el pueblo escogido de Dios, usando el mismo lenguaje que se empleaba en el Antiguo Testamento para referirse al pueblo de Israel.

Un aliciente: La certeza de la recompensa futura

(2 Ti 2:11-13) "Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará; si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo."
Algunos han sugerido que lo que viene a continuación es un antiguo himno de la iglesia primitiva. Pudiera ser así, pero no hay forma de probarlo. Por eso, en lo que realmente debemos centrar nuestra atención es en su contenido.
Vemos que Pablo comienza asegurando que lo que va a decir es digno de toda confianza: "Palabra fiel es esta". Luego señala que existe una estrecha relación entre nuestra conducta aquí y nuestra condición futura en la eternidad. Finalmente todo depende de nuestra identificación con Cristo: "Si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará. Si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo".
El hombre natural rechaza estas ideas. No puede aceptar que tengamos que morir para vivir, que la muerte sea la entrada a la vida. Pero este es el camino que Cristo siguió.
Ahora bien, al leer estos versículos surge la pregunta sobre a qué muerte se está refiriendo el apóstol: "Si somos muertos con él, también viviremos con él". Algunos sugieren que se trata del hecho de morir con Cristo cuando nos convertimos. Y por supuesto que ésta es una condición imprescindible si queremos vivir eternamente con él. Sin embargo, aunque ésta es una verdad que se expresa en otros pasajes de la Escritura (Ro 6:4-8), el contexto aquí nos hace pensar que se trata del sufrimiento físico, que en ocasiones puede llegar incluso al martirio. Y si nuestra lealtad a Cristo requiere para nosotros llegar a la muerte física, podemos tener la plena seguridad de que "también viviremos con él". Pablo sabía que "aquel que resucitó al Señor Jesús", también le resucitaría a él (2 Co 4:14).
En cualquier caso, aunque no todos los creyentes son llamados a experimentar el martirio, sin embargo, todos aquellos que quieran seguir fielmente a Cristo, tendrán que sufrir en mayor o menor medida (2 Ti 3:12). Pero si morir con Cristo nos lleva a vivir con él, sufrir por Cristo, también nos conduce a reinar con él. Aquellos que comparten con él el rechazo del mundo, también disfrutarán con él cuando venga en su gloria a reinar. Y Pablo afirma que la gloria que disfrutaremos en ese momento no es comparable con los sufrimientos que podamos llegar a pasar ahora:
(Ro 8:17-18) "Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse."
En el lado opuesto, cabe la posibilidad de negarle: "Si le negáremos, él también nos negará". El mismo Señor advirtió enfáticamente sobre este peligro (Mt 10:33). Debemos entender que el hecho de negarle implica manifestar públicamente que no tenemos ninguna relación con él. Suponemos que se trata de personas que no son realmente creyentes, que quizá en algún momento han podido hacer una confesión de labios, pero no de corazón. En esos casos, la persecución tiene la virtud de sacar a la luz la fe fingida.
Hemos de entender que no se trata de una negación momentánea, como ocurrió en el caso del apóstol Pedro cuando negó a Jesús en el patio del sumo sacerdote, sino de una actitud permanente de rechazo. Como sabemos, Pedro se arrepintió rápidamente y fue restaurado por el Señor, pero aquellos otros que perseveran en su rechazo porque nunca han abrazado al Señor por la fe de una forma genuina, él también los negará, lo que implica la idea de repudio y por supuesto la pérdida de toda bendición. Esto tendrá lugar en un día venidero cuando él aparezca en toda su gloria para reinar (Mr 8:38). Ante esta perspectiva, resulta irrazonable negarle por intentar conservar algún tipo de ventaja en esta vida pasajera.
Y a continuación concluye: "Si fuéremos infieles, él permanece fiel, él no puede negarse a sí mismo". Finalmente se subraya el contraste entre la infidelidad del hombre y la fidelidad de Dios. Esta infidelidad puede estar originada por la incredulidad en el hombre inconverso, pero también puede incluir al creyente que manifiesta un comportamiento incoherente con su fe.
En cualquier caso, el carácter de Dios no puede cambiar y esto garantiza que va a permanecer fiel a su palabra. Esto implica que él no va a aceptar nunca nuestras infidelidades, aunque seamos sus hijos. Y del mismo modo, cumplirá sus promesas de bendición con aquellos que han sido fieles. Sería inconsistente con su carácter inmutable tratar de la misma manera a los fieles y a los infieles. Él es igualmente fiel en sus amenazas como en sus promesas. Tenemos abundantes ejemplos de ello en el trato de Dios con su pueblo escogido en el Antiguo Testamento. Por eso, aquellos que piensan que Dios no enviará a ninguna persona al infierno, no entienden la naturaleza de Dios.
Hay una hermosa ilustración de este principio de retribución y recompensa en la historia del rey David cuando sufrió un golpe de estado a manos de su hijo Absalón y tuvo que salir precipitadamente de Jerusalén. Este fue un tiempo muy difícil para él, y obligó a todos en el reino a tomar una posición en relación a David. Algunos estuvieron con él en todo momento, pero otros le abandonaron y se aliaron con Absalón. Finalmente el golpe de estado no prosperó y el mismo Absalón murió, lo que permitió que David se sentara nuevamente en su trono en Jerusalén. En ese momento, aquellos que se habían identificado con él en su destierro, haciendo suyas sus penurias y sufrimientos, recibieron diferentes recompensas, mientras que quienes apoyaron a Absalón también se les retribuyó por sus malas acciones (2 S 15-19).

Comentarios

Estados Unidos
  Jorge Herrera  (Estados Unidos)  (26/03/2019)
Excelente exposición, su claridad y orden, no solo en cuanto al bosquejo, sino también al contenido. Le diría felicitaciones, pero lo correcto seria mas bien dar gracias a Dios por material como este a través de obreros fieles e idóneos (capaces) preparados como usted.
Estados Unidos
  jorge chavez  (Estados Unidos)  (20/01/2015)
Bendiciones a todo el pueblo de Dios lo poco que he podido disfrutar a sido para bendicion, mil gracias por compartir su conocimiento que nuestro señor Jesucristo los bendiga abundantemente.
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