"Hombres amadores de sí mismos". Los hombres dejarán de considerar a Dios como el centro de sus vidas para pensar en ellos mismos. Este cambio del centro de gravedad, es el causante de los desórdenes que a continuación va a describir. De hecho, fue la misma tentación en la que cayeron Adán y Eva con los desastrosos resultados que ya conocemos: "el día que comáis del árbol, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios" (Gn 3:5). Hoy en día, el amor por uno mismo es considerado como el primero y más grande de los mandamientos, y esto incluso dentro de la misma iglesia. Conceptos como la autoestima, el amor propio, el tener una imagen positiva de uno mismo, la autosatisfacción, son vistos por muchos cristianos como la meta a alcanzar. Con frecuencia se olvida la enseñanza del Señor Jesucristo en cuanto a negarse a uno mismo y tomar la cruz (Mt 16:24), o las exhortaciones de los apóstoles a no hacer nada por vanagloria, sino que con humildad consideremos al otro como superior a nosotros mismos (Fil 2:1-4). Y esto es realmente muy grave, porque el amor propio siempre hace disminuir nuestro amor por Dios y por el prójimo, de tal modo que no es de extrañar que esta característica figure en el primer lugar, porque en cierto sentido, las demás vienen como consecuencia de ella.
"Avaros". Literalmente "amadores del dinero". Cuando Dios no ocupa el centro del corazón del hombre, éste tiene que ser llenado con otras cosas que nunca llegan a satisfacerle plenamente. Esta es la base del materialismo que rige nuestras sociedades modernas, y hay que reconocer con tristeza, que esto también se ha introducido en la iglesia. Con frecuencia oímos de predicadores que dedican gran parte de su tiempo a pedir dinero desde el púlpito, y por otro lado, tampoco faltan los defensores del "evangelio de la prosperidad", que presumen de un tipo de vida cargada de ostentación y lujo como prueba de su gran fe. Por supuesto, intentan justificar su actitud de una forma bíblica, pero no cabe duda de que su estilo de vida no se parece en nada al del Señor Jesucristo, quien afirmaba que "las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza" (Mt 8:20). Incluso las personas que no son creyentes se dan cuenta de que estos predicadores son "amadores del dinero" y que usan la religión para su propio beneficio económico. El apóstol ya había advertido a Timoteo en su primera carta de este tipo de personas que "trastornan casas enteras, enseñando por ganancia deshonesta lo que no conviene" (Tit 1:11); y no tienen reparos en tomar "la piedad como fuente de ganancia" (1 Ti 6:5). Hay que tener cuidado con ellas, porque aunque usan un lenguaje espiritual muy prometedor, su verdadero interés está en las cosas materiales de este mundo. Y no olvidemos otra de las advertencias de Pablo: "raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores" (1 Ti 6:10).
"Vanagloriosos". Este es otro elemento más de esta actitud egocéntrica. El hombre dando rienda suelta al orgullo de sí mismo, apropiándose de honores que no le corresponden en justicia, haciéndose siempre el héroe de sus propios relatos con el fin de hacer creer a los demás que son mejores de lo que realmente son. Es fácil identificar esta actitud en muchos líderes religiosos. Al escucharlos percibimos que dedican mucho más tiempo a hablar de sus propias experiencias y logros personales en el campo espiritual, que a explicar lo grande y glorioso que es el Señor Jesucristo. Y por otro lado, promueven el "culto a la personalidad", ocupando siempre el centro de toda la atención.
"Soberbios". Tan alto concepto tienen de sí mismos, que en su trato con los demás se muestran altaneros y arrogantes. Siempre se colocan por encima de los demás; lo saben todo, son mejores que los demás, carecen de humildad y modestia, tienen un deseo constante de satisfacer su propia vanidad, se muestran seguros de que lo suyo siempre es mejor y tratan a los demás con cierto menosprecio. Y cualquiera que los cuestione, se constituye inmediatamente en objeto de su ira y menosprecio.
"Blasfemos". Manifiestan la misma actitud en su forma de hablar, usando un lenguaje injurioso hacia otros, despreciando, insultando y calumniando tanto a los hombres como a Dios. Cuando hablan son dañinos e hirientes.
"Desobedientes a los padres". En el ámbito familiar han perdido todo respeto al principio de autoridad. Desde jóvenes no dudarán en desobedecer la autoridad que Dios mismo ha dado a los padres, por lo tanto, no tendrán reparos en rebelarse también contra todo principio de autoridad. Esta es una terrible característica de nuestro tiempo, pero parece que ya se observaba en la época de Timoteo (1 Ti 5:8).
"Ingratos". Personas que no saben decir "gracias". Sienten que se han hecho a sí mismos y que han logrado todo lo que tienen por sus propios méritos y esfuerzos, así que no creen que haya ninguna razón para mostrarse agradecidos.
"Impíos". No tienen ningún tipo de respeto o reverencia hacia lo sagrado. El término describe un desconocimiento total de sus obligaciones hacia Dios y conlleva incluso la idea de falta de decencia.
"Sin afecto natural". Perderán hasta los instintos naturales más elementales. Serán personas sin corazón, incluso en su trato con los hijos o sus seres más cercanos. Su único interés está en ellos mismos.
"Implacables". Hombres que se resisten a todo esfuerzo de reconciliación. Inflexibles, sus contiendas nunca terminan. Se niegan a cambiar pase lo que pase. Están determinados a ir por su propio camino sin importarles las consecuencias.
"Calumniadores". Literalmente "diablos". Imitan el carácter del diablo al inventar y arrojar constantes acusaciones malignas contra otros. Con sus calumnias intentan arruinar el prestigio del otro.
"Intemperantes". Sin dominio propio, no ejercen ningún tipo de control sobre sus deseos y pasiones. Desechan todo tipo de inhibiciones y vergüenza. No les preocupa lo que los demás puedan pensar de su comportamiento ni las consecuencias que pueda tener. Están a merced de sus bajos instintos. Carentes de todo tipo de disciplina y orden.
"Crueles". Serán salvajes e indómitos, darán rienda suelta a su naturaleza despiadada. Desconocen por completo el concepto de bondad. Es difícil pensar que esto tenga que ver con personas que profesan la fe cristiana, pero encontramos numerosos casos de ello en la historia. Por ejemplo, el tribunal de la "Santa Inquisición" torturó y mató a miles de personas durante siglos, y las personas que llevaban a cabo aquellos terribles y crueles interrogatorios fueran personas religiosas que se declaraban cristianas y que creían que de ese modo estaban sirviendo a Dios.
"Aborrecedores de lo bueno". Odian todo lo que sea bueno, ya sean personas buenas, o valores y virtudes buenas. En realidad, odian lo que deberían amar y aman lo que deberían odiar (Is 5:20).
"Traidores". Personas traicioneras que defraudan toda la confianza que es puesta en ellos. Tenemos un lamentable ejemplo de esto en Judas, "el traidor" (Lc 6:16).
"Impetuosos". Literalmente "cayendo hacia adelante". Son personas que se abalanzan sin pensar en lo que hacen y en las consecuencias que sus hechos tendrán. Son insensatos, temerarios, irreflexivos, precipitados y no se detienen ante nada ni nadie. Esto se manifiesta en sus obras y también en sus palabras. Nadie puede decirles nada porque ellos lo saben todo. Es todo lo contrario de lo que debe ser el carácter cristiano: "todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse" (Stg 1:19).
"Infatuados". Tiene el significado de estar envuelto en humo, nublados, hasta tal punto que no pueden ver más allá de sí mismos. Personas hinchadas de vanidad que han llegado a tal estado de orgullo y de envanecimiento que su mente ha quedado nublada y entontecida. Tienen un concepto de ellos mismos totalmente desproporcionado e irreal. Esta sería también una característica de los falsos maestros (1 Ti 6:3-4).
"Amadores de los deleites más que de Dios". En realidad no hay ningún tipo de amor hacia Dios. Sólo persiguen sus deseos egoístas e ignoran por completo todas las demandas de Dios. El deseo de comodidad, buena comida, satisfacción sexual y otras indulgencias llenan toda su vida. Están entregados a sus propios placeres y son controlados por ellos.
"Tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella". Resulta curioso que a pesar de tener un carácter tan impío, sin embargo no se reconocen como paganos, sino que aparentan profesar el cristianismo. Conservan una forma de religión externa, pero sus hechos demuestran que no hay piedad en su corazones. Les encantan las expresiones religiosas visibles, pero esta apariencia es lo único que les queda, y se cubren con ella con el fin de que otros los acepten como buenas personas. Sin embargo, en ellos no se puede apreciar nada del genuino poder transformador del Espíritu Santo. Estos son a los que Pablo se refirió en su carta a Tito: "Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra" (Tit 1:16). Son impostores y farsantes que "vienen vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces" (Mt 7:15).
"Hombres corruptos de entendimiento". Su capacidad para percibir y entender la verdad de Dios estaba completamente corrompida, de tal manera que toda conclusión a la que pudieran llegar estaría equivocada. De hecho, por su analogía, Pablo sitúa sus actividades en la misma categoría que la de los hechiceros de Faraón.
"Réprobos en cuanto a la fe". Una vez que han sido puestos a prueba han resultados desaprobados. La idea es la de una moneda que es examinada y se encuentra que es falsa y por lo tanto carente de valor. Aquí la palabra "fe" se usa objetivamente, refiriéndose al conjunto de doctrinas que conforman el evangelio. Y estas personas, que de alguna manera estaban relacionadas con la iglesia, habían demostrado su alejamiento de la fe y su entrega al error, mostrándose incompetentes para proclamar la verdad.