"Para enseñar". La Palabra de Dios debe ser siempre el contenido de la enseñanza. La razón es que sólo en ella encontramos la verdad revelada de Dios, y por lo tanto, la única autoridad válida en asuntos doctrinales. En el cristianismo de nuestros días, cada vez es más urgente volver a recuperar este énfasis en la enseñanza de la Palabra, máxime cuando crecen el número de predicadores que tienen como finalidad entretener a sus auditorios con anécdotas, monólogos graciosos, experiencias, y otras muchas cosas que difícilmente podríamos catalogar como "enseñanza bíblica".
"Para redargüir". Literalmente "reprochar", "reprender". Al enseñar la Palabra de Dios, sale a la luz lo que es falso e inmoral, convenciéndonos de ello para que cambiemos nuestra forma de pensar y actuar. Sólo la Palabra puede penetrar de esta manera en el alma, la mente y el corazón del hombre (He 4:12-13).
"Para corregir". Las Escrituras son como la plomada divina que sirve para verificar todo pensamiento, motivación o acción, mostrando aquello que no es correcto. Luego, una vez que el pecador ha sido reprendido por la Palabra, ésta puede guiarle también en el camino correcto para que enderece su vida. Por ejemplo, las Escrituras no sólo reprenden al ladrón: "el que hurtaba, no hurte más", sino que también le enseñan lo que debe hacer: "sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga con qué compartir con el que padece necesidad" (Ef 4:28). Y por otro lado, no sólo sirve para corregir moralmente, sino también a nivel doctrinal, puesto que la exposición fiel de la Palabra saca a la luz los errores de los falsos maestros y nos enseña lo que es sano y provechoso.
"Para instruir en justicia". Comunica la idea de entrenar a un niño. Y de la misma manera, todo creyente necesita ser educado, entrenado y disciplinado en los principios de la justicia para que sea justo.
"A fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra". La Palabra tiene la capacidad de hacer que el hombre de Dios (no sólo el predicador, sino cualquier creyente), sea "perfecto", es decir, completo y maduro. No necesita de otras cosas, como tradiciones religiosas o doctrinas de hombres. La instrucción por medio de la Escritura asegura a cada creyente la plena preparación para cumplir todas las demandas del evangelio. Pero notemos que esta capacitación no sólo es teórica, sino que ha de concluir necesariamente en "toda buena obra".