Para quitar la viga de tu ojo antes de sacar la paja del ojo del otro, es decir, discernir donde he fallado yo antes de fijarme en el fallo del otro, (Mt 7:3-5).
Para dar gracias por lo que el otro hermano tiene de bueno, por ser de Cristo. A veces su preocupación refleja el área de su don espiritual, y su insistencia en ello puede molestar si mis dones son otros.
Para descubrir si es mejor hablar del tema o callar, confrontar o pasar por alto la cuestión; si está en juego el testimonio de la iglesia o no.
Para discernir lo que puede haber detrás del comportamiento del otro (a veces hay circunstancias personales que habría que tener en cuenta).
Para preguntar qué quiere hacer en mi vida el Señor, a través del carácter difícil de este hermano: si hay alguna lección que puedo aprender.
Para pedir que nos dé la ocasión de hablar tranquilamente.
Para ver si es un fallo de comunicación o si se trata de distintas maneras de enfocar la vida, y qué hacer al respecto.
Para tener la gracia de dejarle un margen de confianza al otro, para que siga madurando en Cristo.
Para abordar todos estos aspectos hace falta un tiempo fijo cada día, cuando nos ponemos delante del Señor y le abrimos el corazón. En el tiempo devocional, permitimos que el Señor nos hable por medio de su Palabra y luego descargamos en él todas nuestras preocupaciones y necesidades. La vida con Dios es una relación viva con una persona real. Si con un amigo nunca hablamos, la amistad no puede crecer. Es así la amistad con el Dios del universo, por medio de Jesucristo.