Para Judas, lo que María entregó al Señor le parecía desproporcionado. Según él, habría sido suficiente con una cantidad mucho menor y el resto se podría haber vendido para darlo a los pobres.
Cada uno de ellos valoraba al Señor de forma muy distinta. María consideraba que lo que le daba al Señor era muy poco porque tenía un concepto muy grande de su majestad y gloria, en cambio, para Judas, todo era excesivo, porque en su corazón no había llegado a valorar la verdadera dimensión de quién era Jesús.
María sentía agradecimiento por lo que Jesús había hecho por su hermano Lázaro, pero Judas no valoraba el gran privilegio de haber sido constituido por el Señor como uno de sus apóstoles.
A María le importaban las personas, y en especial el Señor, pero para Judas sólo contaba el dinero y él mismo.
María actuaba porque amaba al Señor, Judas le seguía pensando en lo que podía sacar de él. Su corazón era frío, distante y sin amor por el Maestro.
María entregaba lo mejor que tenía para su Señor en un acto de generosa devoción, mientras que Judas se disponía a entregar al Señor a las autoridades judías con el fin egoísta de sacar unas monedas de plata.
María preparaba el cuerpo del Señor para su sepultura, mientras que Judas se encargaba de poner al Señor en las manos de sus enemigos para que le matasen.
María adoraba al Señor mientras que Judas le criticaba y ponía objeciones.