Estudio bíblico: La ruptura de la relación entre el Padre y el Hijo - Salmo 22:1-5

Serie:   Los Salmos   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
Resultado:
Votos: 3
Visitas: 11133

La ruptura de la relación entre el Padre y el Hijo (Salmo 22:1-5)

Introducción

Ante nosotros tenemos una vívida descripción de "los sufrimientos de Cristo y las glorias que vendrían tras ellos" (1 P 1:11). Este salmo, junto con el capítulo 53 de Isaías, constituyen las dos profecías más importantes sobre el Calvario que podemos encontrar en el Antiguo Testamento. Y aunque en ambos casos fueron escritas cientos de años antes de su cumplimiento, su exactitud es asombrosa. Pareciera como si hubieran sido compuestas al pie de la cruz por un testigo ocular, pero no, David vivió mil años antes de la venida de Cristo, e Isaías unos seiscientos años antes. Por lo tanto, lo primero que debemos subrayar, es que estos escritos proféticos constituyen una fuerte evidencia a favor de la inspiración de las Escrituras.
No obstante, aunque tanto David como Isaías describieron los sufrimientos de Cristo, sin embargo su enfoque no es el mismo. Isaías contempla esos sufrimientos desde una perspectiva externa, como si fuera un espectador que relata lo que está ocurriendo, pero la descripción de David es diferente, en su caso se trata de los sufrimientos de Cristo tal como él mismo los veía y sentía. Este detalle le da un valor único a este salmo.
Y aunque es cierto que el salmo fue escrito por el rey David, tal como se indica en el título añadido, los sufrimientos y agonía descritos en él sobrepasan con creces a cualquier incidente conocido de su vida. El tema principal de la primera parte del salmo tiene que ver con una ejecución, y no tenemos constancia de que David pasara por una experiencia así, de hecho, murió en su cama siendo muy anciano. Debemos pensar, por lo tanto, que él estaba relatando proféticamente los sufrimientos de otro, nada menos que de Aquel descendiente suyo que se sentaría en su trono y gobernaría el mundo eternamente. El apóstol Pedro justificó este hecho diciendo que el rey David era un profeta y Dios le había revelado de antemano los sufrimientos de Cristo y la gloria que vendría tras ellos (Hch 2:29-31). Así pues, estamos ante un salmo mesiánico, en el que su autor, el rey David, anticipa proféticamente ciertos aspectos del ministerio del Mesías.
En cuanto a la estructura del salmo, notamos dos partes claramente diferenciadas. La primera abarca hasta el versículo veintiuno, mientras que la segunda ocupa el resto. El contraste entre ambas es muy evidente.
En la primera sección se describen los sufrimientos de Cristo mientras estaba clavado en la cruz. Comienza expresando la intensa agonía que le producía el hecho de haber sido desamparado por Dios, a lo que se añadía también el desprecio de todas las personas que le miraban con odio, y que como bestias salvajes embestían contra él en medio de su debilidad. Y a más de esto, el pasaje nos describe de una forma muy vívida los terribles sufrimientos físicos que acompañaron a su lenta ejecución en la cruz. Pero en medio de todo el terrible sufrimiento al que Cristo fue sometido, encontramos una y otra vez repetidas muestras de una fe y confianza inquebrantables en Dios. Lo que no encontramos, y es importante subrayarlo, es ningún deseo de venganza sobre los que le maltrataban, o la confesión de alguna culpa que hubiera provocado tal ejecución como un castigo divino.
La segunda parte del salmo es completamente diferente. En ella la nota dominante es la gratitud y la alabanza por la liberación recibida. Ahora la mirada del salmista se dirige hacia la resurrección y glorificación del Mesías. Ya no se encuentra en medio de sus enemigos, sino que lo vemos declarando la gloria de Dios entre sus "hermanos", que son invitados a celebrar con él su liberación y victoria.

La ruptura de la relación entre el Padre y el Hijo

(Sal 22:1-2) "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes; y de noche, y no hay para mí reposo."
Sin ningún tipo de preámbulo, el salmo comienza colocándonos ante un hecho insólito: Cristo abandonado por Dios. Es el mismo grito desgarrador que escuchamos de la boca del Señor Jesucristo cuando estaba en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mt 27:46) (Mr 15:34).
1. La ruptura de la comunión con el Padre fue el mayor sufrimiento de la cruz
Esta ruptura de la comunión entre el Padre y el Hijo aparece al inicio del salmo porque fue sin duda el mayor dolor de la cruz. Luego veremos que también sufrió el abandono y desprecio de los hombres, y los terribles sufrimientos físicos que formaban parte de la crucifixión, pero nada de todo eso era comparable con la separación de Dios.
Tal vez a nosotros nos cueste entender cómo esta ruptura podía producir en Cristo tal grado de sufrimiento. Y esto es así, porque en nuestro caso, es posible que con frecuencia pasemos los días sin que casi busquemos la presencia de Dios en nuestras vidas. Quizás una rápida oración al comenzar y terminar el día, o cuando nos sentamos a la mesa a comer, y poco más. A nosotros son otras las cosas que nos preocupan de nuestra relación con Dios: ¿Por qué estoy enfermo y el Señor no me sana? ¿Por qué no tengo trabajo ni dinero y el Señor no me provee? Sin lugar a dudas, todas éstas son preocupaciones legítimas, pero se centran en el hecho de que no recibimos de Dios lo que esperamos y no en nuestra relación constante con él. Pero en el caso de Cristo, lo que realmente le preocupaba por encima de todo lo demás, era la comunión con su Padre.
Con frecuencia los hombres nos comportamos como el rey Saúl. Recordamos que unas horas antes de morir decía: "Estoy muy angustiado, pues los filisteos pelean contra mí, y Dios se ha apartado de mí, y no me responde más, ni por medio de profetas ni por sueños" (1 S 28:15). Escuchando el patetismo de sus palabras, queda claro que estaba sufriendo por que Dios se había apartado de él. Sin embargo, considerando la vida de Saúl, no hay duda de que para él, disfrutar de una relación personal con Dios no era algo que realmente le importara. Como muchos otros hombres, se acordaba de Dios en ese momento porque estaba en serios apuros, pero el resto de su vida la había vivido sin importarle nada la comunión con Dios.
Ahora bien, para nuestro Señor Jesucristo era completamente diferente. El gozo que había compartido con su Padre durante cada instante de la eternidad era infinito. Hablando de esa relación eterna, el evangelista Juan la describe de esta manera tan entrañable: "el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre" (Jn 1:18). Ni un solo instante durante toda la eternidad se había roto esa comunión, hasta que llegamos a este momento en la cruz. Este es el horror de la verdadera soledad: ser desamparado por aquel a quien más amamos, y en el caso de Cristo, no podía haber nada más doloroso que la separación de su Padre.
Quizás no hemos pensado demasiado en este asunto. ¿Cuál será la mayor causa de sufrimiento en el infierno? ¿No es la separación eterna de Dios nuestro creador? Por supuesto que sí. Y esto no lleva a pensar en algo muy solemne: en cierto sentido muy real, podemos decir que Cristo sufrió el infierno mientras estuvo en la cruz y su relación con el Padre fue rota.
2. ¿Entiende Dios el sufrimiento humano?
Cuando leemos los Salmos o el libro de Job, vemos que en momentos de crisis, muchos santos llegaban a tener un conflicto entre su teología y su experiencia, lo que les llevaba a estar desconcertados. Su mente no negaba la existencia de Dios, pero ésta no se hacía visible por ninguna parte. Todo parecía ocurrir como si Dios fuera completamente ajeno a los problemas de sus siervos. Para ellos, el silencio de Dios ante su dolor o las injusticias que sufrían era incomprensible. Si no hubieran creído en Dios, no habrían pasado por una agonía así, porque al fin y al cabo, era su fe lo que les llevaba a ese doloroso conflicto. Oraban desesperadamente desde lo más profundo de su alma, pero Dios parecía estar lejos y en silencio. Esta ha sido la experiencia de muchos creyentes a lo largo de los siglos.
Sin duda alguna, la existencia del sufrimiento ha constituido siempre un gran desafío para la fe cristiana. Y es un hecho que nadie está libre del sufrimiento, ni siquiera los cristianos. Muchos han sufrido privaciones en su infancia que han dejado en ellos conflictos emocionales para el resto de sus vidas. Otros sufren alguna discapacidad mental o corporal congénita, o súbitamente y sin aviso nos ataca una dolorosa enfermedad que acaba con nosotros o con algún miembro de la familia. Podemos quedarnos sin trabajo porque no nos necesitan y hundirnos en la pobreza. Quizá nos aflige una soltería no deseada o somos víctimas de un matrimonio desgraciado, de un divorcio, de la depresión o de la soledad. El sufrimiento se presenta de muchos modos no deseados, y es entonces cuando le hacemos a Dios nuestras angustiadas preguntas: ¿Por qué? ¿Por qué yo?
Y algunas veces, en esos momentos de dolor, Dios parece guardar un silencio absoluto, como si fuera indiferente a nuestro sufrimiento. Y surgen nuevas preguntas: ¿le importa a Dios el sufrimiento humano? ¿Acaso puede entenderlo? Seguramente Job expresó con palabras lo que muchos no se han atrevido:
(Job 9:23) "Si azote mata de repente, se ríe del sufrimiento de los inocentes."
Pero el Salmo 22 nos sirve para ver que Dios sí que entiende nuestro dolor, incluso cuando parece guardar silencio sin justificación aparente. Y lo entiende porqué él mismo pasó por esa misma experiencia. Escuchemos a nuestro Señor Jesucristo mientras estaba en la cruz: "Dios mío, clamo de día, y no respondes; y de noche, y no hay para mí reposo". El día y la noche eran testigos de sus súplicas en medio del intenso dolor, pero Dios permanecía en silencio.
Podemos pensar que Dios estaba lejos, indiferente a lo que ocurría en la cruz, pero no, Dios mismo, el Padre, estaba en la cruz de Jesús. Veamos como lo expresó el apóstol Pablo:
(2 Co 5:19) "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados"
Si Dios se ha solidarizado de tal manera con el dolor humano es porque no le resulta indiferente. La cruz es la prueba suprema del amor solidario de Dios hacia nuestro dolor, pero no es la única. Recordemos que cuando Israel sufría de una amarga y prolongada esclavitud en Egipto, las Escrituras nos dicen que "Dios oyó el gemido de ellos" (Ex 2:24), pero hizo mucho más que eso; el profeta Isaías afirma que "en toda angustia de ellos él fue angustiado" (Is 63:9). Y otro ejemplo en el Nuevo Testamento: cuando Saulo de Tarso perseguía y asolaba la iglesia, el Señor se presentó delante de él en el camino de Damasco y le dijo: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" (Hch 9:4). De este modo Cristo mostró su solidaridad con su iglesia perseguida.
En un mundo lleno de dolor, ¿cómo podría alguien adorar a un Dios que no sintiera nada por el dolor? Quizá usted ha tenido la oportunidad de ver una de esas estatuas de Buda que se encuentran en los templos budistas. Siempre están con las piernas y brazos cruzados, los ojos cerrados y una leve sonrisa alrededor de la boca. Parece totalmente apartado de las agonías de este mundo. ¡Qué imagen tan diferente cuando miramos a la cruz! Allí vemos a Cristo solo y abandonado, retorcido y torturado; con clavos que le atravesaban las manos y los pies; con su espalda lacerada y las extremidades dislocadas; su frente ensangrentada por acción de las espinas y la boca seca, sintiendo una sed insoportable. ¡En un mundo de dolor como el nuestro, qué importante es creer en un Dios que sabe por experiencia propia lo que es el sufrimiento! Recordemos que cuando el Señor Jesucristo se presentó a sus discípulos después de la resurrección les invitó a examinar y tocar sus heridas: "dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado" (Jn 20:27). Este es un detalle muy interesante, porque seguramente no esperaríamos encontrar cicatrices o heridas en su cuerpo glorificado de resurrección, pero él las ha mantenido para recordarnos que entiende el sufrimiento humano.
3. El sufrimiento de Cristo en la cruz nos ayuda a superar nuestro sufrimiento
El sufrimiento es un intruso en el mundo perfecto que Dios creó, y no tendrá lugar en los cielos nuevos y tierra nueva (Ap 21:4-5). Fue introducido en nuestro mundo por Satanás cuando el hombre pecó en el huerto del Edén, y aunque no nos guste, deberemos convivir con él hasta que Dios haga todo nuevo. Esto quiere decir que hay ocasiones en las que debemos aceptar el sufrimiento en nuestras vidas, y es entonces cuando el ejemplo de Jesús se convierte para nosotros en una fuente insuperable de inspiración.
Como ya hemos comentado, Dios conoce por experiencia propia lo que implica sufrir en este mundo pecador. Esto lo descubrió Joni Eareckson, una joven que sufrió un accidente acuático que la dejó cuadripléjica. Ella pasó por épocas de amargura, ira, rebelión y desesperación. Una noche, unos tres años después del accidente, Cindy, una de sus amigas más íntimas, sentada al lado de su cama, le habló de Jesús, y le dijo: "La verdad es que él también estaba paralizado". No se le había ocurrido antes que, en la cruz, Jesús sufrió un dolor similar al de ella, que él también estaba imposibilitado de moverse, virtualmente paralizado. Descubrió que ese pensamiento le resultaba profundamente consolador. Mirar a Cristo en la cruz y considerar su liberación posterior por medio de la resurrección, son una poderosa fuente de inspiración que nos ayuda a soportar pacientemente el dolor.

El amor de Cristo hacia su Padre

(Sal 22:3) "Pero tú eres santo, tú que habitas entre las alabanzas de Israel."
No hay duda de que el sufrimiento pone a prueba nuestra fe. ¿Cómo podemos seguir confiando en Dios cuando nos sentimos abandonados por él en el momento en que más lo necesitamos? Cuando la calamidad llega, muchas personas, incluso creyentes, se vuelven contra Dios, le acusan o disputan con él. Ese fue el caso de Job. Mientras Dios le colmó de bendiciones, Job vivía feliz en la comunión con él, pero cuando la adversidad tocó su vida, empezó a cuestionar amargamente a Dios. Le parecía que actuaba de una forma cruel con él, incluso implacable (Job 30:21). Le acusó de haber amargado su alma y de privarle de justicia (Job 27:2). Una y otra vez reiteraba su inocencia, y al hacerlo, no dudaba en culpar a Dios de lo que le ocurría (Job 40:8). En esos momentos, su mayor anhelo era llegar hasta donde Dios estaba a fin de acusarlo personalmente. Job no cesaba de contender y disputar con Dios (Job 40:2).
Es triste tener que admitirlo, pero en cierto sentido, Satanás tenía algo de razón en su planteamiento:
(Job 1:9-11) "Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: ¿Acaso teme Job a Dios de balde? ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra. Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia."
Lo que Satanás vino a decir es que Dios no es digno de ser amado por quien es, y que de hecho, cuando algún hombre parece amarle, realmente lo hace por las bendiciones que espera recibir de él. Ante un planteamiento así, la única forma que había de comprobar si Job realmente amaba a Dios por quién era y no por lo que le daba, era quitándole todas las bendiciones con las que había colmado su vida. La cosa se llevó a cabo bruscamente, y aunque es verdad que Job no blasfemó contra Dios en un principio (Job 1:22), sin embargo, tal como acabamos de ver, después sí que llegó a tener una actitud muy crítica contra él.
Ahora tenemos ante nosotros un caso similar en algunos sentidos. Cristo era un hombre, y como tal, había sido desamparado por Dios. ¿Seguiría Jesús confiando en Dios en esas circunstancias, o se quejaría amargamente contra él?
Inmediatamente vamos a ver que el amor del Hijo hacia el Padre era como el que describía el autor del Cantar de los Cantares: "Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos" (Cnt 8:7). Ni por un momento iba a cuestionar la rectitud moral del Padre. Notemos sus palabras: "Pero tú eres santo, tú que habitas entre las alabanzas de Israel". ¡Qué diferente la actitud de Cristo y la de Job! ¡Aquí sí que tenemos a un Hombre perfecto! Cristo seguiría amando al Padre y alabándole aunque todo en la vida estuviera en contra suya.
Cuando unas horas antes estaba en el huerto de Getsemaní, oraba a su Padre de este modo: "Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú" (Mt 26:39). Aquella copa contenía todas las iniquidades y abominaciones de los hombres, pero el Hijo siempre presentaba esa actitud obediente por excelencia, siempre dedicado a lo que agradaba a su Padre, aunque eso le llevara al sufrimiento más intenso.
Su amor por el Padre era inquebrantable. Es como si dijera: No importa lo que tenga que sufrir; que las tempestades rujan contra mí, que los hombres me desprecien, que los demonios me tienten, que las circunstancias más adversas y dolorosas de la vida puedan venir juntas a mi encuentro; con todo, Dios es santo, y no hay ninguna injusticia en él.
Notemos bien lo que Cristo dice en esos difíciles momentos: "Pero tú eres santo, tú que habitas entre las alabanzas de Israel". A pesar de no recibir la bendición de Dios a la que legítimamente tenía todo el derecho, aun así, él se unía a las alabanzas de su pueblo reconociendo la santidad de Dios. ¡Qué diferente de nosotros, que cuando Dios no nos da lo que queremos, rápidamente empezamos a disgustarnos!
Si nos preguntáramos por qué Cristo llegó a ese punto en el que fue desamparado por Dios, tendríamos que contestar que en primer lugar fue por el amor y devoción que tenía hacia su Padre. Un comentarista llega a afirmar que aunque no hubiera habido ningún pecador salvado por la obra de la cruz, Cristo habría dado igualmente su vida para que la gloria moral de Dios fuese eternamente manifestada. Lo que le interesaba por encima de todo era manifestar la santidad de ese Dios al que tanto amaba: "Tú eres santo".

La confianza inquebrantable de Cristo en su Padre

(Sal 22:4-5) "En ti esperaron nuestros padres; esperaron, y tú los libraste. Clamaron a ti, y fueron librados; confiaron en ti, y no fueron avergonzados."
¡Qué difícil es seguir confiando en un Dios que nos aflige y no nos responde! Pero de alguna manera, el Hijo quería transmitir al resto de los hombres que Dios es digno de nuestra confianza. Por esa razón, a continuación subraya de forma categórica el carácter fiel de Dios a lo largo de toda la historia de su pueblo Israel: "En ti esperaron nuestros padres; esperaron, y tú los libraste. Clamaron a ti, y fueron librados; confiaron en ti, y no fueron avergonzados".
Dios había intervenido de maneras milagrosas a favor de su pueblo en incontables ocasiones. Las historias relativas al éxodo de Egipto, o a la conquista de Canaán, podrían ser mencionadas como ejemplos de muchas otras. Dios siempre ha sido digno de la confianza de su pueblo.
Ahora bien, es verdad que ese Dios que siempre cuidaba fielmente de su pueblo no parecía ser el mismo que en este momento dejaba desamparado a su propio Hijo. Y esto parece ser una preocupación para él en estos momentos. Como escribió David en otro salmo:
(Sal 69:6) "No sean avergonzados por causa mía los que en ti confían, oh Señor Jehová de los ejércitos; no sean confundidos por mí los que te buscan, oh Dios de Israel."
El silencio de Dios al clamor de su Hijo mientras estaba en la cruz, podría hacer pensar a algunos que Dios no es digno de confianza. Y a esto se podría unir también el caso de otros muchos que también clamaron a Dios cuando sufrían injusticias y murieron sin ser liberados. Pero Cristo no quiere que lleguemos a conclusiones definitivas sin haber visto el final de la historia. Este salmo nos mostrará que Dios sí que libra finalmente a quienes confían en él.

¿Por qué Cristo fue desamparado en la cruz?

Nos enfrentamos ahora con la misma cuestión que Cristo planteó al principio del Salmo: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?". ¿Cuál fue la razón por la que Dios no intervino pareciendo defraudar de ese modo la confianza puesta en él?
La respuesta la encontramos en la afirmación que Cristo mismo hizo en esos dolorosos momentos: "Tú eres santo". Era la santidad de Dios la que le llevaba a desampararle.
Recordemos lo que dijo el profeta Habacuc:
(Hab 1:13) "Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio."
La santidad de Dios le impide acercarse al pecado, y en esos momentos en la cruz, se estaba llevando a cabo la mayor transacción de todos los tiempos: el inocente Hijo de Dios estaba asumiendo sobre sí mismo la culpabilidad de nuestros pecados para pagar por ella y satisfacer de ese modo la justicia divina. "Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios" (1 P 3:18). Por lo tanto, podemos decir con seguridad que Cristo fue desamparado por Dios porque en la cruz él estaba cargando sobre sí la separación que nuestros pecados implicaba.
Este es un misterio imposible de explicar. Cristo era Dios, y como tal no podía haber ruptura dentro de sí mismo. Es cierto que él también era hombre, y como tal sí podía sufrir una separación así, pero la Escritura insiste en el hecho de que él era un hombre perfecto, en el cual el Padre tenía toda su complacencia (Mt 3:17) (Mt 17:5). Por lo tanto, puesto que en él no había pecado, que finalmente es la causa de nuestra separación de Dios (Is 59:2), no había tampoco ninguna razón para esta ruptura con su Padre. Así pues, como decíamos, la razón debemos buscarla en el hecho de que en ese momento él estaba ocupando el lugar del pecador. Leamos cómo lo expresa el apóstol Pablo:
(2 Co 5:21) "Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él."
No es que él se hizo pecador por nosotros, sino que se presentó como ofrenda por nuestro pecado. Es fundamental subrayar que el desamparo divino que sufrió Cristo no se debió a ningún defecto moral en él, sino en nosotros. Fueron nuestros pecados los que le llevaron a quedar bajo la maldición de Dios:
(Ga 3:13) "Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)."
¡Cómo nos debe conmover el hecho de que Dios estuviera dispuesto a sufrir de tal manera para llegar a salvarnos!
Copyright © 2001-2024 (https://www.escuelabiblica.com). Todos los derechos reservados
CONDICIONES DE USO