Estudio bíblico: La resurrección de Cristo -

Serie:   Doctrina Bíblica   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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La resurrección de Cristo

El hecho histórico de la Resurrección

Los Doce como testigos
Cuando llegó el momento de llenar el hueco que la traición y muerte de Judas dejó en el cuerpo apostólico, y como preparación para el testimonio del Día de Pentecostés, Pedro se dirigió a la compañía de discípulos en el aposento alto con estas palabras: "Es necesario, pues, que de estos hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan, hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección" (Hch 1:21-22). La crucifixión de Jesús había sido un acto público, conocido por todos, y que nadie contradice hasta el día de hoy. Es diferente en el caso de la Resurrección corporal del Señor, ya que su veracidad depende del testimonio de quienes le vieron durante los cuarenta días que mediaban entre la Resurrección y la Ascensión, siendo los principales testigos los doce apóstoles, que no sólo eran excelentes y honrados observadores de los acontecimientos, sino también siervos de Dios señalados e inspirados para colocar las primeras piedras de la Iglesia sobre su fundamento, el Señor Jesucristo. No eran los únicos, pues las primeras noticias del gran hecho fueron dadas a las piadosas mujeres que se mencionan en los relatos finales de todos los Evangelios. Los "dos" que caminaban a Emaús no eran de los Doce, y en algún caso el Señor resucitado fue visto por más de quinientos hermanos juntos a la vez (1 Co 15:6). Con todo, el peso de la evidencia depende de aquellos hombres que habían sido escogidos precisamente para ser "testigos de su Resurrección". Pedro, pues, guiado por el Señor, vio la necesidad de un testimonio completo de parte de los Doce cuando viniera sobre ellos el Espíritu Santo.
La Persona de Cristo antes y después de la Muerte y Resurrección
Pedro insiste en la necesidad de que el nuevo testigo de la Resurrección hubiese acompañado al Maestro durante el curso total de su ministerio, o sea, desde el bautismo de Juan hasta la Ascensión. La razón es evidente, puesto que la prueba consistía en que los testigos tuviesen la completa seguridad de que durante los cuarenta días veían a la misma Persona que habían conocido tan íntimamente durante un período de como tres años y medio. Una persona es conocida por su manera de ser y sus actitudes, apreciadas a través de sus palabras y hechos. No bastaba haber visto un Ser maravilloso con un cuerpo especial, aparentemente libre de la sujeción a lo material y al tiempo y espacio; se precisaba la absoluta convicción de que aquel Ser era Jesús de Nazaret, el mismo que consumó tan maravilloso ministerio en la tierra, y el mismo que tantos testigos habían visto en la Cruz, comprobando el hecho de su muerte física. Aun nosotros, guiados por las narraciones al final de los cuatro Evangelios, podemos comprobar que el Resucitado obraba y hablaba delante de los Once, de María Magdalena, de los dos que caminaban a Emaús, etc., exactamente como lo había hecho frente a sus amigos anteriormente a la Pasión. Su modo de vivir es distinto, como ser resucitado, pero su Persona es exactamente igual. Fue esta convicción lo que transformó a once hombres temerosos, que se escondían en un aposento alto por miedo de los judíos, en valientes testigos de lo que habían oído y visto, dispuestos a enfrentarse con el Sanedrín, llegando hasta acusar al tribunal de haber entregado a su Mesías, y anunciando la Resurrección y glorificación de Jesús como Señor y Cristo. Pedro y Juan hicieron este resumen de su actitud y comisión ante el Sanedrín después de escuchar las amenazas que siguieron a la curación del cojo: "Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído" (Hch 4:19) (Hch 5:29-32). Sin el hecho de la Resurrección, los Doce no se habrían convertido en valientes campeones de la verdad, y la Iglesia no habría nacido en el Día de Pentecostés; tales resultados, con visibles consecuencias hasta nuestro tiempo, exigen una causa, que no puede ser otra que la resurrección corporal del Señor (Hch 10:40-41) (Hch 13:30-31) (1 Co 15:3-8).
¿Qué queremos decir por "la resurrección corporal" de Cristo?
La primera vez que el Señor resucitado se puso en medio de los Once, éstos se turbaron, creyendo que veían un espíritu. El Señor se empeñó en quitarles esta idea, insistiendo en la realidad de su cuerpo. Acordémonos de que Cristo era el Dios-Hombre, y no había de ser menos Hombre después de la Pasión y la Resurrección que antes, diciendo el apóstol Pablo que nuestro Mediador es "Jesucristo HOMBRE" (1 Ti 2:5). Aun en el caso de los creyentes, la resurrección no disminuirá su plena humanidad, sino que la completará, escribiendo Pablo: "Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo" (1 Ts 5:23) (1 Co 15:42-54). Y Cristo constituye las "primicias" en este proceso de resurrección, del cual nosotros seremos la cosecha (1 Co 15:20-22). La perfecta humanidad de Cristo, pues, exige que tenga Cuerpo, si bien, después de la gran Obra ya realizada, un cuerpo de resurrección.
En el cenáculo el Señor declara: "Yo mismo soy", que enfatiza lo que ya dijimos sobre la identidad de su personalidad tanto antes como después de la Muerte y la Resurrección; pero no se contenta con señalar la continuidad de su personalidad, sino que dice a los discípulos: "Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo... Les mostró las manos y los pies... Les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y él lo tomó y comió delante de ellos" (Lc 24:36-43). No pretendemos resolver todos los problemas que surgen de estos versículos, pero es evidente que el Señor se presentaba a los discípulos como Hombre, y siendo la misma Persona que habían conocido antes, los suyos pudieron comprobar el hecho, no sólo por los rasgos tan conocidos de aquella personalidad, sino por palpar un cuerpo de carne y huesos, ya que el hombre es un ser constituido por espíritu, alma y cuerpo. Ahora bien, este cuerpo real había experimentado un cambio, ya que podía presentarse en medio de ellos estando cerradas las puertas. Por lo que podemos deducir, podía comer, pero no necesitaba alimento material. Recordemos que, al dar una acertada contestación a los saduceos sobre la resurrección, el Maestro había dicho antes de la Pasión: "Los hijos de este siglo se casan y se dan en casamiento; mas los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo, y la resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento. Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección" (Lc 20:34-36). No dice el Señor que los creyentes llegarán a ser ángeles en la resurrección, pertenecen a un género totalmente distinto, sino que serán iguales a los ángeles en su modo de subsistencia, y deducimos que sus cuerpos serán reales, pero independientes de la presente sujeción a un mundo material. El Señor es "el Primogénito de entre los muertos" (Col 1:18), y como él es, así seremos nosotros en cuanto a la humanidad. El término "hijos de la resurrección" quiere decir que nuestro modo de subsistir depende del hecho de la resurrección, y que reflejaremos sus características. La personalidad es permanente en todos los casos, pero Dios determina lo que ha de ser el cuerpo y cómo ha de actuar después del hecho determinante de la resurrección.

La importancia primordial de la Resurrección del Señor

El testimonio público de los Apóstoles
Ya hemos notado que los Doce, los "Apóstoles testigos", habían de dar testimonio de la Resurrección de Cristo. El caso de Pablo es distinto, ya que, en las fechas del ministerio y Resurrección del Señor, era enemigo de la verdad, de modo que no podía compartir con los Doce sus experiencias peculiares: aquellas pruebas indubitables, de los cuarenta días. Sin embargo, Pablo vio al Señor resucitado cerca de Damasco (1 Co 9:1) (1 Co 15:8). Los dos primeros sermones públicos de Pedro después del Día de Pentecostés (Hch 2-3) constituyen la proclamación de un testigo de la Resurrección, pues en los dos acusa a los judíos de haber dado muerte a su Mesías, insistiendo en que Dios le resucitó y le glorificó (Hch 2:24-33) (Hch 3:13-18). No pudo haber bendición para los judíos aparte de este gran hecho, que era la prueba de que el Señor había derrotado a Satanás, quitando de en medio el pecado y la muerte. Los demás discursos e intervenciones de los apóstoles en los Hechos enfatizan la importancia fundamental de la Resurrección como prueba de la Deidad y la obra mesiánica de Jesucristo, y también fuente de la vida nueva en el caso de los creyentes (Hch 13:30-37) (Ro 1:3).
Los argumentos de Pablo
Cuando se trataba de probar el hecho de la resurrección del Señor, Pablo hacía referencia a los testigos de los "cuarenta días" (Hch 13:30-31). A la vez, revestido de autoridad apostólica, afirmaba la verdad de la Resurrección como pilar indispensable de la predicación del Evangelio, resumiendo la esencia del mensaje de esta manera en (1 Co 15:3-4): "Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó el tercer día, conforme a las Escrituras". Se había infiltrado en la iglesia de Corinto una herejía que negaba la resurrección en general: error que Pablo refutó haciendo ver que si los creyentes no habían de resucitar, Cristo tampoco resucitó. En cuanto al hecho de la Resurrección del Señor, existía evidencia abundante que detalla en (1 Co 15:6-8). Ya notamos su afirmación de que si no existe resurrección en términos generales, Cristo tampoco resucitó, y si falta este hecho fundamental del Evangelio, la fe de los creyentes es vana, la predicación de todos los apóstoles es falsa, y aquellos que se consideraban como creyentes aún se hallaban en sus pecados (1 Co 15:3-19). Sin esta esperanza, la familia de Dios no sería más que una compañía de tristes desesperados, sabiendo que no hay satisfacción en esta vida y sin esperanza para la venidera. Naturalmente, Pablo rechaza el error y adelanta la verdad histórica, que coincide con la verdad revelada: "Mas ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos; primicias de los que durmieron... Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados" (1 Co 15:20-22).
El testimonio del Maestro
Normalmente, cuando el Maestro anunciaba de antemano los sufrimientos y muerte del Hijo del Hombre, añadía la profecía: "y resucitará al tercer día"; misterio que los discípulos no eran capaces de comprender entonces (Mt 16:21). El era "la Resurrección y la Vida", según demostró delante de la tumba de Lázaro, y notemos que "resurrección" precede a "vida", pues estando los hombres en estado de muerte no habría sido posible ofrecerles la vida aparte del hecho de la muerte y de la resurrección del Hijo del Hombre. En cuanto a los suyos, enfatizaba la esperanza de la resurrección, viendo en ella la consumación de su obra a favor de ellos, repitiendo varias veces en el discurso sobre el "Pan de vida": "Y yo le resucitaré en el día postrero" (Jn 6:39,40,44,54).
Las profecías del Antiguo Testamento
Pablo, al afirmar el hecho de la resurrección de Cristo, añadió: "según las Escrituras". Anteriormente, el Maestro mismo había declarado ante sus discípulos en el cenáculo: "Así está escrito y así fue necesario que el Cristo (el Mesías) padeciese y resucitase de los muertos al tercer día" (Lc 24:46). No es muy fácil para nosotros hallar profecías concretas de la Resurrección del Mesías en el Antiguo Testamento, bien que, iluminada nuestra mente por la revelación del Nuevo Testamento, es posible discernir la presencia de la doctrina en todo el desarrollo del Plan de la Redención. Tanto Pedro como Pablo citan el Salmo 16 como predicción de la Resurrección del Mesías, y tenemos que tomar en cuenta que el elemento profético de los Salmos surge de las experiencias de David y de otros salmistas, pasando a veces la descripción de lo humano a un plano más elevado y sublime que no pudo cumplirse en la vida de los autores. Así las expresiones: "No dejarás mi alma en el Seol ni permitirás que tu Santo vea corrupción" pasan más allá de la liberación de David de alguna enfermedad, y enfoca la luz de la revelación en el Hijo de David (Hch 2:23-31) (Hch 13:35-37). En el profundo Salmo 22 se nos revela la lucha interna del Mesías en la Cruz, y después de estar "en la boca del león" y "en los cuernos de los búfalos", de repente se halla anunciando el nombre de Dios a sus hermanos (Sal 22:1-24). El mismo Señor vio en Jonás, arrojado del vientre del gran pez con el fin de predicar en Nínive, una figura de su muerte y su resurrección (Jon 2) (Mt 12:39-40). ¿Y qué diremos de la abrupta transición de (Is 53:10-11): "Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días... verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho"? No se emplea el vocablo "resucitar", pero se pasa de la muerte expiatoria a la plenitud de la vida.
El testimonio de Job
En medio de su amarga aflicción, Job deseaba a veces la muerte física, y, más a menudo, anhelaba la posibilidad de exponer su caso delante del Trono de Dios con el fin de aclarar el misterio de su crisis de dolor. En un momento de iluminación (Job 19:23-27) aprendió que sus inquietudes hallarían su solución en la resurrección del cuerpo, exclamando: "Yo sé que mi Redentor (Vindicador) vive, y al fin se levantará sobre el polvo. Y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios, al cual veré por mí mismo, y mis ojos le verán y no otro". Parece ser que la luz fue como la de un relámpago, pasando rápidamente, pero con (Dn 12:2-3) constituye la declaración más clara de la resurrección corporal del creyente individual en el Antiguo Testamento, asociándose con la vida de su Vindicador. Tengamos en cuenta que la revelación de la verdad en el Antiguo Testamento es progresiva, lo que no anula la veracidad de ninguna de sus partes; sin embargo, este principio nos hace esperar que cada verdad tenga su debido desarrollo según el plan que Dios determina, llegando a su más clara expresión bajo el Nuevo Pacto.
La resurrección, simbolizada en el Antiguo Testamento
En cuanto a símbolos, en (Gn 22) vemos a Isaac cargado con la leña, y luego extendido sobre el altar con el cuchillo cerca de su garganta. Momentos después es el carnero el que sangra sobre el altar, mientras que Isaac está de pie, rebosando salud, y señalado como el heredero de la promesa. Se trata de una figura doble en que el carnero prefigura al "Cordero de Dios" inmolado, e Isaac al Señor triunfante sobre la muerte. Más ejemplos hay, y la gran lección que Abraham tuvo que aprender se resume en (Ro 4:17-22): "Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos".

La debilidad de las objeciones de los incrédulos

Cómo se establecen hechos históricos
El concepto de lo que es posible o imposible en este mundo ha variado bastante a través de los siglos, siendo un hecho innegable el que nuestros antepasados habrían negado enfáticamente la posibilidad de la televisión, los vuelos de reactores, viajes a la Luna, etc., que han surgido de la aplicación del método científico a los sistemas de comunicaciones. Nuestro conocimiento del ser humano es muy limitado aún, y es tan antifilosófico como antibíblico afirmar que no es posible el hecho de la resurrección corporal del Señor Jesucristo. La verdad es que un hecho histórico se establece por el testimonio concordante de buenos testigos; en el caso de la Resurrección la evidencia es abundante, siendo de toda confianza los testigos. Mencionamos algunas de las objeciones, con refutaciones basadas en la evidencia a mano.
"Hay discrepancias en los relatos de los cuatro Evangelios"
Los Evangelistas pusieron por escrito sus recuerdos de sus propias experiencias, o el testimonio que habían recibido de otros testigos, escogiendo entre múltiples hechos lo que convenía a su propósito al redactar su libro. La distancia entre la tumba y las casas de las mujeres y de los discípulos era corta y ocurren muchos incidentes que afectan a diversas personas en un tiempo muy limitado. Si Mateo y Lucas hubiesen escrito exactamente en los mismos términos, cualquier juez acostumbrado a cribar evidencia acerca de un acontecimiento complejo, hubiera sospechado una confabulación anterior. Los detalles en todos los Evangelios son gráficos, libres de dramatismo, y corresponden a lo que ciertos testigos vieron en los momentos de su observación. Unos testifican de ciertos detalles y otros de otros complementarios, sin que quede en duda ni por un momento la realidad del gran hecho central. Estas llamadas "discrepancias", pues, tienden más bien a confirmar la verdad, ya que sólo reflejan distintos aspectos y momentos de la dramática verdad que los ángeles anunciaron: "No está aquí; ha resucitado".
"Los discípulos robaron el cuerpo del Señor e inventaron la especie de que había resucitado"
He aquí el primer intento de formular una teoría alternativa que anulara la verdad proclamada por los apóstoles (Mt 28:11-15). Es evidente que hace caso omiso de toda la evidencia de los Evangelios, que es la única que tenemos. O admitimos el testimonio de los Doce y sus compañeros, o dejamos obrar la imaginación del crítico que desea creer cualquier teoría antes de admitir el gran hecho histórico. Precisamente los temores anteriores de los jefes de los judíos (Mt 27:62-66) constituyen evidencia que desacredita la teoría, antes de formularse. ¿Qué hacían allí los hombres de la guardia? ¿No bastaba la fuerza de estos hombres armados para resistir a un grupo de hombres pacíficos y medrosos? Y si se hubiesen dormido, ¿cómo pudieron saber que eran los discípulos precisamente los que habían robado el cuerpo? ¿Cómo podía quedar en la tumba el ropaje que retenía las especias usadas por José de Arimatea y Nicodemo? (Jn 20:3-10). En fin, la teoría falsea toda la evidencia que tenemos en cuanto al gran hecho.
"Jesús no murió en la Cruz, sino que sufrió un desmayo. Recobrando las fuerzas por la mañana, salió de la tumba"
Si el Señor no hubiese entregado su espíritu al Padre antes, la lanzada del soldado le habría rematado, lo cual era la intención del golpe (Jn 19:34-37). Aparte de un milagro tan grande como el mismo de la Resurrección, un hombre debilitado por el látigo romano y los horrores de la Cruz sería completamente incapaz de quitar la piedra desde dentro, y los soldados estaban allí para impedirlo de todas formas.
"Los discípulos, sugestionados por los grandes deseos que tenían de volver a ver a Jesús, sufrieron una serie de alucinaciones, imaginando que le veían, de modo que las manifestaciones sólo se revisten de un valor subjetivo, sin llegar a ser hechos reales"
Quizás esto podría haber sucedido en algún caso individual si los discípulos hubiesen tenido una fe ciega en la resurrección de su Maestro. Lejos de ello, sin embargo, estaban sumamente desanimados, desilusionados y temerosos (Jn 20:19). Las mujeres no acudieron a la tumba de madrugada con la idea de ver a su Señor resucitado, sino para embalsamar su cuerpo para el sueño de la muerte, preocupadas por el problema de cómo habían de remover la pesada piedra que cerraba la entrada (Mr 16:3). No existían, pues, las condiciones necesarias para alucinaciones de tipo optimista, sino todo lo contrario.
"La narración tradicional de la Resurrección es un mito que encierra hondas verdades espirituales, sin que tenga categoría histórica"
Quizás ésta es la teoría más popular entre teólogos liberales de nuestro tiempo. La escuela de "la crítica de forma" preparó el camino para las teorías más radicales de R. Bultmann, quien no ve más que una relación muy tenue entre la plena proclamación de Pablo del "Señor de la gloria" que venció la muerte y resucitó, y los vestigios históricos y tradicionales que se recogen en los cuatro Evangelios. Los relatos, según estas extrañas lucubraciones, surgen de las predicaciones de los evangelistas de los años 50 d. C. en adelante, que querían ilustrar dramáticamente lo que consideraban ser la verdad en cuanto a Cristo. Según esta teoría, los relatos han de ser desmitificados, ya que el hombre moderno no puede creer en la Encarnación, ni en los elementos milagrosos del ministerio del Señor, ni en su resurrección corporal. La Muerte de Jesús, según estos teorizantes, es un hecho que encierra hondas lecciones de orden moral, y pudo haber luego fenómenos subjetivos que infundieron en los discípulos la idea de un nuevo principio de vida, relacionada con Cristo. R. Bultmann y su escuela no conceden valor evidencial a los relatos de los evangelistas, aparte de unos fragmentos que su "discernimiento" de críticos descubre. En fin, la Resurrección corporal es un mito que tiene cierto valor en su género, pero que no ocurrió según los relatos de los evangelistas.
Nuestro primer comentario es que, si aceptáramos la teoría que acabamos de exponer, los evangelistas de los años 50 en adelante tendrían que ser hombres extraordinarios, ya que podían inventar relatos y crear una personalidad que han hecho hondísima impresión en multitudes de hombres sabios a través de casi dos mil años, incluyendo entre ellos eruditos de primer rango, conocedores no sólo del idioma original, sino de todas las normas de la exégesis literaria. Como ejemplo reciente citamos el caso de C. S. Lewis, de Cambridge, polígrafo destacadísimo, además de filósofo; después de explorar a fondo, como incrédulo, las esferas de sus especialidades, por fin halló la verdad en Cristo, tal como se presenta en los Evangelios: que luego aceptó sin dificultad, como documentos históricos.
En segundo término, no hubo tiempo para tales cambios y desarrollos. Ya vimos, al hablar de la historicidad de los Evangelios, que apenas mediaban veinte años entre la Cruz y las epístolas de Pablo a los tesalonicenses, escritos que reflejan doctrinas cristianas en pleno desarrollo y consonantes con los Evangelios: dato que en sí anula las suposiciones de los "críticos de forma" y de la escuela de Bultmann, ya que vivían aún muchos testigos que no admitirían una tergiversación de los hechos evangélicos.
"Los discípulos vieron un espíritu que se hacía visible a la manera de las evocaciones espiritistas"
En su lugar recalcamos el empeño del Señor de convencer a los discípulos que se presentaba ante ellos en cuerpo humano y no como espíritu, pero quizá vale la pena añadir algunas palabras de refutación, ya que es una de las hipótesis más corrientes. Es legítimo proponer la pregunta siguiente: ¿Qué se había hecho con el cuerpo durante las manifestaciones del Señor? Sin duda la tumba estaba vacía, y si el Sanedrín hubiese podido exhibir el cuerpo, habría cortado de raíz todo rumor sobre una resurrección. El hecho es que no lo hicieron porque el cuerpo había resucitado, no tratándose sólo de un espíritu que permanecía. Los Evangelistas refieren por lo menos diez manifestaciones, quizás había muchas más, que se produjeron bajo las más variadas condiciones y circunstancias. Lucas, al introducir el libro ahora llamado Los Hechos de los Apóstoles, escribió: "(Jesús), después de haber padecido, se presentó vivo (a los discípulos) con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del Reino de Dios" (Hch 1:3). Pedro insiste en la realidad de esta manifestación al predicar el Evangelio en la casa de Cornelio diciendo: "A éste (a Jesús) levantó Dios al tercer día e hizo que se manifestase; no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos" (Hch 10:40-41) (Lc 24:41-43) (Jn 21:1-15).
Resumen de las pruebas
Dios hizo amplia provisión para dar fe del hecho de la resurrección corporal del Señor Jesucristo después de su victoria sobre la muerte para espiar el pecado en la Cruz (He 2:14-15). Se trata sencillamente de aceptar el testimonio de las Sagradas Escrituras o de inventar algo diferente. El hombre "Jesús", que muchas veces embellece las obras de los teólogos de escuelas contemporáneas, no es aquel que se presenta en los únicos escritos que testifican de él. En definitiva, se trata o de recibir la fe que fue una vez para siempre dada a los santos, o de predicar "otro evangelio" que lleva ciertas referencias, escogidas arbitrariamente, a "Jesús", sin que tengan relación con la evidencia de las Sagradas Escrituras (Jud 1:3). Ya hemos notado los argumentos de Pablo en (1 Co 15), quien probaba que si el Evangelio no abarca la Resurrección del Señor no pasa de ser una triste ilusión. La salvación depende de nuestra fe en Cristo muerto y resucitado: "Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de entre los muertos, serás salvo" (Ro 10:9-10).

Temas para meditar y recapitular

1. Discurra sobre los Doce como testigos de la Resurrección del Señor Jesucristo. Apoye la contestación con todas las citas posibles de Hechos capítulos 1 a 5, el capítulo 10 y el discurso de Pablo que se halla en capítulo 13.
2. Cite cinco objeciones que han presentado los incrédulos frente al hecho de la resurrección corporal de Cristo. ¿Cuáles son las contestaciones que usted ofrecería en refutación de estas teorías y en apoyo del carácter histórico de la Resurrección?
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