Estudio bíblico: Introducción a la epístola a los Hebreos -

Serie:   La epístola a los Hebreos   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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Introducción a la epístola a los Hebreos

La importancia de la epístola en el canon del Nuevo Testamento

Una de las mayores maravillas y glorias de la Palabra santa es la manera en que el Autor divino dirigió y coordinó los pensamientos y los trabajos de los autores humanos —que a su vez surgieron de las circunstancias espirituales del momento—, de tal forma que tenemos una revelación completa en la que no falta ninguna faceta esencial de la verdad que necesitábamos recibir del cielo. Como veremos más abajo, las circunstancias en que se escribió Hebreos han de deducirse de la epístola misma, e ignoramos tanto el nombre del autor como el lugar donde radicaba el grupo de hebreos que recibieron el mensaje, pero comprendemos perfectamente que, a través de las condiciones oscuras de entonces, Dios nos ha dado un libro inspirado que presenta profundas verdades en cuanto a la persona y obra del Salvador que son de todo punto necesarias para una completa visión espiritual.
Consideremos por un momento las epístolas en general desde este punto de vista y veremos cómo se reveló la plenitud de "la fe que ha sido una vez dada a los santos".
El fundamento doctrinal del Plan de la Salvación, con referencia especial a la justificación por la fe, conjuntamente con los grandes principios de la gracia, la fe y la operación del Espíritu Santo —en contraste con la Ley, las obras y la carne—, se echó firmemente en las epístolas a los Gálatas y a los Romanos: facetas de la verdad que son imprescindibles para la predicación de la Palabra y la extensión del Reino. La naturaleza del ministerio cristiano y el orden de la iglesia local se enseñan en las epístolas a los Corintios. El andar del creyente en medio de un mundo perseguidor y frente a la mudanza de todas las cosas materiales en el Día de Dios es el tema de Pedro en sus cartas. El andar y el testimonio del creyente es también el tema de Filipenses, pero desde el punto de vista de su ciudadanía celestial, que hace que sea un peregrino en este mundo. Colosenses subraya las glorias y las excelencias de Cristo y su suficiencia total como Creador y Mediador frente a todos los sofismas de la filosofía humana, resultando que hemos de fijar la mirada tan sólo en Cristo y en las cosas de arriba. Efesios es la culminación y corona de la visión que a Pablo fue dada de la persona y obra de Cristo, pues en él hemos sido bendecidos con toda bendición en los lugares celestiales según el designio eterno del gran Dios, quien se propone reunir también todo elemento disperso en su Hijo. La Iglesia espiritual es la "obra maestra" del Redentor, y por ella manifiesta la "multiforme sabiduría de Dios", describiéndose sus glorias como las de un templo santo, un cuerpo místico y la esposa a la cual redime, perfecciona y ama. Santiago nos hace ver la necesidad de un testimonio consecuente, mientras que el amado Juan señala el amor (ágape) como la consecuencia más importante de haber comprendido los "hijitos de Dios" la revelación que se les ha dado en el Verbo encarnado, que les separa también de una manera tajante tanto del mundo como de cualquier espíritu de error.
Ante estas maravillas, ¿qué nos falta aún? Precisamente lo que el Espíritu Santo nos ha dado en Hebreos, o sea, determinar una vez para siempre la relación que existe entre lo nuevo y lo antiguo, para poder comprender cómo las sombras del régimen preparatorio han tomado sustancia y forma final en la persona del Hijo, quien, como Dios y Señor, es superior a todos los grandes siervos de Dios que se presentan en el Antiguo Testamento, y de qué manera el orden material y temporal se ha transmutado en el orden espiritual y permanente por la potencia que emana de la Cruz y de la Resurrección de Cristo.
Llenos de gratitud y de adoración ante el gran Dador de tanta luz y bendición espiritual, emprendamos humildemente el estudio de este documento inspirado de inestimable valor. Antes de pasar al texto mismo hemos de señalar algunas cuestiones previas, que no son de importancia fundamental, pero sí de gran interés para el estudiante de la Palabra, y por eso les concedemos algún espacio al principio de esta introducción.

El autor

A pesar de que en las ediciones de la antigua versión Reina-Valera esta epístola se describía en el encabezamiento como "La Epístola de San Pablo a los Hebreos", de hecho es anónima, ya que dicho título no formó parte del texto original, y en los manuscritos griegos de más antigüedad y valor no se dice más que: "A los Hebreos". No consta en ninguna parte de la carta que sea escrita por Pablo, pero la cuestión de la paternidad literaria nada tiene que ver con su inspiración divina, que ha sido reconocida desde los tiempos más remotos. No es una cuestión de primera importancia, y bien que los eruditos bíblicos han discurrido mucho sobre el asunto, nosotros nos limitaremos a presentar algunas de las dificultades que existen para creer que Pablo fuese autor de la carta, añadiendo alguna otra sugerencia que se ha adelantado sobre el caso.
1. La ausencia del nombre de Pablo
El nombre de Pablo no aparece en ninguna parte de la epístola, lo que es contrario a su práctica declarada, según vemos por (2 Ts 3:17): "Yo, Pablo, os escribo esta salutación de mi propia mano, que es la señal en toda carta mía". El estilo literario es totalmente distinto de el del Apóstol. Se admite que el estilo de un escritor puede cambiar bastante según la época en que escribe y el asunto que trata, pero siempre dentro de ciertas modalidades que le son propias. Aquí la diferencia es radical, y parece indicar una cultura distinta y una manera distinta de pensar.
El estilo de Pablo es como un torrente que se precipita por las vertientes de las montañas hacia el objetivo que tiene ante su rico pensamiento, saltando por los obstáculos y, a veces, desafiando las reglas gramaticales y retóricas. En cambio, aquí, el griego es refinado, y el desarrollo equilibrado y bien meditado del período sugiere más bien el afluir majestuoso de un gran río. Evidentemente, el autor sabe a la perfección lo que ha de decir y cómo lo ha de expresar antes de escribir la primera palabra de sus elocuentes párrafos, lo que le distingue claramente de Pablo, quien es arrebatado en su estilo, bien que ordenado en sus razones, aun en el gran tratado doctrinal de Romanos.
2. Evidencia interna
La presentación de los grandes temas del nuevo pacto y la terminología son completamente distintos. Es verdad que hay absoluta identidad en el fondo de las enseñanzas, y que Pablo estaría completamente de acuerdo con todo cuanto adelanta el autor, pero los aspectos que se tratan son muy diferentes. Pablo pensaba en términos de la ley moral y su cumplimiento en la Cruz para la justificación del pecador acusado ante el tribunal de Dios. Argumentaba mucho sobre la vanidad de la circuncisión, si no es señal de un corazón apartado para Dios, y subrayaba que la nueva vida del creyente surge de su identificación con la muerte y la resurrección del Sustituto. El autor de Hebreos, sin embargo, tiene delante siempre las instituciones levíticas y el sacerdocio y no hace una sola referencia a la circuncisión. Es verdad que menciona a Moisés como caudillo de la nación, pero no se le ve como identificado con el sistema legal, y todo el énfasis recae sobre el sumo sacerdote: título que hallamos 32 veces en esta epístola y ni una sola vez en las de Pablo. Cristo se presenta como la consumación de todo cuanto se simbolizaba en el régimen levítico, añadiéndose la figura mística de Melquisedec para suplir lo que faltaba en la persona de Aarón y sus descendientes. Además de eso Pablo se gloriaba en ser el apóstol a los gentiles, y describe reiteradamente la manera en que la "pared intermedia de separación" (Ef 2:14) entre judíos y gentiles se derrumbó por la muerte de Cristo; pero el autor de nuestra epístola no hace referencia alguna al mundo gentil y se limita a presentar el nuevo pacto sobre el fondo de la economía judaica, bien que la universalidad del Evangelio podría deducirse de mucho de lo que escribe.
3. Evidencia externa
La evidencia externa de los primeros siglos es contraria a la idea de que Pablo fuese el autor de la epístola. Es verdad que una tradición sobre la paternidad literaria de Pablo se extendió por el Oriente, pero la iglesia del Occidente (que estaba en mejores condiciones para formar un criterio sobre este punto) rehusó aceptar esta suposición por casi 400 años. Fue debido a San Jerónimo (420 d.C.) y a San Agustín (430 d.C.) que cundió la costumbre de hablar de la epístola como "de Pablo", pero estos dos próceres, en sus estudios serios, admitían la duda sobre la cuestión.
4. Diversas sugerencias
Era inevitable que los estudiantes de las Escrituras hiciesen diversas sugerencias sobre la probable paternidad literaria de la epístola. De las muchas que ha habido, las tres que se revisten de mayores visos de probabilidad son las siguientes:
Que el autor fuese Bernabé. Tal fue la sugerencia de Tertuliano (240 d.C.) y de otros. Se basa en que Bernabé estaba íntimamente identificado con la iglesia de Jerusalén, y que, aun siendo él judío de la Dispersión (de Chipre), era levita por descendencia, de modo que estaría muy compenetrado con toda la economía levítica. Además, la carta parece estar muy conforme con lo que sabemos de este "hijo de consolación", según el significado de su nombre.
Que el autor fuese Lucas. Así pensaba el gran erudito bíblico Orígenes (251), quien declaraba que esta suposición era bastante aceptada en sus días. Obedece a la idea que adelantó Orígenes: que "el pensamiento es de Pablo, pero la mano que escribe es la de otro", y Lucas era el compañero de Pablo. Hemos visto que estas razones no tienen mucho peso, pues la forma de presentar la verdad no es propia de Pablo.
Que el autor fuese Apolos. Véase (Hch 18:24-28). Este hombre sabio, elocuente, tan versado en las Escrituras del Antiguo Testamento, bien habría podido escribir tal carta, y, entre otros, Lutero y el Dr. Farrar argumentaban en este sentido, pero tenemos que reconocer al fin que estas sugerencias no tienen más que ciertos visos de probabilidad y que nadie puede saber, con los datos que hoy poseemos, quién es el autor humano de esta sublime porción de la Palabra.

Su autoridad

Lo que ningún creyente sincero ha puesto en duda jamás es la autoridad y la inspiración de esta epístola, que evidentemente salió de los círculos apostólicos (He 13:23) y que lleva impreso el sello de la inspiración divina en cada versículo. Como hemos hecho ver anteriormente, las verdades adelantadas concuerdan exactamente con lo demás de la enseñanza apostólica, bien que el punto de vista es tan especial, pero eso obedece al principio de que Dios, por su Espíritu Santo, se valió de instrumentos escogidos para presentar distintas facetas de la verdad eterna, de modo que un escrito es el complemento de todos los demás. Estaríamos mucho más pobres espiritualmente sin las profundas verdades de esta carta, y el autor escribe con el mismo tono de autoridad espiritual que percibimos en todas las Escrituras conocidas. No era de los Doce (He 2:3), pero era bien conocido del grupo a quien dirige la carta que podía dar fe de su testimonio y de su obra (He 13:18-19).
La anonimidad del escrito produjo ciertas dudas en cuanto a su inclusión en el canon de la Palabra de Dios, pero más bien entre personas, como el hereje Marción, a quienes no les agradaban las doctrinas de Hebreos. Desde el tiempo de Orígenes fue incluido en los libros aceptados o canónicos.

Los lectores

No tenemos ninguna información sobre los cristianos que recibieron la carta, aparte de las referencias que contiene la misma epístola. Por ellas es cierto que la carta se dirigió a un grupo determinado de cristianos hebreos y no a todos ellos en general, pero no se nombra el lugar donde residían. Por la referencia de (He 2:3) sabemos que la iglesia en cuestión había recibido el Evangelio de boca de Apóstoles que habían acompañado al Señor, y parece evidente también que había existido por bastante tiempo (He 5:12), hasta tal punto que algunos de sus primeros guías ya habían pasado a la presencia del Señor (He 13:7). Además, estos creyentes habían pasado ya por muchas persecuciones por causa del Evangelio, sin llegar, sin embargo, hasta el punto de tener que dar sus vidas por el Señor (He 10:32-34) (He 12:4). En el momento de escribirse esta epístola, la iglesia (o una buena parte de ella) estaba en peligro de "deslizarse" (He 2:1), o, según la metáfora de la palabra griega, de "ir a la deriva después de soltarse las amarras", que quiere decir que se inclinaba otra vez al judaísmo, con el abandono de su posición cristiana, y es esta tendencia que motiva las solemnes amonestaciones que abundan en la carta.
El Dr. Westcott creía probable que el lugar donde se hallaba la iglesia en cuestión sería la misma Jerusalén, o una ciudad en sus inmediaciones, pues los creyentes allí sentirían con más poder la influencia del ritual del Templo. Pero todo lo que se dice podría aplicarse a cualquier grupo de cristianos de origen hebreo que se habían mantenido separados de los cristianos gentiles.

La fecha y el lugar donde se escribió

Se puede tomar por cierto que la epístola se escribió antes de la destrucción del Templo por Tito en el año 70, porque el autor habla del ritual del Templo como si todavía existiese (He 9:6) (He 10:11), y, lo que es más importante, los cristianos judíos del grupo no habrían sentido ninguna inclinación de volver al sistema levítico si el Templo hubiera sido ya destruido, dándose así una prueba tan convincente de su carácter temporal. El Dr. Farrar dice que la destrucción del Templo llegó a ser el comentario que la providencia divina permitió que se hiciera sobre todas las verdades expuestas en esta epístola. Pero, por lo que hemos visto anteriormente, la iglesia llevaba ya años de existencia, de modo que la fecha de la carta no podía ser mucho antes de la fecha significativa del 70 de nuestra era. Quizá la referencia a Timoteo en (He 13:23) indica que había sufrido prisiones en la época del martirio de Pablo y de Pedro, siendo suelto posteriormente, lo que nos haría pensar en los años 67 a 69 d.C. como fecha de esta epístola.
La mención de la presencia de "los de Italia" con el autor al momento de escribir la carta (He 13:24) no nos revela nada en cuanto al sitio, pues en cualquier parte podía haber un número de judíos antes residentes en Italia, conocidos a los que recibieron la carta, y que aprovechasen el envío de la carta para mandar saludos.

La ocasión y el propósito de la epístola

Las epístolas surgían, por la parte humana, de las necesidades de las iglesias que se habían formado durante el período de la actividad apostólica en el primer siglo y, por lo tanto, las más de ellas presentan una gran variedad de temas. Hay dos, sin embargo, que, por la gravedad de la ocasión, mantienen un solo tema desde el principio hasta el fin: esta que estudiamos y la que se dirigió a los Gálatas.
Esta epístola se parece a la de los Gálatas por la ocasión que la motiva (el peligro de la apostasía), y por eso el tema se desarrolla sin fluctuar hasta el fin, con toda constancia y energía. Los gálatas (en su mayoría gentiles) estaban en peligro de abandonar la pura gracia y el sentido universal del Evangelio para volver a la doctrina de los judaizantes, que quería añadir las obras legales a la Obra de la Cruz, enseñando que las iglesias entre los gentiles habían de adherirse al judaísmo. Aquí se trata de un grupo, al parecer, de cristianos judíos, y su peligro fue el de menospreciar la suficiencia de Cristo para volver del todo al judaísmo. Como grupo, estaban en peligro de una apostasía manifiesta, por la que negarían el Evangelio, dejarían la Iglesia y volverían al redil de Israel. Para la debida interpretación de ciertos pasajes de solemne aviso es necesario tener presente que se dirigen éstos al grupo, que, dejando la única base de salvación, volvería a crucificar al Hijo de Dios, por asociarse con la parte rebelde de la nación, teniendo por profana la sangre del pacto y habiendo afrentado al Espíritu Santo (He 6:6) (He 10:29).
Estos cristianos hebreos se hallaban, sin duda, bajo fuerte presión de parte de los judíos enemigos de Cristo, que les recordarían las antiguas glorias y privilegios de la raza escogida, la sublime autoridad de la Ley mosaica, la noble dignidad del ritual levítico y las maravillas de la intervención de Dios en su historia nacional. Les echarían en cara su traición al dejar la sabiduría inspirada de Moisés para seguir las enseñanzas del despreciado Nazareno, que había sido rechazado y crucificado por los príncipes de la nación como mesías impostor. Los dulces recuerdos de la niñez y de la juventud se juntarían a los intereses y al temor del momento para inducirles a volver al terreno judaico que un día habían dejado. Y es de notar que, durante el período de transición, no se prohibía al creyente judío que cumpliera los servicios del Templo como "costumbre" nacional, y aun Pablo, bien adelantada su carrera cristiana, accedió a ello; pero es de suponer que consideraban los sacrificios como símbolo de la obra ya consumada de Cristo (Hch 21:18-26). Hacía falta la epístola que estamos estudiando, y la destrucción del Templo, para que el cristianismo entre los judíos se desligara una vez para siempre del ritual del Templo.
El autor admite plenamente todas las glorias del antiguo régimen, describiendo el ritual levítico con amor y simpatía, pero su argumento es que todo aquello, muy necesario en su día y claramente ordenado por Dios, tenía solamente un sentido preparatorio, cumpliéndose plenamente sus símbolos parciales e inadecuados en la persona del Señor Jesucristo. Llegada la sustancia, la sombra puede pasar, y no sólo era una locura, sino un gravísimo peligro espiritual, volver los ojos ya con anhelo a lo antiguo, pues tal movimiento del alma significaba el desprecio de la persona y la obra de Cristo.

Las excelencias de Cristo

La parte positiva del argumento consiste en una hermosa presentación de la absoluta preeminencia de Cristo en su obra mediadora, en contraste con todos los personajes y sombras del antiguo régimen, basándose esta preeminencia en la calidad de su persona y la perfección del sacrificio que ofreció. La palabra clave es "mejor" o "más excelente".
En líneas generales se traza el argumento en el análisis que sigue:

Análisis de la Epístola

I. El Hijo es superior a los profetas: Se presentan las glorias de su persona y obra (He 1:1-3).
II. El Hijo es superior a los ángeles (He 1:4-11).
III. El primer aviso solemne contra el peligro de "deslizarse" (He 2:1-4).
IV. El Hijo es superior a Adán. Es Señor de la nueva creación. Se anticipa su obra sumosacerdotal (He 2:5-18).
V. El Hijo es superior a Moisés como Hijo sobre su propia casa (He 3:1-6).
VI. El Hijo es superior a Josué. El peligro de perder el descanso sabático. La obra de la Palabra de Dios y la intercesión del sumo sacerdote (He 3:6-4:16).
VII. Cristo es el sumo sacerdote más excelente. Su preparación y consumación (He 5:1-10).
VIII. Avisos solemnes y un mensaje animador (He 5:11-6:20).
IX. El sumo sacerdote establecido según el orden de Melquisedec (He 7:1-28).
X. El tabernáculo permanente y el mejor pacto (He 8:1-13).
XI. El ministerio de Cristo en el verdadero tabernáculo (He 9:1-28).
XII. El sacrificio perfecto a la luz del Salmo 40 (He 10:1-18).
XIII. Resumen y exhortación (He 10:1-18).
XIV. La renovación de la solemne amonestación (He 10:19-25).
XV. Una exhortación a la paciencia y a la fe (He 10:26-31).
XVI. El camino de la fe (He 11:1-12:2).
XVII. El camino de la disciplina y del santo temor (He 12:3-29).
XVIII. El Epílogo: La conducta del peregrino de la fe, con su adoración y su posición frente al mundo religioso. Una hermosa oración y doxología (He 13:1-25).

Amonestaciones y exhortaciones

Además de los solemnes avisos contra la apostasía, hay diez exhortaciones positivas, que animan al creyente a seguir adelante en el camino de la madurez espiritual, buen testimonio y separación, acercándose al trono de la gracia para adorar y buscar la ayuda oportuna: (He 4:14) (He 4:16) (He 6:1) (He 10:22-24) (He 12:1-2) (He 12:28) (He 13:13).

Temas para recapacitar y meditar

1. Descríbase la manera en que la Epístola a los Hebreos suplementa y completa la doctrina de las demás.
2. ¿Cuál es el tema dominante de esta epístola?
3. Adúzcanse razones para creer que Pablo no era el autor de esta epístola.
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