Estudio bíblico: Los siervos de Dios frente a las divisiones en la iglesia - 1 Corintios 3:1-4:21

Serie:   Exposición de 1 Corintios   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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Los siervos de Dios frente a las divisiones en la iglesia (1 Corintios 3:1-4:21)

Consideraciones generales

Los siervos frente a su Señor. En el curso de esta sección Pablo no abandona el tema de la sabiduría de Dios contrastada con la del mundo; más bien pasa a considerarlo en sus manifestaciones concretas, tanto en relación con los falsos conceptos de algunos hermanos en Corinto como frente al servicio total de los verdaderos siervos de Dios, algunos de cuyos nombres servían de banderín para los facciosos. Es notable que el apóstol se decidiera a explayar la profunda doctrina de revelación divina de (1 Co 2:10-16) frente a la iglesia en Corinto, tan lejos (en parte) de comprender el camino espiritual de hombres que conocen "lo profundo de Dios" por la poderosa obra interna del Espíritu de Dios. El hecho nos recuerda de nuevo que no faltaban hermanos espirituales en la iglesia, pese a que Pablo, en la sección que tratamos, ha de señalar cuán lejos se hallaban algunos de la espiritualidad que debiera caracterizar a la familia de Dios. El análisis que Pablo hace de la carnalidad de los corintios —juntamente con el hecho de que la justificaban éstos por emplear los nombres de Pablo, Cefas y Apolos— llevó al apóstol a hablar de los siervos de Dios y su obra en términos a la vez espirituales y prácticos. No obraban como jefes de bandos, sino de una forma que correspondía a siervos del Altísimo, coordinando sus esfuerzos bajo la dirección de su Dueño, a quien sólo competía valorar su servicio y darles la recompensa. Por eso los capítulos 3 y 4 son de importancia especial para el estudio del ministerio cristiano.
Idealmente, todo creyente es "siervo de Dios", de modo que las normas del servicio que aquí se destacan tienen amplia aplicación tanto dentro de la iglesia local como frente al mundo al cual testificamos. La sabiduría de Dios se ve en el llamamiento de todos sus siervos, en la potencia espiritual que éstos reciben y en el hecho de que toda virtud para el ministerio viene de arriba, descartándose absolutamente todas las energías de la carne.
Los siervos de Dios frente a la iglesia local. De paso surge el tema de la naturaleza de la iglesia local como "edificio" y como "templo", de modo que entramos ya de lleno en la eclesiología de esta Epístola, en la cual se destaca especialmente la constitución de la iglesia local, con su culto y ministerio. De nuevo recibimos enseñanzas preciosas y precisas por medio de los reproches que el apóstol dirigió a su desordenada familia espiritual en Corinto. Tales reprensiones —tratándose de las espirituales, fundadas sobre las Sagradas Escrituras— no son meramente negativas, dirigidas sólo al mal existente, sino positivas, por cuanto señalan además el camino a seguir. Por tales medios Dios ha sacado a la luz el precioso mosaico de las Escrituras, en el que no falta elemento alguno de provecho espiritual, ni se halla lugar para meras lucubraciones humanas. Las lecciones son tanto más eficaces por ser "gráficas", ya que surgen de condiciones reales, humanas e históricas, que se han producido en la vida real de hombres y sociedades.

Los siervos de Dios y la iglesia (1 Co 3:1-23)

1. La carnalidad de los corintios (1 Co 3:1-4)
Hermanos espirituales y carnales. Pablo emplea el término de "pneumatikos" para describir a los hermanos que habían llegado a cierta madurez espiritual. No supone la perfección moral y espiritual —que no se ha visto en nadie aparte del Maestro, sino la vida orientada hacia lo espiritual bajo la guía del Espíritu Santo. Dos términos se emplean para los "carnales", "sarkinos" y "sarkikos", entre los cuales no hallamos distinciones muy significativas, si bien el primero enfatiza más el origen de la vida carnal, y el segundo sus características. Repetimos que esta condición de carnalidad que se halla entre el pueblo de Dios no se ha de confundir con la del hombre "natural" (1 Co 2:14), pues éste no conoce para nada las cosas de Dios, no habiendo nacido de nuevo. Es importantísimo recordar que Pablo —al oponer lo carnal a lo espiritual— no sigue el pensamiento griego que enseñaba que el "hermoso" espíritu del hombre se hallaba cautivo en la "cárcel" de su cuerpo bajo y material. La revelación bíblica destaca la personalidad del hombre, compuesta de cuerpo, alma y espíritu, enseñando que el "hombre total" cayó en el Edén. El cuerpo, como instrumento, puede ser entregado por una voluntad pervertida a toda suerte de pecado; en cambio, puede ser "templo del Espíritu Santo" en el caso del creyente, y dedicado a la obra de Dios por las operaciones del Residente divino. La "carne" —en contextos que excluyen la idea literal de la sustancia de un cuerpo o de la flaca humanidad en general— quiere decir todo aquello que ha surgido de la Caída; sus obras abarcan tanto los pecados más abominables como los actos muy estimados de la religiosidad humana. Contra la carne lucha el Espíritu de Dios, a través del espíritu redimido del hijo de Dios. No se trata de mi espíritu en lucha contra mi cuerpo, sino del Espíritu de Dios luchando contra toda la herencia de la Caída en mí (Ro 8:2-17) (Ga 5:16-25).
La leche y el alimento sólido. Pablo no podía continuar su carta sobre el alto nivel doctrinal y espiritual del capítulo 2, pues percibía tantas manifestaciones de carnalidad entre los corintios que le fue preciso volver a alimentarles de la leche de la Palabra y no del manjar sólido. Por desgracia, muchos de los corintios se portaban "como hombres", andando más o menos según las normas de los inconversos (1 Co 3:3). ¡Terrible condenación de un proceder meramente humano cuando debiera haberse manifestado la gloria de Dios en el andar de los hijos e hijas del Señor omnipotente! En cuanto a la labor pastoral, le fue necesario al apóstol tratarles como "niños" ("nêpioi", "criaturas") que necesitaban leche. La leche espiritual de la Palabra es muy buena y necesaria para la vida espiritual de los recién nacidos (1 P 2:2), pero si es preciso administrar leche a personas mayores es señal de una grave falta de desarrollo. Este infantilismo fue causa del espíritu carnal, fuente de las divisiones en Corinto, mientras que en (He 5:12), la misma causa colocaba a la congregación en peligro de apostasía. Si hay creyentes y congregaciones de ciertos años de vida que no se hallan dispuestos a recibir "viandas", o sea, un ministerio expositivo y doctrinal, debieran preocuparse seriamente por el estado de su salud espiritual. Según este pasaje, y el citado de Hebreos, se hallan en grave peligro de una parálisis espiritual progresiva.
Resumiendo el contenido de estos cuatro versículos, vemos: a) Que es posible que verdaderos creyentes no salgan de un estado carnal, en el que predominan los deseos del "yo". b) En cambio, hay hermanos espirituales cuyas vidas se orientan manifiestamente hacia los asuntos del Reino de Dios. No son perfectos, pero les caracterizan deseos y actitudes espirituales. c) La carnalidad de un sector de los creyentes en Corinto se manifestaba por un andar que apenas se distinguía de los hombres del mundo. d) La falta de madurez de muchos corintios imposibilitaba la asimilación de la "vianda" de la Palabra que correspondía a su edad espiritual. e) La carnalidad se revelaba, además, por el instinto humano de agruparse alrededor de personas, con olvido del hecho de que, en la iglesia, todo es de Dios. De las predilecciones carnales surgió el intento de valerse de los nombres de ciertos siervos de Dios como banderín de partido.
2. Los siervos de Dios son instrumentos suyos para realizar su Obra (1 Co 3:5-9)
La función de los ministros de Dios. "¿Qué es, pues, Apolos?, ¿qué es Pablo?..., ministros por cuyo medio creísteis". "Ministros" traduce "diakonoi", voz que corresponde a siervos dedicados a un cometido específico, a veces humilde, bajo las órdenes de su jEf Era ridículo convertir a un "diakonos" en caudillo de partido, ya que él mismo se hallaba bajo la dirección de su Dueño. Por medio de ellos —por la predicación del Evangelio— los corintios habían llegado a creer, pero la virtud se hallaba, no en los siervos de Dios, sino en el mensaje que exponían y en los grandes hechos redentores que presentaban. La primera cláusula del versículo 9 debe leerse conjuntamente con esta definición de la función de los siervos de Dios: "Porque colaboradores somos de Dios". Esto no quiere decir que trabajaban conjuntamente con Dios —algo que podría ser verdad en otro contexto—, sino que Pablo, Apolos, Pedro y los demás eran colaboradores conjuntamente para el cumplimiento del cometido que habían recibido de Dios. No se trataba de "yo", "tú" y "él", sino de hombres unidos en un común esfuerzo bajo la dirección de Dios.
La diversidad del servicio. Los corintios apreciaban la diversidad de los dones, expresando luego sus predilecciones frente a ellos, pero Pablo les recuerda aquí que también existe una diversidad de servicios complementarios: algo que es preciso para la labor total de fundar y edificar una iglesia local. Es cierto que Dios concede dones especiales a cada uno (1 Co 3:5), pero sólo como medio para el cumplimiento de la diversidad del servicio necesario con el fin de llevar a cabo la labor total. Pablo "plantó", pues él inició la predicación del Evangelio en Corinto; esto hizo posible que, en fecha posterior, Apolos "regara" la planta del testimonio por medio de sus elocuentes exposiciones del Antiguo Testamento. El hecho permanente, sin embargo, es que sólo a Dios le compete "dar el crecimiento", lo que nos permite valorar correctamente el servicio de los ministros, viéndolo como una colaboración dentro del plan divino. No sólo eso, sino que los siervos "son una misma cosa" —algo indivisible—, porque sirven al mismo Señor por la potencia de un solo Espíritu.
La diversidad de la recompensa. Acabamos de notar la unidad de los siervos en su labor. Existen, sin embargo, diversidades de dones y de capacidad, como también esfuerzo y de voluntad; pero no toca al creyente aquilatar el valor del servicio prestado, sino aceptarlo agradecido como una hermosa provisión de parte de Dios. El Dueño conoce bien la labor especial de cada uno de sus siervos, y a él sólo le corresponde dar la recompensa: concepto que se desarrollará más ampliamente en el versículo 14. Servimos por amor al Señor, quien nos amó y se dio a sí mismo por nosotros, pero no por eso es despreciable la recompensa celestial, que se dará según la aplicación estricta de la ley de "siembra y siega" (Ga 6:7-9).
3. El edificio y los edificadores (1 Co 3:9-17)
"Vosotros, labranza de Dios, edificio de Dios sois". Pablo necesita enseñar, no sólo la naturaleza y la función de los siervos de Dios, sino también el carácter y la función de la iglesia local, con referencia a todos los hermanos que participan en la tarea de levantar el testimonio local. Para redondear la figura de los versículos 6 y 7, sacada de la agricultura, notemos que Pablo dice que la iglesia es "labranza de Dios", o sea, una finca cultivada espiritualmente y separada del desierto del mundo que se halla bajo el dominio de Satanás. Abandona en seguida esta figura a favor de otra que se presta mejor para ilustrar lo que quiere enseñar a continuación: "vosotros..., edificio de Dios sois".
El arquitecto y el fundamento. La "gracia de Dios" que se menciona en el versículo 10, y que dio sabiduría y potencia a Pablo al llevar a cabo su obra en Corinto, corresponde al apostolado a los gentiles que ya hemos estudiado en las notas sobre (1 Co 1:1). Aquí el apóstol obra como el "perito arquitecto", quien planeó la primera fase de la obra en la gran ciudad, colocando bien el fundamento, que es Jesucristo. Desde luego, "colocar el fundamento" quiere decir la clara predicación del Evangelio, según los principios de la "sabiduría divina", que ya meditamos en (1 Co 2:1-5). Es posible establecer sociedades y "clubs" sobre la base de ciertos intereses en común, consiguiendo éxitos de organización; pero no es posible fundar una iglesia cristiana aparte de la predicación de Cristo crucificado y resucitado, "por que nadie puede colocar otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo".
El edificio. Tanto Pablo como Pedro utilizan la figura de un edificio para representar la Iglesia, pero hemos de distinguir ciertos matices en todos los casos. En (Ef 2:20-22) se trata de la Iglesia universal, el conjunto de todos los salvos, que se levanta sobre el fundamento de los apóstoles —por ser ellos los anunciadores de la verdad en cuanto a Cristo—, viéndose a Cristo mismo como la principal piedra del ángulo y trabazón que da fuerza y unidad a toda la estructura. En el versículo 11 de nuestra porción hallamos el mismo concepto de Cristo como fundamento, ajustado a la escala de la iglesia local. Pedro en su primera Epístola (1 P 2:4-8) se vale también de análoga figura, pues la Roca (el Mesías) constituye el cimiento, y los creyentes se comparan a "piedras vivas" colocadas sobre este Fundamento. En todos estos casos se perciben ecos de las profecías del Antiguo Testamento que señalaban al Mesías venidero como la Roca fundamental sobre la cual Dios había de establecer su obra, tanto de salvación como de juicio. Notemos, sin embargo, que el desarrollo de la figura en nuestra porción se distingue del de los demás casos citados, pues no se trata aquí de colocar personas salvas sobre el verdadero fundamento, sino de que los creyentes traen varios materiales que van colocando sobre el cimiento afirmado por el "perito arquitecto". Un examen de los versículos 10 al 15 revela que estos materiales pueden ser buenos y aceptables, adecuados al propósito de levantar un edificio espiritual para Dios; o, contrariamente, flojos y endebles, que por fin serán rechazados. De esto trataremos a continuación, pero no entenderemos el desarrollo de la figura del edificio aquí si no percibimos estos matices que la distinguen de la de (Ef 2) y de (1 P 2). Lo que se levanta aquí es el testimonio local, resultado de los esfuerzos de los espirituales y que puede estropearse por las "actividades" de los carnales.
La obra de cada uno. Una y otra vez Pablo repite la frase "de alguno", "de cada uno", recalcando así la responsabilidad de cada hijo de Dios frente a la obra local. Ningún creyente puede eximirse de esta responsabilidad, ya que surge del hecho de su redención por la sangre de Cristo. De paso es evidente que Pablo no hace diferencia alguna entre "clérigos" y "laicos", al mencionar siervos de Dios que dan todo su tiempo a la obra y otros que se mantienen por sus trabajos manuales. Cada uno ha sido redimido por la sangre de Cristo, de modo que a cada uno le corresponde trabajar espiritualmente en la obra, o, por el contrario, cada uno puede llegar a estorbar la labor a causa de su carnalidad.
Los materiales de la obra. No es difícil comprender que la lista de seis "materiales" se divide en dos categorías: a) oro, plata y piedras preciosas (quizá hemos de entender piedras como "mármol labrado"); b) madera, heno y hojarasca (o paja). No son materiales muy comunes tratándose de construcciones, pero a Pablo le importa poco ser rígidamente consecuente en la aplicación de sus figuras, pues lo que le interesa es destacar el sentido espiritual de ellas. Quizá pensaba ya en que el edificio llega a ser "templo" (1 Co 3:16), recordando que en el templo de Salomón se derrochaba el oro, la plata y las piedras preciosas. El contexto aclara perfectamente que los tres primeros elementos representan obras llevadas a cabo en relación con la iglesia local por la potencia del Espíritu Santo. El éxito visible de tales obras podría variar mucho —según el don, capacidad y el celo de quien trabajaba—, pero todas eran preciosas y útiles por ser espirituales. Median también circunstancias y tiempos muy diversos, de modo que algunos siervos de Dios, tan fieles y esforzados como otros, no tienen el gozo de ver mucho fruto visible, pero en lo posible hacen su contribución al resultado final (Jn 4:35-38).
Es obvio que el heno y la paja no sirven para levantar un edificio, pero no lo es tan claro tratándose de madera. En todos los casos hemos de entender esfuerzos llevados a cabo por la energía de la carne, para la gloria del "activista": obras que no permanecen y que desaparecerán completamente al ser puestas a la prueba del "fuego" en el día de la manifestación de todas las cosas (1 Co 3:13,15). Con todo, la madera puede representar esfuerzos humanos que son utilizados por la providencia de Dios, de la manera en que apoyos de madera pueden sostener un edificio por cierto tiempo; pero se entiende (hallándose en esta categoría) que el móvil es carnal, y el hecho de que la obra sea útil —bajo la providencia de Dios— no garantiza ni su permanencia ni que el "obrero" reciba recompensa. El heno y la paja corresponden a la carnalidad más evidente y escandalosa de los miembros de una congregación local; las actividades podrán "abultar", pero la falta de solidez y de verdadero valor es evidente frente a todo discernimiento espiritual. Es más difícil apreciar la debilidad de la "madera". Pablo subraya la responsabilidad de cada uno: "El fundamento es único, y bien colocado; cada uno mire cómo sobreedifica".
La manifestación y la recompensa. Más adelante (1 Co 4:5) el apóstol ha de dar este consejo: "No juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual sacará a luz los secretos de las tinieblas y también manifestará los consejos de los corazones; y entonces cada uno recibirá de Dios la alabanza" (2 Co 5:10). Se trata del Tribunal de Cristo cuando el Dueño pasará revista de las obras de sus siervos, a la perfecta luz de su presencia, que constituirá el verdadero "día" en el que no habrá tinieblas, donde nadie ni nada podrá ocultarse. El "fuego" del versículo 13 no es el de un supuesto purgatorio, sino el de los ojos del Señor de la Iglesia, que son como llama de fuego (Ap 1:14). Todo lo falso y postizo desaparecerá y toda obra se destacará según su intento y su poder espiritual. Todo lo que hemos hecho por medio del cuerpo será manifestado según su verdadero valor. El alma del creyente carnal, quien colocaba sobre el Fundamento de su mísera contribución de heno y de paja, no se perderá, pues su vida está asegurada por la de Cristo; sin embargo, verá con horror cómo se queman totalmente sus pretendidas obras, antes de pasar él desnudo —en cuanto a ellas— al estado eterno, vestido de la justicia de Cristo que aceptó por la fe, pero sin recompensa. Lo terrible es que percibirá con diáfana claridad cómo deshonraba a su Señor en la tierra. Al mismo tiempo, las obras más modestas que se realizan en la potencia del Espíritu Santo y por amor al Señor se destacarán gloriosamente, correspondiendo la recompensa exactamente al valor real de cada una. No creemos que creyentes, ya "en Cristo", y libres de condenación, podrán hallarse en medio de los rebeldes ante el gran Trono Blanco que se describe en (Ap 20:11-14); sin embargo, la revelación del Tribunal de Cristo, donde Cristo juzgará a sus siervos, basta por sí para que pensemos con la debida seriedad sobre el tema de nuestra entrada en la gloria. Lo único que nos preocupará entonces será la gloria y honra de nuestro Señor, pero ningún hermano pensador podrá echar de lado con ligereza las solemnes implicaciones del versículo 15: "si la obra de alguno fuere consumida, él sufrirá pérdida; no obstante, él mismo será salvó, más así como pasando por fuego".
La iglesia local como templo de Dios. Si entendemos bien que la iglesia local es el reflejo de la Iglesia universal, no nos extrañará la relación que existe entre (Ef 2:20-22) y la porción que tenemos delante, pues en los dos casos el "edificio" llega a ser "templo" porque es "morada de Dios en el Espíritu", tratándose de la Iglesia universal en Efesios y de la iglesia local en 1 Corintios. Muchos hermanos no se fijan en el contexto de la frase "templo de Dios" en los versículos 16 y 17, llegando, por lo tanto, a confundir la metáfora aquí con la de (1 Co 6:19): "¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual mora en vosotros?". Recordemos que toda interpretación depende necesariamente del contexto; por lo tanto, en esta secuencia, Pablo desarrolla el concepto de la iglesia local como lugar de testimonio, destacando la responsabilidad moral y espiritual de todos los miembros. En cambio, es evidente que el tema del capítulo 6 es el de la pureza del cuerpo del cristiano, que también es sagrado, que también es morada del Espíritu; sin embargo, en la exégesis, no hemos de confundir lo individual con lo colectivo. Como ya hemos visto, la iglesia local es el conjunto de personas redimidas por la sangre de Cristo, que se reúnen en un lugar geográfico. El edificio que ocupan tiene una importancia relativa, pero la reunión de los salvos permite la manifestación de la gloria de Dios en medio de ellos, lo que convierte la congregación en templo santo. No sólo eso, sino que la iglesia local se reúne primordialmente a fin de adorar a Dios, lo que destaca más aún el concepto de templo. Sobre todo el Espíritu de Dios —frase no muy común— ocupa la iglesia local, y es su divina presencia lo que transforma la compañía de seres humanos en templo del Dios viviente: "No sabéis que vosotros sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?".
El versículo 17 destaca la posibilidad de que alguien destruya el templo, haciendo imposible su función como lugar de adoración, de comunión y de testimonio. No quisiéramos dogmatizar —en vista de la brevedad extrema de la referencia aquí—, pero parece ser que Pablo distingue entre tres clases de personas asociadas con la iglesia local: a) hermanos que edifican bien y espiritualmente, y quienes recibirán su recompensa según su obra; b) hermanos carnales que edifican mal por falta de sumisión a Dios y porque no obran en la potencia del Espíritu Santo; éstos serán "salvados", pero como si fuera por fuego; c) personas que intentan destrozar lo que se va levantando, y el apóstol dice: "Dios destruirá al tal". En el tercer caso no se trata ni de debilidades, ni de equivocaciones ni de carnalidades, sino de una labor negativa, que intenta destruir y no sobreedificar. Quienes actúan así no son salvos, ni se salvarán, pues no pasan de ser apostatas que han participado en las bendiciones generales y externas de la compañía de los redimidos sin haber doblegado la rodilla delante del Señor. Quizá saben mucho —como Judas—, pero les falta vida, y la potencia del Espíritu Santo, de modo que estos secuaces de Satán, disfrazados de creyentes, que intentan socavar los fundamentos del testimonio en la iglesia local, recibirán la condenación inapelable de la perdición, en grados que corresponden exactamente a sus nefandas obras.

Pobreza y riqueza (1 Co 3:18-23)

Los verdaderos valores. El apóstol no se ha olvidado del problema creado por la locura de muchos de los hermanos corintios que formaban su propio criterio en cuanto a los siervos de Dios, dejándose llevar por sus propios conceptos de la sabiduría. No es preciso repetir lo que se ha dicho sobre las características de la sabiduría humana y de la divina, y basta notar la facilidad con la cual los hombres —aun tratándose de buenos hermanos— pueden engañarse sobre valores verdaderos y falsos. "Que no se engañe nadie", reitera Pablo, pues si alguno parece ser sabio —así literalmente— que se haga un necio en cuanto a las normas humanas de sabiduría, para poder recibir la luz que viene de Dios por el proceso de revelación. Pablo no predica novedades, pues la locura del hombre caído delante de Dios ya se había destacado en versículos como (Job 5:12-13) y (Sal 94:11), como parte de la antigua revelación.
El inventario de las riquezas del creyente. El tema "todo es vuestro" —que se desarrolla en estos maravillosos versículos— constituye una de las cumbres del pensamiento inspirado de Pablo. No bastaba el argumento negativo de que la sabiduría humana era vana, como vanos eran también los hombres que la profesaban; fue preciso presentar, además, la verdad positiva que había adquirido realidad y vitalidad en la Nueva Creación. Pablo llegó a hacer el inventario de los bienes reales de los hijos de Dios con el fin de que los engañados corintios percibiesen —por contraste— la pobreza y miseria de las finalidades que perseguían. Eran multimillonarios quienes, en su locura, envidiaban al mendigo que acababa de recoger un mendrugo de pan sucio de la cuneta. ¿Cabe mayor necedad? He aquí el inventario.
a) Pablo, Apolos, Cefas. Estos hombres no podían ser jefes de bandos rivales por las razones que acabamos de estudiar. En cambio, constituían un don de inapreciable valor que el Señor de la Iglesia había dado a los suyos. "¡Son vuestros para el variado ministerio de la Iglesia!", exclama Pablo en efecto. La consecuencia lógica prohibía que los corintios se formasen en las filas de ninguno de ellos, como si fuesen jefes y no siervos. Compárese (Ef 4:11-12).
b) El mundo. "El mundo es vuestro", dice el apóstol. No se trata aquí del mundo en mal sentido —el "kosmos" como sistema universal de Satanás—, sino de todo cuanto Dios ha creado, que queda a la disposición de sus hijos; como colofón, el creyente goza del derecho de aprovechar todo lo bueno del orden material sin caer en los errores del materialismo o del hedonismo.
c) La vida y la muerte. Los hombres se agarran a la vida por instinto biológico, y, por ende, temen la muerte. Según los psiquíatras, también temen a la vida, puesto que las múltiples debilidades de su ser interno les incapacitan para hacer frente a las ignoradas contingencias del decurso del tiempo. ¡Cuán privilegiado es el creyente, puesto que, sabiendo que Cristo ha vencido la muerte por su Muerte y Resurrección, puede disfrutar aún ahora de la vida eterna! Y esta seguridad espiritual le presta poderoso auxilio aun en el desarrollo de la vida física y psíquica, pues recibe el potente impulso de la gracia de Dios, que le capacita para situar las incidencias de su experiencia dentro de la perspectiva eterna. Pablo mismo, habiéndose entregado del todo a su Señor, pudo exclamar: "Para mí, el vivir es Cristo y el morir ganancia"... "Todo es vuestro", nos dice, tratándose aún de la vida y la muerte.
d) Lo presente y lo porvenir. Dios es eterno, pero toda criatura ha de desenvolverse dentro de las condiciones del tiempo, o sea, del paso de minutos, horas, días, meses, años, siglos. Sin duda, el hombre sin pecado habría podido desarrollar las posibilidades de su vida progresando siempre hacia la consumación de los propósitos de Dios, de tal modo que el tiempo le habría sido siempre una bendición, trayéndole gloriosas posibilidades en cada momento. Después de la Caída, sin embargo, el tiempo —aun siendo necesario para todo propósito humano— trae el envejecimiento del hombre, quien camina hacia la muerte: esto supone la decadencia propia con la ruina final de todos sus propósitos. Por lo tanto, el hombre que para con el fin de meditar en el significado de la vida, teme "lo presente" y "lo porvenir", igual que "la vida y la muerte". El diablo procura llenar el espíritu del hombre de "diversiones", con el fin de que no medite en las solemnes realidades de este presente y porvenir, persistiendo la incertidumbre y las inquietudes de una manera más o menos consciente. El creyente ve todo dentro de la perspectiva de los planes y propósitos de Dios en Cristo, de modo que aprende a "redimir el tiempo", a pesar de ser "malos" los días de este siglo. En su caso, el momento presente ofrece gloriosas oportunidades para cumplir la voluntad de Dios, y "lo porvenir" —sea aquí o en el Cielo— verá la consumación de las obras realizadas en el nombre del Señor. Es cierto, como escribe Pablo, que "todo es vuestro".
1. La jerarquía establecida por Dios (1 Co 3:23)
En el proceso de la creación —nos referimos a este mundo— el Creador, Dueño por derecho propio de cuanto había sacado a la luz, hizo al hombre a su imagen y semejanza para que fuese señor de toda creación inferior en la tierra. El hombre dominaba en la creación animal, vegetal y material por el designio de su Dios y Creador. Al caer en el pecado, fue vulnerado el principio fundamental de su dominio, o sea, la sumisión a su Creador. Quedan restos de la capacidad del hombre de controlar —hasta cierto punto— su medio ambiente, pero como es un rebelde frente a Dios, encuentra también rebeldía en la esfera que debiera ser suya (He 2:5-9). En la Nueva Creación actual, fundada sobre la Cruz y la Resurrección, Dios establece una nueva jerarquía, dentro de la cual el creyente puede poseer "todas las cosas". Dios está en su lugar como Principio y Fin de todas las cosas. Cristo, como Dios Hombre, ha vencido el poderío del diablo y ha establecido una nueva creación habitada por los redimidos. El sólo es Mediador entre Dios y la Nueva Creación. Los escogidos son subordinados a Cristo, y por él han vuelto a ser poseedores de todas las cosas, ya que se ha restaurado la debida relación con Dios. "Vosotros sois de Cristo —escribe Pablo a los creyentes de Corinto—, y Cristo es de Dios". He aquí la renovación de la sagrada jerarquía que el pecado había convertido en anarquía; dentro de ella es posible apreciar todas las personas y todas las cosas en su verdadero valor, utilizando sabiamente lo que Dios pone en nuestras manos. He aquí una contestación sublime a la locura de los partidismos de los corintios carnales.

La mayordomía de los apóstoles frente a las necias pretensiones de los corintios (1 Co 4:1-21)

1. Los apóstoles como mayordomos del Señor (1 Co 4:1-6)
La aplicación de los principios. La mención de la obra de Pablo, como el perito arquitecto que colocó el fundamento de la iglesia en Corinto, dio lugar a las importantes enseñanzas parentéticas sobre la naturaleza de la iglesia local y sobre la calidad de la obra de quienes "sobreedificaban" (1 Co 3:10-17). No se había agotado, sin embargo, el tema de los ministros del Evangelio, cuyos nombres los corintios empleaban como banderas para sus partidos, de modo que, después de las sublimes perspectivas generales de (1 Co 3:21-23), Pablo vuelve a la consideración de la pregunta: ¿quiénes son los siervos de Dios, y cuál es la naturaleza esencial de su servicio? Como ejemplos ha de nombrar a sí mismo y a Apolos, por ser ellos los siervos de Dios más conocidos personalmente por la iglesia (1 Co 4:6). Por ende, no sólo se trata de la comisión apostólica, sino de principios que han de regir la obra de todos los siervos de Dios.
La fidelidad de los mayordomos. "Todo hombre" había de recordar que Pablo y Apolos eran ministros de Cristo y mayordomos de los misterios de Dios. El lector recordará que "misterio" en el Nuevo Testamento significa una verdad revelada por el ministerio apostólico que no se había aclarado anteriormente en el Antiguo Testamento. "Dispensar los misterios de Dios" equivale, por lo tanto, a ser fieles ministros del Nuevo Pacto de gracia. "Ministros" aquí traduce "hupêretês", o servidores subordinados a un director y en relación directa con él. "Mayordomos" traduce "oikonomoi", término que designaba a los esclavos de categoría superior, que manejaban los bienes de su señor, ordenando los trabajos de sus inferiores. Los dos términos unidos destacan el servicio de los apóstoles en relación con su Dueño por una parte, y por otra, frente a su obra. Dentro del cometido se incluyen no sólo bienes, sino también personas. Pablo deja el término "ministro" por el momento para examinar las implicaciones del servicio de los mayordomos, pues éstos, sobre todo, han de ser hombres fieles que saben rendir cuentas exactas a su señor. "Se requiere —aquí en la esfera de este mundo— que cada dispensador sea hallado fiel": Por brillante que fuese su actuación en otros aspectos de su labor, el mayordomo sería despedido fulminantemente si se hallara en él alguna infidelidad (Lc 16:2).
¿Quién juzga la fidelidad del mayordomo? Los corintios habían ido "más allá de lo que está escrito", o sea, habían salido de los límites de la Palabra revelada (1 Co 4:6), al sentarse en un tribunal imaginario con el fin de juzgar los dones y el servicio de los ministros de Dios. ¿Dónde se hallaban las credenciales que les permitieran juzgar al siervo ajeno? Acto seguido, Pablo sienta las firmes bases necesarias para todo "examen" de los siervos de Dios:
a) No concedía importancia a los juicios de los corintios impertinentes, pues su criterio no se fundaba ni en justicia ni en un conocimiento adecuado de la Palabra.
b) No se sometía a ningún juicio puramente humano, pues su servicio se realizaba en la presencia de Dios.
c) No se consideraba competente para juzgarse a sí mismo a pesar de tener limpia conciencia en cuanto a su servicio (Hch 23:1).
d) El único con derecho a juzgarle era su Señor, quien le había llamado al apostolado (1 Co 4:3-4).
Es importante que tengamos un concepto claro de nuestra vocación y servicio (Ga 6:4) y que haya en nosotros una conciencia limpia delante del Señor; sin embargo, todo ello no es suficiente, y Pablo dice: "no por eso soy justificado". Las flaquezas humanas podrán cegarnos en cuanto a la calidad y móvil de nuestro servicio, pero quien nos juzga es el Señor, pues a él compete aquilatar perfectamente el valor de toda actividad. Pablo dice, en efecto: "Sólo ante su tribunal soy justificado en cuanto a mi fidelidad como mayordomo".
El juicio de la Venida del Señor. Recordando las enseñanzas de (1 Co 3:12-15) sobre el Tribunal de Cristo, veremos que habla de la misma ocasión aquí. Allí se trataba de juzgar la calidad de quienes "sobreedificaban" en la iglesia local; aquí de estimar la fidelidad de los siervos de Dios comisionados por el mismo Señor. Analizando los términos del versículo 5 aprendemos lo siguiente:
a) El "tiempo" ("kairos") es un tiempo determinado de signo particular, correspondiendo aquí a la Venida del Señor, de modo que el Tribunal de Cristo se asocia con aquella Venida. Todo juicio humano es prematuro, por emitirse "antes de tiempo".
b) Todos los secretos que ahora se esconden en tinieblas serán sacados a luz por el Juez. "Tinieblas" viene a ser metáfora natural para indicar toda suerte de mal moral y espiritual, que esconde y tergiversa la verdadera naturaleza de las cosas. Los corintios carnales se habían prestado a maniobras en las tinieblas, pero el "día" había de esclarecerlo todo.
c) La obra de iluminación, cuando venga el Señor, abarcará los consejos (o intentos) de los corazones. Ante los ojos de los hombres, el valor de la obra depende de la estadística, del tamaño de los edificios levantados, del número de almas que han hecho profesión de fe, de la cantidad de dinero que se maneje, etcétera. Sin embargo, los hombres no pueden percibir lo más importante: el móvil del servicio, el intento del corazón, el amor que impulsó la actividad, o —algo tristemente posible— el deseo de "figurar", llegando a ser "noticia".
d) Sólo Dios dará la alabanza en aquel Día, según el valor real de cada obra, cuando todo se revele a la luz del Día de nuestro Señor Jesucristo.
La declaración "cada uno recibirá de Dios la alabanza" no quiere decir que cada uno será necesariamente alabado, por pobre que haya sido su contribución al Reino, sino que atañe sólo a Dios recompensar o retribuir, quedando excluida toda criatura de la obra de juicio, pues ningún ser humano puede desempeñar las funciones del juez sobre este elevado plano de los propósitos de Dios. Desde luego, el Señor verá obras de amor y de sacrificio —como la de la viuda que dio todo el sustento del día al Señor— que pasan desapercibidas por los hermanos, y estas obras recibirán tanto la alabanza del Dueño como la recompensa correspondiente. Pero eso no es el tema aquí; se trata más bien de cortar de raíz los temerarios juicios de los corintios carnales, recordándoles que están usurpando las prerrogativas divinas al elogiar a este siervo del Señor mientras critican o desprecian a otro.
Ya hemos notado que Pablo habla de sí mismo y de Apolos con el fin de aclarar mejor los principios que iban enseñando, de modo que la frase "no más allá de lo que está escrito" viene a ser un dicho conocido que amonestaba contra el peligro de salirse de la guía de la Palabra. Los juicios de los corintios no tenían base bíblica, y, de hecho, vulneraban normas escritúrales; por eso había de recordar la conocida frase de amonestación: "no más allá de lo escrito". Todo ha de ser "a fin de que no os envanezcáis unos contra otros", que describe exactamente el error de los corintios y lo denuncia como fin de esta sección. El versículo 7 se relaciona estrechamente con el párrafo que hemos venido estudiando, pero el tema vuelve a ensancharse para abarcar a los mismos corintios, subrayando su vanidad y su equivocado criterio en cuanto a sí mismos.
2. Las pretensiones de los corintios (1 Co 4:7-10)
Tres preguntas tajantes. Pablo pasa a unas preguntas "socráticas", o sea, preguntas semejantes a las que Sócrates solía dirigir a sus contrincantes para poner a prueba la realidad de sus conceptos. El apóstol imagina que se halla cara a cara con alguno de los corintios engreídos, y sus preguntas son como tres hábiles estocadas que llegan al cuerpo del contrincante con efecto devastador:
a) "¿Quién te distingue?", o sea, ¿quién te ha dado categoría superior a la de otros hermanos? No hay nada más ridículo que el hombre que se concede honores a sí mismo.
b) "¿Qué tienes que no hayas recibido?". Dones espirituales no surgen del suelo de la mera competencia humana, sino que son regalos celestiales, como indica la designación, "charismas", dones de gracia. Si algo de potencia o de eficacia se hallaba entre los corintios, lo habían recibido de Dios.
c) "¿Por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?". El regalo honra al dador, pero no puede servir de motivo de jactancia de parte de quien lo recibe. Es cierto que los dones y las capacidades varían mucho, pero ningún hermano ha conseguido crearlos para sí, pues, como hemos visto, son dones que fluyen de la gracia, producidos por el Espíritu de Dios. La gloria, pues, ha de ser tributada sólo a Dios, mientras que el siervo dotado ha de humillarse delante de su Señor, agradecido por el honor que le ha sido conferido. Las tres preguntas muestran que el envanecimiento de los corintios se hallaba completamente fuera de lugar, lo que justifica el tono irónico que Pablo emplea a continuación frente a sus pretensiones.
Falsos conceptos de riqueza y de poder. Los corintios extraviados se consideraban como "hartos" —satisfechos de comida, significa el original—, como "enriquecidos" y como potentados que "reinaban" sobre territorio que imaginaban ser suyo. No es del caso examinar aquí todo matiz de los términos griegos, sino captar más bien la impresión total de hombres que padecían de la enfermedad fatal de la "suficiencia propia". Quizá se halla el reflejo de las doctrinas de los estoicos, quienes afirmaban precisamente esta autarquía del hombre frente a las circunstancias de la vida. Pero en el caso de los corintios se trataba también de una perversión de verdades cristianas fundamentales. En efecto, había abundancia de riqueza y de poder a su disposición, pero habían de recibirlo de arriba, de modo que la abundancia de que disfrutaban no podía en manera alguna motivar jactancias humanas. Los corintios habían caído en el error de la iglesia de Laodicea, diciendo: "Nosotros somos ricos y acaudalados", sin saber que eran desdichados miserables, pobres, ciegos y desnudos (Ap 3:17).
El "reino" de los santos se sitúa en el porvenir, y Pablo, gimiendo bajo la carga de las carnalidades de los corintios, exclama parentéticamente: "¡Ojalá reinaseis para que nosotros también reinásemos con vosotros!". Los versículos siguientes ilustran bien el principio: "Si sufrimos pacientemente, también reinaremos con él" (2 Ti 2:12), pero no había ningún atajo carnal para llegar más pronto al reino, como suponían los corintios.
Para completar el cuadro de las falsas pretensiones de los corintios es preciso echar una mirada a los contrastes que adelanta Pablo en el versículo 10 al describir el ministerio de los apóstoles. Estos estaban dispuestos a ser "necios" por Cristo, pero los corintios se tenían por "prudentes"; en contraste con la flaqueza de los siervos de Dios, se consideraban "fuertes"; lejos de aceptar el desprecio, querían ser "ilustres" o "nobles". ¡Cuán distinto es todo ello del espíritu del Maestro, quien, "manso y humilde de corazón", se puso a lavar los pies de los discípulos, "dejándonos ejemplo"!
3. Los sufrimientos y el testimonio de los apóstoles (1 Co 4:9-13)
La figura del circo. En los sórdidos espectáculos del circo romano, los condenados a muerte formaban la última parte de la procesión de gladiadores, de criminales y cautivos que habían de entretener a la turba envilecida mediante luchas con diversas armas que resultaban en la muerte de la mayoría. Algunos podrían ser librados por la "benevolencia" de la turba, pero no así la última triste comitiva de los condenados a muerte. Pablo, en dramático contraste con las pretensiones de los corintios, piensa que les corresponde a los apóstoles un papel semejante al de las últimas víctimas de los juegos del circo, siendo ellos los más despreciados, aquellos que en manera alguna pueden escaparse de una muerte cruel, hechos espectáculo al mundo, a ángeles y a hombres. El apóstol estaba pensando en sus experiencias en Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra, Filipos, Tesalónica, y en muchos otros peligrosos trances que la pluma de Lucas no llega a describir —por las que llegaba a ser el objeto de la burla de las multitudes, hallándose una y otra vez en peligro de muerte—. El y sus compañeros no habían hallado la "hartura", la "riqueza" y el "dominio" que pretendían disfrutar los corintios, sino que seguían bajo sentencia de muerte, en pos del Varón de Dolores que nos redimió por la muerte de Cruz (2 Co 1:8-10) (2 Co 4:10-12).
Una serie de contrastes. No podemos por menos que percibir una intención irónica en estos contrastes que Pablo destaca entre los corintios y los apóstoles. Algo iba muy mal cuando los apóstoles eran tenidos por "necios" mientras que sus hijos en la fe se preciaban de ser "prudentes"; los apóstoles "débiles" y sus convertidos "fuertes"; los maestros "despreciados" y los discípulos "ilustres". Es importante la frase "por amor de Cristo", que relaciona la baja categoría aparente de los apóstoles con el móvil de todo su servicio: el amor de Cristo. Por deducción, el apóstol insinúa que las imaginadas glorias de los corintios se basaban no en este amor, sino en el amor propio, en el bajo instinto de la carne que quiere ensalzarse a sí misma.
Los sufrimientos de los siervos de Dios. Movido por su tema, y por el recuerdo de las distintas fases de la historia de su ministerio, Pablo se lanza a una descripción de lo que había costado extender el Evangelio por las provincias romanas del Medio Oriente. En Corinto, los hermanos no habían tenido que pasar por persecuciones muy acentuadas hasta aquel entonces; por lo tanto les fue preciso aprender algo de la historia de quienes les habían llevado el Evangelio.
a) Hambre y sed. No se hacía provisión humana para los largos viajes que emprendía el apóstol. Dios respondía a su fe (Fil 4:11-13), pero no garantizaba que sus siervos estuvieran siempre hartos. Ocasiones de hambre y de sed eran normales en su caminar por las provincias, a veces habitadas por gente hostil.
b) Falta de ropa, violencia personal, falta de hogar, cansancio. A veces, los apóstoles tenían que pasar por la vergüenza de ser desnudados en público, como ocurrió en Filipos, cuando los magistrados mandaron arrancarles la ropa con el fin de azotarles delante de la multitud. Normalmente se trataba de la insuficiencia de ropa, como cuando cruzaban por altas sierras sin la debida protección, o cuando pasaban frío en los calabozos en invierno (2 Ti 4:13). Hay que tomar el verbo "ser abofeteados" en sentido literal, pues muchas veces hombres malos les agredían, dándoles golpes. Peor aún fue la lapidación que Pablo padeció en Listra. Para un hombre de gran corazón como lo era Pablo, criado en un hogar de hebreos acomodados, la vida errante, sin hogar fijo, constituía un sufrimiento moral muy acentuado. Sin duda se hallaba muchas veces hospedado cómodamente en la casa de buenos hermanos como Aquila y Priscila, Gayo de Corinto, etcétera, pero también se lanzaba por los caminos sin calcular los riesgos, como hombre que carecía de hogar propio: algo degradante en la sociedad griega. Se subraya también el cansancio. Pablo era hombre como nosotros, y, además, siempre llevaba consigo su "aguijón en la carne", o sea, una enfermedad molesta. El cansancio sería tanto físico como moral y espiritual, pues no sólo viajaba, en las difíciles circunstancias de aquellos tiempos, sino que muchas veces ganaba el pan por medio de su trabajo de hacer tiendas, sin rebajar en nada el esfuerzo espiritual que requería su vocación apostólica. ¡Y cuánto sentía la carga de la preocupación por todas las iglesias! (2 Co 11:28).
Reacciones espirituales. Una cosa es "aguantar" los sufrimientos inevitables que surgen del servicio del Señor, y muy otra es el Espíritu de Cristo en sus siervos que devuelve bien por mal. Hay un claro eco del llamado Sermón del Monte en estos versículos —compárense los términos aquí con (Mt 5:10-12) y (Mt 5:38-48)—, pues los apóstoles injuriados bendicen a los injuriadores; siendo perseguidos, no protestan airados contra la vulneración de sus derechos, sino que soportan los ataques con mansedumbre; y siendo difamados —ataques verbales suelen ser aún más perjudiciales para los siervos del Señor que los golpes físicos— aprovechan la ocasión para exhortar, haciendo valer los grandes principios de la Palabra de Dios. He aquí la obra del Espíritu de Cristo por medio de los fieles siervos del Señor.
La hez del mundo. Los dos términos traducidos por "hez del mundo" y "desecho de todas las cosas" significan la basura que resultaba de la limpieza de legumbres, etcétera, y que se echaba fuera como algo inmundo. Se aplicaban a los peores criminales en sentido figurado como en la frase castellana: "la hez de la sociedad". Por estas designaciones —comunes en la boca de sus contrincantes— Pablo vuelve a la figura anterior de las últimas víctimas de los juegos del circo, destinadas a una muerte vergonzosa (1 Co 4:9). ¡También seguían los apóstoles al Maestro a quien los hombres colocaron en la cruz de Barrabás!
4. El "padre" amonesta a los "hijos" (1 Co 4:14-21)
Pablo era "padre" para los corintios, y no "ayo". Pablo afirma que no describe sus sufrimientos para avergonzar a los corintios, sino para amonestarlos; no dudamos que tal fue su propósito, pero a la vez pensamos que si los corintios —aquellos que se consideraban "ricos" y "fuertes"— no se avergonzasen al leer, o escuchar, las elocuentes palabras anteriores, tendrían mucho de lo que se llama vulgarmente en castellano "cara dura". Si pensasen siquiera por unos momentos en lo que había costado al apóstol llevarles el Evangelio, y lo contrastasen con su estúpido engreimiento, habrían tenido que caer de rodillas pidiendo el perdón del Señor por su locura, haciendo patente también al apóstol su arrepentimiento. Por el hecho de que el apóstol tuviera que describir este aspecto de su obra apostólica varias veces (2 Co 6:3-10) (2 Co 11:23-29), hemos de llegar a la triste conclusión de que había muchos hermanos necios y empedernidos en la iglesia de Corinto, quienes no se conmovían ni siquiera frente a lecciones tan obvias, presentadas de forma tan gráfica y conmovedora.
En la "casa" —entiéndase establecimiento— de un griego o romano pudiente, el "ayo" era el esclavo de confianza que tenía la obligación de preparar a los hijos del dueño para ir a la escuela, llevándoles allí él mismo. Su función no carecía de importancia, pero distaba mucho de la autoridad del "paterfamilias", y en su caso faltaba la relación íntima que existe entre padre e hijos. Pablo no contraviene aquí el mandato del Señor de no hacerse llamar "padre" por nadie en la tierra (Mt 23:9), sino que se vale de una figura natural al recordar a los corintios que, por predicarles el Evangelio con amor y en la potencia del Espíritu Santo, había sido medio de "engendrarles por el Evangelio". "Diez mil ayos" podrían ayudar a estos creyentes, pero sólo un siervo de Dios había sido el medio humano de llevarles a la vida. ¡Constituye un raro caso de obcecación que aquellos "hijos" no reconocieran con sumo agradecimiento un hecho tan evidente!
Como buen padre, Pablo daba ejemplo a sus hijos, pues se había portado delante de ellos de forma tan ejemplar que puede rogarles: "Que seáis imitadores de mí". Pocos siervos de Dios se atreverían a una exhortación tan directa, prefiriendo señalar el perfecto ejemplo de Cristo; pero algo hemos de aprender nosotros de esta vida ejemplar de Pablo: que si no predicamos por medio de nuestras obras y comportamiento es inútil multiplicar palabras delante de la iglesia local, o parte de ella. Este "proceder en Cristo" vuelve a mencionarse en el versículo 17.
La misión de Timoteo. Se ha dicho tantas veces que Timoteo era un joven tímido, que se ha oscurecido la importancia de su obra como el colaborador íntimo del apóstol Pablo. Aun antes de los informes de "los de Cloe", Pablo barruntaba dificultades en la iglesia de Corinto y había enviado allí a Timoteo, por ser un "amado y fiel hijo en el Señor". A la luz de la referencia en (1 Co 16:10) sabemos que la salida de Timoteo fue muy reciente, puesto que la carta podía llegar a Corinto antes que él. Por lo que podemos deducir de la actitud de muchos de los corintios, tal misión habría sido tan desagradable como meterse en una jauría de perros excitados y desmandados, que no era cometido para un joven tímido. Sin embargo, tal fue la misión que Timoteo llevó a cabo. Pablo estaba seguro de que Timoteo había de recordar a la iglesia dos cosas: a) el proceder del apóstol en Cristo, o sea, su ejemplo en toda esfera espiritual y moral; b) las enseñanzas que entregaba a todas las iglesias en todo lugar. El cumplimiento de la misión requería gran autoridad moral, y hemos de adecuar nuestro concepto de Timoteo a lo que suponían las exigencias de los importantes y arduos cometidos que llevaba a cabo en colaboración con Pablo.
La norma de las enseñanzas apostólicas. Es fácil comprender que los corintios necesitaban el recuerdo del ejemplo de Pablo, pues muchos lo habían olvidado. Fijémonos, además, en la segunda vertiente de la misión de Timoteo: la de subrayar las enseñanzas de Pablo. Algunos comentaristas bíblicos imaginan que no es posible hallar en Los Hechos y en las Epístolas más que unas líneas muy generales sobre la constitución de la iglesia y el desarrollo del ministerio en tiempos apostólicos, pero Pablo insiste aquí que solía entregar un cuerpo de enseñanzas y de prácticas que se aplicaban a todas las iglesias por igual: por lo menos a las que él y sus colegas fundaban entre los gentiles. No es cierto, pues, que en Corinto pudiera haber una norma y en Efeso otra. No negamos que algunos detalles externos podrían variar según las circunstancias locales, pero no así el modelo esencial de lo que había de ser la iglesia y su ministerio. En el curso del estudio de esta Epístola volveremos a notar los "mandamientos" apostólicos que habían de ser recibidos como Palabra inspirada de Dios.
La visita propuesta. El partido de los "inflados" podría sacar de la propuesta visita de Timoteo la inferencia de que Pablo mismo había desistido de cualquier propósito de visitar la iglesia personalmente (1 Co 4:18), pero el apóstol afirma: "iré pronto a vosotros si el Señor quiere". La visita de Timoteo se considera aquí como preparatoria para la de Pablo mismo. Cuando escribe en (2 Co 13:1), "ésta es la tercera vez que voy a vosotros", se supone otra visita después de la que resultó en la fundación de la iglesia, y el versículo siguiente indica que entonces tuvo que reprender duramente a algunos. Además, (2 Co 2:1) expresa el deseo de que no tenga que ir otra vez a Corinto "con tristeza". En la segunda visita el apóstol tuvo que emplear a fondo su autoridad apostólica, sin que se doblegara ante ella el sector rebelde. De paso podemos notar que, antes de la tercera visita (Hch 20:2-3), Tito también había estado en Corinto, en misión preparatoria, tras la cual pudo traer buenas nuevas al apóstol, quien, al parecer, pasó tres meses de tranquilidad en Corinto al final de su tercer viaje (2 Co 7:6-7). La lucha fue dura y prolongada, pero por fin venció la gracia de Dios. Escriturarios sacan distintas conclusiones sobre la fecha de la segunda visita —que de todas formas sería muy breve—, pero es seguro que tanto Timoteo como Tito prepararon el terreno para la tercera visita de (Hch 20:6).
La vara o la dulzura. La "especialidad" de los envanecidos de Corinto consistía en la multiplicación de palabras retóricas, por medio de las cuales embaucaban a los ignorantes. Pablo dice que en su próxima visita hará una clara distinción entre los recursos de la retórica y el poder de Dios. Iría como embajador de Dios, como ministro del Reino de Dios, y este Reino no consiste en la multiplicación de conceptos humanos, sino en el poder del Espíritu Santo, la Divina Persona que opera directamente en la Iglesia durante esta dispensación. ¡Cuán peligroso era enfrentarse con la potencia del Dios omnipotente! ¿Qué querían los corintios? ¿Qué esperaban de la visita del apóstol? La "vara" significa su autoridad apostólica, que había recibido del Señor. En general tal autoridad se empleaba para derramar la gracia, pero frente a conatos de rebelión se convertiría en instrumento de disciplina. A Pablo le agradaba manifestar un espíritu de amor y de mansedumbre, pero no podía abdicar frente a aquellos que "destruían" el templo de la iglesia de Dios en Corinto (1 Co 3:17). Ya hemos notado que una visita se realizó en condiciones de tristeza, pero sin duda, todo contribuyó por fin a la solución final del "problema" de Corinto.

Preguntas

1. ¿Qué quieren decir los términos siguientes?: a) hombre natural, b) hermano espiritual, c) hermano carnal, d) leche espiritual, e) viandas, o alimento sólido.
2. Discurra sobre la iglesia como edificio espiritual, señalando su fundamento, su crecimiento, los materiales para su crecimiento, la responsabilidad de los edificadores y el resultado que se vera en el Día de Cristo (1 Co 3:10-17).
3. Pablo escribe mucho sobre los siervos del Señor en la sección (1 Co 3:21-4:13). Haga notas sobre cuatro aspectos del servicio de estos siervos, que han de buscarse dentro de la porción indicada.
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).

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  Luis Venezuela  (Venezuela)  (01/03/2020)
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