Estudio bíblico: La destrucción de Jericó y el juicio de Dios - Josué 6

Serie:   Josué   

Autor: David Gooding
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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La destrucción de Jericó y el juicio de Dios (Josué 6)

No podemos negar que el juicio que Dios derramó sobre Jericó fue muy severo. Según leemos en (Jos 6:17-19), la ciudad entera debía ser considerada "anatema", lo que quiere decir que tenía que ser entregada a Dios para que él ejecutara su juicio sobre ella, siendo los israelitas seriamente advertidos de que no podían rescatar nada de allí.
Más adelante, cuando lleguemos a los ataques sobre otras ciudades, veremos que a Israel se le permitió muchas veces tomar del contenido de esas ciudades como botín, pero no así en el caso de Jericó. Allí todo debía ser entregado al juicio de Dios, y las cosas como el oro y la plata, que no podrían destruirse fácilmente, debían ser entregadas al Señor. Por lo tanto, la palabra "anatema" significa destrucción completa. Ese era el juicio de Dios sobre Jericó. Ahora nos interesa ver de qué manera se llevó a cabo.
La táctica militar que Dios mandó a Josué para conquistar Jericó no era corriente y, de hecho, nunca más se volvió a utilizar. En (Jos 6:3-5) leemos que los sacerdotes debían traer el arca, los hombres de guerra colocarse delante de ellos junto a siete varones con trompetas, y el pueblo marchar detrás durante siete días rodeando las murallas de Jericó mientras tocaban las trompetas sin intentar atacarles. Me pregunto qué pensarían los de Jericó mientras les observaban día tras día por encima de sus murallas.
Ellos se habían encerrado dentro de su ciudad, que según (Jos 6:1) "estaba cerrada y bien cerrada", lo que significa que tenían plena confianza en su sistema defensivo; estaban seguros de que los israelitas nunca podrían atravesarlo. Así que, el problema que se planteaba a los israelitas era cómo entrarían ellos y cómo entraría Dios mismo para poder, así, ejecutar sus juicios.
Aquí es importante notar la clemencia que Dios mostró hacia Jericó no entrando inmediatamente en ella. Recordemos que durante toda una semana los israelitas llevaron el arca alrededor de Jericó mientras hacían sonar las trompetas. Con ello estaban llamando su atención al hecho de que el arca del Dios de toda la tierra estaba allí, el mismo Dios que había cruzado el río Jordán en seco, y al que por supuesto, nada ni nadie iba a impedir entrar en Jericó y ejecutar sus juicios. Esta debía ser para ellos una evidencia importante: Si Dios era capaz de obrar un milagro en la naturaleza y hacer que el río Jordán se abriera, ¿qué le podría impedir entrar en Jericó?
Asimismo nuestro cometido, como el de estos israelitas que llevaban el arca, es el de proclamar la resurrección del Señor Jesucristo. En este sentido, vamos a escuchar a Pablo hablando a los filósofos griegos en Atenas tal como se nos relata en (Hch 17:22-31). Su auditorio en esta ocasión estaba compuesto por intelectuales paganos, así que comienza razonando con ellos sobre cómo es el verdadero Dios: Que no puede ser semejante a oro, plata, piedra o escultura de arte, porque nosotros mismos, que somos su descendencia, su linaje, no somos simplemente materia; también tenemos mente. Así que la fuente de donde recibimos todo eso no puede ser menos que nosotros.
Después Pablo continúa explicando que ese Dios es un Dios moral, que va a juzgar a este mundo. Lo cual es una buena noticia, porque ¿quién quiere que la maldad siga adelante para siempre? Pero en el Areópago, entre su auditorio, había algunos filósofos epicúreos de los que habían desarrollado la filosofía atómica. En cierto modo, esa era una teoría maravillosa. Ellos describían el universo como construido a base de pequeños átomos, de la misma forma que nuestros cuerpos. Así que, cuando nos llegue la muerte, esos átomos se desintegrarán hasta no quedar nada de nosotros, pudiendo esos átomos ser empleados en la formación de otros cuerpos. Según esa teoría, no hay lugar para la resurrección ni cosa semejante.
Esta postura, que en principio era una teoría científica, fue adoptada por el poeta romano Lucrecio. Según expone claramente él en el primero de los cinco libros de su poema "De rerum natura", lo que más le gustó de esa teoría es que al final no habría juicio después de la muerte y, por lo tanto, estaba libre de cualquier temor.
Mucho me temo que igualmente hay muchísimas personas en el día de hoy que abrazan las teorías atómicas evolucionistas porque les interesa creer que la ciencia ha comprobado que no hay un Dios capaz de penetrar en nuestro mundo y que cuando morimos tampoco hay otro mundo adonde vayamos a ir.
Pero al ahondar en las implicaciones de este planteamiento en la esfera moral, nos encontramos que alguien como Hitler, después de haber cometido millones de asesinatos y haber quebrantado y pisoteado la ley moral de Dios, según esta teoría, quedará sin retribución alguna; sus delitos no tienen consecuencias y jamás se hará justicia a las personas que sufrieron sus terribles atropellos... Ni en este mundo, ni en ningún otro. Esa teoría, por lo tanto, deja la justicia como un concepto vacío de todo sentido.
Pero Pablo no ha terminado todavía de hablar a los epicúreos y a los otros filósofos allí presentes. Ahora les va a decir que Dios es un Dios moral y que sí que va a haber un día de juicio. Y que toda persona en su juicio cabal debería estar contenta con este anuncio. ¿Pero qué evidencia hay de que esto va a ser así? Pues escuchemos nuevamente a Pablo haciendo sonar su trompeta:
(Hch 17:31) "Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos."
La resurrección del Señor Jesucristo es la base segura sobre la que la Palabra de Dios afirma que sí que habrá un día de juicio. Este es un mensaje glorioso que predicar. Un mensaje que un servidor se ha gozado mucho de poder llevar a la Rusia poscomunista, negando su ateísmo y predicando que la resurrección de Jesucristo es la esperanza para este mundo de que habrá un día en que se hará justicia.
Pero volviendo a los israelitas del tiempo de Josué que llevaron el arca del Dios de toda la tierra, vemos que ellos también llamaron la atención de los habitantes de Jericó al hecho de que nada podría impedir al Dios que había bajado a lo profundo del Jordán y había salido a la otra orilla, entrar a la misma ciudad de Jericó para juzgarla, por más que ellos pensaran que sus fortificaciones y parapetos se lo podrían impedir.
Y nuestro deber es similar al de ellos. Nosotros también debemos anunciar a este mundo que este universo no es una fortificación cerrada; que el Hijo de Dios va a volver para juzgarlo y ejecutar sobre él la ira de Dios, y que sólo aquellos que como Rahab acepten la verdad serán salvos en ese día.
Y como ocurrió con los israelitas, que tras una semana de testimonio alrededor de Jericó haciendo sonar sus bocinas, vieron caer las murallas y la entrada abierta a los agentes del juicio de Dios sobre Jericó, de la misma manera será la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo a este mundo.

Comentarios

México
  Mildred Mendoza Jimenez  (México)  (05/09/2021)
Dios les bendiga amados hermanos, me resultan muy edificantes los estudios que gracias a nuestro Señor nos comparten, son con fundamento Bíblico, me ayuda a avanzar , muchas bendiciones.
Ecuador
  Pablo  (Ecuador)  (25/06/2021)
Dios les bendiga, me encantan los estudios de Escuela bíblica porque son cien por ciento bíblicos.
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