Estudio bíblico de 1 Crónicas 18:7-20:3

1 Crónicas 18:7 - 20:3

Continuamos hoy estudiando el capítulo 18 de este Primer Libro de Crónicas, que comenzamos en nuestro programa anterior. Y dijimos que con este capítulo 18 comenzamos una nueva sección que se extiende hasta el capítulo 20, en la que habla de las guerras en las cuales participó David. Algunos podrán preguntarse, ya que hemos enfatizado que en estos dos libros de Crónicas tenemos el punto de vista de Dios, cómo pueden estas guerras armonizarse con esta interpretación. Vamos, por lo tanto, a hacer algunas observaciones preliminares.

En la epístola del apóstol Santiago, capítulo 4, versículo 1, se nos dijo: "1¿De dónde vienen las guerras?" Él hizo esa pregunta y también dio la respuesta: "¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? 2Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia y nada podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís".

En otras palabras, podemos decir que el antecedente de las guerras, es el corazón pecaminoso del hombre. Es muy fácil oponerse a las guerras, pero nuestra lógica protesta no bastará para librarnos de ellas. Una actitud de protesta podría influir en la finalización de una determinada guerra, pero pronto comenzaría otro conflicto armado, porque el problema básico radica en el corazón malvado del ser humano.

Usted y yo, amigo oyente, vivimos en un mundo en el cual, según dijo el Señor Jesucristo en el evangelio según San Lucas, capítulo 11, versículo 21: El hombre fuerte y armado guarda su casa. ¿Por qué? Porque tiene enemigos. Es que nosotros no estamos viviendo en una situación ideal. El milenio no ha llegado, y el hombre no puede convertirlo en realidad. Sólo el Príncipe de Paz podrá traer paz, verdadera paz a este mundo. Mientras tanto, las naciones acumulan armamento de gran poder destructivo, porque se ha generado una actitud de desconfianza irreversible.

Fue muy interesante lo que Dios dijo a Satanás en el instante que el hombre pecó; dijo: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya". Estimado oyente, nadie puede cambiar eso. Hasta que el pecado y la maldad sean quitados de esta tierra, continuarán las guerras. Las guerras son solamente el síntoma; la enfermedad es el pecado, y ése es el problema.

David fue un hombre a quien Dios había bendecido, y como resultado había enemigos a su alrededor. Mientras él era un pequeño rey, el rey de una tribu, no le prestaban mucha atención. Y Dios nos hizo saber que Él tomó nota de que incluso el reino de David estaba en un mundo convulsionado por la guerra.

Los versículos 1 al 4 nos hablan del botín de guerra que tomó David. ¿Por qué se deshizo David de esos caballos? Porque Dios le había dicho al rey que nunca debía multiplicar el número de sus mujeres ni de sus caballos; aunque más tarde, su hijo Salomón multiplicaría ambas cosas. En ese botín de guerra se encontraba una gran cantidad de oro. Creemos, que para la fecha que David murió, Israel había acumulado casi todo el mercado del oro. Creemos que había mucho oro en Jerusalén en esos días. Prosigamos ahora con los versículos 7 y 8, de este capítulo 18 del Primer Libro de Crónicas:

"Tomó también David los escudos de oro que llevaban los siervos de Hadad-ezer, y los llevó a Jerusalén. Asimismo de Tibhat y de Cun, ciudades de Hadad-ezer, tomó David muchísimo bronce, con el que Salomón hizo el mar de bronce, las columnas y los utensilios de bronce".

Aquí tenemos el detalle de lo que David acumuló del botín de guerra. Los materiales con los cuales Salomón construyó el tempo fueron acumulados por David. Luego, en los versículos 9 y 10, veremos que el rey de Hamat envió regalos de agradecimiento a David por su victoria sobre un enemigo común. Continuemos con el versículo 11:

"Los cuales el rey David dedicó al Señor, junto a la plata y el oro que había tomado de todas las naciones de Edom, de Moab, de los hijos de Amón, de los filisteos y de Amalec".

Ahora David recibió la victoria sobre estos antiguos enemigos de Israel, que habían luchado contra ellos cuando se encontraban en una época de debilidad. Es que para que David llegara a ser el rey sobre toda esa región, tenía que expulsar a todos los enemigos.

El hijo de Dios, estimado oyente, también tiene enemigos. Se nos dice que tenemos que ponernos la armadura de Dios. Nuestro enemigo no es un enemigo de carne y hueso. Es un enemigo espiritual, y el apóstol Pablo nos señaló esta realidad y dijo: "Porque no estamos luchando contra gente de carne y hueso, sino contra malignas fuerzas espirituales del cielo, que tienen mando, autoridad y dominio sobre este mundo de oscuridad". Usted y yo estamos en esta situación en el mundo del día de hoy.

Esa idea que algunos tienen de que el creyente puede sentarse tranquilo y quedarse de brazos cruzados, haciendo concesiones con todo lo que se le presente, es completamente equivocada. Usted tiene que adoptar una posición a favor de lo que cree que es correcto, y actuar en consecuencia. Nos encontramos en una lucha y los enemigos espirituales deben ser derrotados. Y eso es lo que estaba haciendo David. Estos son enemigos, y son enemigos a los que se debe vencer. Los últimos versículos de este capítulo 18, del Primer Libro de Crónicas, los versículos 12 hasta el 17, nos hablan de otras victorias de David, y también nos dan los nombres de los oficiales que rodeaban a David y que ocupaban posiciones claves en su reino. Llegamos así a

1 Crónicas 19

Ahora, en el capítulo 19, tenemos un incidente que nos revela que Dios tiene sentido del humor. Pero, también nos muestra que aunque David era un hombre un poco exaltado, intentó vivir en paz con los demás. También muestra que David tenía un corazón magnánimo. Leamos, pues, el primer versículo de este capítulo 19, del Primer Libro de Crónicas:

"Después de estas cosas aconteció que murió Nahas, rey de los hijos de Amón, y reinó en su lugar su hijo".

Ahora, Amón era un enemigo de Israel. David no quería tener guerras y había adoptado una posición defensiva, actitud que, como hemos visto, él había adoptado durante gran parte de su vida. Y el hombre de Dios, estimado oyente, se encontrará generalmente en esa posición defensiva. Como hemos dicho en el capítulo anterior, debemos colocarnos toda la armadura de Dios. ¿Y para qué sirve ésta? ¿Para desfilar? No. Nos la ponemos para defendernos. Y eso es de suma importancia. La tragedia de hoy en día es que muchos en el pueblo de Dios no resisten en su posición defensiva.

Ahora, David quiso devolver un antiguo gesto de amabilidad y envió un mensaje de consuelo a Hanún, cuyo padre había muerto. Leamos el versículos 2 y 3, para ver que sucedió.

"Y dijo David: Tendré misericordia con Hanún hijo de Nahas, porque también su padre tuvo conmigo misericordia. Así David envió embajadores para que lo consolaran de la muerte de su padre. Pero cuando llegaron los siervos de David a la tierra de los hijos de Amón, donde estaba Hanún, para consolarlo, los príncipes de los hijos de Amón dijeron a Hanún: ¿Según tu parecer ha enviado David a consolarte porque quiere honrar a tu padre? ¿No vienen más bien sus siervos a ti para espiar, examinar y reconocer la tierra?"

Si usted repasa un poco la historia de David recordará que en momentos difíciles, cuando él tuvo que cruzar al otro lado, Amón había sido bueno con él. La acusación de estos hombres que rodeaban al rey fue muy grave. Ellos decían: "David no es tu amigo. Él no era amigo de tu padre. Estos hombres son espías". Y, ¿Qué fue lo que hizo el rey, entonces? Leamos el versículo 4:

"Entonces Hanún tomó a los siervos de David y los rapó, les cortó los vestidos por la mitad, hasta las nalgas, y los despachó".

O sea que les afeitaron, lo cual era una desgracia para un judío, y para completar la humillación les cortaron los uniformes. Imaginemos la vergüenza que deben haber sentido aquellos hombres. Éste fue un insulto que no se podía pasar por alto, y David, como hemos dicho, era un hombre impulsivo. Veamos las reacciones de ellos y de David en el versículo 5:

"Se fueron luego, y cuando llegó a David la noticia sobre aquellos hombres, envió a recibirlos, porque estaban muy avergonzados. El rey mandó que les dijeran: Quedaos en Jericó hasta que os crezca la barba, y entonces volveréis".

Estos hombres se sintieron demasiado humillados como para regresar a Jerusalén, y David descendió hasta Jericó para reunirse con ellos. Les dijo que se quedaran en ese lugar, hasta que les volviera a crecer la barba. Y por supuesto, les facilitarían un nuevo uniforme.

Y el versículo 6 nos muestra que lo ocurrido llegó a oídos de los hijos de Amón. Alguien quizá les pudo haber dicho lo que dijo David cuando vio lo que hicieron con sus hombres. Leamos lo que dice el versículo 6:

Al ver los hijos de Amón que se habían hecho odiosos a David, Hanún y los hijos de Amón enviaron treinta y tres toneladas de plata para tomar a sueldo carros y gente de a caballo de Mesopotamia, de Siria, de Maaca y de Soba.

Aquí podemos ver que en lugar de ser David el que quería hacer la guerra, era este nuevo rey de los amonitas el que la estaba buscando. Él quería demostrar que podía derrotar al rey David y envió a buscar ayuda al ejército de Siria para poder derrotar a David. Y David se enteró de esto, y se puso en acción. Leamos los versículos 8 al 10:

"Cuando David lo supo, envió a Joab con todo el ejército de los hombres valientes. Los amonitas salieron y ordenaron la batalla a la entrada de la ciudad; y los reyes que habían venido estaban aparte en el campo. Y viendo Joab que el ataque contra él había sido dispuesto por el frente y por la retaguardia, escogió de los más aventajados que había en Israel, y con ellos ordenó su ejército contra los sirios".

Los sirios tenían el mejor ejército; por lo tanto Joab tomó lo mejor del ejército de Israel y los puso a luchar contra los sirios. Los sirios estaban llegando del norte, y desde el sur se acercaba el ejército de Amón. Veamos ahora los versículos 11 y 12:

"Puso luego el resto de la gente al mando de Abisai, su hermano, y los organizó en orden de batalla contra los amonitas. Y dijo: Si los sirios son más fuertes que yo, tú me ayudarás; y si los amonitas son más fuertes que tú, yo te ayudaré".

La estrategia que utilizó Joab aquí, era muy buena. Le dijo a su hermano que iría en su ayuda si era superado por el enemigo, pero su hermano vendría en su ayuda en el caso en que Joab fuera a ser vencido. Ellos concentrarían sus fuerzas en el lugar en que el ataque fuera más duro. Ahora, en los versículos 13 y 14, leemos:

"Esfuérzate, y esforcémonos por nuestro pueblo, y por las ciudades de nuestro Dios; y haga el Señor lo que bien le parezca. Entonces avanzó Joab con el pueblo que traía consigo, para pelear contra los sirios; pero ellos huyeron delante de él".

Joab era un verdadero soldado. Él había sido enseñado por David, y él y David eran probablemente los mejores en cuanto a estrategia militar se refiere. Ahora, el versículo 15, dice:

"Cuando los amonitas vieron que los sirios habían huido, huyeron también ellos delante de Abisai, hermano de Joab, y entraron en la ciudad. Entonces Joab volvió a Jerusalén".

Joab volvió a Jerusalén a informar a David sobre lo ocurrido en el campo de batalla. Y el versículo 16, de este capítulo 19 del Primer Libro de Crónicas, dice:

"Al ver los sirios que habían caído delante de Israel, enviaron embajadores, y trajeron a los sirios que estaban al otro lado del Éufrates, cuyo capitán era Sofac, general del ejército de Hadad-ezer".

En otras palabras, solicitaron refuerzos. Y leemos ahora, en los versículos 17 al 19:

"Luego que fue dado aviso a David, reunió a todo Israel, cruzó el Jordán, llegó adonde estaban y ordenó batalla contra ellos. David ordenó su tropa contra los sirios, y éstos pelearon contra él. Pero el pueblo sirio huyó delante de Israel; y mató David de los sirios a siete mil hombres de los carros y cuarenta mil hombres de a pie; asimismo mató a Sofac, general del ejército. Cuando los siervos de Hadad-ezer vieron que habían caído delante de Israel, concertaron paz con David y quedaron sometidos a él. A partir de entonces, el pueblo sirio nunca más quiso ayudar a los amonitas".

Debemos decir que, David no quería salir a la batalla. Recordemos que estamos aquí viendo el punto de vista de Dios sobre la situación, y Él puso bien en claro que David quería la paz con los amonitas, y no luchar contra ellos. Pero cuando David vio que el enemigo se había preparado para luchar contra él; envió a Joab en la primera campaña y el enemigo huyó. Pero eso no puso fin al conflicto, porque el enemigo envió a buscar refuerzos, y una vez que contaron con sus aliados se reunieron nuevamente contra Israel. Entonces David mismo encabezó su ejército en la batalla, y cuando él guiaba a Israel en la batalla, salía a luchar para ganar.

Realmente, estimado oyente, vivimos en un mundo brutal y cruel. Al leer estos capítulos, estamos observando cómo ve Dios las cosas.

Estamos en días de permisividad y de falta de respeto a las leyes. Quizá nos digan que la sociedad está enferma; pero el problema, estimado oyente, es individual. El problema es más bien personal.

Más adelante vamos a ver el pecado más grande que David cometió. Y no tenía nada que ver con Betsabé. Pero, veremos ese gran pecado de David, más de cerca. Y es una de esas cosas que la gente comenta como si no tuviera demasiada importancia. Ellos, no pueden ver en realidad que éste fuera un gran pecado. Todos, por alguna razón, y hasta nosotros, pensamos que el pecado que cometió David con Betsabé, fue algo terrible. Estamos de acuerdo, que ése fue un pecado terrible, pero aun así, vamos a ver el pecado más grande que cometió David, y ése es el que Dios mencionó, porque fue un pecado espiritual, un pecado que no afectaría a la salvación de David, pero que sí afectaría a David personalmente, y a la nación de Israel, en su relación con Dios.

Y así concluimos el estudio de este capítulo 19 del Primer Libro de Crónicas. Pasemos ahora a

1 Crónicas 20

Este capítulo concluye la sección de las guerras de David. Los enemigos constantes y persistentes de Israel, y especialmente de David, fueron los amonitas y los filisteos. Nunca hubo la más mínima concesión entre Israel y dichos enemigos. Por lo tanto, leamos a continuación los versículos 1 al 3 de este capítulo 20, que inicia la consideración de

La guerra contra los amonitas y filisteos

"Al año siguiente, en el tiempo en que suelen los reyes salir a la guerra, Joab sacó las fuerzas del ejército y destruyó la tierra de los amonitas. Luego fue y sitió a Rabá, mientras David estaba en Jerusalén. Joab atacó a Rabá y la destruyó. Entonces tomó David la corona de oro de encima de la cabeza del rey de Rabá, y descubrió que pesaba treinta y tres. Había en ella piedras preciosas; y fue puesta sobre la cabeza de David. Además de esto sacó de la ciudad un botín muy grande. Sacó también al pueblo que estaba en ella, y lo puso a trabajar con sierras, con trillos de hierro y con hachas. Lo mismo hizo David a todas las ciudades de los amonitas. Y volvió David con todo el ejército a Jerusalén".

Parecería que Joab fue el agresor en este caso. Aunque pueda haberlo sido, debemos recordar que David había tenido un gesto amistoso hacia el joven rey de Amón. Pero en respuesta, había sido insultado e inmediatamente el nuevo rey vino a luchar contra David. Así que esta acción fue simplemente una continuación de la guerra.

No puede haber ninguna concesión ni compromiso con el enemigo. No puede haber ningún compromiso con el mal. No se pueden hacer arreglos con el mal. Mientras exista la luz y la oscuridad, y mientras exista el bien y el mal, tiene que haber conflictos. El bien y el mal, estimado oyente, no se pueden poner de acuerdo. Hay quienes opinan en nuestros días, que estos dos se pueden sobrellevar; pero ésa es una idea equivocada. "¿Pueden acaso dos caminar juntos, si no estuvieren de acuerdo?" La idea actual de que el bien y el mal pueden coexistir es totalmente errónea. El profeta Amós en 3:3, se preguntó: "¿Andarán dos juntos si no están de acuerdo?" En el día de hoy, amigo oyente, estamos luchando contra huestes espirituales de maldad. Si usted es un hijo de Dios, también está implicado en esa lucha. Es por eso, que se nos indica que debemos ponernos la armadura de Dios. Nosotros no tenemos que marchar contra nadie. Tenemos que permanecer firmes, y eso es lo importante.

Fue durante esta campaña que David se quedó en Jerusalén, y fue en esa ocasión en la que él cometió su gran pecado con Betsabé. Observemos que Dios no registró en este libro ese pecado. Dios ha dicho que Él perdona nuestros pecados y que no los tendrá más en cuenta. Dice el Salmo 103:12, "Nuestros pecados ha alejado de nosotros, como ha alejado del oriente el occidente".

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