Estudio bíblico de Esdras 1:5-3:3

Esdras 1:5 - 3:3

Continuamos hoy estudiando el primer capítulo del libro de Esdras. Y esperamos que en esta ocasión, encontremos en la Palabra de Dios un mensaje directo para cada uno de nosotros. Como decíamos en nuestro programa anterior, en los primeros seis capítulos de Esdras tenemos el regreso de Babilonia, del remanente judío bajo el liderazgo de Zorobabel. En el primer capítulo tenemos la restauración del templo, por un decreto del rey Ciro, es decir, él promulgó un decreto para que tuviera lugar la restauración del templo.

Al final de nuestro programa anterior, estuvimos considerando el hecho de que en este libro se le llama a Dios, el Dios de los cielos. Y eso también sucede en Nehemías, así como en el libro de Daniel. El es el Dios de los cielos. Éste es el nombre por el cual Dios es conocido en esta serie de libros que hemos indicado. Fue el título que Él tomó cuando quitó Su presencia visible de la tierra y cuando entregó a Su pueblo en las manos de los pueblos no judíos, enviándoles al cautiverio en Babilonia. Y como dijo Oseas, regresó a su lugar en los cielos. Así fue que Su Presencia abandonó el templo en Jerusalén, disolvió el poder teocrático y ocupó Su lugar como el Dios de los cielos.

Y aún, hoy, Él lo es para Su pueblo antiguo y permanecerá así hasta que regrese a Jerusalén para establecer Su trono allí, como el Señor de toda la tierra. Y Jerusalén entonces, será la ciudad del Gran Rey. Ahora, dijimos que Ciro indicó de una manera muy definida que Dios le había encargado que le construyese un templo en Jerusalén. Al final de nuestro programa anterior dijimos que, aparentemente, el rey Ciro conoció al Dios vivo y verdadero a través del ministerio del profeta Daniel. Y vimos que Dios le había encomendado la misión de impulsar la edificación del templo, pero él no ordenó a la gente que regresara a Jerusalén, sino que a los israelitas se les dio permiso para hacerlo. Aquellos que no regresaban, se les dijo que hicieran contribuciones de oro y plata, de bienes y de ganados, así como de otras cosas de valor que pudieran ayudar a aquellos que regresaban a Jerusalén a cumplir con ese mandamiento de reedificar el templo.

En nuestro programa anterior, leímos los versículos 5 y 6, y vamos a leerlos una vez más hoy:

"Entonces se levantaron los jefes de las casas paternas de Judá y de Benjamín, los sacerdotes y levitas, todos aquellos a quienes Dios puso en su corazón subir a edificar la casa del Señor, la cual está en Jerusalén. Y todos los que habitaban en los alrededores los ayudaron con plata y oro, con bienes y ganado, y con cosas preciosas, además de toda clase de ofrendas voluntarias".

Como indicamos anteriormente, en realidad, sólo un pequeño porcentaje del pueblo regresó a Jerusalén. No quisiera juzgarles porque pueden haber tenido muy buenos motivos para no regresar. Pero, aparentemente, era la volunta de Dios que ellos regresaran y muchos optaron por no ir. Se habían establecido en Babilonia. En mi opinión, muchos de ellos estaban disfrutando de las comodidades de la próspera sociedad de Babilonia. Muchos habían progresado económicamente y entonces prefirieron quedarse allí. Ellos, por lo menos creyeron que no era la voluntad de Dios ni el momento oportuno para regresar a Jerusalén. No corresponde decir, entonces, que aquellas personas se encontraban fuera de la voluntad de Dios. Lo que sí sabemos es que, más tarde, cuando lleguemos al libro de Esther, veremos la historia de aquellos que se quedaron en aquella tierra; y no será una historia muy bonita. En aquel tiempo estarían, sin lugar a dudas, fuera de la voluntad de Dios. Pero algo que cabe destacar a favor de ellos es que, aparentemente, no hubo ningún espíritu de enemistad entre esos dos grupos, los que regresaron a Jerusalén y los que se quedaron en Babilonia. Los que se quedaron ayudaron a sus hermanos de raza que regresaron, proveyéndoles lo que necesitaban.

Hemos visto, pues, la responsabilidad que en la época de Esdras sintieron los que se quedaron frente a los que regresaron a Jerusalén. El grupo que regresó pertenecía a la clase social más pobre. Ellos eran los jefes de las casas paternas de Judá y de Benjamín, los sacerdotes y los levitas. Se trataba de gente humilde. Y recordamos las palabras del salmista en el salmo 25:9, "Dirige a los humildes en la justicia, y enseña a los humildes su camino".

Bien, continuemos ahora leyendo el versículo 7, de este primer capítulo de Esdras:

"El rey Ciro sacó los utensilios de la casa del Señor que Nabucodonosor se había llevado de Jerusalén y había depositado en la casa de sus dioses".

¿Cómo llegó Ciro a obtener esos utensilios? Bueno, ellos habían sido usados, profanados, en la noche en el banquete del rey Belsasar, durante la noche en que Babilonia cayó en manos de los Medos y los Persas. El profeta Daniel registró este episodio en su capítulo 5:2-4. Excitado por el vino, el rey Belsasar mandó traer las copas y tazones de oro y plata que su padre, el rey Nabucodonosor se había llevado del templo de Jerusalén. Las copas y tazones fueron traídos, y bebieron en ellos el rey, sus mujeres, sus concubinas y todos los demás asistentes al banquete. Todos bebían vino y alababan a sus ídolos, hechos de oro, plata, bronce, hierro, madera y piedra. Aquella misma noche, la ciudad de Babilonia fue capturada. Los reyes Persas habían retirado y guardado aquellos utensilios y cuando Ciro se convirtió en rey, Dios se ocupó de que estuvieran allí. Entonces, aquellos utensilios santos, santos en el sentido de que estaban apartados para el uso de Dios, fueron colocados nuevamente en manos de los sacerdotes y Levitas que estaban regresando a Jerusalén. Y se nos dice en los versículos 8 al 10:

"Los sacó, pues, Ciro, rey de Persia, por medio del tesorero Mitrídates, el cual los contó y se los entregó a Sesbasar, príncipe de Judá. La cuenta de ellos es esta: treinta tazones de oro, mil tazones de plata, veintinueve cuchillos, treinta tazas de oro, otras cuatrocientas diez tazas de plata, y otros mil utensilios. 11En total, los utensilios de oro y de plata eran cinco mil cuatrocientos. Todo esto lo hizo llevar Sesbasar con los que subieron del cautiverio de Babilonia a Jerusalén".

Como estos utensilios fueron oficialmente entregados a los judíos, se nos mencionan aquí detalladamente. Representaban una riqueza enorme y fueron enviados de vuelta a Jerusalén. Ahora llegamos a

Esdras 2

que en nuestro bosquejo hemos titulado

El retorno bajo zorobabel

Este capítulo 2 incluye una lista de aquellos que regresaron a Jerusalén bajo la dirección de Zorobabel. Leamos entonces los versículos 1 y 2:

"Estos son los hijos de la provincia que regresaron del cautiverio, aquellos que Nabucodonosor, rey de Babilonia, había llevado cautivos a Babilonia, y que volvieron a Jerusalén y a Judá, cada uno a su ciudad. Los que llegaron con Zorobabel fueron: Jesúa, Nehemías, Seraías, Reelaías, Mardoqueo, Bilsán, Mispar, Bigvai, Rehum y Baana".

El número de los hombres del pueblo de Israel fue:

Intentar leer toda esta lista constituiría un verdadero ejercicio de pronunciación. Los nombres hebreos ya eran difíciles de pronunciar antes de la cautividad. Luego, después de la cautividad, fueron incluso más difíciles, debido a la inclusión de palabras de los idiomas persa y babilónico.

Vemos que aquí en el versículo 2 se menciona a Nehemías y a Mardoqueo, y queremos aclarar que este Nehemías no es el mismo que escribió el libro que sigue en la Biblia después de Esdras, porque aquel Nehemías, el escritor del libro que lleva su nombre, no regresó a la tierra con el primer grupo sino que lo hizo mucho más tarde y no para quedarse. Nehemías llegaría a Jerusalén para realizar una tarea bastante importante y ésa sería la de reedificar los muros de la ciudad. Luego, el Mardoqueo que aquí se menciona, tampoco es el mismo que ha sido citado en el Libro de Ester.

Cuando uno pasa algún tiempo observando esta lista, puede notar algunas cosas muy interesantes. Por ejemplo, leemos en el versículo 23,

Los varones de Anatot, ciento veintiocho.

¿Qué podemos decir de Anatot? Bueno, era una pequeña ciudad en donde Jeremías había comprado un campo. Era su ciudad. Usted recordará que en los días de Jeremías, los israelitas estaban a punto de ser llevados en cautiverio. El comprar una finca no era lo que llamaríamos una buena inversión. Cuando Jeremías realizó esa compra, Israel no parecía tener un futuro. Pero Dios le hizo comprar aquel campo como una señal de que Judá sería restaurada. Así que esta compra de Jeremías fue un acto de fe. Dios prometió que Su pueblo regresaría a la tierra, y así ocurrió. Estos hombres de Anatot tenían un derecho legal a esa tierra porque Jeremías la había comprado y se la había entregado. Y ellos estaban regresando para reclamar su posesión. Puede leerse esta incidencia en Jeremías 32.

Hay en este pasaje muchas y buenas lecciones espirituales. Como les sucedió a aquellos israelitas, nosotros podemos asociarnos a los planes de Dios. Algunos, reedificando el templo, otros exponiendo la Palabra de Dios, algunos saliendo como misioneros a lejanas tierras, otros apoyando a los que se van. Y además, sabiendo que algún día recibiremos la recompensa. La obra de cada uno será evaluada con vistas a recibir un premio. Porque todos nos presentaremos ante el tribunal de Cristo. Dijo el apóstol Pablo en 2 Corintios 5:10, "Porque todos nosotros debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno sea recompensado por sus hechos estando en el cuerpo, de acuerdo con lo que hizo, sea bueno o sea malo". En relación con ese día futuro, dijo también el apóstol en 1 Corintios 3:13-15, "la obra de cada uno se hará evidente, porque el día la dará a conocer, pues con fuego será revelada; el fuego mismo probará la calidad de la obra de cada uno. Si permanece la obra de alguno que ha edificado sobre el fundamento, recibirá recompensa. Si la obra de alguno es consumida por el fuego, sufrirá pérdida: sin embargo, él será salvo, aunque así como por fuego". Por supuesto que nosotros, más adelante, vamos a poder comentar sobre esto. Así que es muy interesante poder leer aquí que los hombres de Anatot regresaban para reclamar sus posesiones, y ¡qué hermoso es esto! Es algo de donde podemos sacar hermosas lecciones espirituales.

Y cuando a mí me toque estar frente al trono de juicio, no quiero que Dios me diga que de mis obras no ha quedado nada, sólo humo, porque se han consumido como la madera y la paja. Más bien quiero que lo que Él me haya permitido hacer equivalga al oro, que permanece y no se consume.

Continuando con nuestra lectura en este capítulo 2, de Esdras, veamos ahora lo que dice el versículo 41, de este capítulo 2:

"Cantores: los hijos de Asaf, ciento veintiocho".

Podemos ver aquí que ciento veintiocho cantores regresaron a Jerusalén. Se aprecia que el espíritu de alabanza estaba en sus corazones y en sus vidas, y por tanto, tenían mucho de qué cantar. Resulta interesante ver que entre los que regresaron, había más cantores, 128, que levitas, que eran 74. Y ahora, llegamos a los versículos 61 y 62:

"Y entre los hijos de los sacerdotes: los hijos de Habaía, los hijos de Cos, los hijos de Barzilai, el cual tomó por mujer a una de las hijas de Barzilai, el galaadita, de quien adoptó el nombre. Estos buscaron su registro genealógico, pero como no lo hallaron, fueron excluidos del sacerdocio"

Todas estas personas tenían que declarar su genealogía. Usted recuerda que cuando los hijos de Israel salieron de Egipto, estaban todos clasificados según su tribu, su familia; y cada uno tenía que declarar su linaje. En este caso tenían que declarar su árbol genealógico, y si no lo podían hacer; entonces, quedaban oficialmente excluidos. En este caso, tres familias de los sacerdotes no pudieron probar su relación con la nación a través de los registros genealógicos. Por lo tanto, quedaron excluidas. Sin embargo, se les permitió ir con los judíos en su viaje de regreso a la tierra. De la misma manera hoy, un creyente debe saber con certeza que es un hijo de Dios. El apóstol Pablo pudo decir, en 2 Timoteo 1:12, "porque yo se en quien he creído, y estoy convencido y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito, es decir, lo que le he confiado, hasta aquel día". Observemos que Pablo no dijo que pensaba o que le parecía que había creído, o que esperaba haber creído. Dijo clara y enfáticamente, yo se en quien he creído. Ahora, los versículos 64 y 65, dicen:

"Toda la congregación, unida como un solo hombre, era de cuarenta y dos mil trescientos sesenta. sin contar sus siervos y siervas, que eran siete mil trescientos treinta y siete. Había también doscientos cantores y cantoras".

La cantidad de las personas que regresaron fueron 49.897. Y los encontramos en camino a su propia tierra, guiados por Zorobabel. Y llegamos ahora, a

Esdras 3:1-3

El capítulo 3 trata sobre la reedificación del templo en Jerusalén. Vimos, hace un momento, que el primer grupo que regresó a Jerusalén después de la cautividad en Babilonia estaba formado por unas 50.000 personas. En la siguiente delegación serían unos dos mil que regresaron bajo la dirección de Esdras, y aparentemente hubo otros que lo hicieron de diferentes maneras y que elevaron a unos sesenta mil el número de los que regresaron. Sin embargo, tenía que haber varios millones de personas en esa época, pero la mayoría permaneció en la tierra de Babilonia y en otras zonas, en lugar de regresar a la tierra prometida. Bien, leamos ahora el versículo 1, de este capítulo 3 del libro de Esdras:

"Cuando llegó el séptimo mes, y ya establecidos los hijos de Israel en las ciudades, se congregó el pueblo como un solo hombre en Jerusalén".

Evidentemente hubo un período de tiempo que transcurrió entre el final del capítulo 2 y el principio del capítulo 3. Notamos que el capítulo 2 terminó cuando los hijos de Israel regresaban a su tierra. Y vimos que ellos habían traído con ellos grandes riquezas, que se les habían entregado para que reedificaran el templo, y para que restauraran su tierra. Aparentemente, durante ese período transcurrido, la gente se dedicó a edificar sus propias casas, porque veremos más adelante, cuando lleguemos el Libro de Hageo, que él los reprendió por haber edificado sus propias casas, descuidando la reedificación del templo. Puede que hayan pasado semanas o meses, o incluso puede haber sido unos dos años. Pero veamos en el versículo 3 lo siguiente:

"Entonces se levantaron Jesúa hijo de Josadac, con sus hermanos los sacerdotes, y Zorobabel hijo de Salatiel, con sus hermanos, y edificaron el altar del Dios de Israel, para ofrecer sobre él holocaustos, como está escrito en la ley de Moisés, varón de Dios".

Para nosotros, el detalle de mayor interés es que ellos examinaron las Sagradas Escrituras y encontraron lo que estaba escrito en la ley de Moisés. Y cuando encontraron lo que se había escrito, no hubo allí ninguna controversia, ni diferencias de opinión. No sólo regresaron a su tierra, sino que también volvieron a reconocer la Ley de Moisés. La Biblia era su autoridad y por lo tanto, ni las ideas ni las opiniones de los individuos interfirieron en su decisión. Las cosas no se hicieron por oportunidad, o por conveniencia. Ahora, éste es un gran principio de mucha importancia para nosotros, y tiene una aplicación para nuestras propias vidas. Lo que las personas dicen o piensan, no es lo importante. Las Escrituras son totalmente suficientes y contienen, creemos, todas las instrucciones necesarias para la guía de aquellos que quieren ser fieles a Dios, en cualquier período concreto de la historia de la Iglesia.

Es por esa razón que nosotros, no presentamos instrucciones detalladas o específicas sobre diversos temas que preocupan a los individuos o a la sociedad en general. Sino que nos limitamos a aplicar a la vida diaria los principios expuestos en la totalidad de la Palabra de Dios y no sólo en algunos pasajes Bíblicos conocidos. Damos gracias a Dios por esos pasajes que nos resultan tan familiares como entrañables, pero creemos que algunos de ellos han recibido un énfasis mayor, a expensas de otras secciones igualmente importantes de la Palabra de Dios. Creemos que si tomamos la Palabra de Dios de forma integral, y la apreciamos en su totalidad, el Espíritu Santo que la inspiró nos ayudará a encontrar las respuestas que vayamos necesitando al confrontar los interrogantes y problemas de nuestra vida diaria, a nivel personal, y en relación con la totalidad de nuestras relaciones de nuestra vida en sociedad. Leamos, finalmente por hoy, el versículo 3 de este capítulo 2 de Esdras:

"Colocaron el altar firme sobre su base, porque tenían miedo de la gente de la región, y ofrecieron sobre él holocaustos al Señor, los holocaustos de la mañana y de la tarde".

Este altar para ofrecer holocaustos nos habla de la cruz de Cristo. El holocausto, que era un sacrificio en el que la víctima se quemaba por completo, era una figura del la persona de Cristo y de Su sacrificio por nosotros. Cristo se ofreció a Sí mismo, sin defecto alguno, a Dios. Él murió en lugar del pecador. Lo que ellos estaban haciendo al ofrecer este sacrificio era reunirse alrededor de la persona de Cristo en Su muerte expiatoria. Éste es también en la actualidad, el lugar de reunión de los creyentes cuando se reúnen para recordar Su sacrificio en la cruz.

Cada creyente debería comprender que aquellos que han confiado en Jesucristo como Salvador y han sido bautizados por el Espíritu Santo en el cuerpo de los creyentes, que es la iglesia, son hermanos. Un hermano es aquel con quien uno puede tener compañerismo y comunión. Ese compañerismo no depende del color de la piel de una persona, de su posición social, ni de los bienes que posea. Tampoco tiene nada que ver con que una persona pertenezca a una determinada iglesia o a otra. Esas diferencias externas no cambian nada ni establecen una distinción entre los individuos. La pregunta fundamental es si esa persona es un creyente en el Señor Jesucristo. Eso es lo importante. Si una persona es un hijo de Dios, ella y yo podemos reunirnos y disfrutar del compañerismo cristiano, lo cual constituye una hermosa experiencia.

En aquellos israelitas que regresaron de la cautividad vemos una maravillosa unidad, que debería caracterizar a todos los hijos de Dios. El autor del Salmo 133:1 dijo: "Mirad cuan bueno y agradable es que los hermanos habiten juntos en armonía". Aquellos viajeros que habían regresado a la tierra eran pobres y humildes. Y no estaban buscando una posición en la vida; sólo estaban intentando cumplir la voluntad de Dios.

Estamos todos viviendo en el final de la época, y resulta apropiado que aquellos que tienen una comprensión de los tiempos, desechen toda presunción y pretensiones. Dice el Salmo 25:9, "Él dirige a los humildes en la justicia, y enseña a los humildes su camino". Y es con esa actitud de humildad que debemos reunirnos alrededor de la persona de Jesucristo, así como aquel remanente que regresó a su tierra se reunió alrededor del sacrificio que simbolizaba la persona y el sacrificio de Cristo.

Estimado oyente, si usted se acerca a Dios reconociendo que es un pecador que necesita de Su gracia, con la actitud del que sabe que no tiene nada que ofrecer para lograr su salvación, Él le recibirá. Recuerde las palabras del Salmo 138:6, "El Señor es excelso, y atiende al humilde, más al altivo mira de lejos".

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