El Señor no estaba hablando de la esclavitud política sino de la servidumbre al pecado. El pecado es a la verdad el peor de todos los amos. Encadena al hombre con vínculos más fuertes que las cadenas de hierro con las que un criminal podría estar aprisionado en su celda. Y Cristo nos enseña que fuera de él no hay liberación del pecado. Ahora bien, el primer paso hacia la libertad es reconocer y aceptar nuestro estado. Debemos darnos cuenta de que hemos perdido el control sobre nuestras propias decisiones y que finalmente nos estamos destruyendo. Salvo que lo hagamos, nunca podremos apropiarnos de la libertad que el Evangelio de Jesucristo nos ofrece.