Estudio bíblico de Job 31:1-32:3

Job 31:1 - 32:3

Llegamos hoy estimado oyente, en nuestro estudio de este Libro de Job, a una parte que es obviamente una de las más importantes de todo este libro. Hay grandes verdades en esta porción de las Escrituras que de una manera u otra nosotros necesitamos llevar a la práctica en la actualidad. En esta sección veremos que

Job concluyó su propia defensa

Nos encontramos en la última sección, y usted recordará que tenemos una lenta y prolongada batalla verbal ante nosotros; esto para la gente de esa época era mucho más emocionante que un encuentro deportivo en nuestros días, por ejemplo. Así es que en este capítulo 31, Job concluyó su prolongada defensa. Estos tres amigos de Job se habían alineado contra él y lo estaban atacando por todos los flancos, tratando de hacerle admitir que él había cometido algún gran pecado. Todos ellos se enfrentaban al problema desde un punto de vista diferente pero todos llegaron a la misma conclusión; de que Job era un hipócrita, y que estaba escondiendo un gran pecado. Su lógica se limitaba a deducir que Dios no le habría permitido sufrir tanto, si él no hubiera cometido un gran pecado. Y lo que ellos le estaban diciendo a Job era que tenía que confesar lo que había hecho.

Después de haber mantenido tres rondas de discusiones con él, se dieron por vencidos, lo cual fue evidente porque Zofar, el último de sus amigos en orden de participación, ya no le contestó a Job. Y ya que él no tomó ninguna iniciativa para presentar su refutación, Job continuó su discurso. Ellos se habían opuesto a él de tal manera que Job reaccionó luchando con todos sus recursos.

Y lo que Job estaba haciendo era defenderse. Y en el mismo momento en que él se estaba defendiendo a sí mismo, tenía que acusar a Dios. Implicó que Dios estaba equivocado el castigarle. Probablemente la actitud más insensata que una persona puede hacer es justificarse a sí misma, ya que es Dios quien imputa el pecado. En el momento en que usted comienza a justificarse a sí mismo, estimado oyente, Dios tiene inmediatamente que señalarlo y decirle lo que usted realmente es. La actitud más sabia y la posición correcta es la de condenarnos a nosotros mismos completamente y el de inclinarnos ante Dios en un acto de dependencia total. Cuando hacemos esto, entonces Dios se convierte en nuestro justificador. No hay otra cosa sino ira para el que se justifica a sí mismo. Y no hay sino gracia para aquel que se ha juzgado a sí mismo. Es muy importante que recordemos esto.

Ahora, la humildad es una cualidad que admiramos y buscamos en otros. Hace algunos años, un columnista escribió en uno de los periódicos de los Estados Unidos, algo en cuanto a un combate de boxeo. Permítanos citar una parte de ese artículo. Decía el columnista: "la capacidad para usar los adornos de la humildad es un requisito laboral en ciertas clases de trabajo, especialmente en la política o en los campeonatos de boxeo. Aquel que los desprecia, está invitando a un público indignado a la venganza. Nos agrada que nuestros campeones sean humildes. Después de haber dado una tremenda paliza a un pobre hombre para nuestra diversión, nosotros queremos que los dos boxeadores se acerquen al micrófono y que digan que el otro luchó con valentía. Y uno de ellos nos hace enojar si se acerca al micrófono y califica a su rival de ser un pobre diablo, o un rival de muy poca calidad". Hasta aquí la cita de este artículo.

Tenemos que decir que el orgullo es una característica de la naturaleza humana. Algunos deportistas, por ejemplo, no son los únicos culpables de mostrarse orgullosos. Quizá parezcan ser un poco más descarados en la forma en que lo muestran, pero el orgullo es algo que caracteriza a toda la familia humana.

Este libro de Job nos enseña que cuando nos acercamos ante Dios, Él quiere que seamos reales, auténticos ante Él. No podemos hacernos a la idea de que somos importantes o de que hemos hecho cosas importantes. Estamos seguros de que un día Dios acabará con todo tipo de arrogancia. Por lo tanto, será muy sabio por nuestra parte el ocupar un lugar humilde, en un estado de quebrantamiento espiritual, porque es desde ese lugar donde podemos tener una mejor visión de Dios y de Su salvación.

Incluso entre los que pasan al frente como respuesta a la invitación del pastor o del predicador, hay algunos que conservan una actitud de orgullo. En ese caso, esa respuesta pública no les conduce a la salvación.

Nos preguntamos si usted ha observado alguna vez en la Palabra de Dios las referencias que tenemos sobre este asunto de estar arrepentido, y cómo Dios lo aprueba. Escuchemos lo que dice el Salmo 34, versículo 18, leemos allí: "Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón; y salva a los abatidos de espíritu". Es que el verdadero arrepentimiento implica ocupar esa posición. Necesitamos reconocer esa realidad tal como David la reconoció en ese gran salmo penitencial, cuando él hizo su confesión. David dijo en el Salmo 51, versículo 17: "Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios". Estimado oyente, cuando usted se aproxima a Dios, usted no va para tratar con Él en condiciones de igualdad, y a ofrecerle nuestra limitada bondad. Tenemos que ser conscientes de que hemos de acercarnos a Dios con una actitud de contrición. Toda la Biblia nos enseña esta verdad.

Ahora, en el Libro de Isaías, capítulo 57, versículo 15 dice: "Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, pero habito también con el quebrantado y humilde de espíritu, para reavivar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los quebrantados". Este asunto de ser humildes y de estar arrepentidos no es sólo problema para el que está en la política y los deportes, por ejemplo; es un problema hoy para todos los creyentes y, especialmente, para aquellos que están en el servicio del Señor. Podemos decir que el egoísmo, la suficiencia y la vanidad son más detestables cuando se evidencian en los siervos del Señor Jesucristo, aquel que, como dice Filipenses 2:7, "se despojó a sí mismo, y tomó la forma de siervo". Cuán diferente a Jesucristo es ver el orgullo hoy en las vidas de aquellos que mencionan Su nombre y dicen ser creyentes. Resulta un pésimo ejemplo revelar una profesión cristiana y un Servicio cristiano detestable, insumiso y dado a las apariencias. Y en esta sección final la figura de Job no parece muy atractiva.

Job se desempeñó bien en mostrarse autocomplaciente. Ha explicado cuan excelente, influyente y buena persona era, y luego intentó inspirar compasión hacía su condición en ese momento. Al concluir su discurso en este capítulo, aún insistía en que era una buena persona. Veamos pues, lo que dijo aquí en el versículo 1, de este capítulo 31:

"Hice pacto con mis ojos, ¿cómo, pues, había yo de mirar a una virgen?"

Él explica con claridad, que había vivido una vida pura. Él no andaba por ahí acosando a las mujeres. Quiso que ellos supieran que no era culpable de ningún pecado sensual común. Y continuó en los versículos 2 y 3, de este capítulo 31:

"Porque ¿qué galardón me daría Dios desde arriba? ¿Qué heredad el Omnipotente desde las alturas? ¿Es que no hay desgracia para el malvado, infortunio para los que hacen iniquidad?"

Él estaba aún señalando a otros que cometían tales pecados, y diciendo que debían ser juzgados. No podía ver por qué el tenía que ser juzgado tan severamente, siendo una persona tan buena, señalando a aquellos que hacen estas cosas. Estaba, como diríamos, a punto de romperse el brazo de darse tantas palmadas en la espalda. Veamos ahora lo que dicen los versículos 4 al 6:

"¿Acaso él no ve mis caminos y cuenta todos mis pasos? ¿Es que yo anduve con mentiras, o corrieron mis pies al engaño? ¡Que Dios me pese en la balanza de la justicia y reconocerá mi integridad!"

Aquí le vemos jactándose de su integridad. Pues bien, él iba a presentarse ante la presencia de Dios dentro de no mucho tiempo, e iba a verse a si mismo tal cual era. Y en ese momento, no encontraría mucha integridad en su persona. Escuchemos ahora, lo que dicen los versículos 7 al 11, de este capítulo 31, de Job:

"Si mis pasos se apartaron del camino, si mi corazón se fue tras mis ojos, si algo se pegó a mis manos, ¡siembre yo y otro coma! ¡Sea arrancada mi siembra! Si fue engañado mi corazón por alguna mujer, si estuve acechando a la puerta de mi prójimo, ¡muela para otro mi mujer y sobre ella otros se encorven! Porque eso es maldad e iniquidad que han de castigar los jueces".

Aquí Job dijo que si él había sido falso e infiel, que su mujer le fuera quitada. Él no había vivido en pecado como otros vivían. Pensamos que todas las cosas que Job estaba diciendo en ese momento sobre sí mismo, eran correctas, eran ciertas. Él era realmente una buena persona. Job tenía este tremendo punto débil: el orgullo. Sus amigos le habían impulsado a defenderse a sí mismo y no podía mejorar ese punto negativo. Tenía que presumir de su bondad.

Hay algunos cristianos en la actualidad que son como Job. Y pensamos nosotros que el ver a un hijo de Dios jactándose y lleno de orgullo ante los demás, es una verdadera contradicción y una actitud detestable. El orgullo entre los creyentes es uno de los factores que traen tanta frialdad a muchas comunidades cristianas. Muchos cristianos se sientan en los bancos de una congregación y piensan que, frente a Dios, su condición es buena y correcta, y que no tienen que cambiar en nada. Estimado oyente, si usted está unido a Jesucristo, es salvo pero, sea quien sea usted, su vida no está a la altura de las normas de Dios, y la mía tampoco. Observemos ahora algunos puntos sobresalientes de este capítulo 31, leamos los versículos 13 y 14:

"Si hubiera yo menospreciado el derecho de mi siervo y de mi sierva cuando ellos pleiteaban conmigo, ¿qué haría cuando Dios se levantara? Y cuando él me preguntara, ¿qué le respondería?"

En otras palabras, Job era un empresario, y decía que trataba bien a sus empleados. Debería haber más que pudieran decir lo mismo en la actualidad. Y también, viendo la situación a la inversa, más empleados que se comportaran correctamente con sus jefes. De cualquier manera, el caso era que Job podía decir que era considerado en su trato con los demás. Ahora, en los versículos 16 al 22 dijo:

"Si he impedido a los pobres quedar satisfechos, si he hecho decaer los ojos de la viuda, si he comido yo solo mi bocado y no comió de él el huérfano (porque desde mi juventud creció conmigo como con un padre, y desde el vientre de mi madre fui guía de la viuda); si he visto a alguno perecer por falta de vestido, por carecer de abrigo el necesitado; si no me bendijeron sus espaldas al calentarse con el vellón de mis ovejas; si alcé contra el huérfano mi mano, aun viendo que en la puerta estaban de mi parte, ¡que mi espalda se caiga de mi hombro y se quiebre el hueso de mi brazo!"

Job realmente había ayudado a los pobres. Tenía un programa de obra social antes que nadie hubiera pensado en un programa de esa naturaleza. Él cuidaba a los huérfanos. Y entonces, en su exposición, volvió a recorrer el mismo camino, jactándose de todas las cosas que había hecho. Creemos que las llevó a cabo, pero se enorgullecía de esas buenas obras. Y ése era su problema. Estaba constantemente diciendo: "Yo he sido tan bueno que Dios es injusto al tratarme de esta manera. Dios está equivocado conmigo".

Y hay muchos creyentes que están pensando lo mismo en la actualidad, aunque no lo digan abiertamente. Estimado oyente, necesitamos ocupar un lugar en el cual podamos alabar Su Nombre por encima de todo, y en el que podamos vernos a nosotros mismos como si estuviéramos en el polvo delante de Él. Escuchemos ahora, lo que Job dijo en los versículos 29 y 30 de este capítulo 31:

"¿Acaso me he alegrado con el quebrantamiento del que me aborrecía y me regocijé cuando le sobrevino el mal? No, no he permitido que mi boca peque pidiendo su vida en una maldición".

Aquí dijo que cuando su enemigo se arruinó y le fue mal, no fue rencoroso. Y luego en los versículos 33 al 36 dijo:

"¿Acaso he cubierto mis transgresiones como Adán, ocultando en mi seno mi iniquidad, porque temía a la multitud, que era grande, y me atemorizaba el menosprecio de las familias, y entonces callaba y no salía de mi puerta? ¡Quién me diera que alguien me oyera! He aquí mi firma. ¡Que me responda el todopoderoso! Y la acusación que ha escrito mi adversario ciertamente yo la llevaría sobre mi hombro, y me la ceñiría como una corona".

Aquí el patriarca Job volvió a afirmar que no había hecho nada en secreto. Él deseó que sus enemigos pusieran por escrito lo que pensaban de él, y a él le agradaría usar ese escrito como una corbata alrededor de su cuello, o como una corona sobre su cabeza, para que todos pudieran verlo. Entonces él recorrería las calles diciendo: "¡Mirad, mirad lo que el enemigo dice de mí, y para mi es como una alabanza!" ¡Cómo se enorgullecía Job! Él había comentado los detalles de su vida, pero no había expresado una confesión de su orgullo.

Job era justo ante sus propios ojos, pero no era justo ante Dios. Y llegamos así a

Job 32:1-3

El tema aquí es el discurso de Eliú. Alrededor de Job y sus amigos había una multitud escuchándoles hablar. Cuando Job terminó su discurso, uno de los que se encontraba en el público, llamado Eliú, retomó el discurso y continuó desde aquel momento en adelante hasta que Dios intervino en la discusión. En ese momento, en el horizonte pudo verse una tempestad que se acercaba. Y cuando Eliú llegara al final de su discurso, la tormenta se precipitaría sobre el grupo y todos correrían para ponerse a cubierto. Solo quedaría Job allí. Y sería entonces cuando Dios trataría personalmente con Job.

Los tres amigos de Job habían terminado su tarea, sus figuras se desvanecieron en la distancia y les vemos irse con un suspiro de alivio. Prácticamente, Job había ganado el debate. Pero en realidad, no había ganado. Aquí surgiría un hombre joven que tendría algo que decir. Hasta ese momento no había abierto la boca, lo cual era poco corriente para un joven, pero éste era muy inteligente. En el primer versículo del capítulo 32, dice:

"Cesaron estos tres varones de responder a Job, por cuanto él era justo a sus propios ojos".

Y eso por supuesto era verdad. Él se consideraba un hombre recto.

Los tres amigos no habían sido capaces de darle a Job una respuesta. Fracasaron en el intento de satisfacer su necesidad en todos sus razonamientos y argumentos. Elifaz fue el que se había referido a la experiencia. Zofar era el legalista. Y Bildad presentó sus argumentos en base a la autoridad humana. Ninguno de ellos había podido encontrar una solución para Job. Habían dicho muchas cosas que eran ciertas, en realidad expresaron varias verdades, pero no hallaron una respuesta al problema de Job. Al final de todo, Job se seguía considerando un hombre justo.

Hay un valor en esta controversia. Para nosotros es importante ver que cuando dos partes están divididas en cualquier asunto, nunca pueden alcanzar un acuerdo a menos que haya una actitud de quebrantamiento, de sumisión y una disposición a someterse, y a no competir a favor de uno mismo en cualquiera de las partes, o en las partes implicadas. Hay mucha altivez y aires de superioridad, la cual es la causa de muchísimos de los problemas actuales. Job era un hombre altivo. Había sido susceptible y se irritaba por cualquier cosa, pero sus amigos también lo habían sido. No habían sido capaces de llegar a ninguna clase de acuerdo.

A favor de los amigos de Job deberíamos decir que no encontraron una respuesta simplemente porque no la había. Solo Dios puede darle una respuesta a un hombre que creía en su propia justicia y rectitud. Más adelante veremos que, finalmente, Dios intervino con una respuesta para Job. El corazón no quebrantado puede encontrar una respuesta lista para cualquier persona pero, por supuesto, no para Dios. Y como hemos dicho, los amigos de Job no tuvieron respuesta para las argumentaciones de Job.

Entonces, Eliú iba a intervenir en la conversación. Él tampoco tenía una respuesta para Job, pero se acercó más que los demás. Y creo que él preparó el camino para que por último Dios entrara en la escena. Entonces Dios le daría a Job alguna información que todos nosotros también necesitamos recibir.

Observemos que Job era un buzita, (descendiente de Buz, Génesis 22:21), evidentemente, una tribu de árabes. Continuemos leyendo el versículo 2:

"Entonces Eliú hijo de Baraquel, el buzita, de la familia de Ram, se encendió en ira contra Job. Se encendió en ira por cuanto él se hacía justo a sí mismo más que a Dios".

Aquí nos enteramos de que Eliú comenzó a hablar porque estaba enfadado, y lo estaba por dos motivos. Job había pasado todo el tiempo justificándose a sí mismo antes que a Dios. Ello significaba que él estaba realmente diciendo: "Dios está equivocado. Ha cometido un gran error conmigo". Esta actitud despertó el enojo de Eliú. Finalmente por hoy, leamos el versículo 3 de este capítulo 32:

"Igualmente se encendió en ira contra sus tres amigos, porque aunque habían condenado a Job, no sabían responderle".

Éste era el segundo motivo para el enfado de Eliú. Los amigos habían podido señalar el verdadero problema de Job, y aun así le estaban condenando.

Estos dos motivos que despertaron la ira de aquel joven llamado Eliú, nos describen la situación del ser humano de todos los tiempos. En cuanto al primer motivo, las personas tratan de justificarse a sí mismas, si reconocen la existencia de Dios, tratan de justificarse ante Él por sus obras y méritos. Si no creen en Dios, ellas son la medida de todos las cosas, están centradas en sí mismas y no reconocen la necesidad de un Dios ni de una vida después de la muerte. En cuanto al segundo motivo, nadie humanamente hablando es capaz de señalar al ser humano su verdadero problema y menos aún, de ofrecerle una respuesta. Estimado oyente, en cuando a la primera cuestión, nadie puede justificarse a sí mismo. El apóstol Pablo escribió en Romanos 5:1, "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo". Y en cuanto a la segunda cuestión, frente a la necesidad espiritual del ser humano frente a Dios y a la eternidad, nadie puede ofrecer una respuesta. Pero a todos los que por la fe acepten la obra redentora del Señor Jesucristo en la cruz, ya han encontrado la respuesta. Porque al llevar Él nuestros pecados, nos colocó en paz con Dios. Sí, estimado oyente, estimada oyente, porque entonces, Dios le ha aceptado a usted como hijo, como hija.

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