Estudio bíblico: El arrepentimiento (II) - Marcos 1:14-15

Serie:   El Evangelio de Marcos   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
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El arrepentimiento (II) - Marcos 1:14-15

En nuestro anterior estudio vimos que el arrepentimiento es uno de los requisitos que el Señor Jesucristo estableció para poder entrar en el reino de Dios. Consideramos en qué consiste el arrepentimiento y por qué es necesario. Ahora, en esta segunda parte, veremos algunas de las evidencias del verdadero arrepentimiento y analizaremos las razones por las que las personas se resisten a arrepentirse.

Evidencias del verdadero arrepentimiento

1. Es duradero
No es una emoción pasajera al terminar una predicación. Algunos lloran a mares durante un sermón, pero es como el chaparrón de primavera que pronto pasa. Otros se lamentan por algún fracaso concreto en sus vidas y se sienten muy compungidos por algún tiempo, pero cuando se sienten un poco aliviados, rápidamente lo olvidan.
Las demandas de Dios para entrar en su reino son costosas y deben ser valoradas previamente. El Señor Jesucristo no ocultaba esto en sus predicaciones, sino que una y otra vez lo explicaba con claridad:
(Mt 7:13-14) "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan."
La entrada es estrecha y el camino difícil, por lo tanto, el Señor exhortó a todos los que le oían a sentarse antes y calcular el coste. Hablando de esto les contó una parábola:
(Lc 14:28-30) "Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar."
Así pues, el arrepentimiento no puede ser tomado a la ligera, sino que debe ser una decisión inteligente y firme. No hay lugar para los vacilantes e indecisos en el reino de Dios.
2. Es radical
Quizá una de las cosas que más incomoda de la predicación de Jesús es que era muy radical. El no aceptaba que una persona intentara ir adelante en el reino de Dios y al mismo tiempo se apoyara o buscara lo que estaba dejando atrás. Ambas cosas son incompatibles, y así lo hizo notar el Señor.
(Mr 9:43-48) "Si tu mano te fuere ocasión de caer, córtala; mejor te es entrar en la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno, al fuego que no puede ser apagado, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga. Y si tu pie te fuere ocasión de caer, córtalo; mejor te es entrar a la vida cojo, que teniendo dos pies ser echado en el infierno, al fuego que no puede ser apagado, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga. Y si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo; mejor te es entrar en el reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser echado al infierno, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga."
Ya sea la forma que tenemos de hacer o de ver las cosas, o los lugares a los que vamos, debemos cortarlo radicalmente a fin de entrar al reino de Dios y ser librados del infierno eterno.
Y lo mismo dijo en cuanto a nuestra lealtad:
(Mt 6:24) "Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas."
Tampoco admitía que ninguna relación humana se interpusiera en el camino de las exigencias del reino de Dios. El amor por Cristo debe estar por encima de cualquier otro tipo de afecto.
(Mt 10:34-37) "No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí."
Finalmente, este llamamiento al arrepentimiento es tan radical que implica morir con Cristo. Él lo dijo en varias ocasiones: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lc 9:23). Esto significa una completa dedicación a Cristo, cueste lo que cueste. Significa abandonar nuestra propia voluntad, ambiciones, deseos, esperanzas y planes, porque nuestra vida entera le pertenece sólo a Cristo. Pablo lo expresó claramente cuando dijo:
(Ga 2:20) "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí."
Un evangelio así puede asustar a muchos, pero el Señor también dijo:
(Mt 11:29-30) "Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga."
3. Produce un cambio de conducta
El arrepentimiento genuino tendrá como resultado inevitable un cambio de conducta fácilmente observable por todos. Donde no se nota ese cambio, es cuestionable que haya existido un auténtico arrepentimiento.
Juan el Bautista advirtió sobre esto a los judíos que acudían a ser bautizados por él:
(Lc 3:8-14) "Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego. Y la gente le preguntaba, diciendo: Entonces, ¿qué haremos? Y respondiendo, les dijo: El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo. Vinieron también unos publicanos para ser bautizados, y le dijeron: Maestro, ¿qué haremos? El les dijo: No exijáis más de lo que os está ordenado. También le preguntaron unos soldados, diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y les dijo: No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario."
La Biblia nos ofrece numerosos ejemplos de personas arrepentidas que rápidamente cambiaron su actitud. El apóstol Pablo, inmediatamente después de convertirse, dejó de perseguir a la iglesia de Dios y comenzó a predicar por todas partes que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios. Tan grande y radical fue el cambio, que los que le habían conocido estaban atónitos (Hch 9:20-22). Y lo mismo ocurrió con los tesalonicenses cuando se convirtieron: ellos se apartaron de los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero (1 Ts 1:9-10).
Estos cambios deben influir también en las relaciones con nuestro prójimo. Quien haya cometido alguna falta contra la propiedad de otros por medio de tratos injustos y fraudulentos, hará restitución del daño hecho. La ley de Moisés especificaba esto: "aquella persona confesará el pecado que cometió, y compensará enteramente el daño, y añadirá sobre ello la quinta parte, y lo dará a aquel contra quien pecó" (Nm 5:7). Un buen ejemplo de esto lo tenemos en Zaqueo, quien cuando se encontró con Jesús dijo: "He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado" (Lc 19:8).
No es posible iniciar una nueva relación con Dios y mantener el viejo estilo de vida. Todo aquel que se ha arrepentido de verdad, se considera "muerto al pecado" (Ro 6:2), y busca activamente la nueva vida de Cristo. Y aunque todavía se encuentra rodeado de pecado, se identifica con la oración de David: "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí" (Sal 51:10).
El verdadero arrepentimiento nos traslada del reino de las tinieblas al reino de Cristo, y no resulta factible ser ciudadanos del reino de Dios sin ajustar nuestra conducta a los principios éticos de su reino. No lo olvidemos; la entrada en su reino no significa únicamente el disfrute de sus bendiciones, sino también la aceptación de sus normas.
4. No se produce por temor sino por amor
Algunos no llegan a arrepentirse de verdad porque están más preocupados del castigo por el pecado que por el pecado en sí mismo. No parece importarles que Dios sea ofendido por sus pecados, sino que tienen miedo del castigo que ello les acarreará. Pero es imposible convertirse por miedo. Aterrorizar a las personas con los sufrimientos del infierno nunca producirá una genuina conversión. La verdadera motivación para el arrepentimiento surge del amor hacia Dios. Es nuestro amor por él lo que nos debe llevar a odiar el pecado, ya que eso le ofende. Nunca podremos decir que amamos a Cristo si no aborrecemos de verdad el pecado.
Aquellas personas que sólo se arrepienten por temor al castigo, si supieran que no hay retribución, seguirían pecando sin problemas, mientras que un verdadero arrepentido desearía ser librado del pecado aunque no hubiera infierno. Esto se ve claro en los falsos convertidos; una vez que se creen libres de la condenación, sus vidas no cambian.
En cualquier caso, sólo podremos amar a Dios si antes hemos conocido el amor de Dios hacia nosotros, de otro modo es imposible (1 Jn 4:10).

Todos sin excepción tienen que arrepentirse

Puesto que todos los hombres somos pecadores, todos tenemos que arrepentirnos por igual. No sólo los ladrones, homicidas, violadores, adúlteros, fornicarios, o los presos tienen que arrepentirse delante de Dios, sino cada descendiente de Adán. No hay distinción alguna; lo mismo tiene que hacerlo el rey en su trono que el indigente en la calle; el rico en su despacho y la sirvienta en la cocina; el catedrático de ciencias en la universidad y el muchacho pobre e ignorante que va detrás del arado; el judío descendiente de Abraham y el gentil criado en el paganismo; ciudadanos de naciones ricas y pobres; budistas, católicos, protestantes o ateos. Todos sin excepción se tienen que arrepentir por cuanto todos pecaron.
(Ro 3:10-12) "Como está escrito: no hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno."
Por esta razón, el Señor Jesucristo mandó:
(Lc 24:47) "Que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén."

Las personas se resisten a aceptar su condición de pecadores

Cuando el Señor Jesucristo comenzó su ministerio les dijo a los escribas y fariseos:
(Mr 2:17) "Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores."
De estas palabras tal vez podríamos extraer la conclusión equivocada de que el Señor pensaba que había algunos que eran justos, y que por lo tanto no necesitaban arrepentirse de sus pecados. Pero no era eso lo que quería decir. La realidad es que, como acabamos de ver, todos somos pecadores, pero hay una resistencia en cada uno de nosotros que nos impide reconocerlo. Ese era el problema de los escribas y fariseos, pero lo es también de muchos otros. Hay varios aspectos que influyen para esto:
Por un lado, la visión contemporánea es que el hombre es básicamente bueno, y que sus problemas proceden de influencias externas a él, como factores sociales, políticos, económicos o de educación. Esto les lleva a responsabilizar a otros de lo que ellos son. Pero este es un viejo recurso que no nos exime de nuestra propia responsabilidad. Adán lo usó en el huerto del Edén cuando Dios le pidió cuentas por lo que había hecho; el dijo: "La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí"; y otro tanto hizo Eva cuando el Señor le preguntó a ella: "La serpiente me engañó y comí" (Gn 3:12-13). También Aarón intentó eludir su propia responsabilidad por el becerro que había hecho, culpando de ello al pueblo: "Ellos me dieron el oro, yo lo eché al fuego, ¡y lo que salió fue este becerro!" (Ex 32:21-24). Si imaginemos que con pretextos tan ridículos podemos eludir nuestra propia responsabilidad personal, estamos muy equivocados. Pero en el día de hoy, la actitud del hombre sigue sin cambiar respecto a esto; nosotros también responsabilizamos de nuestras acciones a un sinfín de culpables: la herencia genética, desequilibrios hormonales, el ambiente familiar y social en el que vivimos, experiencias traumáticas durante nuestra infancia... Y aunque no cabe duda de la influencia que cada una de estos factores pueden tener sobre nuestra conducta, el Señor Jesucristo afirmó claramente que la fuente del pecado está dentro de nuestro propio corazón y por lo tanto somos responsables:
(Mr 7:21-23) "Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre."
Otros, como los escribas y fariseos, tenían la falsa sensación de que su religión les hacía superiores a los demás pecadores, llegando a pensar que ya no necesitaban arrepentirse. Pero Juan el Bautista desmontó su argumento cuando les dijo:
(Mt 3:9) "Y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras."
Muchos pecadores intentan librarse del arrepentimiento comparándose con otros pecadores peores que ellos. Sacan de ese modo la ingenua conclusión de que al ser mejores que otros, ya no son malos. Pero debemos recordar el caso cuando un grupo de judíos llevaron hasta Jesús a una mujer a la que habían sorprendido en el mismo acto de adulterio. Ellos se sentían infinitamente superiores a ella, pero Jesús les dijo:
(Jn 8:7-9) "El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros."
Otros se resisten a aceptar su condición de pecadores simplemente porque hiere su amor propio y daña su autoestima. El llamamiento de Dios al arrepentimiento nos presenta como fracasados que hemos sido incapaces de alcanzar la meta. Y esto nos molesta, porque estropea la imagen positiva que nos gusta proyectar de nosotros mismos, esa misma con la que nos presentamos ante los demás en las redes sociales, esperando ansiosamente que los demás coloquen su "Me gusta". Así que, acostumbrados a recibir este tipo de halagos, nos sentimos profundamente indignados cuando Dios afirma que somos pecadores, y aún más, esclavos del pecado. Un ejemplo de esta reacción la encontramos en los judíos a los que Jesús propuso hacerles libres de su esclavitud al pecado:
(Jn 8:33) "Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?"
Además, el arrepentimiento no sólo implica humillarnos hasta el punto de reconocer nuestro fracaso, también nos lleva a negarnos a nosotros mismos. Debemos dejar de confiar en nosotros mismos y permitir que Dios asuma todo el control de nuestra vida; y esto no le gusta a nadie. El Señor Jesucristo lo expresó muy claramente:
(Mr 8:34) "Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame."
Cualquiera que sea la forma en la que intentamos eludir nuestra responsabilidad por el pecado, nos impedirá llegar al verdadero arrepentimiento y a la salvación.
(Pr 28:13) "El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia."

¿Puede el hombre arrepentirse?

La pregunta puede parecer ridícula. ¡Pues claro que podemos arrepentirnos! contestaríamos nosotros. Y de hecho, no sólo podemos, sino que debemos hacerlo.
1. El hombre ha quedado dañado por el pecado, pero todavía puede arrepentirse
Sin embargo, hay ciertas corrientes teológicas que afirman que el hombre ha quedado tan dañado por el pecado, que ya es imposible que pueda llegar a arrepentirse por sí mismo. Y por supuesto que no podemos minimizar los efectos del pecado sobre el ser humano, y admitimos que el libre albedrío del hombre ha quedado seriamente dañado por él, sin embargo, tenemos suficientes evidencias en la Palabra de Dios para creer que el ser humano todavía puede razonar sobre su situación perdida y darse cuenta de su pecado. El apóstol Pablo se refería a los gentiles paganos y decía que su conciencia todavía funcionaba aun después de la caída, y eso sin conocer directamente la ley de Dios, sólo con sus razonamientos:
(Ro 2:14-16) "Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio."
El hombre caído no sólo tiene la capacidad de darse cuenta de sus pecados, sino que también puede tomar la decisión de volverse a Dios. Esto lo vimos claramente en los razonamientos que se hacía el hijo pródigo y en la decisión que tomó en consecuencia:
(Lc 15:17-20) "Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre."
Aun así, sería ingenuo ignorar la tremenda resistencia que nuestra naturaleza caída ejerce para que no nos arrepintamos. Nuestra mente ha sido inundada de pensamientos contrarios a esto. Y Dios, que es conocedor de todo esto, ayuda al hombre obrando por medio de su Espíritu Santo en cada persona inconversa convenciéndola de su necesidad.
(Jn 16:8-11) "Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado."
2. El arrepentimiento no es una "obra meritoria" con la que contribuimos a la salvación
Otros creen que el arrepentimiento no es algo que el hombre haga por sí mismo, sino que es un don que Dios les da a algunos, porque en el caso contrario, sería una obra que el hombre aportaría a la salvación, y la Escritura afirma con claridad que la salvación no es por obras (Ef 2:8-9).
Pero creer que el arrepentimiento es una "obra meritoria" que el hombre aporta a su salvación es un pensamiento absurdo que implica no entender la verdadera naturaleza del arrepentimiento. Cuando la persona se arrepiente, no está haciendo ninguna obra, sino todo lo contrario, está admitiendo su estado de absoluta bancarrota espiritual, y se reconoce incapaz de alcanzar la perfección exigida por Dios. ¿Qué mérito puede haber en reconocer nuestro absoluto fracaso?
3. Nosotros nos arrepentimos, pero Dios nos cambia
Otro asunto diferente es que aunque el pecador se puede arrepentir reconociendo la gravedad de su pecado y tomando la decisión de cambiar de vida, lo que es innegable es que el hombre no puede cambiar por sí mismo, sino por la obra regeneradora del Espíritu Santo. Pero eso constituye la respuesta de Dios al verdadero arrepentimiento.
4. Dios busca una respuesta libre de parte del hombre
Si fuera cierto, tal como dice el calvinismo, que sólo algunas personas que previamente han sido predestinadas y regeneradas por Dios pueden llegar a arrepentirse, entonces tendríamos que admitir que no han actuado con libertad, y que por lo tanto, su amor sería una reacción mecánica, programada de antemano. Pero eso no es amor. Un ordenador siempre obedecerá mis instrucciones, pero nunca llegará a amarme. Y lo que Dios está buscando del pecador es un genuino arrepentimiento que le lleve a la restauración de una auténtica relación de amor con él.
E insistimos, el hombre todavía puede elegir. Dios en su absoluta soberanía le sigue permitiendo hacerlo. Y le exhorta a que lo haga bien.
(Dt 11:26-28) "He aquí yo pongo hoy delante de vosotros la bendición y la maldición: la bendición, si oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, que yo os prescribo hoy, y la maldición, si no oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, y os apartareis del camino que yo os ordeno hoy, para ir en pos de dioses ajenos que no habéis conocido."

Un evangelio que no incluya el arrepentimiento es falso

El arrepentimiento ha sido siempre el fundamento del llamamiento bíblico a la salvación. En consecuencia, ninguna predicación del evangelio que no lo incluya se puede considerar bíblica ni producirá auténticas conversiones.
1. Juan el Bautista, el Señor y los apóstoles lo predicaron
Juan el Bautista predicaba diciendo: "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (Mt 3:2). Cristo describió su ministerio de la siguiente forma: "no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento" (Mt 9:13). Y momentos antes de ascender al cielo mandó a sus discípulos "que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén" (Lc 24:47). Los apóstoles obedecieron su mandato "testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo" (Hch 20:21).
Por lo tanto, cualquiera que no incluya el arrepentimiento en su predicación, estará enseñando un evangelio fraudulento y diferente (Ga 1:6).
2. No se incluye en las "4 leyes espirituales"
Quizá usted ha escuchado las "4 leyes espirituales" que fueron ampliamente usadas por la Cruzada Estudiantil para Cristo (Campus Crusade for Christ). Decían así:
Dios te ama y tiene un plan maravilloso para tu vida.
El hombre es pecador y está separado de Dios. Por eso no puedes conocer ni experimentar el amor de Dios y el plan que Él tiene para tu vida.
Jesucristo es la única provisión de Dios para el pecador. Solo a través de Él puedes conocer y experimentar el amor de Dios y su plan para tu vida.
Debemos recibir a Jesucristo como Señor y Salvador para poder conocer y experimentar el amor de Dios y su plan para nuestras vidas.
Y la "oración del pecador" que seguía a esas leyes era de la siguiente manera: "Señor Jesús, te necesito. Gracias por morir en la cruz por mis pecados. Yo te abro la puerta de mi vida y te recibo como mi Señor y Salvador. Gracias por perdonar mis pecados y darme vida eterna. Toma control del trono de mi vida. Hazme el tipo de persona que tú quieres que sea".
Cuando analizamos estos principios espirituales tenemos que decir que son verdaderos, pero desgraciadamente están incompletos. En ningún momento se menciona la necesidad del arrepentimiento por parte del pecador. Se agradece a Dios el perdón de sus pecados sin haber mencionado en ningún momento que se arrepienta de ellos. Y el problema de este evangelio simplificado en exceso, es que va a generar falsos convertidos que después de repetir esa oración no van a mostrar ninguna evidencia de cambio en sus vidas.
3. No se incluye en el "evangelio de la prosperidad"
Por otra parte, el evangelio que se predica hoy desde muchos púlpitos es el conocido como "evangelio de la prosperidad" o su versión de "proclámalo y recíbelo". Básicamente podemos decir que consiste en ofrecer riquezas materiales en base al dinero ofrendado. Se ofrece por igual al incrédulo y al creyente, sin importar su estado espiritual y sin hacer ningún llamamiento al arrepentimiento y la reconciliación con Dios. Por supuesto, en una sociedad materialista y egoísta como la nuestra, este tipo de predicación suele tener bastantes seguidores, pero no se puede decir que tenga nada que ver con el evangelio que tanto el Señor como los apóstoles predicaban.
4. ¿Por qué no se predica el arrepentimiento?
La necesidad del arrepentimiento es una de las premisas fundamentales de la fe cristiana, pero es también una de las verdades que más ofende a las personas. Hace que las personas se sientan molestas y por esa razón, algunos predicadores han intentado eliminarlo o suavizar su dureza. Pero si deseamos ser mensajeros fieles del evangelio, tendremos que hablar de él, aunque esto nos haga ser impopulares.

Conclusión

Nosotros debemos seguir tras las pisadas de aquellos grandes profetas de la antigüedad que hablaron sin miedo del arrepentimiento:
(Is 55:6-7) "Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar."
Y no debemos dejar de proclamar los derechos reales de Dios, haciendo un llamamiento a todos los hombres para que "depongan las armas" y se arrepientan. Anunciando al mismo tiempo que Dios está dispuesto a perdonarles y llevarles a su reino glorioso.
Las consecuencias de la decisión que cada persona tome serán eternas. Por ejemplo, el Señor se refirió a aquellas ciudades donde había hecho muchos de sus milagros y no se habían querido arrepentir, y dijo de ellas "que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras" (Mt 11:22). Mientras que en cambio, cuando un pecador se arrepiente hay gran "gozo en el cielo" (Lc 15:7).

Preguntas

1. ¿Por qué el arrepentimiento auténtico debe ser duradero? ¿En qué sentidos debe ser radical? Justifique su respuesta bíblicamente.
2. ¿Quiénes deben arrepentirse? ¿Por qué?
3. ¿Por qué cree que las personas se resisten a arrepentirse? ¿Cuál sería su respuesta a sus excusas?
4. Algunos piensan que el arrepentimiento es una buena obra que nosotros aportamos para ganar nuestra salvación. ¿Cuál sería su respuesta a esta afirmación?
5. ¿Se puede afirmar que la predicación de un evangelio que no incluya el arrepentimiento es falso y no producirá auténticas conversiones? Razone bíblicamente su respuesta.

Comentarios

Argentina
  Ramon Diaz  (Argentina)  (27/08/2023)
Excelente explicación de las escritura !
México
  Adriana Schacht  (México)  (26/12/2017)
Gracias a Dios por este mensaje. De gran útilidad para reafirmar el evangelio de Cristo y poder compartirlo.
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