Estudio bíblico: La meta del peregrino -

Serie:   Peregrinos   

Autor: Eric Bermejo
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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La meta del peregrino

Introducción

En este estudio vamos a intentar explicar cómo será nuestra entrada en el cielo. Y no cabe duda de que lo que tenemos por delante es un gran reto. ¿Cómo explicar y hacer sentir en la imaginación lo que será entrar por los umbrales del cielo? Aun el apóstol Pablo, que estuvo en el tercer cielo, en el paraíso, dice que las cosas que vio allí eran tan gloriosas, tan diferentes, tan lejos de cualquier experiencia humana, que desbordaba de tal manera su conocimiento, su experiencia y su imaginación, que cuando regresó a la tierra no encontró palabras en ninguno de los idiomas que conocía para poder explicar la gloria y el esplendor que él había visto allí (2 Co 12:1-4). Y si eso le pasaba a Pablo, que sí que había estado allí, ¿qué podemos decir nosotros que no hemos estado?
Las dificultades con las que se encontró el apóstol Pablo cuando intentaba explicar su experiencia en el paraíso, serían las mismas que tendría una persona que se encontrara en algún lugar con una tribu perdida que todavía vive en la edad de piedra e intentara explicarles los avances de nuestra sociedad moderna. ¿Qué lenguaje utilizaríamos para que pudieran entender qué es la televisión, internet, un microondas o un teléfono móvil?
Y cuando nosotros hablamos del cielo, que es una dimensión de vida tan diferente de la nuestra, que desborda todo lo que nosotros podemos imaginar o pensar, ¿qué palabras o conceptos podemos utilizar para explicarlo?
No obstante, es cierto que la Palabra de Dios nos da algunas pequeñas pinceladas sobre cómo será nuestra entrada en el cielo, aunque nosotros debemos de ser cuidadosos y no especular sobre lo que quieren decir. No obstante, llegará el día en el que cada auténtico creyente entrará por esos portales de gloria y podrá verlo con sus propios ojos.

¿Cómo será nuestra entrada en el cielo?

Como decimos, la Biblia nos presenta algunos cuadros que nos ayudan a entender esta experiencia. Vamos a considerar brevemente algunos de ellos.
1. Abraham y la ciudad que tiene fundamentos
Comencemos haciendo una lectura en la epístola a los Hebreos:
(He 11:8-16) "Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido. Por lo cual también, de uno, y ése ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar. Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad."
Abraham fue llamado a salir de Ur de los caldeos, una de las grandes civilizaciones de la antigüedad que durante siglos ha asombrado a los arqueólogos por el elevado nivel de cultura y bienestar que ya gozaban en aquella época. Y debemos recordar que Abraham era un hombre de buena posición en aquella ciudad y que por lo tanto disfrutaba de todas las comodidades que allí había. Ahora bien, lo que nos preguntamos es por qué Abraham tomó la decisión de abandonar su cómoda vida en Ur para convertirse en un peregrino, viviendo de aquí para allá en incómodas tiendas de campaña.
La razón por la que Abraham dejó todo aquello nos la da Esteban en su discurso: "El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando en Mesopotamia" (Hch 7:2). No cabe duda de que fue la manifestación de la maravillosa gloria de Dios lo que le llevó a dejar la gloria de este mundo y emprender un viaje que duraría toda su vida hacia una ciudad mucho mejor. El autor de Hebreos nos explica cuáles eran sus pensamientos: "porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios". No cabe duda de que Abraham estaba buscando la ciudad de ese Dios de gloria que se le había aparecido. Al fin y al cabo, él sabía que por muy buena que fuera su vida en Ur, tarde o temprano moriría y su estancia allí no sería eterna, e incluso la misma ciudad acabaría desapareciendo, como de hecho así ocurrió con el tiempo. Pero Abraham buscaba algo más duradero, una "ciudad que tiene fundamentos", que es estable y permanente. En este mundo todo es provisional y Abraham quería algo que no se acabara. El quería invertir su vida en algo que fuera estable y eterno.
En algún momento de su peregrinaje él entendió que la ciudad que buscaba estaba más allá de este mundo. Por eso, cuando llegó a la Tierra Prometida, se dio cuenta perfectamente de que ese no sería el destino final de su peregrinaje. Por eso, cuando murió, Hebreos nos dice que: "Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra". Y la razón de esta actitud es porque ellos no estaban buscando algo aquí abajo en este mundo, sino algo celestial y eterno. Con esa esperanza Abraham se hizo peregrino y asumió una vida de privaciones que no habría tenido si se hubiera quedado en Ur.
Pero ahora imaginemos que llega el día en que Abraham terminó su peregrinaje en este mundo y llegó al cielo. Por fin se encuentra en la ciudad que había estado esperado durante toda su vida y por la que había renunciado a tantas cosas. Supongamos que en ese momento Abraham empieza a inspeccionar su nueva patria celestial y descubre que es mucho más pequeña que Ur de los caldeos, que sus edificios son pobres, sus calles están sucias, la gente allí vive con miedo y tristeza. Si ese fuera el caso, Abraham se sentiría completamente defraudado, porque habría gastado su vida anhelando algo que era mucho peor que lo que había dejado. Y en ese hipotético caso, Dios mismo sentiría vergüenza por haberle prometido algo que de ninguna manera logró satisfacer sus expectativas.
¡Pero nada de todo esto va a ocurrir! Fijémonos lo que dice Hebreos: "Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad". Sea quien sea el peregrino que llegue al cielo, las privaciones, sufrimiento y dolor por el que haya pasado en su peregrinaje, nadie quedará defraudado, y Dios no sentirá vergüenza. Aunque el peregrino haya tenido que sufrir por causa de su fe las torturas más atroces y la muerte más cruel, cuando llegue al cielo, a la ciudad de Dios, nadie se sentirá defraudado. Por lo tanto, debemos entender esta corta frase: "les ha preparado una ciudad", como si quisiera decir, "¡menuda ciudad les ha preparado!". Ninguna de las grandes civilizaciones de nuestra historia se pueden comparar con la gloria de la ciudad que Dios les ha preparado.
Recordemos de paso que los primeros destinatarios de esta epístola a los Hebreos estaban sufriendo por haber abrazado la fe en Cristo, y por causa de su fidelidad a él, estaban siendo perseguidos, encarcelados y algunos de ellos habían perdido todo lo que tenían. ¿Vale la pena sufrir tanto por Cristo? Pero el mismo autor de Hebreos había comenzado diciendo que ese mismo Cristo es el Hijo de Dios y que a él el Padre le ha constituido heredero de todo (He 1:1-4). ¡Claro que vale la pena cualquier pérdida que podamos sufrir por él! Sin duda, él mismo nos recompensará generosamente. No olvidemos que el mismo Dios que ha creado el universo con toda su grandeza y belleza, es el mismo que nos ha preparado ciudad.
Ha habido muchos mártires en la historia del cristianismo que han estado dispuestos a dar su vida por Cristo porque estaban convencidos de que Dios les había preparado una ciudad en el cielo, y por eso siempre se consideraron peregrinos en esta vida. Lo que quizá debemos preguntarnos es si los cristianos de este tiempo que vivimos en medio de comodidades estaríamos dispuestos a enfrentar la muerte o la pérdida de todo lo que tenemos por causa de nuestra fe.
Nosotros debemos creer que estas cosas son reales. Fijémonos ahora en (He 11:6) "Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan". Debemos creer en este Dios de la gloria.
2. Una entrada amplia y generosa en el cielo
Veamos ahora cómo el apóstol Pedro describe una posible forma en la que los creyentes pueden entrar en el cielo.
(2 P 1:10-11) "Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo."
El apóstol Pedro nos habla de una entrada "amplia y generosa" en el cielo, lo que nos hace pensar que también cabe la posibilidad de que no sea así. De hecho, esto es lo que parece querer decirnos si atendemos al contexto.
(2 P 1:3-9) "Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados."
Fijémonos en los versículos anteriores: "el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados" (2 P 1:9). Esto quiere decir que los que tal hacen, se han olvidado del propósito de su peregrinación, y por lo tanto, les exhorta: "procurad hacer firme vuestra vocación y elección", porque sólo de esa manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el cielo.
Aquí hay un principio que no todos los creyentes parecen tener claro: existe la posibilidad de tener una entrada amplia y generosa en el cielo, pero también es posible que muchos creyentes no tengan ese tipo de entrada.

El cielo es un reino

Un segundo detalle que debemos considerar en este texto de Pedro es que mientras que en su primera epístola el apóstol hablaba de una "herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros" (1 P 1:4), aquí se refiere a esa misma herencia como "el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 P 1:11). Con esto nos da a entender que la herencia que está reservada para nosotros en el cielo es un reino, con todo lo que eso implica. Por lo tanto, tal vez debamos corregir algunos conceptos equivocados en cuanto al cielo.
1. Algunos conceptos erróneos sobre el cielo
Algunos piensan en el cielo como un gigantesco hogar de ancianos donde llegaremos al final de una larga vida aquejados de mil y una dolencias, y donde por fin podremos descansar de todas nuestras fatigas y enfermedades. Por lo tanto, se lo imaginan como un hermoso hogar de ancianos con cómodos sillones de terciopelo desde los que ver la televisión de alta definición con miles de canales a cuál de ellos más interesante, y los ángeles viniendo constantemente con bandejas de plata ofreciendo café, te o Coca Cola según la preferencia de cada uno. Y parece que hay algunos que piensan que en eso consistirá el descanso del peregrino. Tal vez ese concepto ha surgido de la mente de algún creyente muy mayor que acosado por infinidad de enfermedades espera con impaciencia ser liberado de todos sus dolores. O tal vez de los espirituales negros que cantaban los esclavos en la antigüedad deseando llegar a su hogar celestial y descansar de sus duros trabajos. Pero hay que decir que el cielo no es así. Y si fuera así, hay muchos que no querrían ir allí. El cielo será una nueva dimensión de vida que podremos explorar por toda la eternidad, y eso lo podremos hacer con una nueva capacidad no limitada por el pecado en nuestras vidas.
El segundo concepto que debemos corregir es el que parecen tener otros creyentes, que imaginan el cielo como si fuera un gigantesco parque de atracciones. Esta visión es la que parecen tener especialmente los "cristianos turistas". Para ellos, el cielo es una especie de Disneyland celestial. Allí todos los deseos de distracción y entretenimiento que hemos tenido durante esta vida serán realizados. Gigantescas montañas rusas, películas de terror o futbol todo el día según la preferencia de cada uno. Por supuesto, este concepto del cielo encaja bien con la idea de cristianismo que tienen algunos del placer, del ocio, y de hacer siempre lo que les apetece. Ahora bien, en el cielo sí que habrá descanso de las disciplinas que el pecado ha impuesto en nuestras vidas, y un gozo y disfrute en unas dimensiones auténticas. Como diría el salmista: "En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre" (Sal 16:11). Pero no debemos devaluar el cielo con nuestros pobres conceptos materialistas.
Y un tercer concepto que debemos corregir es el que tienen muchos creyentes en nuestros días. Ellos piensan que independientemente de lo que hayan hecho en esta vida, el cielo será igual para todos. Es como si hiciéramos un viaje a París y unos fueran en un tren de alta velocidad en primera clase con todos los lujos y comodidades, mientras que otros lo hacen en un viejo coche en el que constantemente tienen que estar parando porque se avería, pero una vez que llegan a su destino, París es lo mismo para todos. Pero siguiendo con esta sencilla ilustración, debemos pensar que el disfrute de una ciudad como París será diferente dependiendo de cómo cada uno haya preparado su viaje. Por ejemplo, si hemos tomado interés en aprender el francés, podremos comunicarnos fácilmente allí, pero si desconocemos el idioma estaremos como perdidos. También será diferente para aquel que con anterioridad a su llegada haya estudiado cuáles son los sitios interesantes para visitar y dónde está cada uno de ellos. De la misma manera, París no será lo mismo para una persona que llega con dos mil euros en su cartera que para el que llega con cincuenta.
2. Dios quiere reinar en este mundo por medio de los hombres
Ahora volvamos de nuevo a la idea que antes hemos adelantado: el cielo es un Reino. Este hecho tiene importantes implicaciones. Remontémonos rápidamente al comienzo de la creación del hombre. Allí, en el libro de Génesis podemos ver el propósito original con el que Dios creo al hombre:
(Gn 1:27-28) "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra."
Adán y Eva debían ser virreyes de Dios en esta tierra para administrar y gobernar en comunión con él todo lo que había creado. Pero sabemos que este propósito original se arruinó por causa del pecado, y el hombre fue expulsado del Edén. Desde entonces, el hombre perdió el dominio sobre la creación y la vida se volvió en una dura carga de grandes sacrificios para sobrevivir.
Pero cuando llegamos al Salmo 8 vemos que el propósito original de Dios sigue estando en pie:
(Sal 8:3-6) "Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies."
Y el autor de Hebreos confirma que Dios sigue adelante con el mismo propósito inicial. Pero es consciente de que primero es necesario terminar con el pecado. En este sentido, (He 2:5-10) nos explica el plan de Dios para restituir al hombre a su lugar de honor y privilegio iniciales. La Palabra nos explica que para llevar a cabo la redención del hombre, Dios mismo se encarnó, y como hombre perfecto, pagó el precio de la redención de los pecadores. De ese modo, todos aquellos que creen en él serán llevados a su gloria, ocupando una posición de honor superior a la que el hombre tuvo incluso en el momento en que fue creado. Notemos que dice que aunque el hombre fue hecho un poco menor que los ángeles, sin embargo afirma que "no sujetó a los ángeles el mundo venidero acerca del cual estamos hablando". Esto quiere decir que en el día de hoy Dios administra este mundo por medio de sus ángeles, pero el increíble plan de Dios es devolverle al hombre su dignidad y sentarle juntamente con Cristo en los lugares celestiales para desde allí administrar con él su basto reino. Porque el cielo es primordialmente un reino que debe ser administrado. Y ese reino un día será establecido también en este planeta Tierra, que en realidad no es más que una mota de polvo dentro de la vía Láctea.
Los creyentes deben prepararse en esta vida presente para gobernar en el futuro
Todo esto nos advierte de la necesidad que cada creyente tiene de madurar para que llegado ese momento esté preparado para administrar este mundo.
Pero ¿hasta qué punto somos capaces de asumir tan alta responsabilidad? El Señor ilustró esto por medio de un parábola que encontramos en (Lc 19:11-27). En el contexto vemos que el Señor se dirigía a Jerusalén para morir en la cruz, pero ellos estaban pensando en que iba a conquistar el trono de Herodes y establecer de ese modo el reino de Dios en este mundo. Pero por medio de esta parábola de un hombre noble, el Señor les explicó que el lugar a donde iba a presentar sus credenciales para ser establecido como Rey no era en Jerusalén, ante Herodes y Pilato, ni ante Anás y Caifás, sino en el cielo, ante el Trono del Soberano Dios del Universo. Y las credenciales que iba a presentar eran su triunfo en cruz sobre el pecado y sus consecuencias, pero también sobre el príncipe de este mundo y sobre todos los principados y potestades. Ahora bien, la parábola nos enseña también que mientras que él iba y regresaba de nuevo a establecer su reino, habría un intervalo de espera. Este no sería un tiempo de espera pasiva, sino que el Señor les dio una mina, es decir, una moneda de cierto valor, para que ellos negociaran con ella hasta que él regresara. Por lo tanto, durante ese intervalo de espera ellos tuvieron tiempo de demostrar sus capacidades y su lealtad. Así pues, al regreso del hombre noble, éste pidió cuentas a cada uno de sus siervos. El primero que había recibido una mina había negociado con ella y había conseguido otras diez, y el Señor le dijo que le pondría sobre diez ciudades. El segundo había conseguido cinco y el Señor le puso sobre cinco ciudades. Pero el tercero no había hecho producir nada la mina recibida. Este último debía ser un "cristiano turista" que no quería esfuerzo ni sacrificio, sino sólo vivir su vida para él mismo. Tal vez podríamos pensar que no era un auténtico creyente, pero vemos que el Señor no se dirige a él de ese modo, tal como hace más adelante con aquellos que eran sus enemigos y no querían que reinara sobre ellos (Lc 19:27).
La conclusión es clara: no debemos pensar que viviendo de cualquier manera aquí en el presente, luego todo va a cambiar cuando lleguemos al cielo. Es aquí donde el conocimiento de Dios comienza a transformarnos, donde manifestamos nuestras actitudes y capacidades, donde demostramos nuestro grado de compromiso y lealtad por el Señor y su reino.
De hecho, lo que Pedro está haciendo en su carta es interpretar esta parábola. Es cierto que el Señor no nos ha dejado una mina, pero nos ha dado otras cosas que debemos desarrollar y hacer producir. Fijémonos como lo expresa:
(2 P 1:5-7) "Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor."
La vida cristiana es seria y debemos esforzarnos en cultivarla y hacerla crecer. No se trata de que tenemos un pasaporte para ir al cielo y ya estamos listos para cuando nos llame. Y por supuesto, el cielo no será igual para todos. No será igual para un hombre joven que renuncia a una buena posición social y laboral con el fin de servir al Señor, que para otro que va de vez en cuando a la iglesia y nunca se compromete seriamente con nada. El primero tendrá una rica y generosa entrada en el reino de Dios, tomando parte en la administración de su reino, mientras que el segundo no tendrá nada. El primero estará capacitado para que Dios ponga en sus manos diez ciudades, mientras que el segundo no. Al primero se le otorgará amplia y generosa entrada en el reino de Dios, mientras que al segundo no.

Reflexión final

¿Cómo vamos con esto? Pedro utiliza en varias ocasiones la palabra "diligencia". Y es que el asunto requiere toda nuestra atención, seriedad y esfuerzo para servir al Señor y para "añadir" a nuestras capacidades espirituales más y más. Para el apóstol Pedro todo esto era muy importante, sin duda. Él mismo dice: "Pues tengo por justo, en tanto que estoy en este cuerpo, el despertaros con amonestación" (2 P 1:13). Hay demasiado en juego; el tema es realmente muy importante. En nuestro estudio anterior consideramos que una generación entera de israelitas se perdió en el desierto. Y el autor de Hebreos nos hace una seria advertencia a nosotros también:
(He 4:1-2) "Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron."
(He 4:11) "Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia."
Dios no se va a avergonzar porque "les ha preparado una ciudad", pero puede que en ese día seamos nosotros los que nos avergoncemos de cómo hemos vivido en esta vida:
(1 Jn 2:28) "Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados."
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