Estudio bíblico: Pedro y el discapacitado - Hechos 3:1-26

Serie:   Probados y transformados   

Autor: Roberto Estévez
Email: estudios@escuelabiblica.com
Uruguay
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Pedro y el discapacitado (Hechos 3)

Usando lo poco para lograr mucho

Cuando nació las comadres del barrio dijeron que era el niño más perfecto y hermoso que habían visto. Bueno, esto era en parte para consolar a la madre. El alumbramiento había sido muy dificultoso. La partera que era la mejor y más experimentada del pueblo sudó gotas gordas durante el procedimiento. Parece que en vez de "venir de cabeza venía de nalgas".
A los dos años se dieron cuenta de que ese niño no iba a caminar. Los padres le habían puesto Simón, que era uno de esos nombres que corrían en la familia. Al pasar los años perdió hasta su nombre. Primero lo llamaban el paralítico, aunque técnicamente no lo era, y después, para acortarlo, "el Lítico". Lo que era seguro es que estaba totalmente imposibilitado por sus piernas para trasladarse o trabajar, por lo que se había dado a la mendicidad.
Sus amigos de confianza le habían puesto otro apodo: lo llamaban "la Estatua Parlante". No porque fuese alto y elegante, sino porque solía pasarse mucho tiempo sin moverse hasta que al fin, cuando alguien entraba al templo el repetía la misma frase con voz lastimera: "Una limosnita por favor".
Su vida entera estaba relacionada con esa imposibilidad de caminar. Sus piernas desde que había nacido jamás fueron utilizadas con el propósito original. Eran tan flacas que parecían dos palos de escoba. Los músculos de sus extremidades inferiores estaban completamente atrofiados. Por el contrario, sus brazos tenían buenos músculos ¡y que bien que los usaba! Su vida era triste y monótona. Por suerte, nadie le disputaba el derecho que él se había tomado de pedir limosna a la puerta del templo llamada la Hermosa.
Muchos de los que allí concurrían ya ni lo veían. Se habían acostumbrado tanto a su presencia allí que interiormente pensaban que era parte del edificio. Un "adorno" más de esa puerta que se caracterizaba por la belleza de sus esculturas. Pero ¡qué contraste tan grande había entre esa puerta y el hombre! La puerta tenía todos esos grabados que le daban esa belleza tan inusual. El era solamente un mendigo, un discapacitado, un inválido de ambas piernas y nada más; con sus días buenos y días malos. Eran buenos los días cundo las limosnas eran buenas y malos cuando no lo eran.
El estar sentado en la misma posición por largas horas le había ocasionado unas llagas que muchas veces le dolían.
Algunos murmuraban que lo que sus "amigos" hacían por él no era tanto por benevolencia sino por las propinas que él les daba. La vida en aquellos tiempos era difícil y cada cual se trataba de arreglar lo mejor que podía. Ellos lo traían y llevaban al templo y a su muy pobre vivienda. El verano, con ese calor insoportable, era difícil aun en la sombra. Durante el invierno, sus andrajos apenas lo protegían del frío implacable.
Pero un día inolvidable —nunca dejó de contar esto a sus amigos— vio a dos hombres que subían al templo a la hora de la oración. Cuando los miró percibió en ellos algo que no podía describir. En cierto modo eran distintos a los cientos y cientos que pasaban por allí todos los días. Eran sobre las tres de la tarde, y como era su costumbre, los miró con esos ojos implorantes de misericordia mientras exclamaba: "¡Por favor, una limosnita!".
Él bien podría creer que Jerusalén era la ciudad que tenía más sordos en el mundo. La gran mayoría de las personas que pasaban a su lado seguían caminando; algunos hasta aumentaban la velocidad para evitar el contacto auditivo y ni siquiera lo miraban. Pocos eran los que le tiraban unas moneditas que él se ingeniaba con la rapidez de su mano de pescar en el aire. Bueno, él se consolaba pensando que después de todo, ellos podrían imaginarse que era como una estatua acoplada a la puerta.
Pero esa tarde aquellos dos hombres se detienen, lo observan y los dos al mismo tiempo le dicen: "míranos". El hombre se sobresalta. Nadie le decía "mírame".
Pedro y Juan sabían que era muy arriesgado crear expectativas en un mendigo, porque luego sería muy difícil "zafarse" de él en el futuro.
El indigente abre sus ojos esperando una moneda grande y pesada. Pero al escuchar a los dos individuos se le cae el alma a los pies. Estos dos le han dicho: "ni tengo plata ni oro". El individuo piensa rápidamente y se dice a sí mismo: "¡Son tan pobres como yo! ¡Con algo de plata mi vida sería tan diferente!".
Pero uno de ellos (Pedro) agrega: "pero lo que tengo te doy, en el nombre de Jesucristo de Nazaret levántate y anda" (Hch 3:6).
Él había escuchado hablar mucho de ese que algunos decían que era el Mesías. Le habían contado de los milagros que había hecho. Todo el mundo sabía que había resucitado a un tal Lázaro. Y ese hombre que al parecer nunca tuvo la oportunidad de ver al Mesías, en esa fracción de segundos, que para él le pareció un siglo, adentro en lo profundo de su ser siente algo inexplicable y dice: "Creo que Jesucristo me puede sanar".
Pero no todo termina aquí. La mano grande y callosa de Pedro lo toma de su diestra y el hombre se levanta. El discapacitado siente esa mano caliente y fuerte que lo ha tomado. Al levantarlo, parecía estar alzando un monigote o marioneta de trapo. Un grupo de personas se ha juntado para ver qué pasa. Algunos se dicen a sí mismos: ¿Qué va a pasar cuando el hombre que lo levantó lo suelte? Otros murmuran: ¡Se va a caer y se va a romper otro de los pocos huesos que le quedan enteros! Pero ante el asombro de todos, el "inválido" comienza a caminar como si para él fuera la cosa más normal. La cojera ha desaparecido. Uno de sus amigos, que a veces ayudaba a traerlo, se asombra al ver las piernas del hombre. Esas extremidades que siempre parecían cañas de pescar, ahora parecen las piernas de un corredor en la Olimpíada.
El hombre entra en el templo y comienza a alabar a Dios. Su sueño, que humanamente hablando era imposible, se había cumplido.
— ¡Miren! —exclama—, yo soy el que me sentaba a la puerta; yo soy el que estaba completamente imposibilitado de caminar. Por primera vez en mi vida puedo hacerlo.
Adentro del templo comienza a caminar tipo zigzag. Va de una parte a otra probando a saltar y dice: ¡Qué lindo es hacer todo esto!
Y allí en medio de la gente que ha concurrido a adorar al Eterno, él también lo alaba. Lo hace de una manera espontánea y natural. La gente lo observa con asombro. Han escuchado a muchos adorar a Dios, pero este lo hace de una manera distinta. Las palabras de alabanza brotan y son profundas. Las personas se preguntan: ¿Cómo este hombre habla tan bien?
Varios que lo conocen le preguntan: ¿Quién te curó? ¡Jesucristo! ? responde.
Después de un buen rato salen los tres del templo. Pero el ex lisiado no quiere soltar a sus benefactores. Estos son los que han cambiado su vida.
Notan que afuera una multitud se ha congregado en el pórtico de Salomón. Pedro y Juan no pierden la oportunidad y anuncian con confianza y claridad a un Jesucristo crucificado y resucitado. La predicación es maravillosa. Los hombres escuchan con atención y miles se convierten (Hch 4:4). Resentidas y enfurecidas vienen las autoridades religiosas y los llevan a la cárcel hasta la mañana siguiente donde van a comparecer delante del sumo sacerdote.
Esa noche, el ex tullido en su humilde casa contempla sus piernas. Una y otra vez se para y salta para asegurarse que no es un sueño. Piensa como él, que aquella mañana no podía caminar, fue curado por esos dos hombres de Dios que ahora están recluidos en prisión sin libertad de movimientos. ¡Como si se hubiesen invertido sus papeles!
Se propone que por la mañana irá al lugar del "concilio" para ponerse al lado de Pedro y Juan pase lo que pase (Hch 4:14) (Fil 1:29).

La historia bíblica y nosotros

Muchas veces nos hemos preguntado si después de un fracaso o una caída de la cual nos hemos arrepentido profundamente, si realmente Dios nos habrá perdonado. Si Pedro tuviera esa duda, la conversión de tres mil personas después de su predicación (Hch 2:41), y ahora este milagro extraordinario, le dan la respuesta: el Señor le ha restaurado completamente.
¡Qué fácil es dejar de ver al individuo especialmente cuando de alguna manera su problema nos afecta! Para muchos el mendigo a la puerta era una molestia, un borrón de tinta en la hoja blanca de papel. Una voz quejosa, la figura de un ser humano pobremente vestido y medio tirado en el suelo en un lugar tan bello como la puerta "La Hermosa". "Desentona", decían algunos. Pero ese hombre que contrastaba por su condición tan desgraciada, va a ser utilizado por el Señor como un testimonio vivo y real que resultará en la conversión de cinco mil personas (Hch 4:4,14).
En nuestra sociedad tenemos una tendencia a despersonalizar al individuo. En muchos lugares ni siquiera se nos pregunta el nombre. Basta que les proporcionemos los cuatro o cinco últimos números de nuestro documento de identidad. La combinación de rutina y falta de tiempo hace que el médico o la enfermera novicia vean al paciente como un caso más de esa enfermedad y se olvidan del individuo en su totalidad. Lo mismo sucede a nivel de consejería espiritual.
La vida de este hombre con discapacidad ha sido transformada.
Este milagro va seguido de una brillante predicación y el resultado va a ser la conversión de cinco mil personas. No tenemos ninguna indicación de un arrepentimiento de este tipo "masivo" durante el ministerio del Mesías. Esto confirma la promesa del Señor: "y aún mayores harán" (Jn 14:12).
Uno de los temas prácticos que se destaca es la frase de Pedro: "lo que tengo te doy". Estamos seguros de que cada creyente tiene un don, habilidad o capacidad dada por el Espíritu Santo que es independiente del grado de educación formal que hubiese recibido o carecido.
El inválido creía que su mayor necesidad sería satisfecha con una buena limosna. Y fueron exactamente esas personas que creyó que no le ayudarían las que le iban a cambiar trascendentalmente su vida.
Cuando en la iglesia local cada hermano y hermana hacen ejercicio de su don espiritual, "decentemente y con orden", los creyentes son edificados, el Evangelio se predica y las almas se convierten al Señor.
Muy pronto el ex discapacitado va a aprender que ser un seguidor de Jesucristo va a traer consigo dificultades y aún persecución (Hch 4:1-3).
Su curación no podía ser negada, pero los enemigos de la luz probablemente la atribuyeron a poderes no divinos.
Si bien en los primeros versículos del capítulo 3 no se menciona la fe del paralítico, leemos más adelante: "y por la fe en su nombre, a éste que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la fe que es por él ha dado a éste hombre esta completa sanidad en presencia de todos vosotros" (Hch 3:16). Es decir este hombre ha ejercido fe en el Señor Jesús.
Si Pedro y Juan hubieran pensado en lo que poseían para ayudarlo económicamente, tendrían que haber callado y entrar al templo ignorando completamente al pobre enfermo. Pero los dos discípulos no consideraron lo que no tenían sino lo que sí tenían.
El discurso de Pedro en el pórtico de Salomón es una joya. Dice todo lo que tiene que decir y lo hace en pocas palabras.
Comienza aclarando que la gloria por este milagro se debe a Dios y en nada a su propio poder o virtud. ¡Qué diferencia con la historia de Herodes en Hechos 12, cuando la gente grita "¡voz de Dios y no de hombre!" y el orgulloso rey no los corrige. Inmediatamente Pedro presenta al Mesías diciendo "Dios ha glorificado a su Hijo Jesús".
No tiene reparos en acusarlos directamente y les dice: "vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato cuando este había resuelto ponerlo en libertad". Aquel mismo que no hacía mucho tiempo negó a su Maestro delante de una sirvienta, ahora con toda valentía acusa al sistema religioso diciendo: "matasteis al Autor de la vida". Su propósito no es echarles en cara ese homicidio para avergonzarlos y nada más, por el contrario, él quiere que lleguen a la convicción de ese crimen a fin de que se arrepientan, y por eso agrega: "Así que arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados" (Hch 3:19).
En el mundo en el que vivimos, cuando alguien muere, allí termina la historia en relación a las actividades, trabajo, enseñanzas. Aquí hay una diferencia, pues el texto dice: "Matasteis al Autor de la Vida a quien Dios ha resucitado de los muertos". Este término del "Autor de la Vida" se complementa con las palabras del apóstol Pablo "Porque en El fueron creadas todas las cosas... todo fue creado por El y para El" (Col 1:16).
El término Autor de la Vida se refiere especialmente a esa vida eterna que Él da a todos los que creen en su nombre: "En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres" (Jn 1:4). El mismo concepto se expresa en la frase: "El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo no tiene la vida" (1 Jn 5:12). Podemos extender el concepto que toda la vida biológica de la raza humana y del reino animal y vegetal depende de nuestro Señor.
Quizás alguien se pregunte por qué este hombre no fue sanado durante el ministerio terrenal del Señor Jesús. Parte de la respuesta es que Dios tiene un plan perfecto y en su plan este era el tiempo para hacer el milagro que resulta en la conversión de miles de personas.
Observemos algunas de las cosas que este hombre hizo luego de ser sanado.
1) Entró al templo. Era la hora apropiada. Las tres de la tarde. Antes estaba afuera y por sí mismo no podía entrar. Ahora lo puede hacer por su propia voluntad y cuando él lo desea. En un sentido alegórico, el convertido también "entra al templo". Le gusta estar con otros creyentes, adorar a Dios y escuchar el ministerio de las Santas Escrituras.
2) Está alabando al Señor sin duda por el milagro que le aconteció. Este hombre no se concentra en los cuarenta años que vivió imposibilitado; mira al futuro y sueña con todo lo podrá hacer ahora que ha sido sanado.
3) Antes estaba imposibilitado, ahora puede caminar a su voluntad. Antes dependía de otros para trasladarse, ahora es totalmente independiente.
4) Para que no haya ninguna duda de su sanidad, no solamente camina sino que también salta. El brincar es una demostración del gozo en su corazón por hacer algo que nunca antes había hecho.
5) Alabó al Señor. Reiteramos que no se quejó de todos esos años que pasó a la intemperie pidiendo una limosna, y por supuesto todo lo que perdió en el sentido de no poder ejercer una vida "normal".
Se ha cumplido nuevamente la promesa de (Is 35:6): "El cojo saltará como el siervo".
Esta sanidad tiene ciertas similitudes con las que hizo el Señor Jesús en los evangelios.
Los milagros de Pedro en el libro de los Hechos de los apóstoles algunas veces tienen que ver con juicio o disciplina como en el caso de Ananías y Safira (Hch 5) o en el caso de Simón (Hch 8:20).
Notemos que se enfatiza el nombre del Señor. En la manera de pensar de los semitas un nombre no es solo para identificar o distinguir una persona sino que expresa la verdadera naturaleza de su ser. Por lo tanto, el poder de la persona está presente y disponible en el nombre de esa persona.

El líder que hay en cada uno

Si bien es Pedro el que parece ser el principal protagonista, el texto nos dice una y otra vez que Pedro y Juan subían juntos (Hch 3:1); que fueron vistos juntos por el hombre lisiado (Hch 3:3) y que fueron ellos los que le dijeron: "Míranos" (Hch 3:4).
Pedro, como claramente explicó, no tenía poder sobrenatural en sí mismo, sino que sólo era el utensilio que Dios utilizaba para ejercer su poder (Hch 3:12).
El verdadero líder espiritual trata de trabajar con otros dado que éstos a veces pueden estar más capacitados que él en ciertas áreas.
Nadie puede dudar del enorme calibre del apóstol Juan, quien en esta historia sin embargo parece que voluntariamente toma un segundo plano y permite que Pedro sea el portavoz de los dos.
El líder tiene una madurez espiritual que en general es percibida por otras personas.
Los opositores al mensaje del evangelio se preguntan cómo estos hombres que no tienen una educación formal pueden hablar tan bien y con tanta sabiduría. Llegan a la conclusión de que la razón es que "habían estado con Jesús". La compañía espiritual con el Señor Jesús cambia la vida del creyente y muchas veces eso es notado por la gente alrededor (Hch 3:13).

Aspecto médico

Es muy probable que la imposibilidad de caminar fuera debida a problemas durante un parto dificultoso. Definitivamente no es un caso de parálisis debido a poliomielitis, dado que el problema fue desde el nacimiento.
Se debe notar que aquí no solamente se restablece la normalidad anatómica, sino la completa función de los músculos y otras estructuras. Las piernas seguramente con sus músculos completamente atrofiados ahora recuperan el volumen y la masa muscular normal.
Muy frecuentemente, en estos casos hay heridas (escaras de decúbito) en las zonas donde se apoya el cuerpo que pueden ser dolorosas especialmente cuando se infestan.

Temas para discusión

La importancia de utilizar en nuestras vidas lo que tenemos.
La importancia de no concentrarnos en lo que no tenemos.
La simpatía de Pedro y Juan hacia ese hombre que nadie veía u oía.
El valor de Pedro al predicar el Evangelio claramente.
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