Estudio bíblico: El Hijo es superior a Moisés y Josué - Hebreos 3:1-4:16

Serie:   La epístola a los Hebreos   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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El Hijo es superior a Moisés y Josué (He 3:1-4:16)

La exhortación: considerad al apóstol y sumo sacerdote

Esta hermosa exhortación se dirige a los "hermanos santos, participantes del llamamiento celestial", o sea, a aquella "familia" con la cual el Hijo se identificó según las sublimes enseñanzas de la sección anterior. Los hermanos son "santos" idealmente porque están unidos al "Santo", quien les redimió, y se deja a un lado por un momento la posición de quienes estaban en peligro de "deslizarse" para subrayar la vocación celestial de los verdaderos creyentes.
La exhortación recalca la necesidad de fijar la mirada en el Apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión (o "confesión") como el mejor remedio contra el peligro de dejarse ilusionar por atractivos humanos o meramente "religiosos", y enlaza la sección anterior con la que sigue, cuyo tema será el peligro de perder el "descanso sabático" que Dios ha provisto en Cristo. La palabra "apóstol", según su etimología, quiere decir un "enviado", y se aplica principalmente en el Nuevo Testamento a aquellos siervos de Dios que fueron especialmente comisionados y preparados para pasar a las generaciones futuras la verdad en cuanto a la persona y obra de Cristo por medio de mensajes inspirados que, una vez escritos, formaron el canon de los escritos sagrados del Nuevo Testamento. Unicamente en este contexto se aplica al mismo Señor como el "enviado divino", "el siervo de Jehová", quien llevó a cabo en toda perfección la obra que Dios le había encomendado.
"Sumo sacerdote" (término que es preferible a "pontífice", pues éste tiene connotaciones paganas) es el título que corresponde a la obra mediadora de Cristo, la que puede garantizar la seguridad y el bienestar del pueblo de Dios, y el concepto se ha de desarrollar ampliamente más tarde. Aquí se adelanta como base de todas las esperanzas cristianas y remedio contra la apostasía. Si él, en este doble aspecto de su actividad a nuestro favor, es el objeto de nuestra meditación constante, no habrá peligro de que nos olvidemos de lo que significa nuestra confesión de fe, por la que le reconocimos como nuestro Salvador y Señor.
Cristo es el Hijo sobre la casa permanente de Dios (He 3:2-6). La enseñanza de estos versículos tiene por fondo el incidente que se relata en Números capítulo 12, cuando Aarón y María se atrevieron a poner en duda la misión especial que su hermano Moisés había recibido de Dios. Fueron reprendidos por su osadía y presunción, y Dios les hizo ver que la función profética en general era más limitada que la misión de Moisés: "No así a mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa". Es decir, que Moisés no sólo era profeta, sino organizador de parte de Dios de toda la "casa" de Israel, siendo caudillo de la nación y también el iniciador del sistema religioso que había de permanecer hasta su realización en Cristo. Fue, pues, la figura máxima del antiguo régimen.
Con todo ello, no pasaba de ser un fiel siervo de Dios en relación con la "casa" de Dios —(Nm 12:7) aclara que la "casa" es de Dios y no de Moisés—, mientras que el Hijo se reviste de honra mucho mayor, siendo el Hijo creador, identificado con Dios, quien administra lo que es suyo (He 3:3-4).
El Hijo, pues, es más excelente que Moisés en su persona, y también por cuanto la "casa" que administra es permanente, mientras que Moisés fue "fiel... para testimonio de lo que se iba a decir", ya que el orden religioso y civil que estableció por mandato divino no hacía más que prefigurar la verdadera casa: "la cual somos nosotros" (He 3:6), como miembros de la nueva familia espiritual, unida con Cristo en la nueva creación (Ga 6:15).
Con diferentes matices, tanto el Señor mismo como los apóstoles Pedro y Pablo hacen uso de la misma figura de "casa" o "templo" para simbolizar la Iglesia (Mt 16:18) (1 P 2:4-6) (Ef 2:18-22) (2 Ti 2:20); pero aquí se trata del contraste entre el régimen transitorio del tabernáculo (o templo) y la gloriosa realidad permanente del edificio espiritual que levanta y gobierna el Hijo.

El peligro de perder el descanso sabático

Las últimas frases de (He 3:6) —"la cual casa somos nosotros si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza"— sirven de enlace entre la sección precedente y la que sigue, pasando del tema de la "casa", bajo el gobierno perfecto del Hijo, para iniciar las amonestaciones contra los peligros en que se hallaban los hebreos de "perder el descanso". La frase "si retenemos..." podría hacer surgir dudas sobre la eterna seguridad del creyente, pero hemos de acordarnos de la situación existente en el grupo hebreo que recibe la carta, y así comprenderemos que el hecho de ser "casa" del Hijo no depende de cierta actitud de parte de los verdaderos creyentes, sino que aquí se aplica una "piedra de toque" a un grupo mezclado, diciendo, en efecto: "el retener la confianza y la esperanza hasta el fin será la demostración evidente de la realidad de la obra de Dios en cada uno". No otra cosa hizo Pablo en (2 Co 13:5) cuando exhortó a los corintios: "Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos". En igual sentido hemos de entender todas las amonestaciones de la epístola que se introducen por la palabra "si", pues no puede haber contradicción entre ellas y la doctrina bien fundada de la eterna seguridad del verdadero creyente "en Cristo".
En la nueva sección que aquí se inicia, el autor continúa destacando los contrastes entre los personajes y las situaciones del tiempo preparatorio con la persona y obra de Cristo, que es su método normal. Josué había de dar descanso al pueblo peregrino de Israel al introducirlo en Canaán, y el propósito de Dios se realizó parcialmente, pero obviamente el "descanso" no fue completo, pues por un lado casi todos los que salieron de Egipto con Moisés perecieron en el desierto, y por otro los vencedores tenían que luchar para posesionarse de la tierra, y, por no obedecer el mandato de Dios, dejaron núcleos de los moradores anteriores entre las montañas que llegaron a ser el medio por el cual Dios castigaba a su pueblo por sus desobediencias y frecuentes rebeliones. Por eso, un salmista anónimo, quien vivió siglos más tarde, en vista de las muchas recaídas del pueblo, recordó (Sal 95) el fracaso en el desierto, advirtiendo el peligro de perder el "descanso" en el día de oportunidad que se presentó al redactar su salmo. El autor de los Hebreos deduce del hecho que "queda un reposo para el pueblo de Dios" (He 4:9), el descanso definitivo basado sobre la persona y obra de Cristo. ¡Qué trágico sería si los hebreos lo perdieran también, pues ya no quedaría otro!
La figura de Josué no es prominente en el pasaje que hemos de meditar, pero sirve de puntal del argumento por ser él quien introdujo el pueblo de Israel en el descanso de Canaán. El verdadero tema es el "descanso sabático", que se expresa en el original por dos voces: "katapausis", un descanso absoluto, y "sabbatismos", que se relaciona con la institución simbólica del "sábado". El descanso del séptimo día, después de los seis días de la creación del mundo, juntamente con el "sábado" de la Ley del Sinaí —señal del pacto entre Dios y su pueblo Israel—, anticipaban de forma muy parcial el bendito "descanso" final que Dios había de dar a su pueblo en sentido espiritual, y que se había de basar en la consumación de todas sus obras por medio del gran siervo, Jesucristo. El cristiano espiritual en esta dispensación goza ya de este reposo en Cristo resucitado, pero ha de verse en toda su perfección al revelarse la nueva creación del estado eterno.
Debido a la complicación del pasaje y las numerosas citas de la amonestación del Salmo 95, nos ha parecido mejor y más claro exponer en orden cronológico todas las etapas de la historia del "descanso sabático" y los fracasos humanos que el autor adelanta, o sea, se tratarán según el orden en que aparecen en la narración del Antiguo Testamento, lo que nos permitirá apreciar este hermoso concepto en su debida perspectiva.

La obra creadora de Dios y su descanso (He 4:3-4) (Gn 2:2)

El autor de la epístola nota que todas las "obras de Dios estaban acabadas desde la fundación del mundo", y se pasa en seguida a la cita de (Gn 2:2): "Y reposó Dios de todas sus obras en el séptimo día". He aquí el cimiento firme sobre el cual se establece el "descanso sabático": Dios sólo es el que obra, y sus obras se acaban perfectamente, lo que permite que "el séptimo día" se dedique al "descanso". El principio es permanente y se aplica a toda operación divina, de modo que le toca al hombre descansar con tranquila fe sobre lo que Dios ha hecho. No puede existir otra base para el reposo del espíritu.
El descanso del Edén se interrumpió por el pecado, y fue necesario que Dios volviera a "obrar" para remediar al hombre y sacar a la luz por fin su nueva creación, de modo que el Señor, el gran siervo de Jehová, pudo decir, después de un milagro que ilustraba el proceso de restauración: "Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo" (Jn 5:17). El grito triunfal de "consumado es" indicó que el fundamento de esta nueva obra se había colocado bien mediante la expiación de la Cruz, y sobre tal base se va elevando "la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios" (He 11:10). Esta "ciudad" es la realización de todo el pensamiento de Dios en orden al hombre, incluyendo la esfera que ha de habitar.

La obra de Dios a favor de Israel

El lamento del Salmo 95, que se cita en (He 3:7-11,15) (He 4:3-5,7), se motivó por el fracaso de Israel en el desierto y la triste posibilidad de otros fracasos por las mismas tendencias pecaminosas del pueblo. El éxodo de Egipto fue una estupenda manifestación tanto de la gracia como de la potencia de Dios a favor de una nación de esclavos, y en cumplimiento de las promesas hechas a los patriarcas. Los israelitas nada habían merecido, pero Dios extendió su potente brazo a su favor, hiriendo al poderoso Egipto y sacando a los suyos en triunfo a la seguridad del desierto más allá del Mar Bermejo. Como todas las obras de Dios, fue completa en sí, ofreciendo magníficas perspectivas de bendición al pueblo redimido.
La posibilidad del descanso. El éxodo hizo posible el descanso del pueblo, pues si los israelitas hubiesen "mezclado con fe" las buenas nuevas acerca de la Tierra de Promisión (He 4:2), pronto habrían estado en Canaán por la ruta corta y normal del sur. Pero, por su desgracia, les faltó la fe, de modo que, en cuanto a aquella generación, la gracia y el poder de Dios quedaron sin efecto y, en lugar de entrar en el reposo, sus cadáveres cayeron en el desierto.
No pudieron entrar a causa de incredulidad (He 3:19). Para comprender el fracaso de Israel en el desierto debemos tener presente la crisis de Cades Barnea según el relato de los capítulos 13 y 14 de Números. Después de recibir la Ley en el Sinaí e inaugurarse los servicios simbólicos del tabernáculo, el pueblo, guiado por Moisés, llegó a la región sur de Palestina (la del Neguev, escenario de las rivalidades de Israel y Egipto en nuestros días). Es decir, estaban ya en la puerta del país. Pero de los doce exploradores que Moisés envió para reconocer la Tierra, diez opinaron que, si bien era lugar bueno y deleitoso por sus frutos, no era posible que Israel la conquistara a causa de la fuerza de las ciudades amuralladas y la ferocidad de sus habitantes, algunos de los cuales eran gigantes. Los fieles Josué y Caleb quisieron elevar la mirada del pueblo al poder de Dios, del cual ya habían tenido amplia experiencia, pero sus esfuerzos fracasaron frente a la ola de pesimismo y de desesperación que se apoderó del pueblo, que rehusó entrar por la puerta que Dios había abierto delante de ellos. Dios ordenó luego las largas peregrinaciones en la península del Sinaí, durante las cuales Israel vivió como pueblo nómada, pasando de un lugar de pastos a otro en un terreno inhospitalario, y durante este período todos los varones de veinte años para arriba murieron, con la excepción de Josué y Caleb, y sólo los "chiquitos" de la segunda generación pasaron por fin el Jordán.
No sólo eso, sino que el pueblo, en lugar de dejar que Dios les "probara" y les purificara por medio de estas necesarias disciplinas, intentaron una y otra vez "probar" a Dios, provocándole a la ira cuando debieron haber descansado en su misericordia. Llegaron a ser, pues, trágico ejemplo de lo que es el corazón rebelde y endurecido del hombre frente a múltiples manifestaciones de la gracia de Dios. Fue muy propio, por lo tanto, que el autor de esta epístola, frente a una actitud parecida de parte de algunos que se llamaban "cristianos" en su día, recalcara la advertencia: "No endurezcáis vuestros corazones como en la provocación... en el desierto donde me tentaron vuestros padres: me probaron, y vieron mis obras cuarenta años" (He 3:7-11) (Sal 95:7-11).
Analizando las causas de la pérdida del descanso vemos que entran en ellas: la incredulidad, como factor principal (He 3:19) (He 4:2); la desobediencia frente a los claros mandatos de Dios (He 3:18), y la provocación, que consistía en una actitud que invitaba la intervención de Dios en juicio (He 3:16). El conjunto es el pecado, que determinó que sus cuerpos cayesen en el desierto (He 3:17).
La amonestación (He 3:12) (He 4:1-2). "Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo". Los ejemplos considerados se aplican aquí a cada uno del grupo de los hebreos: "Mirad... que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad". Es importante notar esta advertencia individual, pues demuestra una vez más que había mezcla de trigo y de paja en el grupo hebreo y reafirma la necesidad del examen personal de cada uno frente a la obra perfecta y mucho mayor de la Cruz.

El descanso de Canaán

Siguiendo el proceso histórico, pasamos a la consideración del descanso que la segunda generación de israelitas halló en Canaán bajo la guía de Josué. Este descanso fue muy relativo, como se destaca de la lectura de los libros de Josué y de Jueces, pues hubo necesidad de luchar denodadamente para posesionarse de Palestina, y, a pesar del éxito extraordinario de las grandes campañas militares de Josué, no exterminaron del todo a los cananeos, núcleos de los cuales quedaron en las regiones montañosas, para ser "espinas en los costados" de Israel (Nm 33:55). Más trágico aún, los mismos pecados que causaron el fracaso del desierto volvieron a aparecer en la conducta del pueblo en la Tierra: la incredulidad y la falta de obediencia. Este "descanso", pues, se estropeó a pesar de las nuevas manifestaciones de la gracia y del poder de Dios.
Hemos de tener en cuenta, también, que no es posible un "descanso" perfecto en un mundo manchado por el pecado y basado sobre lo que es material y pasajero, de modo que el descanso de Canaán no pudo ser, aun en las mejores circunstancias, más que una prefiguración del eterno sábado que Dios prepara con miras al perfecto reposo del hombre.
El argumento principal del autor de la epístola —con el Salmo 95 delante— se señala en la declaración: "si Josué les hubiera dado el reposo (Dios) no hablaría después de otro día", o sea, de otro día de oportunidad en el que el pueblo podría entrar en mejor reposo, y saca la conclusión: "Queda, pues, un reposo (sabático) para el pueblo de Dios" (He 4:8-9). Este "sábado" habría de ser permanente, siendo garantizado por uno que es mayor que Josué a fuer de ser el "apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión" (He 3:1), pues como apóstol nos introduce en el "descanso" y como sumo sacerdote nos mantiene en tan bendita esfera por su obra de intercesión.

El salmo 95 y su advertencia

Nos conviene echar una mirada más a este salmo en su contexto histórico. Fue escrito, no solamente después de la conquista de la tierra por Josué, sino también después del establecimiento del reino por David, y, probablemente, tras el nuevo fracaso de Israel que se castigó por el cautiverio en Babilonia, al serle concedido al pueblo una nueva oportunidad bajo Zorobabel y Esdras. La frase "por medio de David" de (He 4:7) no determina que el salmo 95 fuese de David, sino que se hallaba en el grupo de los Salmos que se llamaban en términos generales "de David".
Al estudiar el salmo mismo, vemos que empieza con una maravillosa expresión de adoración: "Venid, aclamemos alegremente a Jehová...; lleguemos ante su presencia con alabanza..., porque Jehová es Dios grande... Venid, adoremos y postrémonos, arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor...". Pero súbitamente el estático cántico de adoración se interrumpe por el solemne aviso del peligro de perder una oportunidad que quizá nunca más volvería a presentarse: "Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón como en Meriba...; juré en mi furor que no entrarían en mi reposo" (Sal 95:7-11).
Como hemos notado, el "hoy" que señaló el salmista podría ser la nueva oportunidad proporcionada por la obra de David, o aquella otra, más limitada pero real, de la restauración bajo Zorobabel, pero la lección es igual: Dios en gracia preparaba otro reposo que los hombres estaban en peligro de perder por los mismos pecados que habían ocasionado la pérdida de los israelitas en el desierto.
Cada generación tiene su "hoy", cuando se le presenta la posibilidad de descansar en Dios y en sus obras, pero cada generación está en peligro de perder el descanso sabático por las mismas manifestaciones de la corrupción del corazón del hombre caído. Literalmente (He 4:3) debe leerse: "Sí entrarán en mi reposo...", lo que subraya el carácter condicional de la oferta, pero, al mismo tiempo, deja aún abierta la puerta de la esperanza: "Exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: hoy" (He 3:13).
Los hebreos a quienes iba dirigida la carta se hallaban en un momento de crisis parecido al del desierto. ¿Aprovecharían la plena revelación de Dios en Cristo, que les había sido presentada en el Evangelio, o habían de incurrir en los mismos pecados que llevaron a sus antepasados a la ruina, con la agravante de que rechazaban el último y verdadero descanso, no quedando después otro "hoy" en que pudieran escuchar la voz de Dios? "Temamos, pues —advierte el siervo de Dios—, no sea que tal vez, permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado" (He 4:1). La conservación de la confianza hasta el fin será la prueba de ser participantes de Cristo (He 3:14).

Las condiciones para alcanzar el reposo sabático

Resumiendo las varias declaraciones de nuestra sección, podemos ver claramente las condiciones que se han de cumplir para aprovechar toda obra de Dios, pero se hacen más solemnes e insistentes cuando se trata de la obra de la Cruz y de la Resurrección, que es la consumación de la manifestación de la gracia de Dios.
a) Hemos de aborrecer la tendencia del corazón carnal, que, frente a la revelación que Dios concede de sí mismo, se alza orgullosamente para altercar con el Creador, "provocándole" en lugar de rendirse en humildad a sus plantas (He 3:8-9,16).
b) La palabra de las "Buenas Nuevas" ha de mezclarse con fe (He 4:2-3), pues solamente la fe que descansa totalmente en Dios y su obra puede enlazarnos con él para que seamos participantes de su vida y beneficiarios de su obra.
c) La obra completa y perfecta de Dios ha de ser comprendida y apreciada, sea la de la creación material o la espiritual de la salvación. Quedaban "acabadas las obras" (He 4:3-4), y estas obras divinas forman la base segura y suficiente para el descanso de la fe.
d) Por eso se han de abandonar todas las obras humanas, con el fin de descansar en las de Dios (He 4:9-10). "Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras como Dios de las suyas". Hasta cierto punto se puede comparar a los "reposados" de esta porción con los "espirituales" de las epístolas de Pablo, y a los "desasosegados" con los "carnales", bien que aquí el peligro es mayor. De todas formas, no puede haber poder ni bendición en la vida y en el servicio del creyente sin este descanso absoluto en Dios, que nos eleva por encima de la agitación del mundo de los hombres y de las circunstancias, librándonos de la mera actitud carnal para que apliquemos el principio vital de todo servicio: "la fe que obra por el amor" (Ga 5:6).
e) Se ha de manifestar diligencia, que, por muy contradictorio que parezca, es el complemento obligado del descanso de la fe: "Procuremos, pues (con diligencia) entrar en aquel reposo..." (He 4:11). Pedro es igualmente enfático cuando habla de la íntima relación que existe entre las obras perfectas de Dios, la fe como medio de aprovecharlas y la diligencia para aplicar lo que Dios hace a nuestras vidas, como vemos en el conocido pasaje de (2 P 1:2-8). Frente a eso, no nos olvidemos de la insistencia del autor para que cada uno se examine a sí mismo a fin de comprender su condición (He 3:12-14) (He 4:1).

Las provisiones de Dios (He 4:12-16)

No pasamos aquí a una nueva sección, sino que se presentan a los hebreos las ayudas que Dios ha provisto para que puedan evitar los peligros del fracaso de sus antepasados y entrar en el verdadero descanso sabático que se halla en Cristo. Negativamente, es preciso que se den cuenta exacta de los engaños del corazón humano, fuente de la incredulidad, la desobediencia y los desafíos que caracterizaban al pueblo de Israel en el desierto, y el medio para discernir el mal es la Palabra de Dios. Positivamente, se señala la persona y la obra del sumo sacerdote, quien, por su intercesión y auxilio oportuno desde el trono de la gracia, mantiene a favor de los humildes el descanso que les procuró como el gran caudillo, mayor que Josué.
a) El cuchillo de la Palabra. No puede haber descanso en Dios si antes no se ponen al descubierto las tendencias engañosas del corazón natural. El "yo" buscará cualquier subterfugio antes de dejar sus locas pretensiones y descansar totalmente en el Señor, de forma que es necesario que la Palabra del Señor, viva y eficaz (enérgica), abra todo el ser delante del gran escudriñador, de la manera en que el bisturí del cirujano rebusca el mal en las entrañas cancerosas del paciente antes de proceder a la cura. Los pensamientos y los intentos han de descubrirse en los escondrijos más recónditos del alma y del espíritu del hombre.
Nos extraña un poco que se introduzca el elemento material de "coyunturas y tuétanos" al lado de "alma y espíritu", al hablar de la manera en que la espada del Espíritu penetra hasta partirlos. Desde luego, no se ha de entender en sentido literal, y es mejor no apurar demasiado el símil, sino considerar la lección total: que la Palabra, en su función de discernir los pensamientos y propósitos del corazón, alcanza hasta lo más hondo de nuestro complicado y oscuro ser psicológico y moral, sin reconocer límite ni obstáculo, pues es la Palabra de quien todo lo escudriña, delante de cuyos ojos todas las cosas están desnudas y abiertas.
La metáfora detrás de (He 4:13) (y que explica, por lo menos parcialmente, las figuras de (He 4:12) es la del sacrificio cuando los sacerdotes en el Templo inmolaban las víctimas animales, partiéndolas luego para cumplir las ordenanzas levíticas en cada caso; "todas las cosas son desnudas y abiertas" como por el cuchillo del sacrificador. Esta figura encaja bien en un libro de fondo levítico, y subraya la gran solemnidad del mensaje y el peligro de impedir que la Palabra produzca este efecto de examen y de reconocimiento en nosotros. Desde luego, para que la Palabra obre de tal forma en nosotros, hemos de meditarla en un espíritu de oración, diciendo constantemente: "¡Señor!, ¿cómo he de aplicar esta verdad a mí mismo? ¿qué es lo que tengo que aborrecer en mí mismo? ¿Cuáles son los aspectos de tu gloria y poder que se me revelan en este pasaje?
b) El gran sumo sacerdote, compasivo y poderoso para socorrer (He 4:14-16).
Estos versículos, al par que terminan el argumento sobre el "descanso sabático", introducen la sección que demuestra la superioridad de Cristo como sumo sacerdote sobre Aarón, formando así el eslabón entre ambos.
De nada serviría que la Palabra descubriera las tendencias de nuestro corazón engañoso y desasosegado si no se nos presentara un remedio. Aquí se sobrentiende el sacrificio que el sumo sacerdote ofreció antes de traspasar los cielos, y se pasa a la mención de su obra actual. No apuraremos la exposición de los detalles en este lugar, puesto que todo el concepto ha de estudiarse más adelante, y nos limitaremos a notar el dulce consuelo de esta descripción de la operación de tan gran sumo sacerdote a nuestro favor, como medio de mantener el "descanso sabático" en nuestras almas. Es grande por el valor de su persona y la perfección de su obra realizada, en vista de la cual penetró, no en el Lugar Santísimo del tabernáculo material, sino hasta los mismos cielos y en la presencia manifiesta de Dios. Por el título "Jesús, el Hijo de Dios" se subraya tanto la santa humanidad que le enlaza con nosotros, como su deidad intrínseca, y por haber pasado por la disciplina del sufrimiento y de la tentación (o prueba) como Hombre puede simpatizar con nosotros en nuestras penosas experiencias, propias de cristianos que atravesamos el territorio del enemigo en camino a la Sión celestial. Es apto para el servicio de socorro y de intercesión, por cuanto pasó por sus amargas experiencias sin pecado. El, y sólo él, pudo convertir el trono celestial de justicia en el trono celestial de gracia: dulce lugar desde donde procede toda operación de la potencia de Dios a nuestro favor.

Las exhortaciones

Sería inútil animar a seres débiles que cumpliesen deberes más allá de sus fuerzas, pero las exhortaciones de (He 4:14-15) se basan sobre el interés y la simpatía del gran sumo sacerdote hacia los suyos, y su potente intervención a su favor, de modo que, aun después de saber por la Palabra escudriñadora la profunda flaqueza de nuestro ser, podemos retener nuestra profesión, por cuanto nos es posible acercarnos confiadamente al trono de la gracia para alcanzar la misericordia que nos perdona sobre la base justa de la Cruz y, además, hallar gracia para el oportuno socorro. ¡Lleguémonos, pues, y retengamos nuestra profesión valiéndonos de nuestro derecho de acceso al gran Sacerdote en cada momento de flaqueza o de apuro!

Temas para recapacitar y meditar

1. (He 3:2-6) establecen la superioridad del Hijo sobre Moisés. Detállese el argumento tomando en cuenta (Nm 12:6-8).
2. Discurrir en términos generales sobre el tema del "descanso sabático" y el peligro de perderlo (He 3:6-4:13).
3. Explíquese por qué se cita tantas veces el salmo 95, haciendo referencia al salmo mismo.
4. Analícense los versículos (He 4:12-13), señalando su relación con el tema general de la sección.
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