Estudio bíblico: El sordo y tartamudo - Marcos 7:31-37

Serie:   Los milagros de Jesús   

Autor: Roberto Estévez
Email: estudios@escuelabiblica.com
Uruguay
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El sordo y tartamudo (Mr 7:31-37)

Vivimos en un mundo que está lleno de ruidos y sonidos molestos. Los automóviles que pasan, las aceleraciones de los vehículos, la música que rompe los tímpanos de los jóvenes que han puesto en sus coches los equipos de audio más potentes, de modo que su ritmo favorito se propala a cien metros a la redonda. Pero había un hombre que vivía en el silencio; y si bien la quietud que podría provocar la falta de sonidos por momentos es grata, este hombre estaba encarcelado por el silencio. Para él no había canto de pájaros, ni podía escuchar las voces de sus amigos. En realidad, es muy difícil para un sordo el poder comunicarse y lograr desarrollar una amistad.
Este milagro se produce luego de la curación de la hija de la mujer sirofenicia. Así en (Mr 7:31-32) leemos: "Al salir de nuevo de los territorios de Tiro, fue por Sidón al mar de Galilea, atravesando el territorio de Decápolis. Entonces le trajeron un sordo y tartamudo, y le rogaron que le pusiera la mano encima".
Todos los estudiosos están de acuerdo con que la palabra "tartamudo" (Mr 7:32) debe interpretarse como una dificultad en la locución, pero que la persona podía expresarse emitiendo sonidos inteligibles. El hecho de que para aprender el lenguaje se requiere del oído ha hecho pensar a muchos que esta condición no era de nacimiento sino adquirida. La causa de esto no se menciona. Específicamente, no se dice en este caso que fuera por posesión demoníaca. Que fuera el resultado de un traumatismo lo considero poco probable, pues muy difícilmente un trauma selectivamente lesiona ambos oídos o las vías neurológicas correspondientes. Otras posibilidades serían difíciles de explicar. Actualmente, pueden a veces aparecer sorderas bilaterales (de ambos oídos), debido al uso de ciertos medicamentos (estreptomicina y gentamicina), productos que por supuesto no estaban disponibles en aquel tiempo.
Es que en este milagro se va a cumplir la promesa del futuro glorioso de Sion: "Entonces serán abiertos los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se destaparán. Entonces el cojo saltará como un venado, y cantará la lengua del mudo; porque aguas irrumpirán en el desierto, y torrentes en el Arabá" (Is 35:5-6).
Muchas veces el Señor Jesús puso sus manos sobre los enfermos. ¿Cuál habrá sido la sensación de este hombre cuando el Señor posó su cariñosa mano sobre él y luego sus dedos sobre sus orejas?
(Mr 7:33) "Y tomándole aparte de la multitud, metió los dedos en sus orejas, escupió y tocó su lengua". Observen que Jesús de Nazaret al hacer un milagro nunca montó un espectáculo teatral. Por el contrario, una y otra vez el milagro se produce en un paraje tranquilo y sin la multitud. ¡Qué buena oportunidad, si hubiera estado buscando publicidad, tenía en el caso de la hija de Jairo! Podía haber invitado a la multitud a que llegara y colmara el cuarto donde yacía la niña muerta. Pero solamente quedaron allí los padres y tres de sus discípulos.
En el presente caso, nos preguntamos: ¿Por qué lo lleva a un lugar aparte de la gente? Dado que lo que él va a hacer es bastante inusual y se podría tomar como para imitar como motivo de burla, él lo va a hacer en un lugar fuera del alcance de la multitud incrédula. Al leproso le dijo: "Quiero; sé limpio" (Mr 1:41). Al ciego le dijo: "Ve, lávate en el estanque de Siloé" (Jn 9:7). Al padre del endemoniado le dijo: "¡Al que cree todo le es posible!" (Mr 9:23). Pero este hombre no podía escuchar, y el Señor Jesús tiene la gracia de proceder con él metiendo los dedos en sus oídos y tocando aquella lengua que no responde a los impulsos del cerebro.
Pensemos por un momento en la escena. El enfermo siente los dedos del Maestro que se introducen en sus oídos, y luego el dedo del Señor mojado con su saliva presionándole la lengua. En nuestra época que tanto se habla de microbios y contaminación, quizá alguno se sienta incómodo por el detalle de que el Señor que sanaba al solo toque de su mano o al dicho de su boca, aquí emplea tan extraño método de juntar su saliva a la de la lengua del tartamudo. Sin embargo, para el creyente que escudriña la Palabra, esta escena tiene aspectos realmente hermosos. Ni siquiera el agua que desciende de las más altas cumbres puede ser más pura que la saliva del inmaculado Cordero de Dios. Allí es su saliva sobre la lengua para devolverle el habla; en la cruz será su sangre para limpiarnos de todo pecado.
Es interesante que él mismo usó su saliva en otras dos ocasiones: tanto en (Mr 8:23) como en (Jn 9:6), así lo hizo, en ambos casos con ciegos. Son todos estos aspectos diversos de la santidad y pureza de nuestro Señor, tal como se registra en (He 7:26): "Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, puro, apartado de los pecadores y exaltado más allá de los cielos".
Por alguna razón que nos es desconocida, este milagro no se produce de una forma inmediata y sencilla, sino trabajosa, ya que ese levantar de sus ojos al cielo y su profundo gemido parecen indicar una lucha en oración.
Algo que me llama profundamente la atención en este pasaje, haciendo único y especial este milagro, es el hecho de que Jesús de Nazaret parece sufrir hondamente ante este hombre.
Cualquiera de nosotros pensaría que este caso no es tan desesperante como el de los ciegos o los leprosos. Pero la singularidad del mismo está en que no sólo pone sus dedos en los oídos y le moja la lengua con su saliva, sino también en que alza los ojos al cielo y pronuncia aquella palabra aramea "efata". Cada detalle es importante.
Él miró hacia el cielo de la misma manera que cuando multiplicó los panes y los peces (Mr 6:30-42), ver también (Jn 17:1).
Vemos en (Mr 7:34) que también suspiró. Un suspiro es una aspiración fuerte y prolongada seguida de una espiración, acompañada a veces de un gemido y que suele denotar pena, ansia o deseo. Una escena indescriptible: el eterno Hijo de Dios enviado al mundo para salvar a los pecadores, centro de la adoración de las huestes celestiales, expresa allí el dolor de su corazón (Is 53:3) (He 4:15) (He 5:7) (Lc 22:44).
Alguien dijo que "para que el sordo se diera cuenta de que iba a hacer una oración, Jesús gimió". Esta palabra me toca profundamente. Es asombroso que el Dios manifestado en carne se expresara de un modo normalmente imperceptible para los sordos.
Es que cuando Jesucristo caminó en este mundo no fue indiferente al dolor, sino que en su propia alma sintió el sufrimiento de los seres humanos que lo rodeaban. Vienen a nuestro pensamiento las palabras de (Jer 4:19): "¡Ay, mis entrañas, mis entrañas! Me duelen las paredes de mi corazón. Se conmociona mi corazón dentro de mí...". A través de los siglos hombres y mujeres de Dios han sufrido al ver la condición espiritual a su alrededor.
¡Qué poco sabemos sobre el carácter del Señor Jesucristo! Nunca en los Evangelios se nos dice que él hiciera una broma.
Nunca leemos que una risa burlona aflorara de sus labios. Sin embargo, si pensáramos que él era un ermitaño ascético estaríamos equivocados.
Se le acusaba de estar con los pecadores y acompañarse de bebedores de vino. Si bien nunca leemos que él se riera, sin duda la espontánea hilaridad y sana alegría se manifestaba naturalmente cuando andaba con sus discípulos o entre familiares y parientes, como en las bodas en Caná de Galilea. Allí no estuvo como un aguafiestas, sino como un contribuyente a la alegría, pues llegó a bendecir a los seres humanos.
Ese suspiro del Señor Jesús ante aquel sordomudo nos hace pensar que él tenia clara conciencia del penoso aislamiento en que viviría aquel hombre. Su dificultad en comprender a los demás y expresarse muchas veces lo haría sentirse avergonzado. Los oídos con los cuales podría escuchar la exposición de la Palabra de Dios nada le trasmitían; los labios que debían entonar los salmos y alabanzas a Dios, tampoco respondían a sus deseos.
Ahora, este "abierto" es el mismo término que se usa en (Lc 24:31) cuando fueron abiertos los ojos de los discípulos que iban camino a Emaús, con respecto al sentido espiritual de la presencia de la misma persona del Señor Jesús (Lc 24:45) (Hch 16:14). ¡Cómo necesitamos en estos tiempos reconocer la obra de Dios en el corazón del hombre!
Es maravilloso pensar cómo el mensaje del evangelio ha abierto nuestras vidas. Muchas veces hemos sido acusados de ser "cerrados" nada más porque creemos lo que la Biblia enseña.
Ahora en esta porción de Marcos 7 estamos viendo cómo Jesús de Nazaret abre los oídos del sordo y desata la lengua del mudo para que su boca irrumpa en alabanzas a Dios.
¿Qué enseñanza podemos tomar del caso de este hombre? Su padecimiento le impedía oír y hablar correctamente. Es que este hombre en sentido figurado representa lo que nosotros éramos antes de conocer a Cristo como nuestro Salvador.
Muy diferente es el caso del creyente que teme y ama al Señor; su boca y su lengua testifican de su fe y esperanza. Su lenguaje nada dice de un mundo sin sentido, un destino implacable, de casualidades, buena o mala suerte. Cree en un Dios que está en el trono y que tiene un plan que muchas veces nosotros no podemos entender. El cristiano genuino no cree en la fatalidad o el azar, sino en la buena mano de Dios en su vida. En vez de un canto triste demostrando el vacío en el corazón y el fracaso de una vida dada al placer, entona de continuo un "cántico nuevo". Tal como el rey David en el Salmo 103 puede prorrumpir en palabras de alabanza, recordando todos sus beneficios, favores y misericordias. La boca llena de risa y la lengua de alabanza es la feliz expectativa de aquellos en los que Dios ha hecho grandes cosas (Sal 126). El corazón agradecido de los redimidos llenos del Espíritu se expresa de continuo y diariamente con cánticos e himnos espirituales en alabanza al Señor de toda gracia (Ef 5:18-19) (Col 3:16).
Quisiera preguntar si el sordomudo solicitó a sus amigos ser llevado a Jesús de Nazaret. El texto no nos da la respuesta, aunque no fue por sí mismo sino que se lo llevaron al Señor.
Matthew Henry, con su sabiduría habitual, nos dice: "Este hombre estaba incapacitado para tener una conversación y por lo tanto desprovisto del placer y provecho de ella. Él no tenía la satisfacción de escuchar a otras personas o de platicarles sus pensamientos. Tomemos esta ocasión para agradecerle a Dios por preservarnos el sentido del oído con el especial beneficio de escuchar el ministerio de su santa Palabra".
El sordo y tartamudo tuvo la dicha de volver a su casa y contar a familiares y vecinos cómo fue que Jesucristo cambió su vida.
Este mismo milagro quiere hacer el Señor en tu vida. "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2 Co 5:17).

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