Estudio bíblico: El propósito eterno de Dios en Cristo - Efesios 1:1-14

Serie:   Exposición a los Efesios   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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El propósito eterno de Dios en Cristo (Efesios 1:1-14)

Salutaciones (Ef 1:1-2)

Pablo empieza sus cartas según las normas epistolares corrientes en su época, mencionándose a sí mismo como el que escribe, para pasar luego a nombrar los receptores de su comunicación. Una comparación de los comienzos de diferentes epístolas revelará ciertas modificaciones dentro de esta norma general.
1. El autor de la carta
Pablo el apóstol. Por excepción, Pablo no asocia consigo mismo a ninguno de sus colegas al dirigir esta carta a los efesios, quizá a causa de su carácter de "carta circular" que notamos en la Introducción. De todos modos, la autoridad de las Epístolas paulinas se deriva de la comisión de Pablo mismo como apóstol en el sentido especial y restringido del término, es decir, como uno de los comisionados por el Señor que habían de recibir y transmitir las verdades del Nuevo Pacto. Pensando en su derivación y en su uso general durante el primer siglo, un "apóstol" era "un enviado en misión especial", o sea, un "delegado", lo que admite un sentido más amplio de la palabra en ciertos lugares del Nuevo Testamento. Aquí, sin duda alguna, Pablo recalca el significado especial y limitado que ya hemos mencionado, pues compartía este cometido con los Doce apóstoles. De ello depende la autoridad inspirada del escrito.
Apóstol de Cristo Jesús. La frase "de Cristo Jesús" puede significar que pertenecía a Cristo Jesús, o que había sido enviado por Cristo. Los dos matices expresan claras verdades en cuanto a Pablo. El mismo, como hombre, no era nada, pero el hecho de ser apóstol de Cristo Jesús prestaba indudable autoridad a todo cuanto había de comunicar a los efesios.
Por la voluntad de Dios. Suena muy pronto en la epístola esta nota tan característica de todo su contenido. Como veremos, al estudiar los versículos siguientes, todo el plan de la salvación tuvo origen en la voluntad de Dios, hallando su Centro en la Persona del Hijo. La proclamación de las Buenas Nuevas de la salvación correspondía en primer lugar a los apóstoles, y aquí su obra ?en relación especial con Pablo? es una manifiesta expresión de la voluntad divina. Al principio de Gálatas, Pablo recalca el hecho de que su misión fue totalmente independiente de la voluntad humana, al escribir: "no de parte de hombre, ni por medio de hombre alguno, sino por Jesucristo y por Dios Padre" (Ga 1:1). El instrumento era un hombre, que empleaba el idioma de su tiempo, pero la voluntad de Dios determinó tanto la misión como los términos del mensaje.
2. Los receptores de la carta
Los efesios. No hemos de volver sobre la cuestión de quiénes fuesen los receptores de la Epístola, pues creemos que se ha establecido de una forma convincente que Pablo envió su mensaje en primer lugar a los efesios, con el deseo de que la carta fuese transmitida a varias otras iglesias de la provincia de Asia.
A los santos y fieles en Cristo Jesús. Un estudio detenido del término "santos", tal como se emplea en las Epístolas de Pablo, revela que se aplica a todos los verdaderos creyentes por cuanto éstos se hallan "separados" del pecado y del mundo en Cristo Jesús. El origen del concepto se halla en las personas y objetos "santificados" o "consagrados" para el uso exclusivo de Dios en el Antiguo Testamento, con referencia especial a los sacerdotes del sistema levítico y a los enseres del Tabernáculo o del Templo. Otras cosas eran "profanas"; o sea, para el uso común, pero no así aquello que se había dedicado al servicio de Jehová. Se trata, pues, de la posición de los creyentes, escondidos en Cristo y apartados para Dios por este hecho. Huelga decir que la santidad posicional de los creyentes debiera manifestarse por medio de una vida santa, pero aquí se trata de lo que Dios había hecho por los efesios en su gracia.
Los "santos" son también los "fieles", que equivale a "creyentes" en general, sin que falte el indicio de que han de ser constantes en su profesión de fe, siempre "en Cristo Jesús".
3. Los términos del saludo
Gracia y paz a vosotros. He aquí la "bendición" normal con la cual Pablo empieza sus cartas. Gracia, en su uso en el griego helenístico, no significaba gran cosa, pero absorbido el término en el lenguaje del Nuevo Testamento tomó carta de nobleza, pues no sólo indica "favor", sino toda operación divina que nace del amor de Dios y que tiene por objeto la cumplida bendición de los hombres "en Cristo". Se manifiesta sobre todo en la gran obra de la redención, pero Pablo desea ?en espíritu de oración y de súplica? que los efesios puedan experimentar esta obra divina a su favor en todos los detalles de su vida.
Paz era el saludo normal de los hebreos, y Pablo la asocia siempre con la gracia. Es la aceptación tranquila y confiada de la voluntad de Dios, aun en medio de circunstancias que parezcan adversas y dolorosas. Sin la paz interna, y sin esta trabazón de amor pacífico que nos una a los hermanos, no puede haber manifestación alguna de la voluntad de Dios. La gracia y la paz proceden por igual de "Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo", hecho demostrativo de la deidad del Señor, pues sólo Dios puede ser fuente de gracia.

El plan divino para los siglos (Ef 1:3-14)

1. Consideraciones generales
En la Introducción señalamos la probabilidad de que Pablo, dentro de la relativa tranquilidad de su primer cautiverio en Roma, dejase volar su pensamiento, ayudado por el Espíritu Santo que "todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios" (1 Co 2:10), hasta abarcar el plan eterno de Dios para la Iglesia y aun para el universo. No encontramos el término "Iglesia" en esta epístola hasta llegar a (Ef 1:22), pero, sin duda, los receptores de las bendiciones que se señalan en esta porción forman parte de la Iglesia, tal como se ha de ver en párrafos sucesivos.
Muy prominentes son los conceptos de la gracia de Dios, sus propósitos electivos que expresan esta voluntad, y la predestinación, o preordinación, que determina la santidad de los fieles y su constitución en una familia espiritual por medio de su adopción como hijos. Hallaremos términos que será preciso examinar, con ánimo de entenderlos correctamente, dentro de las hermosas perspectivas del gran plan de los siglos. Todo será para la alabanza de la gloria de su gracia, con la cual "nos agració" (V. H. A.) en el Amado. La pequeña frase "en Cristo" ?o su equivalente? se halla nada menos que once veces en la porción (Ef 1:1-14), además de los similares "por Jesucristo" y "para él": hecho que enfatiza la preeminencia del Hijo en todos los aspectos de la formulación y la realización del sublime propósito de Dios (Col 1:13-20).
Algunos comentaristas bíblicos suelen enfatizar tanto el aspecto volitivo del plan que procede del beneplácito de la voluntad de Dios, quien elige los beneficiarios de su gracia, que se olvidan de mencionar los aspectos complementarios de esta verdad, desarrollados con igual énfasis en otras partes de las Escrituras, que describen la promulgación histórica del Evangelio. Muy lejos está de nuestro ánimo el deseo de quitar fuerza alguna de las expresiones que hemos citado, pues la soberanía de Dios es una verdad fundamental de la fe cristiana; sin embargo, a causa de las formulaciones dogmáticas de ciertos sistemas teológicos que han influenciado profundamente en el pensamiento de extensos sectores del cristianismo, hemos de enfatizar la verdad consoladora de que nuestras bendiciones espirituales se hallan garantizadas en Cristo, según la voluntad de Dios, formulada desde antes de la fundación del mundo. La santa doctrina de la elección puede tergiversarse, mudándose en la enseñanza horrenda, desconocida en las Escrituras, de que Dios, por la operación de una voluntad arbitraria, "a secas", ha determinado desde antes de la creación quiénes han de recibir el auxilio de su gracia y quiénes han de ser privados de ella, predestinando a aquéllos a la gloria eterna y a éstos a la condenación eterna. Desde cierto punto de vista Dios no tiene por qué "explicar" su voluntad, pero desde otro, nos hemos de fijar en la revelación que Él mismo se ha dignado ofrecernos en su gracia y que arroja mucha luz sobre ella. "Dios es amor", declara el apóstol Juan enfáticamente por dos veces, señalando el amor como esencia de su ser, y el amor nunca obra arbitrariamente.
Elaborando este concepto, notamos que todo lo que quiere Dios, y todo lo que Él determina, estará conforme con los atributos divinos que Él mismo nos ha descubierto en las Sagradas Escrituras, así que toda operación de su voluntad y de sus consejos se desarrollará dentro del marco de la más perfecta justicia y santidad, mientras que su amor, impulsor de su gracia, saca a luz el plan de la redención: muestra perfecta de su sabiduría. Todo eso lo sabemos, no por raciocinios humanos, sino porque a Dios le ha placido revelárnoslo en las Escrituras. Sobre todo, vemos la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (2 Co 4:6).
Le agradó a Dios crear al hombre, y no un autómata, y el hombre, según la definición bíblica, ha de obrar con responsabilidad moral ante Dios o cesa de ser lo que Dios quiso que fuese. Aun después de la Caída, el hombre, incapaz de salvarse, puede admitir o rechazar las operaciones de la gracia de Dios tendentes a su salvación. Si no, tendríamos que borrar amplias secciones de la Biblia en las cuales Dios reprocha a muchos hombres el haber escuchado la Palabra suya y haberla rechazado, verdad que se resume en (Jn 3:16-21). El Hijo es el Escogido de Dios, y todos aquellos que se encuentran "en el Hijo" también son "escogidos". La manera en que llegan a hallarse "en Cristo" es el tema del Evangelio que declara que hay valor infinito en el Sacrificio de la Cruz, de manera que "todo aquel que en él (Cristo) cree, tiene vida eterna". En el pasaje que estudiamos somos llamados a gozarnos en las maravillosas operaciones del consejo de la voluntad del "Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo" sin que por ello dejemos de recordar que somos amonestados muchas veces en las Escrituras a que "no recibamos en vano la gracia de Dios" (2 Co 6:1).
2. La doxología (Ef 1:3)
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. La sublime visión que se abre ante la mirada extasiada del apóstol le lleva a "bendecir" a Dios, llamándole "el Bendito", a la manera de los hebreos. Desde cierto punto de vista, sólo le compete a Dios bendecir a sus criaturas, pues éstas nada pueden añadir a su perfección divina, pero las doxologías son frecuentes en las Escrituras como reconocimiento de lo que Dios es en sí, siendo Fuente de toda bendición. Los términos suelen distinguirse en el Nuevo Testamento, pues "euloguétos" ?que se emplea aquí? describe a Dios en su esencia, y en el Nuevo Testamento siempre se aplica a Él. Pero "euloguémenos" describe la persona que recibe la bendición divina, siendo así "bendito" (Mt 25:34) (Lc 1:42) y (Ga 3:9).
Es significativo que Pablo eleve su doxología al "Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo", pues la expresión de la voluntad divina, que tantas bendiciones traerá sobre los fieles, se relaciona en todo momento con el Hijo, quien, por el misterio de la Encarnación y la consumación de su obra, llegó a ser Señor. El título completo nos recuerda también que él es Jesús, el Hijo del Hombre, como también el Cristo, en cuyas manos prosperan todos los propósitos de Dios. Así hemos de conocer a Dios viendo su gloria en la faz de Jesucristo, pues en vano intentaremos sondear los misterios del Ser del Trino Dios fuera de lo que se nos ha dado a conocer en el Hijo, y por la iluminación del Espíritu Santo (Mt 11:27).
Toda bendición espiritual. El Bendito no puede por menos que bendecir, según lo que Él mismo ha revelado de su Persona, y, bendiciéndonos, lo hace generosamente, con toda bendición "eulogía" en Cristo. Cuáles sean estas bendiciones es el tema de la carta, y sólo notamos aquí que se trata de bendiciones espirituales, no condicionadas por las fluctuantes circunstancias de esta vida. Desde luego, Dios puede bendecimos en cosas materiales, pero la visión de la fe convierte aun éstas en bendiciones espirituales. Toda bendición se halla "en Cristo", como esfera dentro de la cual se derraman sobre nosotros, siendo él el instrumento único que las hace efectivas en nuestras vidas. No se contempla nada "fuera de Cristo" en este pasaje.
En lugares celestiales. La frase "en tois epuraniois", que, literalmente, no dice más que "en los celestiales", se halla cinco veces en esta epístola, y en ningún otro lugar del Nuevo Testamento, bien que "celestiales" es bastante común. Todos los traductores ven la necesidad de suplir alguna palabra para completar el sentido, como "en lugares celestiales", o "en esferas celestiales". La interpretación de la frase se complica por el hecho de que en (Ef 6:12) esta esfera es también la de "huestes espirituales de maldad", de modo que no corresponde "sin más" a lo que llamamos "el Cielo". Es mejor contrastar "lugares celestiales" con "esferas mundanas" o "temporales", ya que, en Cristo, nuestro nuevo ser, regenerado por el Espíritu Santo, se mueve sobre un plano que se diferencia de lo mundano o temporal, siendo espiritual y celestial. En (Fil 3:20) Pablo nos recuerda que nuestra ciudadanía se halla en el Cielo, de donde esperamos un Salvador, y la analogía es evidente. Como seres humanos estamos "en Éfeso", "en Nueva York", "en Buenos Aires", "en Madrid", "en Barcelona", etc., pero siendo redimidos ya, nos hallamos "en Cristo", de modo que la vida interna y real se desenvuelve sobre un plano muy diferente, íntimamente relacionado con la plenitud de vida de "los siglos de los siglos". El problema presentado por hallarse la misma expresión en (Ef 6:12) quizá tenga su solución en las referencias que hacen ciertos pasajes bíblicos a potencias espirituales, que un día se rebelaron contra Dios, que no han sido desalojadas aún de las esferas superiores (Ap 12:7-12) y (Job 1:6-12) (Job 2:1-7).
3. La elección en Cristo (Ef 1:4-6)
El momento de la elección. La frase "según nos eligió en él" relaciona el tema de la elección con las bendiciones que Dios derrama sobre los suyos en los lugares celestiales, y el momento se señala por la frase "antes de la fundación del mundo". Esta forma exacta solamente se halla en (Jn 17:24) y en (1 P 1:20), aunque otras análogas se usan en (Mt 13:24) (Lc 11:50) (He 4:3) (Ap 13:8) (1 Co 2:7), etc. Lo importante es que comprendamos que la elección divina se presenta como pretemporal, o quizá mejor, supratemporal, pues no depende del vaivén de las circunstancias terrenas. Este mundo había de ser el escenario de la obra de la redención en su manifestación histórica, pero el designio divino que determinó el acontecimiento y sus resultados se sitúa en la eternidad. He aquí la base de la seguridad de la salvación del creyente, quien no puede estar a merced de ciertas fluctuaciones de su fe, "entrando y saliendo" de la esfera de la gracia.
El propósito de la elección. Examinaremos los términos elección y preordinación en el párrafo siguiente, notando aquí que los receptores de este beneplácito divino somos nosotros, los creyentes que nos hallamos en Cristo. Lo que fue determinado se expresa por las cláusulas: "Nos eligió... para que fuésemos santos y sin mácula en su presencia... habiéndonos preordinado para ser hijos suyos por medio de Jesucristo".
Hemos analizado el significado de "santos" al comentar el versículo 1, y sólo resta subrayar que la elección de Dios tuvo por objeto la preparación de una familia de tales "santos", separados en Cristo Jesús para sí mismo. El término traducido "sin mácula" (o "sin mancha", "sin culpa") es "amómous", que, en este contexto, ha de significar la perfección moral de los hijos de Dios como fruto y consumación de la gran obra de redención, determinada antes de la fundación del mundo. Notemos que esta perfección se manifiesta "en su presencia" o "delante de él", que señala la meta del plan en este aspecto. Con todo, podemos sacar consecuencias prácticas de estas frases, ya que corresponde la santidad de vida al "santo en Cristo", y un andar irreprochable a los que se hallan sin mancha en la presencia de Dios. Esta aplicación práctica y ética de la doctrina se desarrollará en la sección apropiada de la Epístola.
La adopción como hijos de Dios. La doctrina de "la adopción", "uiozesía", "colocar como hijo", es característica de los escritos de Pablo, y debiera estudiarse en (Ga 4:4-7) y (Ro 8:14-17). Es una de las hermosas figuras que ilustran las variadas facetas de la totalidad de la obra de salvación, basándose, como otras, en las costumbres sociales de entonces. La adopción en cierta familia de un niño que procede de otra es algo conocido en nuestros tiempos, pero adquiría una categoría especial en la esfera grecorromana de entonces. Si un cabeza de familia quedaba sin hijo heredero ?o simplemente quería añadir otro joven a la familia ya existente? podía buscar a un muchacho o un joven de una familia digna, y, con el consentimiento de todos ?previa una ceremonia solemne?, le recibía como hijo suyo, con todos los derechos, privilegios y responsabilidades de los nacidos en la casa. El apóstol Juan, en sus escritos, suele subrayar el sagrado misterio del nuevo nacimiento, por el cual somos "engendrados de Dios", enfatizando la comunidad entre el Padre y el hijo. Pablo añade la figura de la adopción con el fin de recalcar que el hijo no ha de ser una mera "criatura", sino un ser adulto, capaz de reconocer al Padre, de comprender sus propósitos, sirviéndole con fidelidad y devoción.
Aquí vemos que esta adopción, esta formación de una familia de hijos adultos, es algo que Dios preordinó, en su amor, y según el beneplácito de su voluntad, antes de la fundación del mundo. Cuando el apóstol Juan contempla la familia de Dios ?desde su punto de vista especial?, exclama: "Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios, ¡y lo somos!" (1 Jn 3:1); cabe el mismo sagrado asombro al comprender que el amor de Dios le impulsó a constituir una familia de hijos adoptivos, en Cristo, desde la eternidad.
Elección, preordinación, beneplácito. El verbo "elegir", "eklégomai", quiere decir ?en su voz media? "escoger para uno mismo", mientras "preordinar" traduce "proorídso", o "determinar de antemano", un verbo que no se encuentra antes de los escritos de Pablo. Los dos verbos se enlazan estrechamente, ya que la elección se lleva a cabo por medio de la preordinación, es decir, según el plan eterno que Dios había propuesto en el Hijo para la formación de la familia espiritual. "Beneplácito" traduce "eudokía", y un examen del término ?con el verbo correspondiente? nos llevaría fuera de los límites de esta exposición. Introduce la idea de "deseo" y de "deleite" en la presentación del propósito de Dios, muy de acuerdo con el plan de formar una familia amada según la voluntad de quien es, en sí mismo, AMOR. Nadie tiene derecho de aislar estos hermosos términos de su contexto para aplicarlos donde no pertenecen. Se trata de los propósitos que hemos venido examinando en los párrafos anteriores, bien que aún nos queda otra finalidad de suma importancia, ya que todo había de ser "para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos agració en el Amado".
Todo el plan había de revelar ?ante la asombrada mirada de ángeles y hombres? la gloria de la gracia de Dios, al escoger a pobres hombres pecadores, transformándoles en hijos suyos en Cristo. La traducción de la V. H. A. no parece muy elegante, pero conserva la idea de gracia en todas sus partes: "su gracia, con la cual nos agració", que refleja el sentido del original. Los destinatarios del amor del Padre hallan la totalidad de esta gracia "en el Amado", precioso título del Señor que resonó del Cielo cuando se consagró a su obra redentora en su bautismo (Mt 3:17), allí "agapetos", y aquí "égapémenoi". "Para alabanza de su gloria" se halla también en los versículos 12 y 14, constituyendo un refrán que recuerda el hecho de que el anuncio de la gracia infinita de Dios ha de hallar eco por medio de las alabanzas de los "agraciados", como también resonancia en todos los seres inteligentes ?no rebeldes? que Dios ha creado (Ap 5:8-14). "Porque de él y por él y para él son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén" (Ro 11:36).
4. La base y la finalidad cósmica del plan (Ef 1:7-10)
La redención por su sangre. En (Ap 13:8) hallamos la expresión: "el Cordero que fue inmolado desde la fundación del mundo", y Pedro escribe de "la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya preordinado desde antes de la fundación del mundo" (1 P 1:19-20). Pablo emplea el tiempo presente: "en quien tenemos redención por su sangre, la remisión de ofensas", pero la redención que ahora disfrutamos fue parte principal del plan eterno que expone en este pasaje, como recuerdan las citas del Apocalipsis y de 1 Pedro. La Obra de la Cruz se llevó a cabo, en el plano histórico, en Jerusalén en el año 30 de nuestra era, pero lo que fue manifestado entonces tuvo su origen en el pensamiento y en la voluntad de Dios como medio para conjugar las demandas de su justicia con las exigencias de su amor al proyectar la salvación de hombres pecadores.
Redención ?("apolutrósis")? es una metáfora más que se saca de la vida social y económica de la época. Por ser muy conocido el término, sólo recordaremos muy brevemente que los muchísimos seres que gemían bajo el yugo de la esclavitud en el Imperio de Roma sólo podían ganar su libertad por medio del pago del precio del rescate ?("lutron")? según las condiciones exigidas por la ley. Si un esclavo hallaba a un redentor que abonase el "lutron", recibiría los documentos que declaraban su libertad como miembro autónomo ya de la sociedad, y esta transacción se llamaba "redención". Como término que expresa una de las facetas de la salvación, afirma que Cristo es el Redentor, quien pagó el "lutron" mediante el cual nosotros nos hallamos libres: libres del pecado, de la potencia de Satanás, del sistema de este mundo y del temor de la muerte, para ser no ya "libertos" ?no muy bien mirados dentro de la sociedad?, sino hijos adoptivos y amados de la familia de Dios.
Para comprender el verdadero significado de la sangre hemos de acudir a los sacrificios típicos, ordenados por Dios, en el sistema levítico, con referencia especial a la Pascua, los sacrificios de Levítico capítulos 1 al 7, el Día de Expiaciones y su epílogo (Lv 16:1-17:11). El oferente se identifica con la víctima, y, al ser inmolada ésta, su sangre representa la vida ofrecida en sacrificio sobre el altar, y es "la sangre que hace expiación, a causa de ser la vida" (Lv 17:11). Claro está, la sangre animal no podía cancelar el pecado, pero anticipaba simbólicamente la ofrenda de la Vida de valor infinito del Cordero de Dios sobre el altar de la Cruz, que es el único "lutron" capaz de satisfacer la justicia de Dios en orden al pecado. La redención equivale aquí a la remisión de ofensas, pues el pecado se ha borrado y el que aprovecha la redención queda libre de su pesada carga de culpabilidad. Hay varios términos que señalan distintos aspectos del pecado, y el que se emplea aquí es "paraptama", un traspié, una caída por el camino de la vida, que constituye una ofensa contra Dios.
Las riquezas de su gracia. La obra expiatoria de Cristo es el medio por el cual tal cúmulo de bendiciones espirituales pueden estar a la disposición del creyente, representada esta obra por su sangre. Todo el designio de la redención brotó de la gracia de Dios, que hemos explicado como el amor divino en acción, el poderoso motor de tan vasto plan. No es posible imaginar nada más sublime ni más amplio, de modo que Pablo habla de las riquezas de su gracia que hizo abundar para con nosotros. Más tarde destacará el contraste fundamental entre la gracia de Dios y las obras humanas, siendo éstas totalmente ineficaces cuando se trata de la salvación del pecador (Ef 2:4-10).
La manifestación de la sabiduría de Dios. Dios hizo que su gracia abundase para con nosotros "en toda sabiduría y discernimiento". Es fácil comprender que, detrás del sublime plan de Dios, y las operaciones de su gracia, se halla la sabiduría divina en grado inconmensurable. Sólo el ejercicio de la infinita sabiduría de Dios pudo lograr la reconciliación entre dos principios opuestos ?su justicia y su amor? que se describe poéticamente en el (Sal 85:10): "La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron". No es tan fácil ver la aplicación, en este contexto, del vocablo traducido por "discernimiento", "inteligencia" o "prudencia" que se halla asociado con la sabiduría, ya que normalmente es una actividad psicológica del hombre, algo que surge de su mente. Sin duda denota, excepcionalmente, la manera en que la sabiduría de Dios discernía la naturaleza del mal que había de ser vencido, proveyendo el único medio capaz de mantener su justicia y, a la par, manifestar su amor para con el hombre pecador.
5. La coordinación futura de todas las cosas en Cristo (Ef 1:9-10)
La revelación del "misterio". La primera impresión que recibimos al leer el término "misterio", es que se trata de las profundidades del plan de Dios que no están al alcance de la inteligencia humana. Desde luego, tales "misterios" existen, pero no se trata aquí de ellos, pues Pablo emplea el término "musterion" en un sentido técnico que sus lectores en Éfeso comprenderían perfectamente bien. Tanto en el judaísmo como en ciertos medios religiosos paganos, un "misterio" fue algo oculto a los ojos del vulgo, pero revelado al iniciado, capaz de entender el secreto.
Para Pablo llega a ser algo escondido antes del advenimiento de Cristo, pero ya revelado a los fieles por medio del ministerio apostólico. Normalmente se trata del "misterio" de la constitución de la Iglesia, de creyentes hebreos y gentiles (Ef 3:1-13), pero el misterio que se da a conocer en estos versículos se relaciona con el propósito divino de reunir todas las cosas en Cristo en el cumplimiento de los tiempos. Los hombres naturales nada saben de este secreto de los propósitos de Dios, pero se pone al alcance de los fieles gracias a estas sublimes revelaciones del plan total de Dios. El poder contemplar el decurso de la historia dentro de las vastas perspectivas del plan de Dios, con el conocimiento de la Meta final, debiera traer tranquilidad y paz al corazón del creyente instruido en el "misterio".
La dispensación del cumplimiento de los tiempos. Es mejor leer estos versículos en la Vers. R. V. R. 60, ya que la V. H. A. dificulta la comprensión del sentido, tan amplio y sublime en sí que es necesaria mucha concentración para absorberlo. En líneas generales, vemos que el beneplácito de Dios obra por medio de Cristo no sólo para derramar abundantes bendiciones sobre los fieles, miembros de su Iglesia, sino también para la consumación del plan total de la creación. El que nosotros vivamos espiritualmente en esferas celestiales no ha de hacernos olvidar el hecho de que Dios es Creador de todas las cosas, y que no en vano sacó a luz sus maravillosas obras. La mancha del pecado impide la manifestación de la perfección de lo creado ahora, pero hay razones para creer que la Obra de la Cruz tiene un alcance cósmico, es decir, universal. Habrá "cielo nuevo y tierra nueva", por un proceso de "conversión" de lo viejo en lo nuevo (Ap 21:1) (2 P 3:10-13), que constituirá una nueva "dispensación del cumplimiento de los tiempos", bajo la plena soberanía del Cristo como Cabeza. Bajo el régimen del pecado, los "tiempos" llegan a su fracaso inevitable, pero, en Cristo, llegarán a su cumplimiento, cuando se manifieste lo que Dios se propuso en relación con ellos. Al proseguir nuestros estudios, tendremos razones para pensar que Cristo y su Iglesia ocuparán el centro de la Nueva Creación, dando sustancia y significado a toda ella.
La palabra "dispensación" traduce "oikonomía", que significa, en primer lugar, la administración de una casa. De ella se derivó la voz moderna de "economía". En las Escrituras, señala la administración distintiva de cada uno de los "tiempos" o "siglos" que jalonan el desarrollo del proceso temporal o histórico desde la creación hasta este "cumplimiento" que se nota aquí. En el llamado "dispensacionalismo" se ha exagerado la diferencia entre un período administrativo y otro, como si se tratara de "compartimientos estancos", sin percibir la unidad del plan de Dios a través de los siglos, que se rigen fundamentalmente por principios idénticos. Con todo, el tema de "los siglos", "los tiempos" y "las dispensaciones" es importante, pues ningún estudiante serio de las Escrituras puede ignorar la diferencia de "administración divina" que se revela antes y después del llamamiento de Abraham, antes y después de la promulgación de la Ley, antes y después del advenimiento de Cristo, etc. Lo que ?con poca propiedad? llamamos "la eternidad futura" se describe en el Nuevo Testamento por la frase "el siglo de los siglos" o "los siglos de los siglos", de modo que este "cumplimiento de los tiempos" del versículo 10 no señala un estado fijo e invariable, sino la consumación del plan de Dios, libre ya de toda oposición y rebeldía. El cumplimiento de los tiempos se traduce más literalmente su plenitud, término que volveremos a encontrar en estos estudios.
La consumación y reunión de todas las cosas en el Cristo. La reunión de todas las cosas se expresa por un verbo muy especial, "anakefalaioomai", "encabezar", cuyo elemento fundamental es "kefale", "cabeza", o "kefalaion", "punto principal". Se empleaba en la retórica para indicar el resumen de los puntos anteriormente desarrollados en un discurso. En el contexto aquí no puede significar menos que la coordinación de todas las cosas, tanto seres inteligentes, como cosas materiales, bajo el control y dentro de la operación vital del Cristo de Dios. Se le llama aquí el Cristo, el Ungido, por cuanto sacará a luz en esta plenitud de los tiempos la consumación de la misión que recibió del Padre. El pensamiento primordial es muy parecido al concepto que Pablo desarrolla en (Col 1:13-20), y bien podríamos aplicar a los conceptos de nuestra porción la hermosa expresión de (Col 1:18): "para que en todo tenga él la preeminencia".
6. La herencia de Dios preordinada en Cristo (Ef 1:11-14)
El consejo de la voluntad divina. Los términos del versículo 10 nos llevaron a la consideración de la consumación del vasto proyecto eterno que colocará todas las cosas bajo el señorío de Cristo, cuando se manifieste la plenitud de todos los tiempos. Más tarde el apóstol volverá a meditar en este aspecto cósmico de la obra de Dios, pero dentro del plan universal se halla la Iglesia, que es el tema especial de esta carta. No se nombra como tal, pero sin duda la "herencia" es la Iglesia. Las bendiciones son nuestras en Cristo y miles de astros no valen lo que un alma humana redimida. Dios obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad, y el punto céntrico del amante consejo es Cristo, y "en él" se hallan todos los fieles, quienes se presentan aquí como la "herencia" de Dios, o como su "posesión adquirida".
Antes de meditar en esta hermosa figura, quizá sea aconsejable señalar tanto la extensión como los límites de la notable declaración del versículo 11: "Aquel (Dios) que obra todas las cosas conforme al consejo dé su voluntad". Es una expresión admirable de la omnipotencia de Dios, ya que no hay voluntad alguna que pueda prevalecer contra el consejo de la suya. Ahora bien, esto no quiere decir que "Dios puede hacer cualquier cosa", según la idea popular; significa más bien que puede realizar todo lo que ha determinado según los postulados de su propio ser. En (Tit 1:2) leemos que Dios "no miente", o que "no puede mentir", mientras que Santiago declara que Dios "no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie" (Stg 1:13). La omnipotencia de Dios toma en cuenta el hecho del mal, y es tal que puede hacer que las obras de los perversos redunden en alabanza suya; pero el Santo no puede realizar nada que esté en conflicto con su santidad esencial. Tampoco puede cambiar su propia ley determinando que "todo lo que el hombre siembra, eso también segará", pues no puede negarse a sí mismo.
He aquí la contestación a la repetida objeción de los incrédulos: "Si Dios es omnipotente, ¿por qué permite tal o cual tragedia que aflige aún el corazón de los hombres?". El origen del mal no se ha revelado, pero el consejo de la voluntad de Dios toma en cuenta el hecho, como también recuerda la necesaria responsabilidad moral del hombre que Él ha creado según sus propios designios. A pesar de la injerencia del mal, y de acuerdo con su pensamiento para el hombre, sigue ordenando todas las cosas para conseguir la consumación de lo que Él ha determinado; he aquí el significado bíblico de la "omnipotencia de Dios", que dista mucho de ser la mera aplicación de una fuerza arbitraria sin límites.
7. Creyentes judíos y gentiles forman parte de la herencia (Ef 1:11-13)
La herencia es la posesión que Dios prepara para sí mismo en Cristo, y que se verá en toda su extensión y gloria en la plenitud de los tiempos. El verbo "en quien fuimos constituidos herencia" se deriva de "kléroo", o sea, "señalar una porción por medio de echar suertes", pero se ha de entender a la luz de la distribución de la Tierra Prometida entre las doce tribus de Israel, según los relatos del libro de Josué. Echando suertes, los ancianos de Israel determinaron "la porción" o "la herencia" que había de ser asignada en perpetuidad, tanto a las tribus, como a las familias dentro de ellas. En cuanto a la forma verbal, cabe la posibilidad del significado: "Fuimos hechos participantes de la herencia", o, alternativamente, que "fuimos constituidos herencia": la segunda alternativa parece convenir mejor al contexto, de modo que nosotros ?los creyentes en Cristo Jesús? constituimos la herencia preordinada, y de nuevo hallamos el refrán: "para alabanza de su gloria", puesto que la manifestación de la herencia en toda su hermosura y plenitud revelará maravillosamente la gloria de Dios.
En el capítulo 2 hallaremos enseñanzas del apóstol sobre el derrumbamiento de la "pared intermedia de separación" entre judíos y gentiles, a los efectos de constituirse la unidad esencial de la Iglesia. Aquí contempla los dos aspectos del plan que determinó la formación de la herencia de Dios, pensando en todo cuanto Dios hizo por medio de Israel hasta que llegó "el cumplimiento del tiempo" para el advenimiento del Mesías (Ga 4:4), y luego en el llamamiento tanto de judíos como de gentiles para formar parte de la herencia según el glorioso plan de los siglos.
Siguiendo las líneas generales de la traducción inglesa R. S. V., damos el significado de los versículos 11 y 12 como sigue, con el fin de destacar este doble aspecto de "judíos y gentiles": "En él ?según el designio de Aquel que realiza todas las cosas conforme al consejo de su voluntad? nosotros, quienes éramos los primeros para esperar en el Cristo, hemos sido preordinados y nombrados a fin de vivir para la alabanza de su gloria. En él también vosotros, que habéis oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra salvación, y creísteis en él, fuisteis sellados por el Espíritu Santo prometido, quien es la garantía de nuestra herencia, hasta su plena redención, para la alabanza de su gloria".
El contraste se destaca si nos fijamos en las palabras y la frase subrayadas. "Nosotros" hace referencia al Israel espiritual que primeramente fijó su esperanza en el Cristo, en el Ungido, para que Dios fuese alabado. Al emplear el pronombre personal en plural, "nosotros", Pablo se identifica con los creyentes judíos que reconocieron al Mesías y le aceptaron, según el plan de Dios para el verdadero pueblo de Israel. En marcado contraste, hallamos "vosotros", o sea, los gentiles que llegaron a formar parte de la herencia por la gracia de Dios después de oír la predicación del Evangelio en sus lejanas provincias, creyendo luego en Cristo para ser sellados por el Espíritu Santo.
El modo de la entrada de los gentiles en la herencia (Ef 1:13-14). Las versiones modernas reflejan exactamente el griego al describir los pasos por los cuales los gentiles ?ajenos al pacto especial con Israel? llegaron a ser parte constitutiva de la herencia de Dios. Como en el caso de los judíos creyentes, todo se realiza en Cristo. En cuanto al orden cronológico de los pasos, primeramente oyeron la Palabra, que no sólo era Palabra de verdad, como revelación divina, sino también "el evangelio de vuestra salvación", o sea, el mensaje que llegó a ser medio de salvación para sus almas. Fue preciso que la Palabra fuese creída, y se enfatiza la fe en Cristo, quien había sido el objeto de la fe de los judíos creyentes también.
Esta unión con Cristo permitió que fuesen sellados con el Espíritu Santo prometido. Volveremos al tema del sello del Espíritu Santo, pero ponemos de relieve aquí el orden normal de los pasos por los cuales hombres perdidos en sus pecados llegan a formar parte del pueblo de Dios, la herencia que Él preordinó, que se ha rescatado por la sangre del Cordero, y cuya redención completa está ya determinada. "La fe viene por el oír", dice Pablo en (Ro 10:17), enunciando un principio fundamental que se ilustra una y otra vez en Los Hechos. El Evangelio es el mensaje divino, la verdad que Dios quiere que los hombres escuchen, anunciando la salvación en Cristo Jesús. Las almas sedientas reciben la Palabra con humildad y fe, abriendo sus corazones al Salvador, quien satisface sus anhelos y les da vida eterna.
Otras Escrituras nos aseguran que el Espíritu Santo opera en todas las etapas de la salvación en el alma humana, desde la convicción de pecado en adelante, pero aquí el énfasis recae sobre su obra de confirmación, ya que sólo el Espíritu de Dios puede comunicar la vida de Dios a quienes estaban antes muertos en delitos y pecados. Pero lo hace mediante la Palabra, que se recibe con fe; proceso que Pedro describe con más detalle en (1 P 1:22-25). No "regenera" el alma en algún momento anterior y secreto, con el fin de que pueda escuchar la Palabra y recibirla, sino que opera conjuntamente con la Palabra, que es la preciosa semilla que germina para vida eterna.
El sello, las arras y la herencia redimida. El significado de la figura del "sello" puede variar según el contexto, pero predomina el concepto de asegurar algo como el sello en un paquete certificado. Implícito en este concepto se halla otro: existe un dueño con autoridad para sellar el objeto, o la posesión, como algo que le pertenece por derecho propio e inalienable. Un sello estampado al final de un documento oficial sirve para garantizar su autenticidad y autoridad. El Espíritu Santo había sido prometido tanto en las Escrituras del Antiguo Testamento, como en la profecía de Juan el Bautista, reiterándose y confirmándose la promesa por el mismo Señor Jesucristo (Mt 3:11) (Jn 7:39) (Jn 14:16-17,26) (Jn 15:26-27) (Jn 16:7-14) (Hch 1:4,8), y su obra interna hace eficaz en el corazón del creyente la virtud redentora y vivificadora de la obra de Cristo en la Cruz y en su Resurrección. El que recibe el Espíritu Santo es sellado como "posesión" de Dios en Cristo, no pudiendo ser de algún otro, sino de su nuevo Dueño.
Las "arras" ?"arraba"? traduce un término que corresponde a la "señal" que confirma la compra de un terreno, de una casa o de un objeto de cierto valor. Antiguamente podía ser una parte anticipada de aquello que había de ser del comprador una vez que se hubiese completado la transacción, y este aspecto de la figura concuerda bien con los indicios de la obra del Espíritu Santo aquí. No sólo garantiza nuestra herencia futura, sino que él mismo, Dios "dado" a nosotros, es parte esencial de la herencia. ¡Cuán poco nos damos cuenta del altísimo honor que ya hemos recibido al pasar el Espíritu Santo por el umbral de nuestro humilde ser!
El pensamiento básico del apóstol, al emplear la figura de la herencia, es que Dios ha adquirido una posesión que un día será "redimida" totalmente, según su plan eterno, "en Cristo". Consiste en las almas ?procedentes del judaísmo y de la gentilidad? que han sido rescatadas de este mundo y del poder del diablo por la sangre de Cristo (Ef 1:7). La redención es un hecho ya en cuanto a nuestra vida espiritual, pero es evidente que aún vivimos sujetos a las circunstancias que han surgido de la Caída, de modo que, en el lenguaje de (Ro 8:23), "gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo". Es decir, la redención ?ya hemos subrayado anteriormente que se trata de una liberación? abarca el cuerpo y no sólo la vida interior; todavía esperamos la resurrección del cuerpo que nos librará aun de la presencia del mal, llevando a su culminación las potencias de la personalidad salvada. Cuando la "herencia" se vea dentro del marco del cosmos coordinado bajo la autoridad suprema de Cristo, la preciosa heredad que Dios determinó gozará de la libertad absoluta. El Espíritu Santo es la "señal" del "completo rescate" de la posesión adquirida, para alabanza de la gloria de Dios.
Aflora un aspecto secundario del significado de la "herencia" en el versículo 14, ya que se llama "nuestra herencia", de la cual el Espíritu Santo es "señal". Es un concepto complementario, pues si bien Dios lleva a cabo su designio, al redimir su herencia ?que también se llama "posesión adquirida"?, al mismo tiempo nosotros, los redimidos, vamos a posesionarnos de la herencia que Dios nos prepara, según las repetidas promesas del Nuevo Testamento. No la hemos ganado nosotros, pues todo será de pura gracia, pero Dios ha determinado que hemos de reinar con Cristo, y que nuestra esfera peculiar en los siglos de los siglos corresponderá a la fidelidad con la cual hayamos desempeñado nuestra mayordomía espiritual en la tierra. Dentro de su vasta "posesión adquirida" habrá la "finca" especial de los herederos con Cristo (1 Co 3:9), no para que nosotros seamos "algo", sino con el fin de que le sirvamos según sus planes eternos, y como medio de glorificarle para siempre. Dios tendrá sumo placer al contemplar la bendición final de los suyos, pues en (Ef 2:6-7) leemos: "Con él nos resucitó, y con él nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las extraordinarias riquezas de su gracia en su benignidad hacia nosotros en Cristo Jesús".

Temas para meditar y recapacitar

1. Discurra sobre el plan eterno de Dios según las enseñanzas de (Ef 1:3-14), destacando los aspectos siguientes: a) lo que fue proyectado antes de la fundación del mundo; b) la base para la realización del plan en la obra de Cristo en el mundo; c) la consumación del plan en relación con el universo; d) la consumación del plan en relación con los creyentes.
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