Estudio bíblico: Pablo en Grecia, Troas y con los ancianos de Éfeso - Hechos 20:1-38

Serie:   Hechos de los Apóstoles (II)   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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Pablo en Grecia, Troas y con los ancianos de Éfeso (Hechos 20:1-38)

Consideraciones generales

El ministerio de Pablo en Éfeso ha llegado a su fin y lo que resta de la tercera expedición se ha de dedicar a una labor de confirmación, sin excluir la posibilidad de una salida para Ilírico que Lucas no menciona. Detrás de las breves referencias del historiador a las visitas de confirmación a las iglesias, hemos de suponer muchos momentos críticos que llegamos a comprender en parte por la lectura de porciones como 2 Corintos capítulos 1, 2 y 7. Recae sobre el apóstol la solicitud por todas las iglesias y su gran corazón hubiese querido enseñarlo todo a los niños en la fe, apoyar a todos por medio de la intercesión y acudir a todos los sitios donde padecían las ovejas a causa de sus propias debilidades, por la intrusión de lobos o por las malas mañas de falsos pastores. El ministerio de Pablo que Lucas historia en nuestra sección puede dividirse en cuatro etapas: a) El recorrido por las iglesias de Macedonia y Acaya (Hch 20:1-6); b) los incidentes en Troas (Hch 20:7-12); c) las jornadas desde Troas a Mileto (Hch 20:13-16); d) el discurso frente a los ancianos de Éfeso reunidos en Mileto, con la despedida posterior (Hch 20:17-38).
El discurso en Mileto añade uno más a la hermosa serie de mensajes apostólicos que Lucas conserva en Los Hechos, distinguiéndose de los demás por dirigirse en privado a los pastores de una iglesia local. Ante ellos Pablo puede descubrir su corazón como siervo de Dios, como ministro de la Palabra y como pastor de almas, de modo que hallamos en el resumen que Lucas ha pasado a nosotros no sólo una revelación del servicio interior del gran apóstol, sino también un ejemplo insuperable de lo que debe ser el pastoreo de las almas, expuesto a la consideración de todo hermano que se cree llamado a dedicarse al ministerio de la Palabra; por lo tanto suplementa de modo admirable todas las demás actividades públicas de los apóstoles del Señor.
Después de esta sección cambia el tipo de ministerio que Pablo ha de realizar. Se apresura hacia Jerusalén, ligado por imperativos espirituales que no todos los expositores han comentado con simpatía; allí perderá la libertad de su persona, pero desempeñará con dignidad y poder su misión de ?embajador en cadenas? ante algunos de los grandes de la tierra. Todo estaba incluido en el plan de Dios para su siervo, habiéndose detallado en los términos de la comisión que le fue comunicada días después de su encuentro con el Señor en el camino a Damasco. Miles de sus hijos en la fe, muchos entrenados por él mismo, seguirían llenando con el Evangelio toda la región que abarca desde Jerusalén hasta Ilírico, mientras que el adalid pasaría tiempos de angustia y horas de reposo, sirviendo a Dios como embajador, ministrando delante del Trono como intercesor y redactando varias Epístolas que han llegado a ser parte esencial de la Palabra de Dios escrita.

El recorrido por Macedonia - Acaya - Macedonia, hasta Troas (Hch 20:1-6)

1. La salida para Macedonia (Hch 20:1)
Pablo empieza a dar cumplimiento al plan que iba madurando según las indicaciones de (Hch 19:21-22), saliendo hacia Macedonia tras una última exhortación a los hermanos de Éfeso. Por las notas que hallamos en (2 Co 2:12-13) sabemos que su ruta le llevaba primeramente a Troas, donde esperaba hallar a Tito de regreso ya de una visita a la inquieta iglesia de Corinto. El apóstol halló una puerta abierta en Troas, pero, no encontrándose con Tito según lo que había previsto, le faltó la necesaria tranquilidad de espíritu para entrar por ella entonces, pasando en seguida a Macedonia con el fin de acelerar el encuentro con su colega. En todo ello vemos su honda preocupación por el bien espiritual de la iglesia en Corinto. Halló a Tito en algún punto de Macedonia y aparentemente las noticias que traía eran buenas, por lo menos en su parte principal, de modo que no hubo impedimento para la visita apostólica a la ciudad donde tanto había trabajado (2 Co 2:14-16) (2 Co 7:5-16). De paso podemos notar que muchos eruditos creen que la segunda carta a los Corintios, tal como aparece en nuestras versiones, ha sufrido algún trastrueco de material, ya que el pasaje señalado (2 Co 7:5-16), que escribía a raíz del encuentro con Tito, respira optimismo y confianza, dando lugar a una visita a Acaya (en especial a Corinto) que parece ser feliz. En cambio, los capítulos 10 a 13 de la segunda Epístola vuelven a manifestar la profunda aflicción de Pablo frente a la intrusión de falsos apóstoles en la iglesia de Corinto. Es posible que se trate de una carta, o porciones de una carta, que anteceda cronológicamente los primeros capítulos de la segunda Epístola. Poco depende de ello en cuanto a la exégesis, pero cualquier lector estudioso de la segunda Epístola se sorprenderá por los cambios bruscos que quizá se explican por las consideraciones anteriores. La cuestión nos interesa aquí por el hecho de que hemos de deducir la ?historia interna? de los últimos meses en Éfeso y del viaje por Troas y Macedonia por recoger las alusiones pasajeras pertenecientes al caso de 2 Corintios.
2. Un recorrido por Macedonia (Hch 20:2)
En el breve compás de este versículo se encierra una labor intensa y quizá extensa. Es evidente que Pablo pudo cumplir su propósito de visitar las iglesias de Macedonia, tan amadas por su buen testimonio y su espíritu generoso. Se trata principalmente de Filipos, Tesalónica y Berea, pero podemos suponer que muchas otras iglesias se habían fundado en el intervalo por el testimonio, las visitas y la predicación de los ?misioneros anónimos? de los varios centros, pues la Palabra de Dios se había divulgado ampliamente desde Tesalónica a los pocos meses de su formación (1 Ts 1:7-8), y se trata ahora del año 57, unos siete años después de sus principios.
La frase ?después de recorrer aquellas regiones? ofrece la posibilidad de viajes pioneros hasta la costa del Adriático, más allá de Macedonia por la provincia de Ilírico, pues parece un tanto extraño que Pablo, al escribir a la iglesia en Roma desde Corinto inmediatamente después de este recorrido, mencionara Ilírico como el límite de su labor de adalid en el Oriente si nunca hubiese estado allí personalmente (Ro 15:19).
3. Pablo en Acaya (Hch 20:2-3)
El término ?Grecia? al final del versículo 2 significa la parte sur del país, o sea, la provincia de Acaya, y el centro principal de la obra realizada durante los tres meses de referencia sería Corinto. Hubiésemos deseado que Lucas nos diera una descripción detallada de la recepción del apóstol en la gran iglesia después del intercambio de cartas y visitas que revelan problemas de alguna importancia; pero el historiador no hace más que mencionar la duración de la visita (tres meses) y pasa luego a notar el complot de los judíos que indujo a Pablo a cambiar su ruta de regreso a Jerusalén, pasando de nuevo por Macedonia y Troas.
Sin embargo recibimos luz sobre la visita de una fuente inesperada, ya que la Epístola a los Romanos fue redactada en Corinto durante los tres meses de estancia en Acaya, siendo legítimo sacar de ella algunas deducciones en cuanto a las condiciones que Pablo encontrara. La redacción de la Epístola a los Romanos es la más ordenada de cuantos escritos envió Pablo a las diferentes iglesias, y toda ella nos hace suponer que la dictara con una tranquilidad de espíritu que habría sido imposible en medio de la triste confusión de luchas partidistas y actitudes rebeldes; este detalle nos hace pensar que duraba aún el buen estado notado por Tito en (2 Co 7:5-16). Su huésped era Gayo, de Corinto, quien no ha de confundirse con el Gayo de Derbe (Hch 20:4), y ya hemos notado la posibilidad de que se trate de (Gayo) Ticio Justo, mencionado en (Hch 18:7). Febe, diaconisa de Cencreas, había de ser la portadora de la carta, mientras que el hermano Tercio actuó de amanuense. Varios hermanos se unen con Pablo en sus saludos a los hermanos de Roma, incluso Erasto, tesorero de la ciudad, lo que indica que el Evangelio había penetrado hasta las más elevadas esferas oficiales de Corinto (Ro 16:1-2,21-23).
Pablo pide la intercesión de los hermanos en Roma en relación con sus planes inmediatos, siendo (Ro 15:18-32) un pasaje que echa mucha luz sobre los últimos capítulos de Los Hechos.
Una de las razones que motivó la visita de Pablo a Corinto entonces fue la de dar cima a la colectación de las ofrendas de las iglesias gentiles para la iglesia de Jerusalén, extrañándonos que Lucas refiera tan poco sobre un propósito que Pablo llevaba constantemente sobre su corazón por esta época de su servicio (1 Co 16:1-4) (2 Co 8-9) (Ro 15:25-28).
4. Un complot y un cambio de plan (Hch 20:3-5)
Quizá Pablo quiso llegar a Jerusalén para la Pascua, aprovechando algún barco de peregrinos que saliera del puerto de Cencreas. Si tal fuese el caso, los judíos habrían podido tramar un complot para darle muerte al subir a bordo, o en algún momento después de que el barco se hiciese a la mar. Sea ello como fuere, se enteró de la confabulación y decidió salir (quizá de noche) por la conocida ruta que le llevaba en dirección norte hacia Macedonia. Por la prolongación del tiempo que había de invertir en el viaje, no podría llegar a Jerusalén hasta la fiesta de Pentecostés, lo que determinó que celebrase la Pascua en Filipos. Es notable que Lucas, siendo griego, hiciera mención especial de esta Pascua en Filipos, llamándola ?los días de los panes sin levadura? (Hch 20:6), que es frase netamente hebrea; deducimos que Pablo no dejaba en olvido las costumbres de su pueblo en tal época, pues Filipos era una ciudad puramente gentil, de modo que la referencia tiene que ser a la celebración que ordenara el apóstol.
Sin duda las providencias de Dios cambiaron en bendición la malicia homicida de los judíos, puesto que el cambio de ruta dio otra ocasión a Pablo para reforzar su obra en Macedonia; hemos de notar también la importancia del discurso en Mileto que se debe a este rodeo por Macedonia y las costas de Asia antes de emprenderse el viaje a Siria y Jerusalén.
La lista de los colaboradores de Pablo, con mención de su procedencia, que Lucas presenta en (Hch 20:4) es algo especial, relacionándose quizá con el envío de los donativos para la iglesia en Jerusalén, siendo los hermanos nombrados los delegados que las iglesias habían señalado para tal fin (1 Co 16:3-4) (2 Co 8:16-24). De paso podemos notar que los delegados son oriundos de Macedonia, de Licaonia-galática y de Asia, sin mención de ninguno de Acaya (Corinto); pero es posible que los delegados corintios hubiesen podido seguir una ruta más corta, uniéndose con Pablo en Mileto o en otro lugar conveniente. No es probable que Corinto, ya sosegada, dejara de hacer su contribución en una ofrenda a la que Pablo concedía tanta importancia.
Vuelve a aparecer la primera persona plural del pronombre en (Hch 20:5), lo que indica que Lucas se unió con la compañía apostólica en Filipos, siguiendo luego a Jerusalén. Quedó con Pablo para la celebración de la Pascua en Filipos, disfrutando de la simpática comunión de los amados hermanos allí, mientras que los otros delegados se adelantaron, seguramente con el propósito de preparar la visita de Pablo a Troas. Recordemos la probabilidad de que Lucas mismo fuese ?el hermano cuya alabanza en el Evangelio se ha divulgado por todas las iglesias?, designado además por ciertas iglesias (las de Macedonia es de suponer) como compañero de viaje de Pablo al subir a Jerusalén (2 Co 8:18-19). Desde este punto Lucas no se separa del apóstol —a no ser por breves períodos— hasta su llegada a Roma, hallándose además con su amigo en la última etapa de su servicio, antes de su martirio (2 Ti 4:11).

Servicio y un milagro en Troas (Hch 20:6-12)

1. El viaje a Troas (Hch 20:6)
Sea a causa de vientos contrarios, sea por visitas a hermanos en Neápolis, el viaje de Filipos a Troas se prolongó durante cinco días (compárese con el rápido viaje en sentido contrario mencionado en (Hch 16:11). En Troas Pablo se reuniría con los hermanos que le habían adelantado, además de hacer una visita de siete días a la iglesia allí. No sabemos cómo se había fundado esta iglesia, pero el silencio mismo es testimonio elocuente a la inmensa labor callada de aquellos tiempos que daba comienzo a centenares de iglesias en las regiones afectadas por la labor de Pablo como adalid.
2. El Partimiento del Pan el primer día de la semana (Hch 20:7)
?El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan?, escribe Lucas con la naturalidad de quien hace mención de una costumbre bien establecida, aun siendo ésta la primera clara indicación de que las iglesias solían reunirse en tal día, concediendo importancia especial al cumplimiento del mandato del Maestro: ?Haced esto en memoria de mí?. El mero acto de comer para alimentarse no sería motivo para convocar una reunión; el término que emplea Lucas concuerda bien con la frase esencial que describe el acto de recordación en (1 Co 11:23-24) y paralelas, como también aquella que hallamos en (Hch 2:42). Anteriormente, Pablo había exhortado a los corintios a que apartasen sus ofrendas ?el primer día de la semana? (1 Co 16:2), lo que en sí lo señala como día especial en la vida de las iglesias; la costumbre de reunirse las iglesias en tal día —confirmada por escritos del segundo siglo— no es más que la continuación natural de las reuniones de los discípulos en el día de la Resurrección y una semana después, en las que el Señor resucitado se dignó manifestarse a los suyos (Jn 20:19,26).
Como gentil que era, Lucas calcularía los días desde el alba hasta ponerse el sol y no desde la puesta del sol hasta el día siguiente, a la manera de los judíos. Esta reunión, pues, que se convocó para el Partimiento del Pan, corresponde a la tarde del domingo, quizá con el fin de facilitar la asistencia de los hermanos esclavos o de otros que se hallarían sujetos durante las horas normales del trabajo, pues no había fiesta semanal para los trabajadores en aquellos tiempos.
No sabemos si los hermanos hubiesen celebrado la Santa Cena antes de las disertaciones de Pablo, o si hemos de entender que el acto se demoró para dar lugar a sus mensajes, no celebrándose por fin hasta después del milagro de resurrección obrado en Eutico (Hch 20:11); de todas formas, queda bien definida la costumbre de las iglesias de reunirse para celebrar el Partimiento del Pan cada primer día de la semana.
Por las reprensiones y exhortaciones de (1 Co 11:18-34) sabemos que la iglesia de Corinto había tenido la costumbre de comer el ?ágape? primero, pasando luego al Partimiento del Pan, en circunstancias poco dignas de la solemnidad del acto. El apóstol reiteró la importancia primordial de la Cena del Señor, que había de celebrarse con toda solemnidad, recomendando que comieran el alimento normal en sus casas. Aquí, por lo que podemos deducir de las breves frases de Lucas, Pablo y los demás ?partieron el pan? como ordenanza del Señor primero, pasando a ?tomar alimento después?, lo que concuerda perfectamente con el énfasis del pasaje de 1 Corintios capítulo 11.
3. Un accidente fatal que se vuelve en bien (Hch 20:7-12)
?Pablo, les enseñaba, habiendo de salir al día siguiente; y alargó el discurso hasta la medianoche? (Hch 20:7). Hemos de evitar comentarios superficiales y ?graciosos? sobre ?sermones largos? que inducen al sueño con resultados fatales, que no faltan ni siquiera en comentarios que pretenden ser serios. Recuerde el lector que se trata de los tiempos apostólicos, y que el apóstol Pablo cumplía la comisión que había recibido del Señor resucitado. Había de partir el día siguiente, pensando que quizá no volvería nunca más a visitar la iglesia en Troas. Urgía, pues, entregarles la Palabra que él había recibido del Señor. Lejos de arrepentirse de haber hablado hasta que Eutico durmiese y cayese de la ventana, volvió a ?hablar largamente? después del accidente, del milagro, del Partimiento del Pan y de la comida. Para Pablo el vivir era Cristo, pudiendo decir con toda sinceridad: ?Una cosa hago; olvidándome ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús? (Fil 3:13-14). Lucas simpatiza con el pobre muchacho, repitiendo dos veces que estaba sobrecargado de sueño, pero tanto él como todos los hermanos de la reunión nocturna considerarían un grandísimo privilegio perder una noche de sueño con tal de poder aprovechar las profundas e inspiradas enseñanzas y exhortaciones del apóstol Pablo. Es una verdadera necedad interpretar los incidentes de aquellos tiempos heroicos a la luz de la fluctuante y débil llama de nuestro cristianismo cómodo y raquítico del siglo XXI. ¡Más vale que intentemos rectificar nuestro pobre testimonio, amoldándolo al patrón apostólico!
La reunión se celebró en el amplio tercer piso de la casa de algún hermano pudiente y tuvo que iluminarse por muchas antorchas o ?lámparas?. El hecho de sentarse el joven Eutico en el antepecho de la ventana, que carecería de cristales, indica que la pieza se hallaba abarrotada de gente, y podemos suponer que la atmósfera se viciaba a causa del aliento de tantas personas y el humo de las antorchas. Es probable que Eutico había tenido que trabajar todo el día, de modo que, por grande que fuese su interés en el mensaje de Pablo, no pudo resistir el sueño que le embargaba, cayendo por fin desde el tercer piso hasta el suelo del exterior con resultados fatales.
No se trata de que Eutico quedase aturdido y sin conocimiento por el efecto del golpe, sino, según la frase del médico Lucas, ?fue levantado muerto? (Hch 20:9). Pablo bajó enseguida y se precipitó sobre el cadáver, percibiendo por su esclarecido espíritu profético que Dios había de conceder la renovación de la vida. Después del milagro pudo decir, para consuelo de los hermanos, y quizá de los familiares del joven: ?No os alarméis, pues está vivo?.
Lucas nota el profundo alivio —tan natural y humano— de la familia cristiana al recibir al joven con vida (Hch 20:12), pero lo que pone de relieve es el ministerio del apóstol, que no dejaba de entregar a otros lo que había recibido del Señor, ¡ni siquiera después de una muerte y una resurrección (Hch 20:11)!

De Troas a Mileto (Hch 20:13-16)

La costa de la provincia de Asia (ahora la región occidental de Turquía) es sumamente irregular, abundando en ella las penínsulas, cabos, golfos y rías, bordeándola además un gran número de islas pequeñas y grandes, muchas de ellas muy célebres en la historia del pueblo griego. La costa había sido la cuna de la cultura jónica, elemento esencial de la civilización helénica.
Una mirada al mapa, hará ver que Pablo pudo ir a pie desde Troas hasta Asón con buenas esperanzas de llegar a tiempo para subir a bordo cuando llegara el velero. Se trataba de un atajo y, quizá los vientos contrarios impedirían el progreso del barco. Podría haber mediado alguna razón especial que indujera al apóstol a dar un paseo de unos veinte kilómetros después de una noche de predicaciones y servicio, pero lo más probable es que necesitaba unas horas de tranquilidad, alejado aun de sus amados compañeros, con el fin de meditar y aliviar la tensión nerviosa, ayudado por los espléndidos panoramas de una costa famosa por su belleza natural. Su deseo —y aun su determinación— de estar a solas en medio de la naturaleza es una pincelada más que ayuda a completar el retrato de Pablo, destacando tanto la humanidad como la delicada sensibilidad del adalid, que a veces parecía vivir sobre un plano espiritual tan elevado que se distanciaba de lo normal de los hombres: aun de los ?hombres en Cristo?.
1. Mitilene, Quío, Samos y Mileto (Hch 20:15-16)
A Lucas le fascinaban los nombres de los lugares asociados con el drama histórico de los pueblos antiguos, no pudiendo por menos que notar algunos que jalonaban el lento paso del barco por las azules aguas del mar Egeo. Ahora acompaña a Pablo, de modo que toma nota de las jornadas, dejándonos detalles de esta ruta en una narración que se contrasta marcadamente con el seco resumen de algunas de las etapas de los viajes del apóstol cuando estaba lejos de su amigo.
Mitilene era la ciudad más importante de la célebre isla de Lesbos. Quío y Samos eran islas pequeñas, pero famosas en los anales de la historia helénica. Desde Samos no tuvieron que hacer más que rodear la península de Trogilio (descansando allí según algunos textos) para llegar al puerto de Mileto, en el golfo de Latonia, donde desembocaba el río Meander. Habían dejado a Éfeso atrás hacia el nordeste, no haciendo escala allí su barco, lo que convenía al plan de Pablo de no demorar con el fin de llegar a Jerusalén para la fiesta de Pentecostés (Hch 20:16).
Mileto era cuna antiquísima de la filosofía griega, pero sufrió graves daños durante las guerras con Persia. Recobró mucho de su importancia comercial en los tiempos del Imperio romano. Éfeso se hallaba a 48 Km. al nordeste y hemos de suponer que Pablo había enviado mensajeros a los ancianos de Éfeso con antelación para que bajasen a Mileto a tiempo de recibirle; se supone además que el barco hizo escala algo prolongada en Mileto, lo que daría ocasión para las consultas entre el apóstol y los ancianos.

Pablo y los ancianos de la iglesia de Éfeso (Hch 20:17-38)

1. Los ancianos y sus funciones
Pablo no quería detenerse en la ciudad de Éfeso, donde los ?compromisos? habrían determinado una demora considerable. Al mismo tiempo no quería pasar de largo sin ofrecer alguna ayuda a la iglesia fundada en medio de tantos peligros y tan grandes manifestaciones del poder divino. Por eso rogó a los guías de la iglesia que se encontrase con él en Mileto. El mensaje que les dirige puede considerarse, desde cierto punto de vista, como el clímax del prolongado ministerio de Éfeso y la provincia de Asia, revistiéndose de gran interés e importancia por ser el único que se conserva que Pablo dirigiera a los guías de los rebaños, aunque exhortaciones parecidas se hallan esparcidas por doquier en las Epístolas.
Pocos escriturarios modernos, sea cual fuera su afiliación eclesiástica, niegan el hecho de que las iglesias de la era apostólica —por lo menos aquellas que Pablo fundara— se regían, bajo la soberanía del Señor de la Iglesia y del Espíritu Santo, por un cuerpo de ?Ancianos? (?presbuteroi?) que también se denominaban ?obispos? o ?sobreveedores? (?episcopoi?). Eran también los ?pastores? llamados a cuidar del rebaño (Hch 20:28) (Ef 4:11) (1 P 5:1-4). Las personas eran las mismas, pero las designaciones variaban según las diferentes facetas de su testimonio y obra. El gobierno de la congregación por los ?presbuteroi? halla sus raíces en la sinagoga, puesto que parecía natural a los hebreos que los hombres de edad y de experiencia cuidasen de la parte espiritual de la sinagoga. El término ?episcopoi? es de origen griego, y pone de relieve, no tanto la madurez espiritual de los guías, sino su obligación de vigilar por el bien del rebaño, previniendo contra peligros desde afuera y desde dentro. La designación de ?pastores? es más dulce, recalcando la labor de guiar y cuidar las ovejas, proveyéndolas del alimento conveniente. Una comparación de los versículos 17 y 28 de este capítulo demuestra que no había un solo ?obispo? en Éfeso, sino varios ancianos-sobreveedores-pastores, que habían sido nombrados por Pablo y reconocidos por la iglesia, ya que se sabía exactamente quiénes habían de acudir a Mileto para la entrevista con Pablo. Detrás de Pablo operaba el Espíritu Santo hasta tal punto que el apóstol pudo decir a estos hermanos: ?Mirad por vosotros y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la Iglesia del Señor?: palabras que recalcan la solemne responsabilidad de los guías, quienes no habían de disfrutar de un cargo, sino cumplir la ardua labor de pastoreo.
2. Las líneas generales del discurso (Hch 20:18-25)
Pablo no pensaba entonces que había de volver a ver a sus hijos en la fe del Oriente, aunque es probable que Dios dispusiera las circunstancias de otra manera más tarde (2 Ti 4:20). De todas formas muchos años habían de pasar antes de que el ?padre? pudiese aconsejar directamente a sus hijos en la fe y a sus colaboradores en la Obra del Señor en Asia. Les exhorta, pues, y les amonesta con toda solemnidad, recalcando su propio ejemplo como siervo de Dios entre ellos durante los dos o tres años de su ministerio en Éfeso. Tal como él había sido entonces, ellos deberían ser durante los años de su ausencia, coincidiendo la labor que él había realizado con la que ellos habían de cumplir si de veras querían ser fieles pastores de la grey. En los versículos 18 al 21 les pone delante el ejemplo de su ministerio, tan completo y variado. En el pasaje (Hch 20:22-27) domina el pensamiento de la consumación de su propia carrera, mayormente en vista de los peligros que le acechan durante la etapa que tenía delante. Los versículos siguientes, (Hch 20:28-31), contienen un solemne aviso sobre los peligros futuros que habían de surgir en Éfeso vislumbrados por su ojo de vidente. El tema cambia a la necesidad de la generosidad cristiana en todos los aspectos en (Hch 20:32-35), y de nuevo puede poner delante de ellos su propio ejemplo.
Al examinar estas secciones en mayor detalle nos adentraremos en las intimidades de la vida espiritual de las iglesias en la época apostólica, y haremos bien en fijar nuestra atención en el ejemplo a seguir.
3. El ministerio de Pablo en Éfeso (Hch 20:18-21)
Huelga decir que Pablo no insiste en el carácter ejemplar de su propio ministerio con el fin de ensalzarse a sí mismo a los ojos de los ancianos, pues en todo era ?esclavo de Jesucristo?, bajo la obligación del servicio. Habla de sí mismo por la sencilla razón que un ejemplo vivido vale más que muchas exhortaciones que se profieren en el vacío. Quedamos asombrados ante la plenitud del ministerio y maravillados al contemplar la entera consagración del siervo a su Señor y a su obra. El lector debe leer y releer las palabras mismas del apóstol, pues la misma riqueza de tan elevado ejemplo impide un análisis completo de la sección.
Humildad y lágrimas (Hch 20:19). No se consideraba como el fundador de una filosofía, despotricando en las aulas de Tirano para el asombro de las multitudes, sino como el ministro del Señor que siempre sería ?siervo inútil? por el hecho de que la deuda de amor a su Señor fue inconmensurable. Las lágrimas no son lamentaciones producidas por el dolor de las aflicciones, ni muchísimo menos lágrimas de despecho porque los hombres no le concedían lo que imaginaba merecer, sino una honda asociación con Cristo en la titánica lucha (?agonía?) contra el mal, el mundo, la carne y el diablo, unida con la profunda simpatía de quien sabía ?llorar con los que lloraban?.
La presión de las pruebas, (Hch 20:19). ?Y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos?. He aquí el revés del brillante paño que presentaban los triunfos del Evangelio en el capítulo 19. Los judíos no podían influenciar a los magistrados en Éfeso en contra de Pablo, pero urdían sin cesar complots que ponían en constante peligro su vida, utilizando cualquier medio con el fin de quitarle de en medio. Pablo era hombre al fin, y la tensión nerviosa debió ser tremenda.
La fidelidad del ministerio (Hch 20:20). ?Nada que fuese útil he rehuido de anunciaros?, ?no he rehuido de anunciaros todo el consejo de Dios? (Hch 20:20,27). A Pablo le importaba poco que sus mensajes gustaran o no a los hombres. Había recibido su comisión del Señor de la gloria, comprendiendo que el valor de la Palabra no consistía en su popularidad frente a tal o cual auditorio, sino en su origen divino. Producía su efecto en los hombres lo mismo si la recibían como si la rechazaban, pues era la Palabra que les juzgaba a ellos, no admitiendo Pablo que ellos fuesen aptos para juzgar a la Palabra. ?Todo lo útil?, ?todo el consejo de Dios?, y si queremos saber más de la sustancia de este ministerio completo y fiel, no tenemos que hacer otra cosa sino empaparnos de sus Epístolas, que encarnan y expresan la multiforme sabiduría que había recibido por revelación divina.
La variedad de los métodos (Hch 20:20-21). Pablo predicaba, exhortaba y enseñaba ?en público y por las casas?. La parte pública se llevaba a cabo mayormente en la sinagoga al principio y en el aula de Tirano después, pero quedaba la necesidad de ponerse en contacto con las familias y los grupos, donde el siervo de Dios podía aplicar su mensaje a los individuos. Las casas de creyentes y amigos servían admirablemente para este ministerio familiar y detallado. Uno llega a cavilar a veces sobre la utilidad de ?capillas? e ?iglesias? de piedras y ladrillos, pensando que además de la ayuda que indudablemente prestan a la Obra del Señor, se ha de tomar en cuenta los perjuicios que surgen de ellas, ya que tantos cristianos se hunden en la pasividad de una vida negativa, creyendo que es el deber de los profesionales proveerles de ciertas dosis de la Palabra, según su gusto, desde el púlpito, sin pensar ni por un momento en que su propio hogar debería ser centro también de testimonio y de obra cristiana: un lugar donde el Espíritu Santo pudiera llevar a cabo sus poderosas operaciones en las vidas de hombres y mujeres. Admitamos la conveniencia de ?lo público? como predicación frente al mundo, pero no perdamos de vista ni por un momento que el ministerio de la Palabra debe complementarse por una extensa labor privada que se vaya infiltrando en todas las células de la vida familiar y social de las naciones. Pablo no sólo variaba sus métodos, sino también cambiaba de auditorios, ya que testificaba solemnemente tanto a judíos como a griegos. El Evangelio es el único remedio para los males de toda alma humana, de modo que el predicador ha de saltar por encima de todas las barreras con tal de llevar el mensaje salvador a todos.
El tema clave del ministerio (Hch 20:21,24-25). Ya hemos notado la riqueza del ministerio de Pablo, que presentaba ?todo el consejo de Dios?, pero eso no excluye facetas relevantes del mensaje que pueden considerarse como claves que sirven para la buena comprensión de todo lo demás:
a) ?Testificando... acerca del arrepentimiento para con Dios y de la fe en nuestro señor Jesucristo? (Hch 20:21). Sería inútil exponer profundas doctrinas ante una persona que no se había arrepentido de sus pecados, buscando a Dios y volviendo las espaldas a la vida antigua. Dios ha provisto además una salvación completa por medio del Señor Jesucristo, quien solo llevó a cabo la Obra de Redención en la Cruz. El alma contrita, pues, ha de colocar su entera confianza en la Persona del Salvador, enlazándose por medio de una fe vital con aquel que murió y volvió a vivir. He aquí la fe salvadora en el Señor nuestro, Jesucristo.
b) Pablo define su mensaje como ?el Evangelio de la gracia de Dios? (Hch 20:24), puesto que su intervención redentora en la Persona de Cristo halla su impulso en su gracia, en aquel favor, nacido de su amor, que busca el bien de todos los seres que ha creado, proveyendo los medios para su salvación y glorificación. Se apunta aquí el contraste fundamental con las religiones sacramentales y de obras, fundadas sobre la idea de que el hombre puede acercarse a Dios por los medios que él mismo llega a idear, presentando a Dios algo que le agrade y que facilite el camino al Cielo.
c) Su mensaje constituía, además, la proclamación del Reino de Dios (Hch 20:25) puesto que invitaba a los súbditos rebeldes de Dios a que depusieran su orgullo, que dejasen de buscar otros ?señores? que no eran el Dios único y Creador, aceptando la oferta de perdón y de reconciliación por medio de la cual podrían pasar del reino de las tinieblas al Reino del Amado Hijo. Este es el aspecto más amplio de la predicación del Evangelio.
Los verbos que expresan el ministerio de Pablo en este discurso son los siguientes: ?servir al Señor? (Hch 20:19); ?anunciar? o ?declarar? (Hch 20:20,27); ?enseñar? (Hch 20:20); ?testificar? (Hch 20:21,24); ?amonestar? (Hch 20:31); ?encomendar al Señor? (Hch 20:32). Y todo ello se asocia una y otra vez con el ejemplo que Pablo daba de cuanto enseñaba. Hay un refrán castellano que reza: ?Una cosa es predicar, y otra dar trigo?. Pablo sabía hacer ambas cosas a la vez.
4. La carrera de Pablo (Hch 20:22-27)
Ya hemos tenido ocasión de notar que se trata en estos meses de una fase crítica de la carrera del apóstol, cuando se acababan las grandes expediciones misioneras y se avecinaba el período de los encarcelamientos y del testimonio delante de los grandes de la tierra. Muchos expositores han creído que Pablo subió a Jerusalén movido por una especie de terquedad, determinado a ir él mismo para llevar los fondos a los santos pobres de Jerusalén, rehusando cambiar de proceder ni siquiera frente a mensajes proféticos que prohibían el viaje. A nuestro ver este criterio es equivocado por varias razones de peso:
a) El sufrimiento y el testimonio frente a gobernadores y reyes se habían predicho desde el principio de su llamamiento, siendo elemento esencial de su comisión (Hch 9:15-16).
b) El apóstol era tan ?profeta? como el que más, habiéndole sido concedido, no sólo el don profético, sino también el llamamiento apostólico. Podía equivocarse como hombre, pero recibía clara luz del Señor sobre toda cuestión de doctrina y práctica, llegando sus escritos a tener categoría de ?Palabra inspirada?. No fue posible, pues, que se engañara sobre el significado de la próxima fase de la carrera que había recibido del Señor. Notemos la forma de su declaración aquí, en el momento de dar instrucciones inspiradas a los ancianos de Éfeso: ?Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu?, —igual que en (Hch 19:21) creemos que la referencia es al Espíritu Santo o el Espíritu que operaba poderosamente sobre el suyo propio—, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones. Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús para dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios? (Hch 20:22-24).
Pablo, pues, estaba perfectamente enterado de que le esperaban encarcelamientos y tribulaciones en Jerusalén, pero por encima de todo ello comprendía los términos de su comisión apostólica. Un hombre llevado por mera terquedad no puede declarar en medio de un solemne testimonio dado en el poder del Espíritu Santo: ?Pero en manera alguna estimo mi vida como preciosa para mí, con tal que acabe mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús?.
c) Reiteramos lo que hicimos constar sobre la supuesta ?equivocación? de Pedro y de sus compañeros al nombrar a Matías como duodécimo apóstol en lugar de Judas: que nosotros tenemos que aprender de los apóstoles, dejando de someter a éstos a nuestras capciosas críticas, a no ser que la Palabra misma señale en ellos algún error humano.
Los planes futuros de Pablo (Hch 20:25). Es evidente que Pablo no esperaba ver más a sus hijos en la fe en Éfeso, debido a los planes que maduraba para la evangelización del Occidente después de las visitas a Jerusalén y a Roma. Sin embargo, las referencias a Mileto y a otros sitios del Oriente que hallamos en 2 Timoteo (su última carta) muestran que hubo cambio de plan, impuesto probablemente por la intromisión de falsos enseñadores en las iglesias que había fundado. No hay claras noticias de la evangelización de España que proyectaba, pero sí de Creta (Tit 1:5). No es seguro, sin embargo, que Pablo hubiese vuelto a la misma ciudad de Éfeso, adonde envió a Timoteo más adelante (1 Ti 1:3). Nuestra interpretación del versículo 25 depende del alcance de su visión profética en el momento de dirigirse a los ancianos, y lo cierto es que, en términos generales, su servicio entre ellos había tocado ya a su fin.
La mención de que no había de verles más motiva la ?protesta? o defensa del (Hch 20:26), declarando Pablo que se hallaba limpio de la sangre de todos los hombres por haberles anunciado claramente todo el consejo de Dios, sin parcialidades y sin someterse a las limitaciones que atan a quienes buscan el favor de los hombres. ¡Ojalá que nosotros, los siervos de Dios que estudiamos este gran ejemplo, pudiéramos hacer la misma declaración delante del Maestro de nuestro servicio y frente a todos nuestros hermanos!
5. Los guías y el rebaño (Hch 20:28-31)
Los pastores. No hace falta repetir lo que dedujimos arriba sobre las designaciones y el cometido de estos siervos de Dios. Pablo les avisa que no podrán pastorear la grey si no miran primeramente por ellos mismos, manteniendo aquel contacto con el Príncipe de los pastores que sólo les podrá capacitar para atender a las necesidades de las ovejas. ¡En cuántas ocasiones la ruina del rebaño ha empezado precisamente por los fallos de los guías llamados a cuidarlo! El apóstol preveía que después de su partida se habían de levantar hombres que hablarían cosas perversas aun dentro de las filas de los mismos presbíteros, que obrarían con fines partidistas y movidos por las ambiciones del ?cargo? (Hch 20:30). A pesar de la flaqueza humana, lo que era de Dios había de prosperar en las manos de los fieles que pastoreaban la grey según el ejemplo del Pastor Hermoso de (Jn 10).
Según su carácter de ?episcopoi? (?vigilantes?), éstos tendrían que luchar también contra los ?lobos? que harían incursiones desde afuera (Hch 20:29), y quizás hemos de entender sobre todo los enseñadores de doctrinas falsas, tales como los gnósticos, más bien que a los perseguidores del Imperio Romano que en tiempos futuros habían de diezmar el rebaño.
Con todo, no hemos de dejarnos llevar por impresiones pesimistas al leer estas solemnes amonestaciones y predicciones. Es verdad que, andando los siglos, la lámpara del testimonio de Éfeso fue quitada de su lugar (Ap 2:5), pero no sin haber dado su brillo en medio de las tinieblas del paganismo para la bendición de miles de almas durante muchos siglos; los ?vencedores? habían de comer del árbol de vida que está en medio del Paraíso de Dios. La historia de Éfeso nos recuerda que hemos de considerar la trayectoria del testimonio de las iglesias locales dentro de la perspectiva de la Eternidad, sin fijarnos demasiado en las fluctuaciones que pudiera sufrir en un determinado punto geográfico.
Al imperativo ?mirad por vosotros? en (Hch 20:28) corresponde el otro ?velad? de (Hch 20:31), por el que Pablo inicia la última fase de sus exhortaciones y encomendaciones.
6. Dios y el rebaño (Hch 20:28)
El cometido de los ancianos se revestía de tanta importancia y solemnidad por cuanto habían sido colocados por el Espíritu Santo como pastores de la iglesia de Dios, que él había adquirido con su propia sangre. Quedamos, pues, con la extraordinaria expresión de ?la sangre de Dios?, que podría concebirse como una especie de abreviatura de la doctrina de la Trinidad y de la Encarnación, siendo la Víctima del Calvario Dios verdadero manifestado en carne. Hallamos un caso parecido en la frase (impropia en sí) de (1 Co 2:8): ?crucificaron al Señor de la gloria?. Hay otra posibilidad que señala el Prof. F.F.Bruce y otros eruditos: la frase griega (?dia tou haimatos tou idiou?) puede traducirse: ?por la sangre del Suyo propio?, o sea, por la sangre del Único, o del Amado de Dios, según la norma de algunos términos análogos de afecto que se han hallado en los papiros. El hecho fundamental del sublime precio de la redención de cada iglesia local se destaca por igual de todos modos, y recordamos la expresión de Pedro: ?Fuisteis rescatados... no con cosas corruptibles como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros? (1 P 1:20).
Volveremos a subrayar que sólo el Espíritu Santo puede colocar a los guías que han de dirigir rebaños comprados por precio tal. Si alguien ocupa un ?cargo? que se llama el de ?pastor? o de ?anciano? o de ?obispo?, sin haber recibido el carisma del Espíritu y sin dedicarse con humildad y celo a la labor de pastoreo según la guía de la Palabra, no pasa de ser un usurpador que comete sacrilegio al manejar carnalmente las cosas sagradas del Templo de Dios, y eso sin hacer distinciones entre un determinado sistema eclesiástico u otro, dentro de la confusión que reina hoy en día en lo que se llama la Iglesia Visible.
7. Encomendación y ejemplo (Hch 20:32-35)
El tema del ejemplo del apóstol durante su ministerio en Éfeso sigue hasta el fin, pero en la última fase de su discurso se asocia con su encomendación de los ancianos ?a Dios y a la Palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados? (Hch 20:32). No se trata de meras frases de amable despedida, basadas en una cortesía banal o en las costumbres de la época, pues Pablo intercedía de todo su corazón por los santos y por sus guías, presentándoles constantemente delante del Trono. Él se marchaba, de modo que no podían contar más con sus sabios y afectuosos consejos. Pero habían de llevar a cabo su cometido en la presencia del Señor a quien servían; el que era poderoso para cumplir su propósito en cuanto a cada uno de ellos, como también en cuanto a su responsabilidad como ?presbiterio? de la iglesia en Éfeso. En sus manos, pues, les encomendaba el apóstol, pensando al mismo tiempo en el momento en que tomarían posesión de su herencia entre los santificados ya preparada para todos los fieles siervos de Dios.
El ejemplo en este caso es el del abnegado servicio de Pablo que, lejos de buscar ganancias materiales por medio de sus destacados servicios, había provisto para su sostén y el de sus compañeros por medio de los trabajos de sus propias manos al ejercer su oficio conjuntamente, es de suponer, con Aquila y Priscila. Por todo ello, dice: ?En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados y recordar las palabras del Señor Jesús —inéditas en cuanto a los cuatro Evangelios canónicos— que dijo: más bienaventurado es dar que recibir?. Hallamos aquí la explicación de su insistencia al trabajar con las manos siempre que fuese posible, pues quería dejar delante de las iglesias tan excelso ejemplo del gozo y de la felicidad de poder dar a otros abundantemente, tanto de lo espiritual como de lo material, a costa de los esfuerzos propios. No por eso hemos de olvidar sus mismas enseñanzas sobre los medios normales para el sostén del obrero y de la necesidad de que cada hermano trabaje con las manos —o la cabeza— para proveer lo necesario y tener de sobra para la Obra de Dios y las necesidades e los demás.
Aparte de las manos del mismo Señor, llenas de gracia, es dudoso si en toda la historia de la Iglesia se hayan levantado otras de siervo de Dios alguno que derramaran tantas bendiciones como las de Pablo (Hch 20:34). Era mayordomo de grandes tesoros, gracias a sus destacadas dotes naturales y espirituales y a las revelaciones que había recibido del Señor, pero lo derramaba todo, no guardando nada para sí, llegando a aquel extremo ejemplar de mantenerse a sí mismo y a colegas que podríamos considerar de menos categoría por medio de un trabajo manual duro e ingrato. No todos son llamados a los mismos métodos, pero todo siervo de Dios debe contemplar el ejemplo dado y procurar beber en los mismos celestiales manantiales de la gracia divina.
8. La despedida (Hch 20:36-38)
Agradecemos mucho a Lucas las sencillas y certeras pinceladas de este cuadro final de las horas de comunión con los ancianos de Éfeso, ya que ilustran hermosamente las bendiciones de la intimidad de la familia cristiana. Las exhortaciones y los solemnes avisos se han terminado, y Pablo, rodeado de sus hijos en la fe y amados colegas en la obra, cae de rodillas con toda naturalidad para orar con todos ellos (Hch 20:36), seguramente encomendándoles al Señor en oración según el sentido de la última fase de su discurso.
Los varones se hallan muy conmovidos, sobre todo por pensar que no habían de ver más el rostro de su amado maestro, echándose sobre su cuello para darle el efusivo abrazo oriental. Algunos piensan en Pablo como el severo teólogo, siempre preocupado por la sana doctrina y la disciplina, pero Los Hechos y las Epístolas, bien estudiados, le revelan no sólo como el cuidadoso ?padre? que dirige los pasos de sus hijos, sino también como la madre tan llena de tierno amor como ?la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos? (1 Ts 2:7). Por eso el apóstol despertaba en sus hijos espirituales, no sólo la reverencia que correspondía a su obra y a sus sublimes enseñanzas, sino también el tierno afecto que evocaba su disposición tan inclinada (en Cristo) al amor que ?es sufrido, benigno, que no tiene envidia... que no busca lo suyo, que no se irrita... que se goza en la verdad... que todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera y todo lo sufre? (1 Co 13:4-7).
Con los ojos arrasados aún por las lágrimas, la pequeña compañía pasa por las calles de Mileto y desciende al puerto, no dejando a Pablo hasta verle embarcado; y aun podemos pensar que los hermanos no dejaron el muelle hasta que la vela latina de la embarcación desapareciera detrás del promontorio, señalando su desaparición el fin de una época tanto para ellos como para el apóstol.

Temas para meditar y recapacitar

1. Intente la descripción del siervo de Dios según el modelo que se destaca del discurso de Pablo frente a los ancianos de Éfeso.
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
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