Estudio bíblico: El llamamiento de Moisés - Exodo 3:1-4:31

Serie:   El libro de Éxodo   

Autor: Ernestro Trenchard y Antonio Ruiz
Email: antonio_ruiz_gil@hotmail.com
España
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El llamamiento de Moisés (Exodo 3:1-4:31)

La teofanía y el llamamiento (Ex 3:1-12)

Moisés en la región de Horeb (Ex 3:1). Ya hemos notado que Moisés se veía obligado a llevar los rebaños de su suegro a pastos distantes, aprovechando hasta los lejanos parajes de la península de Sinaí. Así adquiría conocimientos de una región que, después del éxodo, había de ser el escenario de su misión. Jehová le señala esta coincidencia en el versículo 12. Horeb es nombre alternativo para Sinaí, y el texto exacto indica que se hallaba al lado occidental del desierto desde el punto de vista de Madián.
El Ángel de Jehová (Ex 3:2-3). Con la sobria economía de palabras, que es una de las características de la revelación del Antiguo Testamento, se describe aquí una manifestación a Moisés del "Ángel de Jehová", relacionándose la visión con el momento determinado para la liberación de Israel de Egipto. Posteriormente el "Ángel de Jehová" habla con plena autoridad divina, declarando que es Jehová mismo, Dios de Abraham, Isaac y Jacob. La dificultad que existe al describir manifestaciones del Dios infinito y eterno a hombres en la tierra parece ser el motivo del uso del título "Ángel (mensajero) de Jehová", que viene a ser una ayuda para la comprensión de quienes reciben la revelación. A la luz de pasajes como (1 Co 10:4), es permisible pensar que el "agente", que obraba en tales revelaciones, ha de identificarse con el Hijo Eterno, quien siempre ha sido, es y será el "Mediador" entre Dios y los hombres. Con todo, no hemos de caer en el error de pensar que la doctrina de la Trinidad llegara a revelarse claramente en el Antiguo Testamento, pues, a lo sumo, hallamos indicios que se iluminan por la revelación posterior y completa de Dios en Cristo. Por medio de teofanías (manifestaciones de Dios), Dios se revelaba parcialmente a sus siervos conforme a los infinitos recursos de su omnipotencia, sin que llegara a constituir en manera alguna una "encarnación".
El arbusto que ardía y no se consumía (Ex 3:2-3). El término "zarza" se traduce mejor por "arbusto", tratándose sin duda de uno de los muchísimos arbustos espinosos resistentes al calor y la sequedad que se hallan en la Península de Sinaí. No extrañaría a Moisés ver arder un arbusto, pero lo que le llamaba la atención era que el arbusto ardía en llamas y no se consumía. Podemos suponer también que había algo en la calidad de "la llama" que la distinguía de un mero incendio, pues se trataba de una manifestación de la gloria del Señor. Esta forma de darse a conocer convenía al momento del desarrollo del plan de la redención, y sin deseos de alegorizar indebidamente, hemos de pensar en que el arbusto es algo muy humilde, muy terrenal, de poca utilidad en general; sin embargo, hubo de servir como instrumento para manifestar la gloria de Dios. No sólo eso, sino que ardía sin que se consumiera, que es algo contrario a nuestra experiencia, pero que ilustra los caminos de Dios.
Israel constituía tal "arbusto", siendo nación pobre, rebelde y, en aquel momento, sujeta a la servidumbre. Sin embargo, era el "arbusto" que Dios escogió para manifestar su gloria por transmitir su revelación, y él mismo garantiza su permanencia, pese a los fuegos que los odios humanos han encendido tantas veces en el curso de la historia para la destrucción del pueblo escogido. Moisés mismo había de lamentar su flaqueza y su falta de preparación, pero tuvo que aprender la lección del "arbusto", tan humilde y tan inútil, que ardía y no se consumía, confirmándose su comisión pese a sus protestas. Aun nos atrevemos a incluir al mismo Señor dentro de esta perspectiva, puesto que el profeta había de escribir de él: "... raíz de tierra seca; ... no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, más sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres ... escondimos de él el rostro...". Sin embargo "verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho ... y con los fuertes repartirá despojos" (Is 53:2-3,11,12). Los hombres no veían más que un arbusto en tierra seca, pero el apóstol Juan declaró: "Y aquel verbo fue hecho carne ... (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad". Y añade: "A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo ... le ha dado a conocer" (Jn 1:14,18). Moisés se acordaría muchas veces de la lección del arbusto que ardía y no se consumía a lo largo de los cuarenta años de su servicio al frente de un pueblo que tantas veces producía más espinos que fruto, sin dejar de ser instrumento para la revelación de la gloria de Dios.
La vocación en tierra santa (Ex 3:4-5). El espíritu investigador de Moisés le llevó a acercarse a la extraña llama, pero la Voz le previno contra la precipitación de una mera curiosidad. La reiteración del nombre del siervo llamado —"¡Moisés! ¡Moisés!"— es muy típico de tales momentos, y subraya tanto la urgencia del llamado como su carácter personal, pues Moisés, y no otro, había de ser el instrumento en las manos de Dios para la consecución del gran propósito de liberación. También es típica la respuesta: "Heme aquí", siendo la frase de rigor por la que el criado se ponía a la disposición de su dueño (Gn 22:11) (1 S 3:10) (Hch 9:10) (Gn 37:13). Por su importancia histórica, la vocación de Moisés puede compararse con el llamamiento de Abraham. Éste dio principio a la vida de la nación, con el anuncio del propósito de Dios en orden a los descendientes del patriarca (Gn 12:1-3), mientras que aquella —la vocación de Moisés— había de iniciar el largo proceso por medio del cual una raza de esclavos había de ser constituida en una nación, "eje" de los propósitos de Dios en el mundo.
Aquella tierra desértica no era santa en sí, pues participaba de la materialidad de toda extensión del suelo terrestre. Tampoco hemos de pensar que Dios confería una santidad especial a la región de Horeb, aunque allí había de manifestarse más tarde con el fin de promulgar la ley. Se trata de la santidad de la presencia de Dios, que convierte en "santuario" todo lugar donde se manifiesta. Moisés llevaría ya las sandalias de los pastores de las tierras orientales, y no el elegante calzado de un príncipe de Egipto, pero, según un acto bien comprendido aun en las antiguas tierras bíblicas, había de quitarlas como señal de reverencia al apreciar que se hallaba en la presencia del Altísimo. En días futuros Dios había de conceder a Moisés un trato más "familiar" que a ninguno de sus siervos del Antiguo Testamento (Nm 12:1-8), pero la comunión entre Dios y la criatura ha de empezar por el reconocimiento de la distancia infranqueable que existe entre ambos, aparte de la gracia de Dios quien provee los medios para el encuentro.
El primer anuncio del nombre (Ex 3:6). Volveremos a meditar en el "nombre" por el cual Dios se revela a Moisés, que constituye el tema central de varios versículos, notando aquí que este primer anuncio sirve para enlazar la experiencia de Moisés con lo que ya sabía del llamamiento de Abraham padre de la raza: "Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob". "Tu padre", en número singular, enfatiza el valor de la promesa original, que fue concedida a Abraham, y a nadie más, extendiéndose luego la bendición a su hijo y nieto, que recibieron manifestaciones personales de parte de Dios que confirmaron la revelación primigenia concedida a Abraham mismo. Pese a la falta de declaraciones específicas y explícitas, hemos visto que Moisés, de necesidad, había sido hecho partícipe de las tradiciones de sus antepasados, por medio de los ancianos de Israel en Egipto, por medio de los recuerdos familiares de su tribu de Leví, y a través del estudio de las crónicas, o "generaciones", cuya existencia se refleja en la composición del libro del Génesis. Es evidente que Moisés poseía la información necesaria para poder relacionar la teofanía con los comienzos de la historia de su nación. Al comprender la majestad de quien se dignó revelarse por medio tan extraño, Moisés no sólo se descalzó, sino que "cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios". De nuevo se trata de un acto de profunda reverencia, delatando la actitud interna tan necesaria para la recepción de las revelaciones que Dios quería dar de sí mismo. En varias ocasiones análogas, los siervos de Dios temen la muerte por haber estado en la presencia de Dios (Is 6:5).
El anuncio de la intervención de Dios para la liberación de su pueblo (Ex 3:7-9). Se repiten aquí términos antropomórficos parecidos a los anteriores de (Ex 2:24-25), expresándose el autor como si Dios acabara de "ver" la aflicción de su pueblo en Egipto, "oyendo" su clamor y llegando a conocer sus angustias. Así se da a conocer gráficamente que el Altísimo tenía pleno conocimiento de la situación de Israel, a pesar de que no había dado mensaje alguno a su pueblo escogido a través del prolongado período de opresión. La determinación de intervenir se expresa por el mismo medio: "Y he descendido para librarlos de la mano de los egipcios y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena..." (Ex 3:8). Detrás de estas formas sencillas y directas, como si se tratara de acciones humanas, hemos de observar algo muy importante: el Dios que se revela a través de las Sagradas Escrituras relaciona sus mensajes con actos concretos, que pueden ser comprobados en la historia de los hombres. Es un caso único en la historia de las religiones, y llega a su culminación en la manifestación de Dios en Cristo, que fue llevado a cabo en su "debido tiempo", en una época determinada de la historia. Así la verdad de la revelación judeocristiana se salva de las nebulosidades de las leyendas de los sistemas politeístas como también de meras teorías religiosas o filosóficas, puesto que se funda en hechos reales, de verdadero valor histórico. La intervención que Dios anuncia en este contexto —y que halla su culminación en el éxodo— es quizá la más importante de todas las del Antiguo Testamento, relacionándose muy estrechamente con la obra final de la redención.
La tierra prometida (Ex 3:8-9). La promesa que Dios renovó, al manifestarse a Moisés, tiene dos vertientes principales. Por una parte el pueblo de Israel ha de ser librado de su aflicción, pese a que el opresor es el faraón del imperio egipcio; por otra parte se vuelve a subrayar la promesa de posesionarse de la tierra de Canaán, ocupada a la sazón por los pueblos que se mencionan en (Ex 3:8). Estas listas —a veces se habla de siete naciones— se repiten en distintos lugares, con ligeras variaciones, y corresponden a la realidad histórica de la ocupación de Canaán en aquella época. La tierra era la amada de los patriarcas, cuya posesión se garantiza a Israel por medio de repetidas promesas divinas. Quizá Canaán, comparada con algunos países fértiles y bien desarrollados de tiempos modernos, no nos parece tan buena y tan ancha, ni tan digna de la descripción proverbial de "tierra que fluye leche y miel" (versículo 8), pero los esfuerzos recientes de los israelíes que han vuelto a ocupar la patria de sus antepasados muestran que, con trabajos bien dirigidos y la provisión de agua, Canaán puede llegar a ser extraordinariamente fértil. Y acordémonos de que la promesa original —cumplida durante partes de los reinados de David y de Salomón— incluye todas las tierras desde el río de Egipto y el Mediterráneo hasta las aguas medias del rio Éufrates, que, por cierto, es "tierra ancha". De todas formas fue muy evidente la voluntad de Dios de que esta tierra fuese escenario de sus grandes obras redentoras, siendo "centro" de todos los países del mundo desde el punto de vista de desarrollo de los propósitos divinos. Mucho se ha cumplido ya en este sentido —lo primordial de la obra de la redención— de modo que podemos estar seguros también que se cumplirá lo que aún falta de lo prometido.
La comisión de Moisés (Ex 3:10-12). Dios revela el propósito de la teofanía, diciendo a Moisés: "Te enviaré a Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel". Echa mano sobre su instrumento escogido que había preparado por disciplinas prolongadas, y a veces, penosas. Moisés, y no otro, había de ser el caudillo que se enfrentara con el faraón del día, y que sacara del cautiverio a Israel. Las objeciones que adelanta el siervo no podrán mudar el propósito de Dios.
El que antes había pensado que los ancianos de su pueblo reconocerían su capacidad y vocación como medio de su liberación, contesta ahora, después de cuarenta años en la "escuela" del desierto: "¿Quién soy yo para que vaya a Faraón y saque de Egipto a los hijos de Israel?". Ya no era aquel hombre, de porte autoritario y un tanto arrogante, que había matado al egipcio. No le faltaba nada en cuanto a salud, pese a sus ochenta años, ni habían de flaquear sus fuerzas físicas y mentales durante otros cuarenta años más, pero ya no se sentía seguro de sí mismo, y se daba perfecta cuenta de que sus conocimientos y crianza no bastaban para cumplir tal misión. Sin embargo, habiendo soltado las armas carnales y apreciando su propia flaqueza, ya se había convertido en el instrumento que Dios podría utilizar. Frente al retraimiento de Moisés, Dios insiste: "Vé, porque yo estaré contigo" y le hace saber que, pasado el tiempo había de guiar el culto del pueblo libertado en aquel mismo monte de Sinaí. No se trataba de los merecimientos del instrumento, sino de la mano de Dios que había de utilizarlo. Esto debiera haber silenciado las objeciones de Moisés, pero las dificultades que presenta dan lugar a renovadas revelaciones de parte de Dios, además de poner de relieve la verdadera modestia —ya exagerada— del arrogante príncipe de antaño.

La revelación del nombre de Jehová (Ex 3:13-22)

"¿Cuál es su nombre?" (Ex 3:13). Moisés piensa que el mero anuncio de que el Dios de Abraham, el Dios de los patriarcas, le había aparecido, no bastaría para convencer a los ancianos de Israel de la realidad de su misión. Supone que le han de preguntar: "¿Cuál es su nombre?". Recordemos que cada pueblo tenía su dios tutelar, conocido por el nombre especial que correspondía a su relación específica con la nación. No es fácil para nosotros adentramos en el pensamiento de Moisés, ni creernos que su alcance se agota por analogías con el mundo pagano. El Dios que se comprometiera a sacar a su pueblo de Egipto había de revelarse de una forma diáfana, no sólo como el Dios de Abraham, sino como "Jehová", el que inició la vida a la raza por conceder un hijo a dos personas "muertas" desde el punto de vista de la generación humana. ¿Se podría saber más del Dios de Abraham? De todas formas, Dios no reprende a Moisés sino que le responde con toda claridad, dándole a conocer el contenido del nombre único, que había de ser el suyo por todos los siglos (Ex 3:15).
El nombre de Jehová (Ex 3:14-15). Advertimos aquí que seguimos empleando la forma de "Jehová" con el fin de no confundir al lector que siempre la ha visto y utilizado en su estudio bíblico. Conviene explicar, sin embargo, que sólo se conocen las consonantes del nombre sagrado, que son YHWH en hebreo. Los judíos tomaban tan en serio el tercer mandamiento —"No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano"—que dejaban de utilizar la forma original aun en la lectura pública de las Escrituras. Cuando las vocales empezaban a escribirse —al principio el hebreo se escribía sólo con las consonantes— empleaban las del otro nombre divino, "Adonai", para poder pronunciar de alguna forma el YHWH sin el riesgo de traducciones del mundo cristiano. Así se ha generalizado su uso, pero muchos modernos prefieren YAHWEH, que casi seguramente corresponde a la forma original.
"YO SOY EL QUE SOY" o "YO SERÉ EL QUE SERÉ", es una especie de definición del nombre YAHWEH, explicando su contenido intrínseco, ya que se deriva del verbo hayah (ser). Jehová (Yahweh) es el que existe por derecho propio, que siempre era, es y será. Así dio significado al NOMBRE ya conocido por los patriarcas, y que constituía una promesa viva y eterna de socorro para su pueblo. Las circunstancias podrían cambiar, fuerzas humanas se levantarían, amenazadoras, en contra de Israel, pero YAHWEH siempre sería el Eterno, sin cambios ni mudanza de su Ser. He aquí una buena contestación a la posible pregunta: "¿Cuál es (el significado de) su nombre?".
El encuentro con los ancianos de Israel profetizado (Ex 3:16-18). Estos versículos reiteran las declaraciones anteriores en vista de las objeciones de Moisés, prometiendo Dios que los ancianos de Israel han de reconocer la misión del siervo del Señor apoyándole en su petición a Faraón. Primeros indicios de las reacciones del faraón (Ex 3:18-19). Para Faraón Jehová había de ser "el Dios de los hebreos", y la petición, que pondría a prueba el corazón del monarca, fue la de salirse el pueblo camino de tres días para ofrecer sacrificios al Dios que había vuelto a manifestarse a su pueblo. No debiéramos perder tiempo en preguntar si esta primera petición constituía o no un sencillo pretexto, pues nos faltan factores para juzgar tal cuestión. Es probable que el propósito de liberación fue evidente desde el principio, tanto para los israelitas como para los egipcios, pero el intento se expresaba según las fórmulas y el protocolo de aquellos tiempos. Si Dios mismo sugería la forma de la presentación de la petición, ¿quiénes somos nosotros para ponerla en tela de juicio? Moisés aprendió en seguida que no habría de haber reacción fácil de parte de Faraón, pero ya hemos considerado —y volveremos al mismo tema— que una salida fácil no era deseable. Egipto tenía que quedar como tierra devastada por una guerra prolongada si los israelitas habían de constituirse en nación en condiciones de seguridad, en los parajes, no lejanos, de la península de Sinaí. Además, el pueblo mismo necesitaba aprender más y más de Jehová, y tales lecciones sólo podían darse por medio de repetidas obras divinas. "Yo extenderé mi mano y heriré a Egipto con todas mis maravillas", dice Dios, profetizando el curso de los acontecimientos desde la primera plaga hasta la destrucción del ejército egipcio en el mar Rojo.
"Despojaréis a Egipto" (Ex 3:21-22). Nos choca esta advertencia y predicción, y más después de la declaración solemne del nombre de Jehová, intercalándose en conversaciones que determinan el envío de Moisés como embajador de Yahweh a Egipto. Pero, de nuevo, hemos de prevenir al lector contra reacciones y comentarios que surgen de otra mentalidad y de otros tiempos. Fue importante que los israelitas, después de tantos años de servicio forzado, no saliesen desnudos de la tierra que había aprovechado sus trabajos, en lugar de permitirles el desarrollo económico normal de un pueblo diligente y capaz. Se predice el momento, después de la muerte de los primogénitos, en que los egipcios darán cualquier cosa para quitar a los israelitas de en medio de su país. Pero éstos habitaban sus buenas casas, que habían de abandonar, juntamente con otras posesiones, y la única forma de "compensación" sería el regalo de oro, joyas, etc., de parte de los egipcios. Delante de Dios no hay cosas pequeñas ni grandes en sí, y es Él quien hizo esta provisión para su pueblo de la única forma posible y como él quería. Comparado con sus altos designios nuestro criterio resulta ser algo muy limitado e ineficaz.

Las señales provistas como credenciales (Ex 4:1-9)

La incredulidad de Moisés (Ex 4:1). Pese a las explicaciones detalladas que Dios le ha dado, Moisés persiste en presentar objeciones; quizá su experiencia anterior, al ser rechazado como caudillo de su nación, influye ahora en su ánimo, mezclándose quizá algo de resentimiento con su incredulidad. Estaba bien que hubiera perdido la precipitación arrogante de su intento de hacía cuarenta años, pero ya va al otro extremo al no aceptar las claras instrucciones del Señor. Más tarde renovadas experiencias de las obras de Dios habían de reforzar notablemente su fe.
Las señales (Ex 4:2-9). Los milagros de la Biblia casi siempre sirven como credenciales para los siervos de Dios cuando emprenden una nueva misión frente a potencias humanas aparentemente invencibles. Aquí, en primer término, se trata de señales que habían de convencer a los israelitas de la genuinidad de la misión de Moisés. En segundo término, habían de iniciar la manifestación del poder de Dios frente al trono de Egipto. Dios no argumenta con su siervo, sino que le señala un remedio para la posible incredulidad de los jefes del pueblo de Israel. La "vara" sería algo diferente del cayado de un pastor, ya que había de servir como símbolo del poder de Dios tanto en el palacio de Egipto como en la ribera del mar y en el desierto. Las señales no habían de fundarse sobre cosas extrañas y exóticas, sino sobre lo que más a mano hallara el siervo del Señor: "¿Qué es eso que tienes en tu mano?... Una vara" (versículo 2). Este instrumento tan sencillo, echado en tierra según el mandato del Señor, fue convertido en serpiente, ante la cual Moisés huía. Pero la misma voz proveyó el remedio, que exigió valor y fe: "Extiende tu mano y tómala por la cola". Parando de correr, y obedeciendo el mandato, Moisés vio cómo la serpiente volvió a convertirse en su conocida y apreciada vara. Quizá Moisés mismo fue el primero que necesitara la señal, con el fin de aprender lo que Dios pudo hacer con medios sencillos, de qué forma la fe, la obediencia y el valor pudieron vencer peligros mortales.
La señal de la mano leprosa (Ex 4:6-7). La mano leprosa que se vuelve a sanar al ser metida en su seno parece más misteriosa, pero es posible que los médicos tengan diferentes opiniones sobre los síntomas de lo que se llama "lepra" en el Pentateuco, y algunos piensan que no se trata de la enfermedad que ahora se diagnostica como tal. Pero poco importa para el caso actual. La enfermedad fue muy temida e incurable por los medios sanitarios de entonces. La señal parece indicar que, por la voluntad de Dios, Moisés podría realizar obras de juicio, pero a la vez el poder divino haría posible el remedio. En este caso, como en el primero, todo dependía de la obediencia del siervo. Podemos pensar también que la lepra señalaba simbólicamente que existían graves males morales aun en el seno de Moisés, hallándose la sanidad en la gracia y el poder de Dios al ser aprovechadas por la obediencia del siervo.
La propuesta señal del agua del Nilo convertida en "sangre" llegó a ser, en escala mayor, la primera plaga que cayó sobre Egipto, y no se dice nada de su uso anterior tal como se describe en el versículo 9. La rebelión manifiesta de Faraón apresuró el desarrollo de los juicios divinos. Ya hemos aprendido que el agua del Nilo constituía la "vida" de Egipto, y su conversión en "sangre" indicó que Dios podía cambiar su vida en muerte. "Sangre" no necesita entenderse como el líquido sanguíneo que riega el cuerpo humano, sino que la presencia de microorganismos del color de la sangre convertía las aguas saludables del Nilo en algo dañino para las cosechas. No eran días en que se practicaban "análisis de sangre", cuya composición química era completamente desconocida entonces y hasta años recientes. El lenguaje es lo que se llama, técnicamente hablando, "fenomenal", o sea, el escritor describe lo que observa según las apariencias de las cosas y acontecimientos, empleando términos conocidos tanto por el como por sus lectores.

Moisés ha de recibir la ayuda de su hermano Aarón (Ex 4:10-17)

Moisés alega su dificultad para expresarse (Ex 4:10-12). Moisés se agarra a otra disculpa alegando que le falta facilidad de expresión, que era don aparentemente necesario si había de actuar como el embajador de Dios y de Israel en la corte de Faraón. Desde luego, extraña ya su obcecación, ya que habla en la presencia del Señor, proclamado como YAHWEH. La gracia de Dios es muy patente en su respuesta a su siervo ya que señala el hecho obvio que el Dios que crea la boca bien puede llenarla con el mensaje que él mismo entrega a su portavoz, llegando a decir: "Yo estaré con tu boca y te enseñaré lo que hayas de hablar". ¿Qué más garantía quería Moisés?
La promesa de la ayuda de Aarón (Ex 4:13-17). La expresión inicial del versículo 13 muestra un espíritu francamente rebelde, pues, pese a las repetidas declaraciones de Dios en cuanto a la misión de Moisés, éste se atreve a decir, en efecto: "Manda a quien quieras, con tal que no sea yo". El "enojo" de Jehová es otra expresión antropomórfica que manifiesta el desagrado de Dios frente a todo espíritu de rebelión, bien que, tratándose de un ser inmutable y omnisciente no se ha de entender como una ráfaga de ira que se inflamó en aquel momento. La lección es clara y terminante, bien que, de nuevo, el Señor se digna ayudar a su siervo en su gran flaqueza. Aarón, hermano mayor de Moisés, era elocuente y precisamente se hallaba en camino con el fin de buscar a su hermano. El instrumento escogido por Dios para recibir sus comunicaciones era Moisés y no podía ser otro. Sin embargo, los mensajes recibidos por él podrían ser comunicados a su hermano que actuaría de "portavoz" en ocasiones públicas. Pero Dios no retira su promesa de ayuda personal a Moisés mismo reiterando: "Yo estaré con tu boca y con la suya y os enseñaré lo que hayáis de hacer" (versículo 15). De hecho, en el desarrollo de los acontecimientos parece ser que Moisés suele ser el portavoz directo de Dios, bien que muchas veces Aarón le acompaña. La ayuda del hermano había de convertirse en un gravísimo problema cuando consintió en ser instrumento para fabricar el becerro de oro. Con todo, Aarón fue confirmado como sumo sacerdote originario del sistema levítico. La vara, consagrada para la ejecución de las señales, no podía faltar.

El regreso a Egipto (Ex 4:18-31)

Moisés se despide de Jetro (Ex 4:18). Un largo intervalo de vida pastoral en la tierra de Madián toca a su fin. Jetro, que tan amablemente había acogido a Moisés recibiéndole como yerno, ha de ser avisado. Tras las breves palabras del versículo 18 hemos de entender las explicaciones que fueran del caso, y la comprensión de parte de Jetro de que su yerno había sido llamado para cumplir los altos fines de Dios en orden a Israel (véase Exodo 18).
El resumen de la comisión (Ex 4:19-23). Según las hipótesis de los defensores de la "teoría documental" de la redacción del Pentateuco esta porción se debería a la pluma de otro escritor, que había recogido una tradición diferente. De hecho, repeticiones y resúmenes son muy típicos de la literatura oriental de la época, y bien que Jehová habla ya desde otro punto de vista —notando que el peligro anterior había pasado, habiendo muerto los enemigos de Moisés (versículo 19)— se adelanta la historia de una forma natural, y el detalle de llevar la vara corresponde exactamente al mandato del versículo 17, siendo algo que no se explica sin la información de la porción anterior.
Las señales habían de servir no sólo para convencer a los israelitas, sino también como introducción y "credenciales" frente al rey de Egipto de parte del Dios de los hebreos. Desde el principio Jehová predijo que el corazón del rey seria endurecido para no dejar ir al pueblo (versículo 21), para los fines que estudiaremos en su lugar. Volveremos sobre este tema difícil examinando la responsabilidad moral del monarca frente a los propósitos de Dios.
Sale aquí por primera vez el hermoso y cariñoso título que Dios aplica a su pueblo: "Israel es mi hijo, mi primogénito" (versículo 22), y Faraón ha de aprender que no podrá despreciar al "primogénito" de Jehová sin arriesgar la vida del suyo, en sentido literal. El título resume el honor y la posición privilegiada del hijo heredero de una familia pudiente. "Israel", al ser escogido para recibir y transmitir la revelación que Dios quiso dar de sí mismo en un mundo que iba en su casi totalidad tras las horribles perversiones de la idolatría, se constituía en cabeza en las naciones, con los privilegios y responsabilidades que correspondían a su rango.
El viaje de Moisés y su familia (Ex 4:20 con 24-26). Largas y penosas jornadas tendrían que hacer Moisés, Séfora y los dos hijos al caminar desde Madián a Egipto atravesando la península de Sinaí. Ya que Aarón le salió al encuentro "en el monte de Dios", o sea, Sinaí, es de suponer que la familia siguió la ruta sur, o sea, la que más se acercaba a la costa de la península. El misterioso incidente que se narra en los versículos 24-26 ha de relacionarse con la aparente objeción que tenía Séfora de que sus hijos varones fuesen circuncidados conforme al rito hebreo, "sello" del pacto abrahámico (Gn 17:10-14). Quizá había otras costumbres y "tabúes" en su tribu madiánita que motivaron esta repugnancia. La "posada" del versículo 14 es "malan" en el hebreo, y consistía en un amplio patio protegido rodeado por pequeñas cámaras sin puertas para el uso de los huéspedes. También había provisión para las bestias de carga. Los huéspedes solían hacer sus propios arreglos. En tan humilde pieza Moisés se siente acometido por una grave enfermedad, que se interpreta por la frase antropomórfica "Jehová le salió al encuentro y quiso matarle". Tanto él como su esposa comprendían que se trataba de un aviso frente a un mandamiento sin cumplir, y por fin Séfora hace a la fuerza lo que debiera haber hecho por espíritu de obediencia. No fue posible que Moisés asumiera el caudillaje de Israel sin que aplicase el sello del pacto abrahámico en la carne de sus hijos. Aquí no se menciona más de uno de los dos, pero seguramente ambos habían de ser circuncidados, o quizá uno ya lo había sido y faltaba su hermano. Es probable que el versículo 25 debiera leerse: "Y tocó sus pies (de su marido) con el prepucio", como evidencia en el cuerpo del enfermo de que se había llegado a la obediencia. La exclamación de Séfora indica que no se hallaba muy identificada con el pueblo de su marido, y ya hemos notado que, en algún momento, volvió a la protección de la casa de su padre hasta después de haberse constituido el pueblo de Israel en el desierto (Ex 18:1-7). Las circunstancias domésticas de los siervos de Dios no siempre corresponden a la altura de su vocación, bien que es más fácil que sea así en las condiciones del Nuevo Testamento.
El encuentro con Aarón (Ex 4:27-28). No sabemos nada de contactos entre los distintos miembros de la familia de Moisés durante los cuarenta años de su destierro, pero eso no prueba que no los hubiera habido, pues Madián no estaba inaccesible desde la tierra de Gosén. Aarón salió al encuentro de su hermano por mandato específico de Jehová, que indica no sólo que existía el conocimiento del Señor en la familia de Amram sino también que Aarón tenía experiencia de recibir comunicaciones divinas. Después del abrazo, los hermanos tendrían mucho que contarse mutuamente, y, sobre todo, interesaba que Aarón comprendiera bien la visión que Moisés había recibido, y la naturaleza de su comisión, en el cumplimiento del cual Aarón había de participar.
La primera reunión de los hermanos con los ancianos de Israel (Ex 4:29-31). Es evidente que la comunidad israelita había elaborado una sencilla organización de gobierno, siguiendo el patrón de los pueblos orientales que, aparte el mando despótico de algún rey o emperador, solían reconocer la autoridad de los hombres de más experiencia, madurez y criterio de las familias, clanes y tribus, como se destaca claramente del estudio del libro de Jacob. Los "ancianos" no perdieron del todo su influencia en Israel, aun después de la fundación de la monarquía, y volvieron a aparecer siglos más tarde en el consejo del sanedrín y en la dirección de las sinagogas. Delante de estos graves varones, Moisés y su hermano dieron a conocer las buenas de que Dios había vuelto a intervenir en la historia de su pueblo, acercándose el momento de su liberación de la esclavitud de Egipto. Según sus órdenes hicieron las señales provistas "delante de los ojos del pueblo", que indica una reunión más amplia que la que se celebró con los ancianos. Después el pueblo había de pasar por varias fluctuaciones de fe y de incredulidad, pero, por el momento, comprendieron que "Dios les había visitado", y "se inclinaron y adoraron". Este acto colectivo de adoración significa que la llama de la fe se había mantenido viva, y abunda más en el pensamiento de que se había producido un avivamiento basado en los recuerdos ancestrales y motivado por la aflicción que impelió al pueblo a "invocar el nombre del Señor".

Temas para recapacitar y meditar

1. Discurra sobre la opresión del pueblo de Israel en Egipto contrastándola con las condiciones favorables que se describen en Génesis 46-50, y notando posibles fases de la misma.
2. Describa el salvamento del pequeño Moisés, haciendo ver cómo se ha de entender la historia sobre el fondo de la vida egipcia de la época, con mención de vocablos, condiciones geográficas de la región, costumbres, etc.
3. Moisés presentó varias objeciones cuando Jehová le llamó con el fin de enviarle a sacar el pueblo de Israel de Egipto. Haga mención de estas objeciones y de la manera en que el Señor las contestó.
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