Estudio bíblico: Jesús: Hombre y Dios - Juan 19:1-8

Serie:   El Evangelio de Juan   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
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Jesús: Hombre y Dios (Juan 19:1-8)

Introducción

Seguimos analizando el juicio que Pilato, el gobernador romano en Judea, estaba llevando a cabo con Jesús, a quien los judíos habían acusado de ser un pretendido mesías que pervertía a la nación y prohibía dar tributo a César (Lc 23:2). Después de un primer interrogatorio, Pilato había concluido que no hallaba ningún delito en él (Jn 18:38), momento en el que debería haber dejado en libertad al Señor, pero ante la oposición de los principales sacerdotes y de las multitudes, el gobernador buscó desesperadamente la forma de liberarle, al mismo tiempo que intentaba complacer a los judíos. Al hacer esto tuvo que abandonar el camino de la justicia y las convicciones para seguir el de la conveniencia personal. Hasta este momento, todos los esfuerzos que había hecho por liberar a Jesús, y los que todavía iba a realizar, resultaron inútiles. De nada sirvió que lo enviara a Herodes con la esperanza de que él resolviera su dilema, o que propusiera al pueblo soltar a Jesús en lugar de Barrabás siguiendo la costumbre judía, y tampoco iba a ayudarle en sus propósitos que golpeara a Jesús a fin de despertar la lástima de las multitudes. Ninguna de sus tácticas funcionó.
En todo caso, nos sorprende ver aquí cómo Pilato, un hombre al que los historiadores han descrito como insensible y cruel, llega a hacer tantos esfuerzos por liberar a Jesús. No hay duda de que había algo en aquel preso que lo diferenciaba radicalmente de todos aquellos otros a los que él había juzgado, y eso a pesar de que a lo largo de sus interrogatorios el Señor llegó a contrariarle en varias ocasiones.
Finalmente se cumplió con toda exactitud lo que Jesús había anunciado que le iba a ocurrir: "le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten, y le crucifiquen" (Mt 20:19). Cuando vemos todas las injusticias que los hombres cometieron contra Cristo nos conmueve profundamente. En realidad, el cuadro que tenemos ante nosotros, cuando todo el pueblo grita al unísono que lo crucifiquen, es el clímax del proceso de alejamiento y rebelión del hombre contra su Creador que había comenzado con la caída de Adán.
Y una vez más, el pasaje que tenemos ante nosotros nos va a obligar a posicionarnos respecto a este juicio. Pilato aprendió que no se puede ser neutral frente a Jesús, y nosotros tampoco podemos serlo. ¿Cuál será nuestro veredicto?

Pilato azota a Jesús

(Jn 19:1) "Así que, entonces tomó Pilato a Jesús, y le azotó."
Fue totalmente injusto que Pilato hiciera azotar a Jesús una vez que había reconocido su inocencia, aun así lo hizo pensando que si lo humillaba y torturaba, de ese modo los judíos se darían por satisfechos y dejarían de pedir su muerte (Lc 23:16). Pero el gobernador no era consciente del grado de odio que aquellas personas sentían por Jesús, por eso, aunque lo vieran completamente herido, sangrando y desfigurado, no por eso se apiadarían y cambiarían de opinión. Seguramente Pilato pensaba complacer a los judíos mientras calmaba un poco su conciencia al no llegar a dar muerte a Jesús, pero su débil sueño fracaso.
Ahora bien, los otros evangelistas parecen situar el momento cuando Jesús fue azotado justo antes de su crucifixión, mientras que Juan lo hace a la mitad del interrogatorio que Pilato estaba llevando a cabo (Mr 15:15) (Lc 23:16-22). No es imposible que Cristo sufriera este tipo de maltratos en varias ocasiones. También debemos tener en cuenta que los romanos tenían distintos niveles de severidad cuando azotaban a los prisioneros. En todo caso, ser azotado, y máxime cuando se acababa de declarar la inocencia del acusado, era my humillante, además de terriblemente cruel. Recordemos que para ello se empleaba un látigo compuesto por un mango de madera corto al que se habían sujetado varias correas de cuero que en sus extremos tenían insertados fragmentos de hueso y diversas piezas de metal. Los azotes se administraban sobre la espalda de la víctima, desnuda y doblegada. Después de que el Señor fuera azotado esta primera vez, ofrecería un aspecto demacrado y completamente ensangrentado.
Pero como decimos, lo más probable es que ésta no fuera la única vez que fue azotado, porque después de que se dictara su sentencia de crucifixión, volvería a ser salvajemente azotado nuevamente. Por lo general, esta flagelación era una preparación para la crucifixión, y tenían como propósito debilitar al reo a fin de acelerar la ejecución. Todo esto explicaría por qué el Señor estaba tan débil que no pudo llevar su cruz. De hecho, esas palizas eran tan salvajes, que a veces las víctimas morían en ellas. En otros casos, los registros de testigos oculares informan de que había flagelaciones tan brutales que dejaban a las víctimas con los huesos y las entrañas expuestas. No debe extrañarnos que el Señor pasara por todo ello, puesto que dada la proximidad del sábado, a nadie le interesaba que los cuerpos quedaran colgados allí por varios días, así que la forma de acelerar el proceso era emplearse a fondo en los azotes.
¡Qué solemne pensar que el Hijo de Dios fue azotado por la manos de sus criaturas! ¡Que las bocas que él había creado eran empleadas para insultarlo y menospreciarlo! Pero como él mismo había anunciado, "esta es vuestra hora, y la potestad de la tinieblas" (Lc 22:53). Desde el día en que el pecado entró en el mundo, la enemistad de la humanidad contra Dios no había hecho sino aumentar, y ahora estamos en su clímax.
Pero los sufrimientos de Cristo, lejos de constituir su derrota, manifestaban el triunfo de la Obra que había venido a realizar. Como siglos antes había anunciado el profeta:
(Is 53:5) "Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados."
La razón de sus sufrimientos tenían que ver con la salvación de los pecadores. La suya había de ser una muerte sustitutoria; "el justo por los injustos, para llevarnos a Dios" (1 P 3:18). Así que Cristo estaba a punto de realizar la expiación del pecado de la humanidad, pero antes de eso, el pecado debía ser revelado en toda su magnitud, y eso es lo que estaba ocurriendo en aquellos momentos. La humanidad entera demostraba su enemistad y rebeldía contra Dios cuando tanto judíos como gentiles, paganos como religiosos, pedían incansablemente que Jesús fuera crucificado. Aquellas personas que creen que son buenas, no se conocen realmente a sí mismas. Aquellos religiosos con caras y vestidos piadosos, también son terribles pecadores que ocultan su maldad del mismo modo que lo hacían aquellos que instigaban a las multitudes para que Pilato sentenciara a muerte a Cristo. Unos y otros tenían un único pensamiento que el Señor ya había descrito: "Este es el heredero; venid, matémosle, para que la heredad sea nuestra" (Lc 20:14).
Pero debemos estar inmensamente agradecidos a Dios y profundamente admirados de su gracia, porque a pesar de nuestra maldad, Cristo se ofreció por nosotros. Él sufrió todas aquellas humillaciones que culminaron con su crucifixión para que nosotros pudiéramos disfrutar de la bendición de Dios si nos reconciliamos con él por medio del arrepentimiento y la fe.

Las burlas de los soldados

(Jn 19:2-3) "Y los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron con un manto de púrpura; y le decían: ¡Salve, Rey de los judíos! y le daban de bofetadas".
La flagelación fue seguida por un simulacro de coronación y saludos burlones en el patio del Pretorio. Ahora era el momento para que los soldados también se "divirtieran" con Jesús. No era algo que Pilato les hubiera mandado, pero salía con toda naturalidad de sus corazones y el gobernador no se oponía a ello. Esa era su forma de entretenerse mientras pasaban las horas en el cuartel.
Puesto que la acusación de los judíos contra Jesús era que se hacía a sí mismo el Rey de los judíos, ellos "entretejieron una corona de espinas y la pusieron sobre su cabeza". Era una forma de burlarse de su supuesta realeza. La corona imitaba a la de los emperadores, pero tenía agudas espinas que pronto causaron heridas en el Señor y llenaron su rostro de sangre.
Desde el punto de vista bíblico, rápidamente relacionamos las espinas con la maldición del pecado (Gn 3:17-18), y aquí se describe a Jesús llevando esa maldición de la naturaleza sobre él mismo.
En todo caso, aunque el Señor llevó una corona de espinas mientras cargaba con la culpabilidad de nuestros pecados, recordamos también que él regresará una segunda vez con una corona de oro para juzgar y reinar a este mundo impío (Ap 14:14).
Los soldados continuaron con sus burlas colocándole "un manto de púrpura". Esta prenda se asociaba también con la realeza, así que probablemente pusieron sobre sus hombros un manto descolorido y viejo de algún soldado con un tinte parecido al de la púrpura real que usaban los emperadores y reyes.
En este punto, como creyentes, recordamos que Cristo vistió este manto de vergüenza y desprecio para que nosotros pudiéramos ser vestidos de vestiduras blancas ante el trono de Dios (Ap 6:11).
Y aunque Juan no lo menciona, por último pusieron un sus manos una caña, simulando un falso cetro (Mt 27:29). Después de esto los soldados continuaron con su burla, acercándose a él para rendirle homenaje y diciendo "¡Salve, rey de los judíos!". Con ello parodiaban una proclamación imperial como la que a veces había tenido lugar en las regiones romanas. Y así imitaban las palabras que serían dirigidas al nuevo emperador romano cuando asumiera el poder imperial: "¡Salve, emperador!".
El evangelista Juan nos dice que le daban bofetadas en la cara, pero Mateo y Marcos añaden que los soldados también se arrodillaban ante él cuando le saludaban, y que en algún momento también comenzaron a golpearle en la cabeza con la caña y a escupirle en el rostro (Mt 27:29:30) (Mr 15:19). Podemos imaginarnos el terrible dolor físico cuando los golpes en su cabeza clavaran aún más profundamente la corona de espinas que antes le habían colocado.
Un trato similar había recibido de parte de los alguaciles judíos (Mt 26:67-68) (Mr 14:65) (Jn 18:22), y de los soldados de Herodes (Lc 23:11).
Tal fue la humillación por la que el Hijo de Dios tuvo que pasar para llegar a ser nuestro Salvador. Pero con este incidente también se cumplía la profecía de Isaías acerca del Siervo sufriente de Dios:
(Is 50:6) "Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos."
En todo este proceso no hay evidencia de que Jesús se haya quejado o resistido, aunque evidentemente podría haberlo hecho, pero cumplía así lo que también había sido escrito acerca de él:
(Is 53:7) "Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca."

"Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!"

(Jn 19:4-5) "Entonces Pilato salió otra vez, y les dijo: Mirad, os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él. Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!"
Cuando Pilato lo considero conveniente, terminaron la flagelación y las burlas de los soldados, y se dispuso a presentar a Jesús ante el pueblo. Parece que primero salió el gobernador romano, creando cierto clima de expectación al anunciar la inminente aparición de Jesús. Luego puso ante los ojos del pueblo un espectáculo patético: Jesús cubierto de la sangre que le corría por la cara, el cuello y todo su cuerpo. Todavía tenía la horrible corona en su cabeza y el manto de púrpura con el que le habían escarnecido los soldados. Y entonces Pilato exclama: "¡He aquí el hombre!".
¿Qué pretendía Pilato con todo esto? Él mismo lo explica: "Mirad, os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él". Lo que parece que se proponía era hacerles creer que después de haberle examinado cruelmente no había encontrado ninguna base para creer que las acusaciones que ellos habían hecho contra él fueran ciertas, y esperaba que viendo el aspecto deshumanizado que Cristo ofrecía en aquellos momentos, los judíos se dieran por vencidos y dejaran de insistir en su crucifixión. Además, si en algún momento había sido un incitador a la sedición, ya no lo sería más, puesto que lo que les estaba presentando era un hombre humillado y despreciado, alguien que difícilmente podría convencer ya a nadie de que era un Mesías. Llegados a ese punto, ¿qué sentido tenía crucificarle? Confiaba seguramente en que los judíos estarían satisfechos cuando le vieran sacar al prisionero con aquel aspecto miserable, y algo de compasión se despertara en sus corazones.
Notemos también las palabras con las que Pilato introduce a Jesús: "¡He aquí el hombre!". ¿Qué quería decir con esto? Ha habido diversas interpretaciones:
A partir del contexto, lo más lógico sería pensar que el gobernador lo estaba presentando con desdén, como "un pobre hombre", alguien indefenso y despreciable, digno de lástima. Éste al que tanto teméis ya no puede hacer nada. Lo presenta como si fuera una locura pensar que una persona así pudiera tener pretensiones de realeza.
Otros interpretan que Pilato estaba hablando con un desprecio fingido, cuando en realidad lo que quería expresar era su admiración por "aquel hombre de verdad", el paradigma del ser humano auténtico, el hombre representativo, el postrer Adán. Es verdad que esta es la interpretación que los creyentes aman, pero el contexto no parece favorecerla de ninguna manera, si bien no hay duda de que Pilato nunca se había encontrado con un hombre como el que tenía delante.
Y los hay que creen que estas palabras sólo significan: "Aquí está el acusado".
En todo caso, de una manera inconsciente, Pilato estaba expresando la singularidad de Jesús, aquel que representa perfectamente lo que es y significa ser hombre. Y ciertamente lo era. Él era el "Hijo del Hombre", el auténtico representante de la raza humana capaz de morir en su lugar y conseguir la salvación de los hombres.
Pero lo cierto es que el aspecto físico de Jesús en esos momentos no resaltaba su humanidad, sino que cumplía lo que el profeta Isaías había anunciado siglos antes, que su rostro sería desfigurado hasta tal punto que no parecería un hombre:
(Is 52:14) "Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres"
(Is 53:2-4) "Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido."
Ahora bien, las palabras de Pilato desafían a todos los hombres a mirar a Jesús en ese estado: "¡He aquí el hombre!", y como decimos, lo que vemos en esos momentos no es otra cosa que a Jesús, el Salvador que lleva el pecado de los hombres.

"¡Crucifícale! ¡Crucifícale!"

(Jn 19:6) "Cuando le vieron los principales sacerdotes y los alguaciles, dieron voces, diciendo: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Pilato les dijo: Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo delito en él."
Una vez que Pilato concluyó con su dramática escenificación, "los principales sacerdotes y los alguaciles" fueron los primeros en dar voces pidiendo nuevamente la crucifixión de Jesús. Luego se unirían también las multitudes, dirigidas por sus líderes religiosos.
Tenemos aquí dos hechos muy dolorosos que se repiten una y otra vez a lo largo de la historia. El primero de ellos es que una vez más las autoridades religiosas eran las que promovían la violencia, el odio y el asesinato contra aquellos que podían hacer peligrar su estatus. Y en segundo lugar vemos que las multitudes carecen de criterio propio y se dejan llevar por lo que sus líderes les indican, sin ejercer ningún tipo de reflexión, llegando a hacer las cosas más inverosímiles con el fin de intentar acabar con cualquier iniciativa divina. Cualquier observador reflexivo estará de acuerdo en que esto ocurre con miles de millones de personas en nuestro mundo moderno. Y si la actual "civilización" perdura mucho tiempo, cosa poco probable debido a su decadencia moral, los que llegaran a sobrevivirnos verán muchas de las cosas que ahora hacemos y legislamos como auténticas insensateces, aunque hoy todo el mundo las aprueba sin pensar.
En todo caso, Pilato demostró ser un mal psicólogo. Si él pensaba que presentar a Jesús humillado iba a despertar la compasión en el corazón de los principales sacerdotes y alguaciles del templo, estaba completamente equivocado. Ellos no estarían contentos con nada que no fuera su muerte, y en ese momento lanzaron su grito feroz: "¡Crucifícale! ¡Crucifícale!". Unas terribles palabras que repitieron una y otra vez hasta convertirse en un cántico aterrador y perverso.
Tal vez deberíamos preguntarnos por qué la presencia de Jesús incitaba un odio tan violento. Algunos, muy ingenuamente, han pensado que si Jesús se presentara nuevamente entre los hombres, su belleza atraería a todos, y como respuesta natural, se postrarían a sus pies y le adorarían. Pero la realidad es muy diferente, como estamos viendo en este pasaje. Lo cierto es que el hombre natural odia la santidad de Dios, y hará cualquier cosa antes que permitir que ésta ponga en evidencia sus pecados.
No hay duda de que Pilato estaba disgustado con aquellos judíos irracionales. No sólo desafiaban su veredicto, sino que también actuaban en contra de sus leyes, así que les dijo: "Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo delito en él".
Por supuesto, no debemos entender esto como si les estuviera concediendo oficialmente el derecho a ejecutar a Jesús. Él no estaba dispuesto a hacer eso. Sólo era una forma de manifestar su irritación: me lo traéis para que lo juzgue, pero no aceptáis mi juicio. Pero también había algo de burla sarcástica, porque les estaba recordando que ellos habían perdido el derecho de juzgar a su propio pueblo desde el momento en que fueron conquistados por el Imperio Romano.
Claro está que lo lógico habría sido que Pilato hubiera soltado a Jesús una vez que había comprobado que las acusaciones que los judíos traían contra él eran falsas, pero no lo hizo, lo que manifiesta que aunque los odiaba, también los temía, y comprobamos una vez más, que el temor a los hombres en lugar de a Dios, llevó a este hombre a cometer una injusticia tras otra. Así que, aunque por tercera vez se declaró incapaz de hallar en Jesús una causa legal que sustentara la acusación ("Yo no hallo delito en él"), no le soltó, sino que momentos después lo sentenciaría a la maldita crucifixión.

"Según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios"

(Jn 19:7) "Los judíos le respondieron: Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios."
Los líderes judíos se dieron cuenta de que no podían demostrar ante Pilato que Jesús era una amenaza para el gobierno de César, así que se dispusieron a presentar su acusación religiosa contra él. Esta había sido realmente la causa por la que le habían perseguido por tanto tiempo (Jn 5:18) (Jn 10:33), y también la razón por la que determinaron que debía morir (Mt 26:63-66), pero no la habían mencionado antes porque al ser un motivo religioso, sabían que Pilato no se prestaría a tratarlo, tal como años después hizo Galión, procónsul de Acaya en una ocasión similar (Hch 18:12-16).
Al hacer esto, también respondían a Pilato, quien los había acusado de actuar en contra de la ley romana. Ellos tenían su propia ley ("nosotros tenemos una ley"), y sabían que un prefecto romano, dentro de las limitaciones de las prioridades de Roma, también debía mantener la ley local.
La ley a la que ellos apelan, y que indudablemente consideraban superior a la ley romana, se encontraba en (Lv 24:16): "Y el que blasfemare el nombre de Jehová, ha de ser muerto; toda la congregación lo apedreará; así el extranjero como el natural, si blasfemare el Nombre, que muera".
Pilato se basaba en el derecho romano, mientras que los judíos contrapusieron otro derecho, el de la Ley divina. De ese modo, los judíos no asumirían la responsabilidad del asesinato de Jesús, sino que la descargaban enteramente en Dios, puesto que era él quien había mandado ejecutar a los blasfemos, y de ese modo, ellos deberían ser considerados como fieles creyentes, que lejos de estar movidos por el odio o cualquier otra pasión pecaminosa, sólo estaban interesados en cumplir con toda pureza lo que Dios les había mandado.
Ahora bien, la cuestión clave en este juicio no era si Jesús estaba siendo acusado y condenado bajo falsos pretextos, sino si las acusaciones contra él fueron probadas adecuadamente. Por ejemplo, ellos le acusaban de blasfemo porque afirmaba ser el Hijo de Dios, pero ¿podían demostrar que sus pretensiones eran falsas? Él afirmaba ser el Mesías prometido por las Escrituras, pero, ¿acaso no cumplió cada una de las profecías que servían para identificar al verdadero Mesías?
Aquí llegamos entonces al punto principal al que Juan nos quiere llevar: ¿Quién es Jesús? Esta cuestión es fundamental, porque su muerte en la cruz tendrá un valor muy diferente dependiendo de quién sea él. Por ejemplo, si él era un criminal que merecía morir, su muerte no significaría nada para el resto de la humanidad, sino simplemente el cumplimiento de un acto de justicia. Pero si Cristo era realmente inocente, y además era el Mesías, el Hijo de Dios, entonces su muerte no sólo habría sido un terrible error judicial, sino que también tendría el poder de salvar a aquellos que le acepten como su sustituto ante la justicia divina.
Notemos cómo Juan ha dispuesto el material de su evangelio. En primer lugar nos ha presentado a Jesús como un hombre. Eso es exactamente lo que dijo Pilato: "¡He aquí el hombre!". Tal vez cuando él redactaba este evangelio había algunos gnósticos que negaban la humanidad real de Jesús, y aquí les está contestando adecuadamente. Pero en segundo lugar aparece su naturaleza divina, que entonces como ahora crea mucha controversia.
Como creyentes no tenemos problema en aceptar tanto su perfecta naturaleza humana como divina, pero ¿acaso tenían razón los judíos cuando lo acusaban de blasfemo?
La expresión "Hijo de Dios" tenía un significado diferente en la mentalidad judía que el que ahora tiene para nosotros. Cuando Jesús afirmaba que Dios era su Padre, ellos consideraban que se estaba haciendo a sí mismo "igual a Dios" (Jn 5:18) (Jn 10:33). Por lo tanto, no hay duda de que el Señor claramente estaba afirmando su divinidad. Así lo entendieron los judíos, y Jesús nunca corrigió su interpretación porque era correcta.
Entonces la cuestión que Pilato, y cada uno de nosotros tenemos que decidir, es si Jesús era un blasfemo, o si por el contrario era Dios al mismo tiempo que Hombre. Estamos viendo que los miembros del Sanedrín judío habían elegido la primera de ellas. Ahora bien, por extraño que parezca, la decisión que tomemos sobre Jesús, no determinará su destino, sino el nuestro.
Las pruebas para creer que Jesús era el Hijo de Dios las tenemos de manera abundante a lo largo de todo el evangelio de Juan. Los judíos no las habían querido aceptar por sus prejuicios e intereses creados, pero cada uno de nosotros debemos examinarlas detenidamente.

La reacción de Pilato

(Jn 19:8) "Cuando Pilato oyó decir esto, tuvo más miedo."
Estas últimas palabras produjeron un fuerte escalofrío en el corazón de Pilato. Juan nos dice que al escuchar esto "tuvo más miedo".
La verdad es que hasta este momento no se nos había dicho que Pilato tuviera miedo, pero sí hemos visto que durante el interrogatorio había experimentado una creciente convicción de que el prisionero que tenía delante era completamente diferente a todos los hombres comunes que él había conocido, hasta tal punto era así, que cuando escuchó que Jesús era el Hijo de Dios dio cierto crédito a esta afirmación. Suponemos que el sueño y las advertencias de su esposa también colaboraron para que su asombro creciera (Mt 27:19).
Por supuesto, siendo Pilato un hombre pagano, la idea que él tendría sería la de algún dios en forma humana al estilo de los dioses griegos; individuos dotados que se creía que disfrutaban de ciertos poderes divinos. Pero esto no representaba una amenaza para el Imperio Romano que él tuviera que juzgar.
No obstante, esto dejó muy preocupado a Pilato. La mitología de Grecia y de Roma contenía muchas historias sobre dioses o sus descendientes que venían a la tierra disfrazados de humanos. ¿Estaría infligiendo lesiones corporales a uno de los dioses? Suponemos que su temor era supersticioso, pero el hecho es que él vio algo en Jesús que le pareció muy especial, lo que le indujo a hablar otra vez con Jesús dentro del pretorio y preguntarle acerca de su procedencia.

Comentarios

Estados Unidos
  Blanca Pierrott  (Estados Unidos)  (25/02/2024)
Me gustan sus explicaciones. Gracias.
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