Sin duda, estaba buscando la forma de librar a Jesús. Él sabía que la razón por la que los principales sacerdotes había entregado a Jesús era porque tenían envidia de él (Mr 15:10). Por eso, cuando les presentó la posibilidad de liberar a Jesús, tenía la esperanza de que el pueblo se distanciara de la opinión de sus líderes, puesto que el gobernador sabía que gozaba de mucha aceptación entre las multitudes, tal como habían demostrado el día en que entró en Jerusalén y le habían aclamado como su Mesías.
Al mismo tiempo quería comprobar si la multitud aceptaba a Jesús como líder nacionalista.
Y seguramente esperaba también que fueran otros los que tomaran la decisión de condenar a Jesús y así ver liberada su conciencia de esta responsabilidad.
Parte de la respuesta la debemos encontrar en el carácter cambiante de la multitud, que unido a la presión que los principales sacerdotes ejercieron sobre ella, fácilmente lograron este cambio de actitud. Normalmente las multitudes son más fáciles de dirigir de lo que normalmente se piensa. En la mayoría de los casos actúan por imitación y no por convicción. Así que si el grupo de los principales sacerdotes gritaban para que Jesús fuera crucificado, el resto de la multitud haría lo mismo. Y si cuando Jesús entró en Jerusalén sus discípulos empezaron a aclamarle como rey, inmediatamente la gente que se encontraban con ellos empezaron a hacer lo mismo. Pero como podemos ver, estas decisiones son superficiales y se pueden cambiar con facilidad. Tenemos que recordar esto porque en la actualidad también es fácil preparar reuniones multitudinarias donde las personas que escuchan el evangelio pueden llegar a tomar una decisión a favor de Jesús condicionadas por la presión del ambiente, pero no por una auténtica convicción de sus pecados. Si esto ocurre, no nos extrañe que con el tiempo estas personas acaben ignorando su decisión cuando se encuentren fuera de ese ambiente.
Por otro lado, las multitudes se dieron cuenta de que Jesús no demostraba ser la clase de Mesías que ellos deseaban, así que quedaron decepcionados y no les importó rechazarle. Si en algún momento habían llegado a pensar que podía ser el Mesías prometido por Dios, no tardaron en cambiar de opinión cuando entendieron que la esclavitud de la que les quería librar era del pecado y no del poder de Roma. Por eso, cuando lo vieron de pie ante las autoridades romanas, no siendo capaz de defenderse, toda la lealtad que hubieran podido tenerle, se volvió en un odio homicida. Y en cierto sentido, hay en nuestros días muchas personas que se acercan a Dios esperando que les dé cosas que ellos desean, y si no las reciben, se sienten defraudadas y se vuelven airadamente contra Dios. Pero no hemos de olvidar que a lo que Dios se ha comprometido es a darnos gratuitamente la salvación eterna si se la pedimos con arrepentimiento y fe en Cristo. Otras muchas cosas que pidamos sólo las recibiremos si se corresponden con su voluntad.