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Estudio bíblico de 2 Pedro 2:21-22

2 Pedro 2:21-22

Estimado oyente, continuamos avanzando por la segunda epístola del Apóstol Pedro. Nos encontramos ya al final del capítulo 2, que constituye la tercera gran división de esta epístola, que hemos titulado "La apostasía traída por los maestros falsos".

Para mantener la relación con lo dicho en el versículo 20 de este capítulo, con el cual finalizamos nuestro programa anterior, vamos a leerlo nuevamente:

"Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su último estado viene a ser peor que el primero."

Aquellos apostatas tenían un conocimiento intelectual de Cristo. Hasta cierto punto conocían la verdad, pero no amaban la verdad. Rechazaban la fe que una vez habían profesado tener y se habían convertido en esclavos de algún tipo de corrupción.

Hay personas que parecen sentirse satisfechas por vivir una apariencia de religión, por pertenecer a una determinada iglesia. No creen que la Biblia sea la Palabra autorizada de Dios para la hora actual. Pero colocan mucho énfasis en el amor, la hermandad y la solidaridad. Algunas pueden jactarse de que su congregación se reúna en un hermoso edificio y manifiestan disfrutar de un culto o servicio religioso agradable, que las hace sentir bien. Y como se sienten horrorizadas cuando escuchan o leen noticias sobre el crimen, las diversas clases de violencia y toda violación de las leyes en general, podemos decir que han escapado de las contaminaciones del mundo, es decir, a los aspectos externos del pecado y la maldad humanas, pero no se han librado de la corrupción interna y personal.

El versículo continuó diciendo por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo. No se trató de un caso en el que ellos no hubieran escuchado el Evangelio, Lo habían escuchado. Hay personas que escuchan estudios Bíblicos y predicaciones pero, en el fondo, tienen que admitir que no creen realmente en nada e incluso dudan de la existencia de Dios. Esas personas conocen el Evangelio y el apóstol Pedro dijo que, en esos casos, en su tiempo, si tales personas se enredaban de nuevo en las contaminaciones del mundo, habían sido vencidas y su último estado llegaba a ser peor que el primero.

Así que en este capítulo 2, hemos visto que el apóstol Pedro trató muy decidida y definitivamente sobre la apostasía que estaba llegando a la iglesia por medio de unos falsos maestros que se estaban introduciendo sigilosamente para propagar enseñanzas y doctrinas erróneas, enseñando aquello que era contrario a la Palabra de Dios. Pedro dijo que pervertían, distorsionaban la verdad de Dios y lo hacían para obtener ventajas, para su propio beneficio. Aquellos maestros se enaltecían a sí mismos en vez de exaltar a Cristo. No usaban realmente la totalidad de la Palabra de Dios sino que se limitaban a utilizar o manipular algunos versículos para revestir a sus enseñanzas de una aureola de piedad. Usaban falsamente palabras que impresionaban bajo las cuales ocultaban sus creencias erróneas. Trataban de transmitir la imagen de que eran personas intelectuales, de buena preparación cultural, cuando en realidad su objetivo era el de obtener ganancias. Otra característica válida para identificar a ese tipo de maestros es que generalmente ocultan el hecho de estar dominados por algún vicio, deseo desenfrenado o pasión. No se trata de luchar contra las creencias de nadie ni contra ningún grupo, pues nos hemos limitado a exponer las advertencias del apóstol Pedro ante estos casos y a contrastar estas conductas con la ética que la Palabra de Dios exige a todos los creyentes y, de forma más concreta, a los que enseñan Su Palabra. Algún día Dios pondrá al descubierto a cada uno y como Juez justo emitirá Su juicio. Y vamos a leer, entonces, en este capítulo 2, el versículo 21:

"Mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia que, después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado."

Aquí vemos que Pedro concluyó esta parte de su exposición diciendo que, en realidad, hubiera sido mejor para ellos no haber llegado a conocer el camino de la justicia que, habiéndolo conocido, apartarse del Evangelio.

Un profesor de Teología, el Dr. Gaebelein solía decir algo que ya hemos citado en alguna otra ocasión. En una ocasión, al terminar un sermón de predicación del Evangelio les dijo a sus oyentes: "Estimados amigos: si ustedes vinieron hoy a escucharme sin haber sido salvos y salen de este lugar sin haber sido salvos, yo me convertiré en el mayor enemigo que ustedes hayan tenido jamás, porque han escuchado el Evangelio y nunca podrán ir a la presencia de Dios y decirle que nunca han escuchado el Evangelio. Ustedes lo han escuchado, y entonces su situación será peor para ustedes cuando Dios pronuncie su juicio, que para cualquier pagano que se encuentre hoy en el lugar más remoto de la tierra". Hasta aquí la cita. Continuemos leyendo ahora el último versículo de este capítulo 2, el versículo 22:

"Pero les ha acontecido lo que con verdad dice el proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno."

El apóstol Pedro se refirió a los maestros falsos usando el término "perro". Por cierto, para la mentalidad judía no había nada inferior a un perro. Aquí tenemos la frase el perro vuelve a su vómito. Pedro estaba citando al libro de los Proverbios capítulo 26, versículo 11, para mostrar que aquellos maestros volverían a su condición verdadera, natural, que no había cambiado.

Y el versículo prosigue con la frase Y la puerca lavada a revolcarse en el cieno. Podríamos decir que Simón Pedro nos presentó la "parábola de la puerca pródiga". Quizás nunca hayamos oído hablar de la puerca pródiga, pero aquí está. Por supuesto, está basada en la parábola del hijo pródigo, relatada en el Evangelio de Lucas, capítulo 15, versículos 11 al 32, y que fue una de las parábolas más importantes pronunciadas por el Señor Jesús.

Hay quienes adoptan una posición extrema y dicen que "uno no puede predicar el evangelio de esa parábola". El autor de estos estudios bíblicos, el Dr. J. Vernon McGee, relataba que la primera ocasión en que él pasó al frente en una reunión, fue en una pequeña ciudad, en la zona sur del estado de Oklahoma, en los Estados Unidos. El pasó al frente y se arrodilló, y todo lo que él podía recordar de esa noche, es que el predicador habló del Hijo Pródigo. Él recordaba las figuras retóricas que el predicador utilizó; tomó al personaje principal, al hijo pródigo, y lo presentó llevándolo por todos los lugares de vida licenciosa que habría podido recorrer en su búsqueda de satisfacción. El profesor McGee dijo que estaba convencido de que ese había sido un mensaje muy efectivo, y con certeza otras personas fueron salvas en aquella noche, aunque nadie se preocupó por explicar algo en cuanto al evangelio, y él no llegó a comprenderlo en esa ocasión, aunque su corazón estaba abierto para aceptarlo y recibirlo. Más adelante, contaba el Dr. McGee, su vida demostró que él no había sido realmente salvo en aquella noche.

Estimado oyente, en realidad, la historia del hijo pródigo no relató la forma en que un pecador se convirtió en un hijo, sino más bien, la manera en que un hijo se implicó en una vida de pecado. Tal como nos relató el evangelista Lucas, aquella fue una historia familiar. Recordemos el argumento: un padre tenía dos hijos. Uno de ellos, el más joven, quiso salir del hogar para dirigirse a un país lejano. El suyo, fue un pecado que consistió en lo apreciar la compañía de su familia y los bienes que se encontraban cercanos. Las cosas que lo rodeaban no le resultaban tan atractivas; lo que realmente ejercía una atracción, un encanto sobre él eran los lugares lejanos. Creemos que uno de los factores más atractivos del pecado es su misterio. Dice un antiguo proverbio que la yerba es más verde del otro lado de la cerca. El refranero español incluye también el siguiente refrán: "fruta prohibida más apetecida". Estos refranes describen los deseos y motivaciones del hijo pródigo.

Así que el joven salió de su hogar y pronto se encontró viviendo la gran vida, es decir, lo que él entendía por pasárselo en grande. Mientras tuvo mucho dinero, los que eran amigos en la prosperidad le acompañaron, pero a medida que la fortuna se consumía, fueron desapareciendo. Al fin nuestro personaje terminó teniendo que salir a buscar un puesto de trabajo y lo único que pudo conseguir fue emplearse al servicio de un criador de cerdos. Cuando el Señor al relatar esta parábola, mencionó este detalle, los publicanos y fariseos que lo escuchaban debieron hacer una mueca de repulsión, porque un joven judío no podía caer más bajo. Podemos decir que llegó al fondo mismo de un pozo, porque probó todas las prácticas inmorales de aquella época, todos los placeres disponibles para el que tenía el dinero necesario. El hecho mismo de vivir en una pocilga alimentándose con los cerdos describía su situación espiritual.

Reiteramos que la parábola no enseñaba o describía primordialmente como un pecador se salvaba, sino que revelaba el corazón del padre, que no solamente salvaría a un pecador, sino que recibiría a un hijo que se había alejado y pecado. Alguien preguntó en una ocasión a un erudito Bíblico: "supongamos que este joven hubiera muerto en la pocilga, ¿qué habría sido de él? Entonces él respondió: "Bueno, si él hubiera muerto en la pocilga, de una cosa estoy seguro; y es de que no habría sido un cerdo muerto, porque él era un hijo". Hasta aquí la cita. El joven era un hijo cuando salió del hogar; continuó siendo un hijo cuando llegó al país lejano, cuando estaba viviendo en el pecado, y también cuando se encontraba en la pocilga. Y como era un hijo, pronunció unas palabras que ningún cerdo habría podido concebir en su mente, porque después de todo, ellos estaban viviendo en su entorno natural. Entonces, al pensar que su padre estaba en la gran mansión familiar, con siervos a su servicio que vivían mejor que un hijo de la familia como él, dijo: Me levantaré e iré a mi padre.

Ahora, ¿qué haría el padre con ese joven cuando éste llegara al hogar? Bueno, según la ley de Moisés, como vemos en el libro de Deuteronomio, capítulo 21, versículos 18 al 21, tendría que haber sufrido la muerte por lapidación, pero esto no fue lo que ocurrió. Al llegar a su hogar le expresó a su padre la siguiente confesión: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Pero su padre no lo dejó terminar. Uno habría esperado que lo hubiera sometido a una sesión de latigazos, o que le hubiera impuesto algún otro castigo por haber deshonrado el nombre de la familia, por los disgustos que había causado y por haber gastado una verdadera fortuna, es decir, un castigo ejemplar para que le sirviera como lección. Pero, eso no fue lo que ocurrió, estimado oyente. El joven ya había sufrido su castigo en el país lejano. Es que todos los hijos pródigos espirituales siempre han tenido su castigo cuando se encontraron lejos de su hogar. Cuando regresan a su Padre celestial, siempre tiene lugar un banquete, una fiesta, la mejor ropa para vestir al recién llegado, y un anillo en su dedo, como en la parábola, en la que vemos que comenzó la celebración de una fiesta. Allí se encontraba la verdadera diversión, y no en el camino que condujo a la pocilga.

Lo interesante de todo este pasaje es que el Apóstol Pedro dijo en este versículo 22 que la puerca lavada volvía a revolcarse en el lodo. Supongamos que cuando el hijo pródigo salió de la pocilga se hubiera llevado consigo a uno de los cerdos. Al llegar a su casa, como el aroma que despedía el hijo no sería muy agradable que digamos, ni apropiado para reiniciar su vida en aquella casa, y entonces seguramente se dio un buen baño, antes de vestir las ropas nuevas que le habían ofrecido. Ahora, continuando con nuestra suposición, el cerdo que lo acompañara también necesitaba un buen baño; así que lo habrían lavado, acicalado y perfumado, Imaginemos entonces a aquel cerdo paseándose por la casa con ese aspecto renovado con su nueva imagen pero, al poco tiempo, con su inquietud, el cerdo habría dado a entender que su nueva residencia no le gustaba. Como es lógico su amigo se habría extrañado, porque él mismo se encontraba mejor que nunca en toda su vida. Pero el cerdo, por su propia naturaleza echaría mucho de menos a su familia, a la pocilga, al lodo en el cual podía saltar y revolcarse y al alimento habitual de las algarrobas y los desperdicios. Así que, finalmente, el cerdo habría sentido lo mismo que en su momento había sentido el hijo pródigo, pero al revés.

El autor de estos estudios bíblicos, el Dr. J. Vernon McGee contaba que él tuvo el privilegio de ser el Pastor de una iglesia muy grande en la ciudad de los Ángeles en el estado de California, después del año 1949. Esa fue una época en que la población de este estado comenzó a experimentar un gran crecimiento, dando lugar a la construcción de nuevos edificios y urbanizaciones. Llegaron americanos y gente procedente de muchos países. Este crecimiento fue evidente también en la iglesia que pastoreaba el Dr. McGee, quien estaba muy agradecido a Dios por el aumento registrado en la membresía de la congregación, y porque le permitió tener esa responsabilidad en un período crucial para el desarrollo y futuro de esa iglesia.

Fue aquel un tiempo de alegría porque tantas personas se volvieron al Señor. El problema, para él, era como diferenciar a los cristianos profesantes - es decir, a aquellos que lo manifestaban de palabra--- de aquellos creyentes verdaderos, que habían experimentado un renacer espiritual. Era una tarea confusa, difícil pero en aquellos años el profesor aprendió muchas cosas valiosas, al recordar las lecciones de la parábola del hijo pródigo. Una de ellas fue comprobar que en un extremo del camino de la vida se encontraba la casa del Padre celestial, y en el otro extremo y figurativamente hablando, una pocilga. Y en ese camino, siempre había hijos pródigos que estaban regresando, que manifestaban deseos de regresar a la casa del Padre.

Y también contó el profesor que en cierta ocasión pudo conversar con el hijo de un predicador que fue a visitarle; un joven elegante y apuesto. Había llegado a Hollywood para tratar de obtener una posición en el cine, pero aún cuando tenía cierto atractivo, le faltaba esa vocación o carisma que se necesitaba para la lograr apoyo dentro de la profesión y no pudo lograr la posición en primera línea que ambicionaba. Fue consciente de que había tomado una decisión apresurada. Para él ésta fue una experiencia traumática y comenzó a frecuentar compañías poco recomendables y a practicar ciertos vicios. Fue consciente de que estaba malogrando su vida; a veces sentía como si se estuviera hundiendo y otras, que se encontraba en una pendiente, descendiendo cada vez a mayor velocidad hacia situaciones irreversibles. Pero él era un hijo, y no un cerdo y entonces sintió nostalgia por su padre, por su hogar. En realidad era un hijo `pródigo. Al verse en esa situación, fue a conversar con el Dr. McGee y le dijo: "Mi padre es un hombre extraordinario. Pero yo he defraudado su confianza con mi proceder, porque no me he comportado con él y el resto de la familia como debiera, y no se cual será la reacción de mi padre cuando me vea regresar. No sé si me recibirá o no".

El pastor McGee le preguntó si él podría llamar por teléfono al padre de este joven, y este joven le pidió que por favor lo hiciera. El pastor le dijo: "Si tu padre no quiere hablar contigo, pues, simplemente me despediré de él". De modo que llamaron por teléfono al padre, quien resultó ser un pastor de otra congregación, y un hombre muy amable. Después de intercambiar los cumplidos de rigor, el pastor McGee percibió que su interlocutor se estaba preguntando para qué le habría llamado. Entonces, le dijo, "tengo alguien aquí en mi oficina que quisiera hablar con usted". Inmediatamente el padre sintió que se trataba de su hijo. El sabía que su hijo no era un extraño, no era como los cerdos de la parábola y entonces preguntó: "¿es mi hijo?" y al comprobar que así era, pidió hablar con él.

Al ponerse al teléfono, el joven comenzó a sollozar, y seguramente el padre también. El pastor salió entonces de su oficina para dejarlos en la intimidad y entró una vez que el joven había colgado y apenas pudo decirle, por la emoción "regreso al hogar". Volviendo a su experiencia en el pastorado, el profesor McGee afirmó que la transición de unos y otros, creyentes genuinos o no genuinos, es a veces confusa. Figurativamente hablando, y utilizando nuevamente los términos de la parábola, consideraba que los hijos pródigos se encontraban al otro lado del camino, descendiendo en dirección a la pocilga. Para aumentar la confusión, a veces alguien que se encontraba en la pocilga salía de ella y parecía querer dirigirse a la casa del padre; no les gustaría este lugar, porque por naturaleza, pertenecían a la pocilga, pero de todas formas, exteriormente lavados de la impureza de ese lugar miserable se convertían en personas religiosas e incluso, lograban destacarse en la iglesia. Claro que el pastor no podía percibir el carácter genuino o no de estas personas, porque exteriormente no se notaba la diferencia; pero en el interior del corazón, los salidos del lugar miserable preferían, en su vida fuera de la iglesia, la impureza de su ambiente natural, así como los cerdos prefieren el lodo.

La experiencia desgraciadamente muestra que personas que han utilizado un vocabulario cristiano, que han cumplido con las actividades de su congregación, han cumplido todas las formalidades para ocupar responsabilidades en cargos, e incluso todas sus relaciones o amistades las consideraban cristianas. Un día se alejan y sorprenden a todos con conductas extrañas a la moral y ética cristianas basadas en la Biblia. En esos casos, hay que dejar pasar el tiempo, antes de precipitarse a juzgar definitivamente a tales personas. Ahora si estos individuos permanecen en esa situación que Dios desaprueba, porque se sienten cómodas en el lugar miserable ilustrado por la pocilga de la parábola, entonces quiere decir que nunca fueron hijos del padre, es decir, que nunca fueron creyentes genuinos, transformados por el mensaje del Señor Jesucristo, o sea, por el Evangelio, que es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree.

Esta dualidad entre la profesión exterior de una persona y su verdadera condición interior, espiritual, suele darse por diversos motivos personales, familiares o sociales que tienen poco o nada que ver con la doctrina cristiana, con una auténtica actitud de entrega al Señor Jesucristo. Esta es una evidencia de la apostasía y realmente, si uno quiere ver el destino final de los que mantienen una actitud de rebelión contra Dios, puede contemplar una imagen terrible, dramática, en los capítulos 17 y 18 del libro de Apocalipsis.

Estimado oyente, con estas consideraciones llegamos al final del capítulo 2 de esta segunda epístola del apóstol Pedro. Y como esperamos continuar contando con su atención y compañía en este recorrido que estamos llevando a cabo por el texto de esta carta, le sugerimos que se anticipe a nuestro próximo encuentro y lea por sí mismo la mitad del tercer capítulo de esta segunda epístola de Pedro. Le agradecemos la atención que dedica a este estudio y le esperamos, entonces, en nuestro próximo programa.

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