Estudio bíblico de Zacarías 9:10-17

Zacarías 9:10 - 17

Continuamos hoy, amigo oyente, nuestra particular travesía por el libro del profeta Zacarías.

En nuestro programa anterior dedicamos todo el programa a la así llamada "entrada triunfal" de Jesús en Jerusalén. Recordamos que, a diferencia del militar y conquistador griego, Alejandro Magno, Jesucristo, al que la multitud aclamaba como su Rey, vino montado sobre un asno. En este sencillo versículo pudimos anticipar cuatro elementos clave que podían describir el carácter del Mesías: Él era Rey, era justo, trajo salvación y también era humilde.

Y como recordarán nuestros estimados oyentes habituales que diariamente nos sintonizan, más que "entrada triunfal", preferimos denominar la llegada de Jesús a Jerusalén "salida triunfal". También mencionamos que el apóstol Mateo, en su Evangelio, citaba solamente una porción de este versículo 9. Y a la pregunta de: "¿Por qué dejó de lado Mateo ciertas cosas e incluyó otras?" Mencionábamos en el programa anterior que aquello que citó San Mateo y que también interpretó Juan, tenía que ver con la primera venida de Cristo; y que lo demás tenía que ver con la segunda venida de Cristo. Jesús entró en Jerusalén montado sobre ese pequeño asno en la primera ocasión, trayendo paz. Pero en la siguiente ocasión, Él vendrá montado sobre un caballo blanco, un animal de guerra.

Estimado amigo oyente, el mundo ha tenido más de 2.000 años para decidir lo que va a hacer con Jesucristo. Él ha sido rechazado por la mayor parte de la humanidad. Es verdad que la religión cristiana es una de las tres mayoritarias religiones monoteístas que existen en todo el mundo, y es verdad que la Biblia es bastante conocida, pero, también es cierto que son pocos los hombres y las mujeres, los jóvenes y los niños que hoy, en el siglo XXI, han hecho un compromiso serio, que hayan decidido seguir a Jesucristo y que estén decididos a obedecerle, hasta las últimas consecuencias.

De modo que, Dios ya anticipó de una manera muy clara, por medio de los profetas, que su Hijo Jesús iba a regresar por segunda vez para reinar, no para morir, ni para redimir nuestros pecados, sino para reinar. Y eso es algo que estamos seguros, era un enigma para Zacarías. Esto es lo que dijo Simón Pedro cuando escribió en su primera carta, en el capítulo 1, versículo 10, indicando: "Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación". Ahora, ¿inquirieron qué? "Escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos". Así es que, los profetas, al igual que Zacarías en estos versículos, unían la primera a la segunda venida de Cristo. ¿Por qué? Porque ellos inquirieron y escudriñaron diligentemente, y no podían encontrar la diferencia. Ellos pues, tenían que expresarlo de la manera en que el Espíritu de Dios les había dado que lo hicieran.

Muchos años después, Simón Pedro, un pescador de peces "reconvertido" por Jesús en un pescador de hombres, por medio del Espíritu de Dios, demostró la diferencia. Jesús vino en la primera ocasión para sufrir, para traer redención a toda la humanidad. Pero Él vendrá, en la próxima ocasión, en gloria para reinar sobre esta tierra. Así, Mateo, por medio del Espíritu, pudo hacer esa distinción, entre la primera y la segunda venida de Cristo a la tierra.

Vamos a seguir avanzando con nuestra lectura de hoy, avanzando a partir del versículo 9 del capítulo 9 de Zacarías.

"Y de Efraín destruiré los carros, y los caballos de Jerusalén, y los arcos de guerra serán quebrados; y hablará paz a las naciones, y su señorío será de mar a mar, y desde el río hasta los fines de la tierra. Y tú también por la sangre de tu pacto serás salva; yo he sacado tus presos de la cisterna en que no hay agua. Volveos a la fortaleza, oh prisioneros de esperanza; hoy también os anuncio que os restauraré el doble. Porque he entesado para mí a Judá como arco, e hice a Efraín su flecha, y despertaré a tus hijos, oh Sion, contra tus hijos, oh Grecia, y te pondré como espada de valiente."

Efraín era otro nombre para Israel que se empleó con frecuencia en el Antiguo Testamento para aludir al Reino del Norte, y en ocasiones a la nación entera.

Ahora, aquí tenemos algo que debemos considerar cada vez que estudiamos el capítulo 9 de Zacarías. Los libros de historia cuentan la marcha realizada por Alejandro Magno al cruzar lo que hoy se conoce como Turquía, y mencionan cómo él se apoderó de esas grandes ciudades griegas y las destruyó. Éstos fueron hechos registrados; tenía un ejército bastante pequeño para esa época, de unos 50.000 hombres, que avanzaba rápidamente para gobernar el mundo. Así es como él aplastó todo lo que estaba a su alcance. Y continuó marchando hasta que dio media vuelta para cruzar por este puente que es la tierra de Israel. Alejandro destruyó las grandes ciudades que se encontró en el norte, en Asiria. Posteriormente este conquistador entró en la Tierra Prometida, la tierra de los filisteos. Pero cuando llegó a Jerusalén, no la destruyó. Dios había afirmado, muchos años atrás, que Él la iba a proteger. Él dijo: "Entonces acamparé alrededor de mi casa como un guarda". Dios protegió la ciudad y el templo. Todos pensaban en aquella época que así ocurriría, porque el sumo sacerdote se había negado a pagar el tributo a Alejandro Magno, porque ya se lo estaba entregando al imperio medo-persa. No le podía dar el tributo que demandaba Alejandro porque estaba obligado por un tratado, situación que enfureció a Alejandro Magno. Y aunque él se apoderó de Egipto, de Babilonia, y destruyó al imperio medo-persa, con sólo 33 años de edad, terminó muriendo sin haber destruido Jerusalén.

De esta manera, Alejandro, el conquistador, murió con prácticamente todo el mundo en sus manos. Se dice de él que tenía un asombroso carisma personal, y que sus seguidores le eran muy fieles. Era un brillante general militar, muy atractivo y de gran personalidad, y se cuenta que muchas de esas naciones conquistadas le seguían.

Sin embargo, Alejandro Magno también era una persona con un carácter feroz, cruel y arrogante. Ahora, alguien quizá nos pudiera preguntar: "¿Cómo sabemos que Zacarías está hablando de esa época, de ese personaje histórico, y de esas circunstancias?" Bien, el versículo 13 dice: "Despertaré a tus hijos, oh Sion, contra tus hijos, oh Grecia". De eso es de lo que Él estaba hablando aquí en este capítulo. Y así fue como Alejandro Magno, máximo exponente del poderío del imperio macedonio, del imperio greco-macedonio, llegó a convertirse en un gobernante mundial. Él controló al mundo de su día. Él controló todo, con la excepción que no pudo controlarse a sí mismo. Se cuenta que él murió borracho.

Debemos decir que lo que Zacarías estaba haciendo era situar al conquistador griego en su contexto histórico. Esa entrada triunfal de Alejandro Magno en la ciudad de Jerusalén fue, muy probablemente, algo extraordinario de contemplar.

Intentemos por unos momentos, estimado oyente, recrear e imaginarnos esta historia: El Sumo Sacerdote salió a recibirle. Alejandro Magno, que era una persona muy supersticiosa, había tenido una visión, por medio de un sueño, en la que un hombre salía a recibirle, que iba vestido como el Sumo Sacerdote. Y soñó que él debía escuchar lo que ese hombre tuviera que decirle.

¿Qué sucedió a continuación? La tradición nos cuenta que el Sumo Sacerdote mostró a Alejandro Magno el libro del profeta Daniel, en el que se hacía una mención acerca de él. Se menciona a "un macho cabrío con un cuerno de gran tamaño que sería quebrantado". Ese cuerno era el imperio greco-macedonio. De esta manera, Alejandro entró a Jerusalén con mucho triunfo, pero sin destruir la ciudad.

Eso fue algo realmente sorprendente. Ahora, aquí podemos establecer un gran contraste. El Señor Jesucristo entró en Jerusalén montado sobre un pollino, un asno joven. Pero Él no vino a destruir al mundo, sino a salvar al mundo. Él no vino a formar un gran reino, y a buscar la aclamación de las multitudes para que le siguieran y para que le sirvieran. "El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos". - dice el mismo Señor Jesucristo en el evangelio según Mateo, capítulo 20, versículo 28. Así es que, Él entró en Jerusalén como Rey, pero no con una actitud, ni una disposición de orgullo al recibir la aclamación multitudinario. Él, Jesucristo, se estaba preparando para salir de en medio de Sus discípulos, de marcharse de este planeta Tierra. Pero, cuando Él regrese, el mundo habrá tenido mucho tiempo para decidir su actitud con respecto a Jesús. Por su parte, querido amigo y amiga, ¿ha tomado ya alguna decisión respecto a Jesús? ¿Le considera usted un buen hombre, un estadista, un religioso, un agitador, un luchador del pueblo, un sanador, un maestro... o como el Hijo de Dios? Recuerde, estimado oyente, que su actitud, y su decisión, hoy, pueden determinar su eternidad.

Bien, prosigamos con nuestro estudio de hoy.

¿Sabe usted, amigo oyente, cuál es la razón por la cual no hemos tenido nunca paz total en este mundo? La humanidad siempre ha estado en guerra consigo misma; dos guerras mundiales, innumerables guerras civiles, incontables ejércitos en los cinco continentes, niños soldado en África, millones de armas nucleares, etc. Fue Gandhi quien advirtió: "Ojo por ojo y el mundo acabará ciego".

El hombre, el ser humano, habla de la Paz pero sólo sabe hacer la guerra. Y sólo el Señor Jesucristo puede traer la verdadera paz, terminando con toda injusticia. Él es el Único que puede traer paz a la tierra. "Y hablará paz a las naciones". - dice aquí el versículo 10. Y eso no ocurrirá hasta que Él regrese otra vez a esta tierra.

Continuando leyendo en Zacarías, capítulo 9, versículo 11:

"Y tú también por la sangre de tu pacto serás salva; yo he sacado tus presos de la cisterna en que no hay agua."

¿Por qué Israel recibió y recibirá tanta bendición, tal y como podemos leer en este libro de Zacarías? No fue por su fidelidad a lo largo de los siglos sino por la misericordia y fidelidad de Dios hacia Su pacto con Su pueblo. Dios cumple siempre sus promesas, a diferencia de nosotros. Dios estableció un pacto de sangre con el patriarca judío Abraham que permanecerá vigente mientras Dios viva, es decir, para siempre. Para toda la eternidad.

Veamos ahora la interpretación espiritual de este versículo. "Y tú también, por la sangre de tu pacto serás salva", esa sangre del pacto es la sangre del Nuevo Testamento, la sangre de Jesucristo. Y solamente a través de esta sangre existe liberación para la humanidad. Porque el hombre, el ser humano en este mundo, no está verdaderamente libre. Sí, hablamos de liberación y libertad, pero en realidad, somos prisionero. Prisioneros de nuestros propios deseos, del materialismo, de la sed de prosperidad, de la búsqueda de la felicidad, del amor, de la riqueza, del placer, de la salud, de la vida eterna en la tierra. Del pecado, en definitiva, que es para nosotros, los cristianos, cualquier cosa que reemplaza a Dios en nuestras vidas, que nos aleja de Él y que va en contra de Su voluntad para nosotros, la cual es, según la Biblia, buena, agradable y perfecta para nuestras vidas.

Más adelante, en los versículos 12 al 14 de este capítulo 9 de Zacarías, leemos:

"Volveos a la fortaleza, oh prisioneros de esperanza; hoy también os anuncio que os restauraré el doble. Porque he entesado para mí a Judá como arco, e hice a Efraín su flecha, y despertaré a tus hijos, oh Sion, contra tus hijos, oh Grecia, y te pondré como espada de valiente. Y El Señor será visto sobre ellos, y su dardo saldrá como relámpago; y El Señor tocará trompeta, e irá entre torbellinos del austro."

Los cristianos estamos esperando que llegue el milenio, la época cuando Jesús reine por mil años en la tierra, tras su segunda venida, en un futuro próximo pero para el cual nadie, salvo el mismo Dios, conoce la fecha. Anhelamos ese momento en el que todas las naciones del mundo inclinarán sus cabezas ante Él. Amigo oyente, cuando Él regrese de nuevo, sí que va a realizar una verdadera entrada triunfal.

El versículo 15, dice:

"El Señor de los ejércitos los amparará, y ellos devorarán, y hollarán las piedras de la honda, y beberán, y harán estrépito como tomados de vino; y se llenarán como tazón, o como cuernos del altar."

Y el versículo 16 comienza diciendo:

"Y los salvará en aquel día"

En estos últimos versículos hemos visto, por medio de Zacarías, una visión evocadora de la liberación del pueblo judío, su salida de Egipto y su travesía por el desierto narrada en el libro del Éxodo, en la cual el Señor protegió a su pueblo y le dio poder sobre sus enemigos. El cumplimiento inicial de esta profecía tuvo lugar cuando los macabeos derrotaron a los griegos en el año 167 A.C. El cumplimiento final y completo ocurrirá en Su segunda venida. El triunfo sobre los macabeos sólo fue un juramento y una visión anticipada del triunfo final sobre todos los enemigos.

La expresión: "hollarán las piedras en la honda" podría significar, según numerosos intérpretes bíblicos, la facilidad con la que los judíos someterán a sus enemigos, tal y como hizo un joven judío llamado David, que luego sería Rey, ante cierto temible soldado enemigo, de gigantescas proporciones llamado Goliat.

Enfocando esta profecía hacia el futuro, podría, según algunos eruditos, referirse a que los judíos podrán pisar los misiles inofensivos lanzados por sus enemigos, en clara referencia a la futura y terrible batalla de Armagedón, en la cual, los ejércitos del mundo, aborrecidos por el Señor, se juntarán para intentar destruir a Israel. La profecía añade un final poco halagüeño para los enemigos de Israel; serán destruidos por completo y su sangre será visible desde un extremo de Palestina hasta el otro, como la sangre que salpicaba los cuernos del altar del sacrificio, en el Templo, y caía en los tazones que la recolectaban durante los sacrificios de animales.

El versículo 16, continúa diciendo:

"Y los salvará en aquel día El Señor su Dios como rebaño de su pueblo; porque como piedras de diadema serán enaltecidos en su tierra."

Aquí se está hablando de joyas que resplandecen. Habrá joyas resplandecientes en aquel día de El Señor. Una prosperidad abundante como el mundo no ha conocido producirá gozo y alabanza constante como resultado que el Señor salvará, en aquel día, a su pueblo. Y el profeta Malaquías nos anunciará que el Señor va a reunir Sus joyas en aquel día, para comprar esta perla de gran precio. Él pagó un precio tremendo por esa perla de gran precio. Y el versículo 17 continúa:

"Porque ¡cuánta es su bondad, y cuánta su hermosura!"

Ahora, ésta es la bondad de Aquel que viene, en contraste con Alejandro Magno, que no era conocido precisamente por su bondad, sino más bien por una tremenda crueldad, brutalidad, arrogancia y orgullo.

El Señor Jesucristo fue manso y humilde, y Él estaba lleno de bondad y hermosura. Y el versículo 17, concluye diciendo:

"El trigo alegrará a los jóvenes, y el vino a las doncellas."

Este es un vino nuevo que no intoxica. No ha tenido oportunidad de fermentarse. Así es que, aquí, nos habla de comida para comer, de trigo y el vino. Eso será lo que caracterizará Su reino. Habrá mucha abundancia, a diferencia de la situación mundial actual en la que muchos países no tienen suficientes recursos para alimentar a sus habitantes.

Bien, amigo oyente, vamos a detenernos aquí por hoy. Hasta entonces, pues, ¡que el Señor le bendiga, le guarde y le llene de su Paz!

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