Las riquezas materiales tienden a hacer que el corazón del hombre se apegue a este mundo.
Crean una falsa sensación de poder, seguridad y autoridad. Con facilidad la persona se vuelve arrogante, orgullosa y satisfecha de sí misma. Cristo se refirió a las riquezas como "el engaño de las riquezas" (Mr 4:18), puesto que hacen que la persona que las posee llegue a creer de sí misma algo que realmente no es. Además, no se da cuenta tampoco de lo efímeras que pueden llegar a ser. ¡Cuántos han pasado de la riqueza a la pobreza en muy poco tiempo!
Con facilidad, al centrarse tanto en lo material, es fácil llegar a perder de vista lo importante que son las relaciones personales, tanto con nuestros semejantes como con Dios.
Finalmente, las riquezas esclavizan gradualmente a aquellos que se aferran a ellas. Crea una cada vez mayor dependencia de la comodidad, de la "buena vida", hasta que llega un momento en que las personas no pueden renunciar a ella.