Estudio bíblico de Apocalipsis 19:2-12

Apocalipsis 19

Versículos 2-12

Continuamos hoy, estimados amigos, amigas oyentes y acompañantes en nuestra travesía en esta interesante incursión en el libro de Apocalipsis. Un auténtico viaje apocalíptico, que, programa a programa, continua sorprendiéndonos en cuanto a intensidad y dramatismo; el Apocalipsis no es sólo una historia grandiosa y magnífica; es la historia del retorno del señor Jesucristo a nuestro planeta Tierra; es la historia del fin del mundo tal y como lo conocemos; es la historia de la caída y la destrucción del enemigo de Dios, del Anticristo y de sus secuaces, y del juicio final de la Humanidad, pero también nos relata el comienzo de "unos cielos nuevo y una tierra nueva".

En nuestras Biblias, estimados amigos, hay muchos más tesoros de los que sospechamos, y Apocalipsis es, sin lugar a duda, una joya especial. A lo largo de muchos programas hemos ido desgranando las visiones del apóstol Juan, y nos hemos ido internando en los mensajes que, tras casi veintiún siglos, han llegado hasta nosotros por medio de las Sagradas Escrituras. La Biblia, que quizá tenga en alguna estantería, estimado amigo y amiga, ha costado sangre, sudor y lágrimas. Muchos tuvieron que morir como mártires para que la Biblia llegara hasta nosotros. Y nadie muere por algo que no valga la pena, ¿verdad? La Biblia es y ha sido siempre el centro y la razón de nuestros programas. La Biblia es sin duda, el libro más famoso del mundo: el más famoso, pero no el más leído; el más vendido pero también, el más ignorado.

Vamos ahora a abrir nuestra Biblia para disfrutar de su palabra y su mensaje. Nos estamos acercando al final de este fabuloso libro. Hoy, regresaremos al capítulo 19, versículo 2; un capítulo singular, donde asistiremos a una boda: la denominada "Boda del Cordero", es decir, la unión de Jesucristo con la iglesia fiel, así como el posterior banquete nupcial. Hoy también asistiremos al regreso del Señor Jesucristo a la Tierra. Leamos los versículos 2 al 4 del capítulo 19:

2 porque sus juicios son verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella. 3 Otra vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos. 4 Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!

El ejército angélico entona su segundo aleluya, alabando a Dios porque el humo de la Babilonia destruida se elevará por siempre jamás; es decir, que ya nunca más volverá a resurgir de sus ruinas. A ésta, le sigue la alabanza de los veinticuatro ancianos y de los cuatro seres vivientes. Recordemos que los veinticuatro ancianos aparecieron al comienzo del libro, al igual que los cuatro seres vivientes. Ya vimos que los veinticuatro ancianos representan posiblemente a los doce patriarcas de Israel y a los doce apóstoles, y por tanto, representan a la totalidad de la Iglesia. Los cuatro seres vivientes, como el león, el buey, el hombre y el águila, guardianes del Trono, seres que adoran a Dios, juntos se postran ante la majestad y la autoridad de Dios en adoración.

En el versículo 2 leímos lo siguiente: "Y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella." A los creyentes se nos prohíbe vengarnos por nosotros mismos; un cristiano jamás deberá tomarse la justicia por su mano. El apóstol Pablo escribió en su Carta a los Romanos, en el capítulo 12, versículo 19: "No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: mía es la venganza, yo pagaré, dice al Señor."

Si usted ha sido menospreciado o maltratado por causa de su fe, no busque venganza; entregue su deseo de justicia en las manos de Dios, y Él la ejecutará algún día. Leamos ahora, los versículos 5 y 6 de este capítulo 19 de Apocalipsis:

5 Y salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes. 6 Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!

La voz que procede directamente del Trono, probablemente, de uno de los querubines: "Alabad a nuestro Dios ?dice la voz- vosotros todos Sus siervos, vosotros, los que le teméis".

El grandioso final: "¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!" son las alabanzas de la multitud de los redimidos. Toda esta inmensa multitud lanzará su grito de alabanza porque la promesa de Cristo a Sus hijos se ha cumplido completamente.

En el evangelio según San Lucas, capítulo 1, versículos 32 y 33, leemos: "Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin." Él va a venir. Pero antes de que Él venga, tendrá lugar esta gran boda.

Fijémonos ahora en un detalle muy significativo, muy propio de Juan: Este pasaje nombra a Dios y le llama El Todopoderoso. La palabra griega original, "pantokrator", quiere decir, literalmente, "el que controla todas las cosas". Lo significativo de esta palabra es que aparece diez veces en todo el Nuevo Testamento, y nueve de ellas en Apocalipsis. En otras palabras: éste es un título de Dios muy característico en Apocalipsis.

Recordemos que cuando el apóstol Juan escribe el Apocalipsis, no ha habido otro momento en la Historia en que estuvieran coaligadas contra la iglesia tantas fuerzas destructivas. No ha habido ningún otro tiempo en el que un cristiano fuera llamado a pasar por tales sufrimientos y a aceptar la perspectiva de una muerte cruel. Y, sin embargo, aún en tales circunstancias, Juan llama a Dios pantokrator, es decir, Todopoderoso. Esto es fe y confianza; y la grandeza de este pasaje está en que esa fe y esa confianza son reiteradas, a pesar de las circunstancias. Los versículos 7 y 8 de este capítulo 19 de Apocalipsis, dicen:

7Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. 8 Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos.

Ésta será sin duda la experiencia más emocionante de la Iglesia en toda su existencia. La Iglesia, formada por los creyentes desde el día de Pentecostés, -el día en que el Espíritu Santo vino a la Tierra, tal y como narra el capítulo 2 del libro de los Hechos de los Apóstoles-, hasta el momento del arrebatamiento, la sobrenatural recogida, antes del comienzo del período de la Tribulación, es ahora presentada como una novia al Señor Jesucristo, siguiendo la similitud de una boda, para unirse con Él, como Su esposa.

En la escena de las bodas del Cordero y Su novia representa la unión final entre Jesucristo y Su Iglesia. La idea de la relación entre Dios y Su pueblo en términos "de matrimonio" se remonta al Antiguo Testamento. Una y otra vez, los profetas hablaron de Israel como la esposa del Señor. Y puede que ésta nos parezca una metáfora extraña, pero refleja mejor que ninguna otra una serie de grandes verdades: 1º) Está presente un intenso amor, dado que un matrimonio sin amor es una contradicción; 2º) está la íntima comunión, tan íntima que el marido y la esposa llegan a ser una sola carne, y participan de una común personalidad. Y es que, querido amigo y amiga, la relación del cristiano con Cristo debe ser la más íntima y personal de nuestra vida. 3º) También nos encontramos con el gozo: No hay nada comparable al gozo de amar, y ser amado. Si el Evangelio no produce gozo, entonces es estéril. 4º) Y está la fidelidad, dado que ningún matrimonio puede existir sin fidelidad; y el cristiano debe ser tan fiel a Jesucristo, como Jesucristo lo es con él. El apóstol Pablo en su epístola a los Efesios, en este capítulo 5 que mencionamos, versículos 25 al 27: "Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha."

El Señor Jesucristo amó tanto a la Iglesia, que se entregó a Sí mismo por ella. Recuerde lo que Él dijo en la oración sacerdotal del capítulo 17 del evangelio según Juan, versículos 23 al 26, dijo: "Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos."

Juan, además nos dice aquí que el vestido de la iglesia es las acciones justas de los santos. Se refiere aquí, no a la justicia de Cristo, sino a los resultados prácticos de esa justicia en la vida de los creyentes, es decir, la manifestación exterior de la virtud interior. El apóstol Pablo escribió en su epístola a los Filipenses, capítulo 3, versículo 9: "Y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe."

Ahora bien: ¿Por qué dice entonces el apóstol Juan que el vestido de boda es las acciones justas de los santos? De la misma forma que el vestido de novia se utiliza una sola vez, nosotros estaremos vestidos con la justicia de Cristo por toda la Eternidad. Nosotros, como hijos de Dios, creyentes redimidos por la sangre de Cristo, compadeceremos ante el Tribunal de Cristo, no para ser juzgados por nuestros pecados, sino para recibir nuestra recompensa. A través de los siglos, los creyentes han estado llevando a cabo actos de justicia, o buenas obras, no para salvación, regalo que nos ofrece Cristo gratuitamente, hagamos o no buenas obras, sino como una consecuencia externa de un cambio interno; y son precisamente estas buenas obras u obras de justicia las que se han acumulado para adornar este hermoso vestido de boda.

Esta idea nos lleva a reflexionar sobre lo siguiente: "¿Qué estoy haciendo para adornar ese vestido de bodas? ¿Qué estoy haciendo para el Señor?" El apóstol Pablo escribió en su Primera Epístola a los Corintios, capítulo 3, versículos 12 al 14: "Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobre-edificó, recibirá recompensa."

Utilicemos otra metáfora: el oro, la plata, y las piedras preciosas, sobrevivirán el fuego, pero el heno y la madera y la hojarasca, se convertirán en humo. Es por ello que se dice que las buenas obras son el vestido de bodas de la iglesia. "Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas." (Efesios 2:10). La Iglesia reflejará la Gloria del Señor, y no la suya propia. En la Carta del apóstol Pablo a sus amigos y hermanos en la fe, los Efesios 2:7, se nos dice: "Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de Su gracia en Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús."

Juan, como resulta habitual en él, nos obsequia con otro detalle de inmensa significación: nos dice que la Iglesia, la Esposa de Cristo, está vestida de lino fino, puro y resplandeciente. Hay un contraste con el escarlata y el oro de la Gran Ramera, la iglesia apóstata, la seudo-iglesia. El lino fino representa las buenas obras de los consagrados a Dios; es decir, es el carácter del verdadero cristiano lo que forma el vestido de la Esposa de Cristo. Y de la misma forma, esto nos lleva a reflexionar: ¿Refleja mi carácter que soy cristiano? ¿Refleja mi carácter el de Cristo? ¿Alguien que no fuese cristiano sabría que lo soy, debido a mi carácter?

Ahora, los versículos 9 y 10 de este capítulo 19 de Apocalipsis, nos dicen:

9 Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios. 10 Yo me postré a sus pies para adorarle. Y él me dijo: Mira, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.

Los judíos tenían la idea de que, cuando viniera el Mesías, el pueblo de Dios sería invitado por Dios a un gran banquete Mesiánico. ¿Por qué dice Juan: "Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero"? ¿Quiénes son los llamados? Juan no se está refiriendo aquí a la esposa (la Iglesia), sino a los invitados. La esposa no es la invitada, porque es ella la que invita. Éstas son las personas que fueron salvas antes de Pentecostés, todos los creyentes fieles y salvos por la Gracia mediante la fe que vivieron hasta el nacimiento de la iglesia, narrado en el libro de los Hechos, capítulo 2. Y, aunque aquí no son "la Esposa", todos ellos serán glorificados y reinarán con Cristo en el Reino milenario. Entre los invitados se incluirán los Santos de la Tribulación, y lo creyentes que vivan en un cuerpo terrenal durante el reino milenario. La Iglesia es la Esposa durante la fiesta de presentación en el Cielo, que después acompañará al Señor Jesucristo en Su regreso a la Tierra, para la celebración del banquete en el Reino del Milenio. Tras ello, vendrá el nuevo orden y el matrimonio será consumado.

Así pues, estimado amigo, amiga oyente, las Bodas del Cordero tendrán lugar en el Cielo, mientras que, posteriormente, la cena o Banquete de bodas, será celebrado en la Tierra. En el capítulo 25 del evangelio según Mateo, versículos 1 al 13, Jesucristo relata la parábola de las 10 vírgenes, donde ninguna de ellas era Su esposa; Él sólo tiene una esposa: la iglesia. Los judíos fieles y los gentiles que entrarán al Milenio lo harán como los invitados al Banquete de bodas, que representa, evidentemente, el Milenio. ¿Se puede imaginar usted una "luna de miel" que dure mil años? Amigo oyente, eso sólo será el principio.

Abrumado por la grandiosidad de la visión, Juan cayó tendido en adoración delante del ángel. El ángel, le responde: "No lo hagas". La Biblia prohíbe el culto a los ángeles (Colosenses 2:18,19). Los ángeles son sólo "espíritus ministradores enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación" (Hebreos 1:14), y la adoración sólo se la debemos dar a Dios. ¡Qué reproche el que tenemos aquí para Satanás, el Anticristo, y el Falso Profeta, que pretenderán ser adorados! Nunca olvidemos que con la venida de Jesucristo, no se necesita ningún otro intermediario entre Dios y la Humanidad. Sólo Dios debe ser adorado y Jesucristo es el único Mediador. Nadie, querido oyente, absolutamente nadie, puede mediar entre usted y Dios. Dios no necesita intermediarios humanos. Jesucristo mismo dijo que sólo Él es "el camino" al Padre, excluyendo cualquier otro camino, cualquier otro mediador.

Leamos el versículo 11 del capítulo 19 de Apocalipsis:

11 Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea.

Aquí tenemos uno de los momentos más dramáticos del Apocalipsis: el surgimiento de Jesucristo, el Conquistador. El caballo blanco es el símbolo del conquistador, porque un general romano cabalgaba en un caballo blanco cuando desfilaba en triunfo por Roma. Cristo, en una imagen distinta de la mansedumbre que nos relatan los evangelios, desciende aquí con poder y gloria. Se le llama Fiel y Verdadero. La palabra fiel en griego, "pistós", significa literalmente "absolutamente digno de toda confianza". Además, es Verdadero, cuyo original en griego, "alethinós", tiene dos significados: Quiere decir "verdadero", en el sentido que Jesucristo es el único que trae la verdad y que nunca, en ningún tiempo, dice nada que contenga la menor falsedad. Pero, además quiere decir "genuino", que es todo lo opuesto a falso. En Jesucristo entramos en contacto con la realidad libre de toda falsedad. Juan, añade: "Y con justicia juzga y pelea". Una traducción alternativa podría ser: "Que juzga y hace la guerra con integridad". Juan, sabía a su avanzada edad todo lo que se podía saber sobre la perversión de la justicia: no se podía esperar justicia de un tirano pagano caprichoso. En Asia Menor, hasta el tribunal del procónsul estaba sujeto a soborno y a mala administración. Las guerras eran asunto de ambición, tiranía y opresión, más que de justicia. Pero cuando Cristo el Conquistador venga, ejercerá su poder con justicia.

Leamos el versículo siguiente, el 12, que dice así:

12 Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo.

Aquí empieza la descripción de Cristo el Conquistador. Sus ojos son como una llama de fuego. Ya vimos este detalle en Apocalipsis 1:14 y en 2:18. Representa el poder irresistible de Cristo el Conquistador. Sobre Su cabeza luce muchas coronas. La palabra original que se usa aquí es "diadema", que es la corona real, distinta de "stéfanos", que es la corona de la victoria. Tiene, además, un nombre que no lo conoce nadie más que Él mismo. No sabemos cuál es este nombre, pues el pasaje no lo dice, y resulta inútil conjeturar. Hay cosas que nunca comprenderemos en esta vida. Y es que solamente el Hijo de Dios puede entender el misterio de Su propio Ser. "Nadie conoce al Hijo, sino el Padre (Mateo 11:27, Lucas 10:22).

Como vemos, el apóstol Juan, nuevamente, apunta a Jesucristo como único protagonista del Apocalipsis.

Estimado amigo, amiga oyente, deseamos finalizar hoy nuestro programa con una pregunta provocadora: ¿Apunta nuestra vida hacia Jesucristo, o hacia nosotros mismos? Nuestros apetitos dictan la dirección de nuestras vidas; ya sean los anhelos de nuestro estómago, el deseo apasionado por las posesiones o el poder, o nuestro amor espiritual por Dios. Pero, para el cristiano, el hambre por cualquier otra cosa que no sea Dios puede llegar a ser su mayor enemigo. ¿Sentimos esa hambre de Él? Si no la sentimos, es probable que la causa radique que hemos estado picoteando demasiado en las diversas ofertas en la mesa del "mundo", es decir, estamos saciados, por aquellas cosas que no tienen nada que ver con Dios, y con Su buena voluntad para con nuestra vida. ¿Tenemos quizá el alma demasiado llena de pequeñas cosas que no dejan espacio para las importantes? Si estamos llenos, ¿cómo habría sitio para Dios?

Le invitamos, muy estimado amigo, y amiga, a reflexionar sobre este pensamiento. Esperamos volver a contar con su presencia en nuestro próximo programa, que ya se acerca a su fin. ¡Que Dios siga bendiciendo Su Palabra con poder, paz, perdón y esperanza, que pueden hoy ser suyos, si acepta a Jesucristo como su Salvador y Señor! No demore esa decisión, que pudiera ser vital para usted.

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